FALLO DE LA CORTE SOBRE LA DEFORESTACION EN SALTA: SOJA Y BOSQUES NATIVOS





La Corte Suprema frenó esta semana la continuidad de la tala de bosques en Salta. El dato tiene especial actualidad por su directa relación con el conflicto principal de la estructura agraria argentina: la sojización en general y del NOA en particular. Mientras entre los censos de 1988 y 2002 el área sembrada en todo el país se expandió el 5,2 por ciento, en el NOA el incremento llegó al 48 por ciento, lo que multiplica casi por diez la media nacional. En Salta, en tanto, el crecimiento de la superficie sembrada fue del 65 por ciento. Las tres cuartas partes de las nuevas tierras incorporadas se destinaron a la producción de soja.
Según explicaba en 2005 un trabajo del investigador Daniel Slutzky, del Centro de Estudios Urbanos y Regionales del Conicet, hasta mediados de los ‘90 la caña de azúcar, el tabaco y los cítricos fueron, junto al poroto, los cultivos tradicionales. Luego, el ciclo del poroto se retrajo por el comienzo del auge sojero. La oleaginosa ocupa hoy más del 50 por ciento de las tierras cultivadas de la provincia y sigue expandiéndose.
En el período intercensal la superficie con bosques y montes naturales pasó de 3,7 a 2,2 millones de hectáreas, una pérdida de 1,5 millón. Se calcula que desde 2002 a la fecha se desmontaron unas 800.000 hectáreas más, de las que medio millón corresponden sólo a 2007.
Si bien la tala indiscriminada se había iniciado con el poroto, se comprende en clave sojera. Los crecientes precios de la oleaginosa y las nuevas tecnologías hicieron que muchas áreas marginales se volvieran muy rentables. Los precios de la tierra y de los arrendamientos se mantuvieron rezagados en relación con la rentabilidad potencial, un retraso suficiente como para absorber los sobrecostos de desmonte y de fletes a los puertos.
Por las necesidades de escala e infraestructura del cultivo sojero las nuevas oportunidades sólo resultaron accesibles para medianos y grandes productores. Volviendo a los datos censales analizados por Slutzky, el promedio de hectáreas por unidad agropecuaria pasó en Salta de 93,7 en 1998 a 132,7 en 2002. Las explotaciones dedicadas a la soja, en tanto, promediaban en 2002 las 590 hectáreas, tamaño que superaba las medias de 145 en Córdoba y de 236 en Buenos Aires. Además, ya en el año 2000, 95 mil hectáreas estaban en manos de 19 productores y sólo uno de ellos poseía 25.000.
La concentración coexistió con la expulsión de trabajadores. La modernización tecnológica permitió una drástica disminución de los requerimientos de mano de obra que pasaron de 2,5 a 0,5 jornales por hectárea, un aumento sin precedentes de la productividad del trabajo. Su contraparte fue una significativa emigración de la población rural y la virtual desaparición de pequeños poblados. La tradicional articulación entre la gran empresa agraria y los pequeños productores, muchos de ellos indígenas, se rompió. Los campesinos de parcelas de subsistencia comenzaron a encontrar serias dificultades para complementar salarialmente sus ingresos con las demandas estacionales de la zafra de la caña y la cosecha de poroto, actividades que perdieron importancia relativa. A la realidad de los pequeños productores expulsados de sus tierras se suma la de los pueblos originarios, como los wichís. Algunos emigraron a los conurbanos de Tartagal, Embarcación y la ciudad de Salta. Otros se quedaron arrinconados en bosques que retrocedían. Parte de la población criolla del Chaco árido, pequeños puesteros, también debió emigrar, y el resto sobrevive por medio de los escasos ingresos de una ganadería practicada en condiciones cada vez más desfavorables. El fallo de la Corte conocido esta semana se inició con un recurso de amparo de 18 comunidades aborígenes. Que el mismo sistema jurídico que los excluyó de hecho de estas tierras ahora escuche sus demandas es un paso adelante. Sin embargo, será apenas un capítulo: el proceso económico que dio lugar a esta situación está lejos de detenerse.

Por Claudio Scaletta
Fuente: Página 12
Más información: www.pagina12.com.ar


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PABLO BROCH, DIRIGENTE AGRARIO BRASILEÑO: ‘LA SOJA PROMUEVE UN CAMPO SIN AGRICULTORES’

DIRIGE LA ORGANIZACIÓN SINDICAL DE CAMPESINOS MÁS GRANDE DEL MUNDO. DE VISITA EN BUENOS AIRES, ADVIERTE SOBRE LA EXTRANJERIZACIÓN DE LA TIERRA.
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EL MÁXIMO TRIBUNAL FRENÓ LA CONTINUIDAD DE LA TALA DE BOSQUES EN SALTA ANTE UN RECURSO DE AMPARO DE 18 COMUNIDADES ABORÍGENES.
Está en Buenos Aires Pablo Broch, el presidente de la organización sindical de campesinos más grande del mundo: la Confederación Nacional de los Trabajadores en la Agricultura, Contag, que en Brasil agrupa a veintisiete federaciones, cuatro mil sindicatos y tiene a nueve millones de afiliados entre trabajadores rurales, pequeños y medianos productores. Vino a la Argentina para participar de la reunión de la Coordinadora de Organizaciones de Productores Familiares del Mercosur, que integra también la Federación Agraria Argentina, y que promueve la producción en pequeñas fincas, a contramano de la multiplicación de las empresas agropecuarias o de los fideicomisos como los pools de siembra. 

–¿Qué es lo que más les preocupa del presente del campo?

–Ninguno de los países de la región va a tener un modelo sustentable de agricultura familiar si siguen concentrando tierras. En Brasil eso pasa fuertemente, aunque nos ocultan las estadísticas. Pero tenemos muchas empresas, principalmente en el sector de la caña de azúcar, que compraron muchas tierras. En Uruguay existen estudios que dicen que más del 20 por ciento de las tierras no es de uruguayos. Eso es la extranjerización de la tierra. Necesitamos hacer un debate sobre esto con los gobiernos del Mercosur. Y también con la sociedad. Para explicarles lo importante de preservar las culturas y las comunidades. Y la soberanía alimentaria. Porque nuestro modelo de agricultura no sólo discute un modelo productivista sino también una forma de vivir bien el campo. Para eso se necesitan políticas públicas.

–¿La expansión de la soja obstaculiza esa meta?

–No estamos contra la soja. Pensamos que el mundo va a tener que convivir con la soja. El problema es el modo de producción de la soja. Porque en gran parte de Brasil no son los pequeños productores los que siembran soja sino los grandes terratenientes. El problema es que avanza y expande la frontera agrícola. Por ejemplo, en la Amazonia. El problema de la soja, como el de la caña de azúcar, es que cuando no hay control se expande, concentra la tierra, expulsa a los campesinos y promueve una agricultura sin agricultores. Ése es el problema de Brasil y la Argentina, el modelo sojero concentra y expulsa. 

–¿Ése es el gran debate pendiente?

–Hay que fortalecer la agricultura familiar. No queremos que esta producción nos elimine. Ése es el gran debate. Necesitamos repartir la tierra. Necesitamos investigación para fortalecer este modelo que planteamos, no para fortalecer el modelo vigente. Se necesitan cambios profundos. Nosotros no estamos contra la tecnología. La tecnología sirve para beneficiar a la producción y al productor. Pero para que eso se concrete hay que tener acceso a esa tecnología. Además hay otros grandes problemas: media docena de empresas multinacionales manejan el negocio de las semillas y todos los mercados agropecuarios de tecnología y de agroquímicos. En ese modelo se concentra cada vez más la renta, la propiedad de la tierra. Y expulsa. Todo eso hay que repensarlo. Ésa es nuestra lucha. Nosotros estamos contra un modelo que expulsa a millares de propietarios chicos y que en su lugar se hacen grandes extensiones de tierra. Entre 1950 y 1990 la mayoría de la población rural se trasladó a las ciudades. Fue un éxodo rural. Ahora se frenó un poco este proceso porque la mayoría se fue, porque empezamos a luchar por la Reforma Agraria y a ocupar tierras para que la gente pueda tener su pedazo de tierra.

–¿Hay una reforma agraria en marcha en Brasil?

–Hay un proceso. Pero no consideramos que sea ideal. El gobierno de Brasil no lo hace porque la reforma agraria no es una prioridad. Lo mismo ocurre, lamentablemente, en el resto del mundo. Estamos asistiendo a un fenómeno de concentración de tierras, a una suerte de “contra reforma agraria”. 

–¿Qué opinión tiene del largo conflicto rural en nuestro país?

–Nosotros tenemos una opinión formada y documentos firmados desde el inicio del conflicto. Tanto la Contag como la Coprofarm apoyamos incondicionalmente a la Federación Agraria Argentina porque es la entidad más importante de pequeños y medianos productores.

–¿En Brasil existen los impuestos a las exportaciones?

–Según las estadísticas, Brasil es uno de los países que cobra más impuestos. Hay grandes reclamos de empresarios y de sectores medianos para que se baje la carga tributaria. Pero no hay, como en la Argentina, un impuesto directo a las exportaciones. Eso no existe.

Por Rodolfo González Arzac
Fuente: Crítica
Más información: www.criticadigital.com

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