Editorial de Horizonte Sur (Domingo 7 de Diciembre)

por: Jorge Eduardo Rulli
A medida que se desenvuelve la crisis en las economías centrales, las bolsas, los mercados, las empresas y los sindicatos de trabajadores se sumen en la mayor de las incertidumbres. Mientras cae a pique el precio de las commodities e incluimos en ellas al petróleo, crece el desempleo, aumentan las quiebras de las empresas, se retrae el consumo, y el mundo reconoce con creciente pavor, una recesión generalizada, de duración indefinida, que se descuenta prolongada y acerca de cuyo final nadie se atreve a realizar pronósticos con cierta certeza. Se habla en realidad y cada vez más, de una debacle o acaso de un colapso del sistema capitalista globalizado, de una debacle o de una catástrofe de tal magnitud, que los antecedentes en que los economistas podrían basarse para comprender el fenómeno, nos referimos a crisis anteriores, no parecen ser demasiado útiles para comprender la gigantesca dimensión de lo que ahora estaría ocurriendo.
 
La crisis de que se trata o acaso la debacle, es la consecuencia de una economía extendida a nivel global, que se basó en la sobreproducción de commodities y en el saqueo masivo de los bienes comunes de la tierra, y que, además de extraviar totalmente el sentido común, entró en un paroxismo de ganancias virtuales y de incontrolables competencias de mercados. Este proceso del Capitalismo, en una época tal vez final, que conocemos como Globalización, condujo al hambre a cientos de millones de seres humanos, y a que el planeta se encuentre en un proceso casi irreversible  de cambios climáticos, sacudido por terribles desastres naturales. En ese escenario, el petróleo pasó en breve período, de ciento cincuenta a menos de cuarenta dólares el barril, la soja de seiscientos dólares a menos de trescientos la tonelada, la recesión y el cierre de empresas en los países centrales se ha convertido en un fenómeno cotidiano y los desordenes climáticos son tan evidentes e impactantes, que las voces que intentaban disuadirnos de que su causa fueran los procesos industriales y el uso abusivo de combustibles fósiles se han acallado. El pánico gana las bolsas, se extiende a los mercados y quiebra la voluntad de los ejecutivos de las megaempresas, que tratan de utilizar los enormes subsidios que invierten los Estados, tratando de impedir el desempleo, como si se tratara de los pocos botes del Titanic por los que luchaban a brazo partido, aquellos que intentaban escapar del naufragio ineluctable. Esta es la realidad del mundo hoy. Veamos ahora, cuáles son nuestras políticas, frente a ese horizonte de catástrofe.
 
Nuestras políticas parecen inspiradas en la saga del avestruz africano, del que, dicen que ante el peligro mete la cabeza en un hoyo. Los que hasta ayer vivían pendientes de los mercados internacionales, hoy practican el autismo más contumaz y creen poder enfrentar el desastre, mirándose al espejo como nuevos Narcisos y recitando como un mantra, las estupideces que aprendieron durante años de colonialismo, de culto al progreso, a la gran escala y al culto del automóvil.  En medio del cataclismo  planetario, nosotros continuamos sembrando soja transgénica como nunca antes, y confiando en que los precios internacionales vuelvan a que su cultivo sea rentable... Esto es absolutamente insensato. En medio de la debacle, nos proponemos además, paliar el desempleo creciente y la recesión de la industria con enormes inversiones públicas para que algunos puedan continuar llevándose su diezmo y el viejo esquema transcolonial de la Republiqueta sojera y minera, disponga de mayores rutas, de más puertos, de más obras de infraestructura para llevarse los nutrientes de la tierra y la riqueza de las montañas, ahora que puede echarse mano con impunidad a los glaciares, debajo de los cuales están los metales que las corporaciones se proponen extraer. Simultáneamente, se subsidia a las industrias automotrices, para que circulen más y más automóviles, contaminando el planeta y colapsando las rutas, y para que haya más camiones que transporten los porotos de Soja hasta los puertos privados en que continúan levantándose las refinerías para alimentar con nuestra agricultura, los motores de Europa.
 
Resumamos y repitamos entonces, cuales son nuestras actuales respuestas ante la situación internacional que va tomando visos de catástrofe: créditos para aumentar el consumo, mayores subsidios a las empresas automotrices, más facilidades a las corporaciones depredadoras, léase veto a la ley de preservación de los glaciares y  cajoneo de la ley de bosques, inversiones en obra pública para profundizar el modelo biotecnológico y agro exportador, o acaso en planes de vivienda, para continuar vaciando el campo, a la vez que concentrando la población en las ciudades y mediante la arquitectura urbana, haciéndolas cada vez menos autosuficientes, a la vez que más y más dependientes del empleo y del consumo. A todo ello podemos sumar la reciente desarticulación de la secretaría de medio ambiente, cuya voz aunque mínima y contenida, se hacía molesta para el sistema generalizado de contaminación y de saqueo. Estamos sin duda embarcados en un camino sin retorno, un camino que parece suicida. Debemos nosotros, entonces, lograr modificar el curso de esta historia que se nos impone con estulticia infinita y con la obcecación de quienes ya ni siquiera son capaces de percibir las señales de peligro que les hace llegar el entorno.
 
Debemos confesarnos, que no quedan márgenes ni tiempo para continuar reclamando del gobierno un proyecto de país, tal como venimos haciéndolo hace tantos años. La determinación de las nuevas políticas de Estado ha sido tomada hace ya tiempo y los últimos discursos refieren claramente a una Argentina posicionándose en la etapa del llamado poder del conocimiento y en la creciente exportación de commodities y biogenética, que así denominan con ciertos pudores e hipocresía, la determinación de vender a otros países el modelo de la empresa Monsanto. El ministro de Ciencia y tecnología establece hoy claramente la estrategia del Estado Argentino y parece haber persuadido al resto del ejecutivo, de que la convergencia de ciencias con negocios corporativos es algo bueno, deseable, que nos posiciona ante el mundo y que nos preserva de la debacle que se anuncia. No es entonces, que no conozcan nuestras voces de alerta, sino que son sujetos de otra escala de valores, piensan de manera similar pero absolutamente inversa a la que nosotros pensamos y expresamos. Necesitamos aliados que nos ayuden a que algunos entren en razón y tomen conciencia del peligro que pesa sobre la Nación, pero los intelectuales, al menos, los muchos que se agrupan en Carta abierta, también han perdido las facultades de presentir el peligro. Son como los turistas frente al Tsunami, mientras la fauna escapaba aterrorizada de las costas, ellos se acercaban a la playa para disfrutar del fenómeno. Tal vez ha sido el desprecio profundo que sienten por la ecología, lo que los ha llevado a extraviar la propia humanidad  en un laberinto de textos y de góndolas. ¿Qué hacer entonces? Nuestras conferencias en el interior son sistemáticamente interrumpidas por agrónomos que insisten contra toda evidencia, en que el Roundup es inocuo y que puede beberse... Muchos profesionales se angustian, mientras tanto, con problemas parecidos a las viejas discusiones sobre el sexo de los ángeles, y desde poblados tan insignificantes que son casi inexistentes en el mapa, poblados que ni siquiera son capaces de proveer a sus más mínimas necesidades alimentarias, nos interrogan acerca de si con otra agricultura diferente, podríamos acaso, resolver el hambre en el mundo... Son los nuevos extravíos de la clase media que, como en los años setenta, pueden conducirnos a un nuevo desastre anunciado.
 
Necesitamos la comprensión de la gente y su disposición a generar redes de resistencia y de organización comunitaria. De hecho, esta movilización se está produciendo aunque todavía débil, un poco en todas partes, y son innumerables los núcleos jóvenes que surgen y que se organizan para defender el territorio y el derecho a la vida. Debemos incidir desde ellos en las políticas de los municipios para que se establezcan zonas en derredor de las localidades para la producción de alimentos, que se permitan ferias y matanza local, que se  acceda a la distribución de leche fresca, se implementen planes para recuperar alternativas de tracción a sangre, se impulsen plantas para la elaboración de biodiesel con aceites usados y se reciclen los residuos domiciliarios. Los municipios deben establecer viveros de árboles y desarrollar planes de forestación local,  salvaguardando las banquinas de los monocultivos, y plantando cortinas que resguarden a las poblaciones de la contaminación. Los municipios deben preservar las fuentes de agua y en especial, el agua de consumo local, impidiendo que se laven las máquinas fumigadoras en los arroyos y en los reservorios de aguas limpias, o que los sojeros arrojen en ellas con impunidad absolutamente criminal, tal como hacen ahora en todos lados, los envases vacíos de los tóxicos de la agricultura. Pero todo ello no basta, debemos comenzar a planificar los tiempos que vienen, tiempos de derrumbe de los  precios internacionales del petróleo y de la soja, de quiebra de las automotrices, tiempos de recesión y fracaso de los mercados de exportación. Debemos reinstalar un debate respecto de los alimentos, de las semillas y en especial, sobre la Soberanía Alimentaria. El gran desafío de los tiempos  próximos será el de alimentar las poblaciones y hallar fuentes alternativas de energía. Pero alimentar las poblaciones no significa dar de comer tal como hoy se piensa en el paradigma progresista, sino permitir que cada familia produzca al menos, una parte de lo que consume, a la vez que garantizar la provisión de los mercados locales con producciones locales, sin mayores transportes, packaching ni cadenas de frío.
 
En este sentido, denunciamos con firmeza la construcción de barrios urbanos en que se priva a sus destinatarios de toda posibilidad de disponer de espacios para el cultivo mínimo de la huerta o para plantar un limonero o un palto, del horno de pan, el gallinero o el pequeño taller de herramientas para una eventual empresa familiar. Cada nuevo barrio que se construye, es una engañosa solución para hoy, porque aumenta la inermidad y el desamparo. Una falsa solución para hoy, que nos creará un problema mayúsculo mañana y esa hipoteca de lo porvenir, suele esconderse bajo discursos altruistas frente a la pobreza y al hacinamiento, cuando en verdad, el objetivo encubierto continúa siendo el de despoblar el campo para ponerlo al servicio de las corporaciones y concentrar la gente en las ciudades para servicio de un creciente clientelismo. Los escenarios posibles no son demasiado alentadores, sin embargo, en cada localidad que visitamos podemos medir la creciente fuerza de lo popular, la decisión de defender el territorio y la propia felicidad, la determinación de generar desarrollos locales, a la vez que desentenderse de la engañosa idea del crecimiento. Son los nuevos debates que se instalan en la conciencia de los muchos y no deberíamos disminuir la importancia de esa creciente conciencia y la energía que desde ella se genere. En última instancia, poco importa si desde el Gobierno hacen propio el proyecto de país de Grobocopatel, de Barañao y de Monsanto, siempre que nosotros logremos tener en claro otro proyecto de país y nos unamos para desarrollarlo. Ni siquiera pueden comprender que, cuando hablamos sobre la soja, sobre el parto, sobre las aromáticas o la necesidad de volver a cultivar y cocinar nuestros alimentos, estamos, no sólo practicando la biopolítica, sino también,  generando el embrión del mundo que viene, ese otro mundo a la simple escala de lo humano, que cada día más nos persuadimos que es posible, y que seguramente, es el único que, frente al ecocidio generalizado, nos asegurará la continuación de la vida.
 
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