Los mil paisajes del Sáhara




Entre dunas, rocas y pedregales, los exploradores pioneros del Sáhara descubrieron evidencias de la existencia de un mundo húmedo hace miles de años: ríos, lagos y mares interiores cubrían la inmensidad del norte de África. 
Sobre la piedra arenisca rojiza se perfilan los contornos descoloridos de diversas figuras. En las imágenes se reconocen representaciones esquemáticas de animales –jirafas, un perro, un avestruz– y también de hombres moviéndose y en grupo. A ellos se suman unos trazos de seres humanos más pequeños en posturas sorprendentes: el cuerpo en posición horizontal, los brazos y las piernas extendidos como si flotaran en una materia de consistencia invisible.
Ladislaus Almásy, descubridor de tan singulares pinturas rupestres, no tuvo ninguna duda acerca de la sustancia en la que parecían levitar las figuras. El hallazgo tuvo lugar en otoño del año 1933 y se produjo de forma casual en un lugar remoto del desierto líbico. Gilf al-Kabir está deshabitado; no existen aguas superficiales y no se han producido asentamientos humanos desde hace milenios. La población egipcia más próxima, el oasis de Dajla, se encuentra a unos 600 kilómetros. 
Duras condiciones climatológicas
Uno de los primeros europeos que se aventuró por este yermo hostil de duras condiciones climatológicas para el desarrollo de vida fue Almásy. Entusiasta corredor de pruebas y aviador inició en 1929 un  viaje en automóvil por el desierto egipcio.
Desde el principio tenía una obsesión: encontrar el legendario Zerzura, el “oasis de las pequeñas aves” que, según los relatos de los beduinos árabes, “dormita en el corazón del desierto custodiado por un pequeño pájaro blanco”. Desde su avión avistó en 1932, en una zona de Gilf al-Kabir, un valle cubierto con vegetación de acacias. Un año más tarde, se adentró con decisión en el bosque y consiguió encontrar el ansiado oasis de Zerzura.
Durante sus exploraciones por Gilf al-Kabir y más al sur, en el triángulo donde confluyen las regiones fronterizas de Egipto, Libia y Sudán, Almásy se topó con innumerables pinturas rupestres que, según los nómadas, habían sido realizadas por los yinns, genios o espíritus del desierto. Por fin, en otoño de 1933 dirigió una expedición al escabroso páramo de Gilf al-Kabir, que daría como resultado el hallazgo de la famosa cueva de los Nadadores del Desierto.
Almásy interpretó su descubrimiento con perspicacia. “Podemos asegurar que el Sáhara no ha sido siempre un mar de arena y rocas sin vida, como hoy lo contemplamos”, anotaba en 1934, en su cuaderno de viaje.  
Hoy nadie pone en duda que el desierto cálido más grande de la Tierra fue un enclave rebosante de agua en la Prehistoria. Las evidencias encontradas en las primeras exploraciones son concluyentes: se hallaron antiguos cauces fluviales, lagos secos e incluso esqueletos de personas que murieron ahogadas. Todas estas pruebas demuestran la abundancia de agua en épocas lejanas. 
El paso del tiempo por el norte de África
Estos indicios han permitido a los investigadores reconstruir los dramáticos acontecimientos de la historia más reciente de nuestro planeta,  y llegar a la conclusión de que los exuberantes pastizales que cubrían amplias zonas del norte de África languidecieron y se secaron en el lapso de unos pocos milenios. El colapso climatológico, cuyo efecto evidente fue la desertización de la región, tuvo como consecuencia no sólo el inicio de importantes oleadas migratorias, sino que dio lugar a un singular imperio de la escasez crónica. En efecto, el Sáhara, con una extensión equivalente a la de Australia, es un espacio desértico de dimensiones continentales, en el que están representadas todas las tipologías de sequía y casi todos los tipos de desiertos del planeta. En este gigantesco laboratorio térmico, los investigadores encuentran el lugar ideal para estudiar las repercusiones de la extrema falta de agua.
Entre el Atlántico y el mar Rojo, el mar Mediterráneo y la zona semiárida del Sahel determinados procesos climáticos y geológicos han dado lugar a paisajes extraordinarios. Los mares de arena cubren apenas una cuarta parte de su superficie, mientras grandes extensiones están ocupadas por desiertos de piedras y grava, y otras, por cadenas montañosas. En el desierto de Hoggar, situado al sur de Argelia, se llegan a producir precipitaciones de nieve en las regiones más elevadas.
Fuente: http://www.mundo-geo.es

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