Con una "Demencial Esperanza"

Por: Por Ricardo Ariel Santillán
Muchas veces me han dicho que estoy loco. Que no puedo desperdiciar las ventajas que tengo actualmente, que debería quedarme a hacer carrera, que tal vez tenga razón, pero que debería dedicarme a vivir, en lugar de preocuparme tanto por el futuro. A todo esto, pero principalmente a esto último, yo respondo: ¿A vivir qué tipo de vida?
Ese es el cuestionamiento que, creo, debería ser de todos nosotros, y no sólo de unas pocas excepciones. A diario vemos cómo una embarazada no consigue asiento en el transporte público, cómo innumerables niños (y adultos) son forzados a trabajar en condiciones infrahumanas, o cercanas al esclavismo. Mientras esto sucede, los más pudientes, los que tienen las herramientas para cambiar esta gris realidad, aprovechan la situación o, en el mejor de los casos, hacen vista a un lado y, como dice Sábato, sobrevaloran la diversión, como si no hubiera un mañana. Tal vez no lo haya, dado que seguimos un camino de alienación en el que los hombres de hoy no seremos los únicos en descarrilar.
A veces me pregunto: ¿Vale la pena preocuparse? ¿Tiene sentido mi sufrimiento? (Si, aunque suene extremo, sufro por mí, por mis prójimos y, sobre todo, por los que todavía no han nacido). Son momentos de desaliento, en los que me gana la desilusión de ver cómo todos mis esfuerzos por lograr un cambio en la gente que me rodea son en vano. En definitiva, las obligaciones mundanas, los vicios ciudadanos, me ganan, y se llevan a esa gente lejos de mí, donde no puedo convencerlos de lo imprudente de sus actos.
Claro que no siempre es desaliento lo que rodea mi espíritu. Ocasionalmente viajo por las cercanías del Riachuelo, un claro ejemplo de lo poco que nos interesa nuestro presente y futuro. Es asombroso lo ínfimos que somos, en comparación con el poder de nuestra madre, la Tierra. En las orillas del Riachuelo, aún en las zonas más contaminadas, todo es verde, lujurioso y vivo. Contrastando con las bacterias anaeróbicas que parecen ser los únicos seres capaces de resistir tamaña putrefacción, en sus orillas se encuentran, a veces, aves acuáticas caminando y hasta anidando entre las botellas, los barriles, las bolsas... todos elementos altamente contaminantes, en un agua que mataría rápidamente a cualquier hombre que tuviera un contacto demasiado prolongado o bebiera de ella. Natura, sin embargo, otra vez gana.
Es por eso que muchas veces digo que deberíamos ser más humildes (aunque, lo admito, yo mismo peco a menudo de soberbio) con el mundo que nos rodea. Tenemos una gran capacidad de adaptación, sí, pero... ¿podremos vivir comiendo dinero, bebiendo agua contaminada con metales pesados? No lo creo. Ocasionalmente, salen a la luz informes que aseguran que sólo queda petróleo para 30 años, que el agua potable se consumirá en 50 años......
Esos informes hablan de un futuro tan cercano que aterra, y, aunque algunos de nosotros no lleguemos a ver ese futuro, deberíamos pensar que tal vez algunas de las personas que amamos sí lleguen a verlo... y a sufrirlo.
Me dicen que debo aprovechar las oportunidades que tengo ahora, crecer económica y profesionalmente... ¿para qué? Yo no creo que una carrera profesional prometedora en una multinacional sirva para ahogar mis penas, porque mis penas no están originadas en un pasado con carencias o en un presente áspero. Mis penas están basadas en millones de metros cúbicos de petróleo derramados en mis mares y ríos, en cientos de miles de especies animales y vegetales extintas para diversión de unos pocos, en un agujero en la capa de ozono que nos protege (cada vez menos) de rayos dañinos, en seis mil millones de personas que no abren los ojos a una realidad angustiosa y preocupante, pero que (creo) se puede cambiar.
Sí, yo aspiro a ser Guardaparque. ¿Por qué, siendo que trabajo en una multinacional con buen presente y mejor futuro, con buena paga y mejores beneficios? Porque no puedo evitar llorar cuando veo un incendio que arrasa nuestros bosques, mis bosques. Porque los 4 millones de litros de petróleo que envenenaron el Iguazú en Brasil, envenenaron mi agua, mi tierra. Porque cada animal muerto por un hombre que sólo busca diversión, se lleva un pedazo de mi alma, para siempre. Y porque, en definitiva, mis árboles petrificados, mis ríos, mis bosques, mis desiertos, mis selvas, mis océanos, mis montañas, forman parte del único paraíso que podemos tener conscientemente: la Tierra.
En un mundo que privilegia las oportunidades fáciles, el dinero, los honores, yo quiero tener el único e inmenso honor de ser un fiel guardián de lo poco que nos queda, para que nos siga quedando, más allá de mi mera existencia, que es pequeña, y frágil, pese al orgullo desmesurado que portamos como "animales superiores". Sé que no puedo cambiar el mundo yo solo, que un cambio de tal magnitud sólo es posible si 6 mil millones de personas deciden que no quieren extinguirse, al mísero precio de vivir cómodamente 20 o 30 años más. Sé también que esto último es improbable, pero, aunque dudo que el tiempo de la extinción esté tan cercano como para llegar a verlo y vivirlo, no quiero dejar este mundo sin haber luchado para evitarlo. En definitiva, la muerte nos llegará a cada uno a su turno, pero, cuando yo la reciba, quiero poder mirarla de frente, y saber que es injusto.
Sentido de pertenencia, es algo que nos falta con respecto a nuestro pequeño y castigado mundo. No tenemos, por el momento, otro lugar a dónde ir. En vano es que gastemos miles de millones en colonizar la Luna, Marte, o cualquier otro lugar del inmenso espacio. Pertenecemos a la Tierra, y viviremos o moriremos con ella. Tratemos de hacer un mundo más justo, más limpio. No es tarea fácil, lo sé. Pero las grandes metas nunca fueron fáciles de alcanzar. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de cambiar, creo que todavía estamos a tiempo. Hagámoslo, para que en 100 años, el verde no sea sólo el color del dinero. @
Publicado por: http://www.ambiente-ecologico.com/

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