La Unidad de lo Viviente



Por: Jean-Marie Pelt.


Desde principios del siglo pasado (1920), los botánicos han comprobado que las plantas viven en comunidades, llamadas asociaciones de vegetales, y las han calificado con espíritu de análisis sistemático, tal como fue hecho con las moléculas químicas. Ellas forman entre sí comunidades homogéneas, ligadas a las características del medio, deducible, por lo demás, a partir de la observación de estas asociaciones. Estas plantas tienen así afinidades entre ellas y con el medio que habitan.

Observando una hondonada, se espera encontrar la asociación típica de matorrales, silenes, ortigas, etc.: pero sólo vemos los resultados de una exagerada aplicación de químicos, es decir, demasiado nitratos y no, ortigas. Todas las malezas han sido eliminadas. Ya no se encuentra la asociación de las hondonadas . Mirando un bosque, esperamos encontrar la asociación clásica del sotobosque con las plantas conocidas que vamos a recolectar en primavera , la centella , la anémona , la campanilla. Ellas forman asociaciones extremadamente típicas y bien definidas; pero ya no están. Prácticamente han desaparecido, pues se han drenado los bosques y el nivel de la napa ha bajado dos o tres metros, al punto que se ven robles con sed, aun cuando llueve.

Sin contar el efecto de los fertilizantes pues, contrariamente a lo que se piensa, los fertilizantes no son usados sólo en la agricultura, sino también a nivel forestal. Como resultado vemos plantas que aceptan abonos - no son más de cuatro o cinco especies - instalarse en el lugar de todas las otras. Así los abonos, o los herbicidas que tienen por objetivo eliminar las zarzamoras, también han perturbado los ecosistemas. Y las asociaciones que han existido más tiempo que las otras, que se encontraban aún hace ocho o diez años en medio de los bosques, están también en vías de desaparecer. Si ustedes visitaran los estuarios verían lo que hemos comprobado recientemente: se han perdido las tres cuartas partes de las especies que habíamos estudiado hace veinte años.

Este proceso es universal, se desarrolla prácticamente en toda la Europa industrial desde hace veinte años, con una prodigiosa aceleración en los últimos diez. Puede compararse a un período glaciar. Las floras europeas - y probablemente las americanas también, no hemos ido a verlas - están sometidas a una especie de glaciación intensa y brutal, que empobrece las asociaciones. Así, somos nosotros probablemente los únicos botánicos de la historia que hemos comenzado nuestra carrera estudiando formaciones vegetales idénticas a aquellas que se encontraban desde el neolítico, desde la partida de los hielos en Europa, hace cerca de diez mil años, para terminar nuestra carrera como botánicos con la desaparición de estas asociaciones tan rápidamente como si las glaciaciones hubieran vuelto. Pero ésta que tenemos encima ahora es de naturaleza económica y social. Se llama igual que el progreso «económico y social» que la ha provocado. Somos totalmente incapaces de decir cómo y hasta dónde este fenómeno seguirá evolucionando.

He aquí que las especies nos aparecen solas, solitarias, aisladas; dejaron de estar armonizadas, combinadas en asociaciones. Entonces ¿van a reconstruirse esas asociaciones o muchas de ellas van a desaparecer? ¿Serán eliminadas de Europa como tantos árboles lo fueron en la última gran glaciación? Tal vez sí, y en tal caso nuestra flora va a empobrecerse de manera muy importante y, como este proceso se desarrolla en el mundo entero, ocurrirá por sobre todo el globo terráqueo. Este es el retroceso de las especies, de que se habla tan a menudo, básicamente porque hemos modificado el entorno más que nada por agentes químicos, por lo que las plantas silvestres están en una situación de sálvese quien pueda. Aunque podríamos ser optimistas e imaginar un deshielo. ¿Acaso habríamos imaginado un solo instante que vendría el deshielo Este-Oeste (URSS/EE.UU.)?

También podríamos imaginar un deshielo en las relaciones Hombre - Naturaleza. Pero sería necesario que este sucediera muy rápidamente, porque hace falta un tiempo muy prolongado para reconstruir las asociaciones . Para saturarlas - es decir, para que ellas incluyan todas las especies que deben encontrarse ahí naturalmente - son necesarios muchos siglos, muchos millares de años para algunas de ellas. Recordemos que la reconstitución espontánea, hasta llegar al equilibrio de los ecosistemas, es un proceso muy largo. Y ¿cómo podríamos esperarlo, si ni nosotros mismos logramos el equilibrio con la naturaleza? Esta es la pregunta que se plantea. Y estas plantas que tienen la tendencia gradual a vivir aisladas , me hacen pensar en la imagen de la sociedad misma, en la sociedad de los hombres.

Pues es la sociedad la que ha llevado a estas especies a una situación de soledad en la naturaleza, destruyéndole su entorno, y es también la sociedad la que ha provocado el mismo fenómeno en los seres humanos. Nuestra sociedad hace también humanos solitarios. Es un fenómeno que existe y que no se ve. Se lee a menudo en la Biblia, en Ezequiel y en los Salmos, «Tienen ojos y no ven». Esto se aplica a nuestra inteligencia; se nos considera como los seres más inteligentes que hayan existido en la Tierra. Es la opinión que tenemos de nosotros mismos - no sé si los extraterrestres pensarán igual - y, sin embargo, no medimos las consecuencias de las grandes elecciones que hacemos. He aquí tres grandes elecciones:

La primera de ellas, martillada día tras día por la televisión, es que el 80% de los jóvenes franceses irán a la universidad. Esto prueba que todo el mundo es inteligente en este país, ya que se supone que la universidad acoge sólo a los mejores. He aquí pues una juventud que será estandarizada sobre los bancos de las universidades. Nadie considera la utilidad de un aprendizaje práctico. En cambio, un 35% de jóvenes alemanes lo harán en empresas. Se banaliza, se estandariza, y los computadores de la calle Grenelle van a poder funcionar tragándose el 80% del pueblo francés.

La segunda gran operación de estandarización en curso concierne a la ciudad. Ustedes ven, como yo, la extraordinaria proliferación de las grandes superficies de supermercados en los suburbios de todas las ciudades. ¿Saben ustedes que en las afueras urbanas ellas se han más que triplicado en diez años? Esta es una cifra impresionante. Con el horror arquitectónico que esto acarrea, pues son «hiperfeos», jamás con árboles cerca, nadie ha ido a ver lo que hacen los holandeses en este aspecto. Pero son los imperativos económicos los que mandan: «invertir al menor costo»

Tercera gran estandarización: después de la ciudad, naturalmente el campo. Es la estandarización de los productos agrícolas que asimila los productores y los campesinos a los industriales. Esto conduce al increíble desastre de la agricultura, donde muchos se han arruinado, endeudados hasta el cuello, sin saber ya si es permitido o no usar abonos, pues les dicen que polucionan las napas. Todo esto es terriblemente confuso. Pero siempre es el mismo proceso: se banaliza, se estandariza, en nombre de la rentabilidad económica . Entonces, ¿cuál es el resultado del cambio? Trágico: desaparecimiento de las comunidades de barrio, de las comunidades rurales, asfixia de las ciudades porque toda una serie de profesiones desaparece, los pequeños artesanos, los pequeños comerciantes son arruinados. Cuando el 80% de los jóvenes franceses estén en la universidad, yo les ruego a los pocos que no irán que se hagan artesanos y apliquen tarifas que produzcan una competencia . Pues los universitarios serán pobres y los plomeros, ricos. La trama social, la del barrio, la del pueblo, se encuentran quebradas por este proceso.

Quiero citar un ejemplo comparable al de las asociaciones vegetales, del que he tenido la experiencia en el medio urbano. Es el caso de la proliferación de las grandes superficies. Esto que he relatado sobre las plantas lo habíamos conversado con un amigo botánico que vive en una pequeña ciudad del Norte. En esa ciudad, cuyo alcalde es un hombre abierto y dinámico, se habían construido en un año tres supermercados. Este alcalde obraba de buena fe en el nombre del desarrollo y del progreso. Tres supermercados hacen en total entre 50 y 100 comercios arruinados en los siguientes dos años. Esto provocará también de uno a cinco suicidios. Hablo por mi experiencia como alcalde adjunto en Metz, donde procuré evitar, en casos particulares, que les quitaran las casas a personas a las cuales les habían destruido el barrio y las habían arruinado por el supermercado.

¿Quién contabiliza este costo negativo del «progreso»? ¿Quién toma en consideración las depresiones nerviosas? Nadie. Pero, es una cadena alimentada tanto en la sociedad como en la naturaleza. Las viejas damas del centro de la ciudad no pueden seguir yendo al pequeño emporio a hacer sus compras, porque ya no está. Ellas no podrán ir al supermercado que está en los suburbios a 4 o 5 kms. pues no tienen auto. Helas aquí arrinconadas, acorraladas. Pero ¿quién se interesa verdaderamente en la vida de estas viejecitas? A nadie le importa un bledo. Nuestra sociedad es de una crueldad absoluta. Y las viejecitas están solas en sus casas. Así en todas las ciudades se establece la soledad. Y si estas viejecitas tienen un jardín, como al fondo de todos los jardines hay una zanja, ellas pueden ir allí a discutir con la última ortiga tan sola como ellas.

Nosotros destruimos así, en el nombre del «progreso», los ecosistemas humanos y urbanos tal como lo hacemos con los ecosistemas de la naturaleza . Paracelso tenía razón al decir que la vida es Una. Seguro que sí, las sociedades de los hombres y las sociedades de la naturaleza marchan según las mismas leyes. No es que unas se apliquen a los hombres y otras a la naturaleza. Todo esto acarrea consecuencias a menudo dramáticas, pues en esta soledad aparecen reacciones inesperadas de supervivencia. Cuando se está solo, no hay más que el yo, puesto que los otros no están en comunidad conmigo. Entonces el «Yo - primero» llega a ser normal. ¿Por qué reprocharlo? Sobre este terreno propicio de la soledad debidamente organizada por los grandes intereses económicos llamados progreso, se desarrollan los grandes temas que la historia recordará de nuestra sociedad, expresados no por los filósofos, sino por la gente de la calle. Son dos: «No tengo nada que perder» y «No es mi problema». Son expresiones criminales, pero se escuchan todo el tiempo, impuestas por un mundo que efectivamente «no tiene nada que perder”. Y sin embargo, tenemos verdaderamente «algo que perder”, pues si hacemos el inventario de los grandes problemas ecológicos veremos que todos estos problemas nos conciernen inmediatamente en el corto plazo. Estos no son vaticinios para un muy lejano futuro. Podemos citarlos rápidamente: presión demográfica galopante, deforestación masiva , desaparición de los bosques de zona húmeda en el mundo entero, impregnación de todos los medios por la química, acumulación de desechos tóxicos, deterioro de la capa de ozono, Riesgo de recalentamiento del clima - aunque este efecto invernadero no esté aún probado científicamente - degradación acelerada del Tercer Mundo, presión extraordinaria ejercida sobre todos los habitantes del planeta para que abandonen el campo y vayan a vivir a las ciudades. En el campo estaban la gallina, el conejo, la cabra y el cordero. En la ciudad, vitrinas, pero sin dinero para comprar.

La tradición griega, como la tradición judeocristiana, han considerado siempre que las ciudades están hechas para que la tierra funcione, jamás a la inversa. La primicia en la Biblia es siempre entregada a los nómades. Todos los grandes profetas, sin ninguna excepción, no tenían ni siquiera una piedra donde reposar su cabeza. Nosotros damos la preferencia a la ciudad con sus villas miseria, como son los suburbios de los pobres y esto es mucho peor en el Tercer Mundo. Estamos en una evolución que va de hecho en contra del interés y de la supervivencia del hombre. Pues si todo se degrada tan rápido es porque la naturaleza sigue al hombre y el hombre a la naturaleza: marchamos juntos al mismo paso. Nuestra suerte, la suerte de la naturaleza, la suerte de las plantas, están íntimamente ligadas y acabamos de verlo con las plantas solitarias y las viejas damas solas. Como conclusión, no podemos dejar de hacernos esta pregunta: ¿cómo hemos llegado a tales errores de concepto, a una ciencia a veces pervertida en sus métodos - porque ellos son incompletos - y en sus objetivos - porque teóricamente no son sino económicos?

Hay una respuesta clásica: es porque somos occidentales . 0 porque está escrito en la Biblia que debemos dominar la tierra. Se ha dicho a menudo esto, y hay probablemente una parte de verdad. Es el famoso: «Creced, multiplicaos y dominad la Tierra». En el crecimiento estamos de acuerdo; «multiplicarse» ¡diablos!, hay demasiada multiplicación; y «dominad la Tierra» es la catástrofe, se la domina en exceso. Así, pues, hemos verdaderamente obedecido a la letra este versículo del Génesis. Si buscáramos en la Biblia todos aquellos versículos que no hemos obedecido , haríamos una colección extraordinaria. Pero, ¿quién se acuerda que el Génesis, capitulo primero, tomando las tradiciones más antiguas, fue escrito en Babilonia por un autor que veía al pueblo judío en un estado de decadencia total? Hace tres mil años que se sigue la historia de Israel, pero su período más sombrío fue el del siglo VI a. C., en Babilonia, cuando estaba aplastado completamente por Nabucodonosor y algunos otros predecesores de Sadam Hussein. Este es entonces un texto que, como todos los textos, es necesario colocar en su contexto y comprender que apuntaba a galvanizar las energías de un pueblo que había perdido su tierra, sus raíces, y su existencia como pueblo. No viene al caso reprocharle que se hubiera trazado un programa tan ambicioso. Los que han perdido todo tratan de recuperarlo todo. En efecto, es fácil descargar en los judíos de hace 2.500 años nuestros errores actuales. Encuentro que es una práctica que tiende a que nos lavemos las manos de nuestras propias faltas. Y si continúo citando textos, encuentro en Exequiel (Ex 18. 2) una frase que todos conocemos: «Los padres han comido las uvas verdes, pero son los dientes de los hijos los que sufren de dentera», lo que deja suponer que ellos son portadores legítimos de las culpas de sus padres. Pero Exequiel agrega substancialmente: «Ah, no machaquen más ese refrán; sólo los que han pecado son responsables». Se pasa ya en esa época de la responsabilidad colectiva a la individual. Creo que no es razonable cargar a quien sea las faltas que nosotros cometemos hoy día. No tenemos necesidad de mirar hacia atrás lo que han hecho nuestros padres, puesto que nosotros lo hacemos peor. Nosotros destruimos más, y más rápido.

Es absolutamente necesario recordar algunos principios de la Tradición judeocristiana, lo que no está precisamente de moda. Pensemos en el Arca de Noé. ¿Por qué hubo diluvio en el Génesis? Porque toda carne se había vuelto malvada, todo ser viviente estaba pervertido, el hombre inclusive. En consecuencia, se salva todo al mismo tiempo, se mete todo en el Arca: los animales y los hombres. Y a la salida del Arca hay una nueva alianza, muy explícita, Dios hizo alianza con el hombre y con todas las bestias. El texto lo dice : «incluso con las bestias salvajes». Porque la creación es efectivamente la unidad eterna, como lo pensaba Paracelso . Pero nuestros conceptos y nuestras prácticas occidentales son dominados por la concepción ultrajante que tenemos de una «naturaleza material» , sin vida, insensible. El momento ha llegado de recordar lo que nos enseña esta tradición bíblica, porque creo que los pueblos que reniegan de su Tradición son extremadamente vulnerables.

A través de las plantas medicinales , y de otras materias, siempre he podido verificar cuánta verdad hay en las tradiciones. No debemos creer que la tradición occidental no tiene ningún interés, y que no podemos encontrar la verdad sino en Oriente, como en Lao-tse, con su maravilloso «Tao Te King». En la tradición judía hubo exactamente la misma idea: que la naturaleza y el hombre están ligados por siempre, aun después de la muerte, pues así como habrá entonces un nuevo Cielo, habrá también una nueva Tierra. Los judíos son incapaces de imaginar un ser sutil que no tenga cuerpo - aunque fuese un cuerpo transformado - y que no esté sobre una Tierra, aunque fuese otra Tierra. Esta idea de la unidad eterna, y aun sempiterna , de la naturaleza y del hombre, es una de las grandes fuerzas del Occidente. ¿Por qué ir a buscarla lejos? Nosotros la hemos tenido siempre, aunque la hemos perdido en el camino. Es el tiempo preciso para recuperarla. Hace falta meditar nuestra propia tradición y tratar de recobrar lo que siempre aprendimos de nuestros antepasados . No habrá desarrollo sustentable si no podemos concertar esta nueva alianza con la naturaleza. Ha sido la alianza de nuestros padres, y de los padres de nuestros padres. Ella ha sido traicionada mil veces y mil veces renovada, y quisiéramos que fuera en adelante definitivamente sellada. El punto de partida es una nueva alianza de los hombres entre ellos, aceptando su diversidad, en algo más que el progreso, tal como se lo define en la mitología actual, y en otra cosa que la economía , tal como se la define en los conceptos actuales. En su concepción actual, ella es mortífera. Esto debiera hacerse tanto a nivel de las personas como a nivel de los pueblos y de las culturas. Hemos visto en la Guerra del Golfo un conflicto regido por el método inmemorial del lenguaje de las armas. Todo sucede como si no hubiéramos aprendido nada, salvo que las armas son más sofisticadas. ¿Cuándo podremos imaginar una alianza que acalle la voz de las armas terminando con ellas? Pero para eso es necesario no fabricarlas más. Es obvio que entonces habría cesantes. Es necesario terminar con estos razonamientos dementes. Vivimos continuamente con razonamientos falsos, justificaciones al nivel de una proclama de candidato político. Hará falta detener la fabricación de armas, dedicar esas sumas fabulosas a otras cosas que estén en pro de la vida. Pienso que esto es lo que está en juego hoy y en el tercer milenio.

Traducido y extractado por Viola Fishman de
Reveu 3e Millénaire, Nº 23
Este artículo fué publicado en el Nº 9 de la Revista ALCIONE

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