Copenhague: los campesinos pueden enfriar el planeta y alimentarlo






Silvia Ribeiro
Alai-amlatina



En las próximas semanas se reunirá en Copenhague, Dinamarca, la Convención sobre Cambio Climático de Naciones Unidas. El ambiente está caliente, tanto entre los bloques de negociadores oficiales, como en las organizaciones y movimientos, que por primera vez acudirán en decenas de miles al lugar de reunión. No es para menos, el cambio climático es devastador y sus efectos serán cada vez peores, informan los científicos. El tema toca puntos neurálgicos de la civilización petrolera, al mostrar que el sistema industrial del último siglo ha ido destruyendo la vida de la gente y del planeta, en forma irreparable si no lo frenamos ya.

Pese a ello, la vasta mayoría de los gobiernos siguen empeñados en no atacar las causas reales del cambio climático, empujando en su lugar falsas soluciones, basadas en enfoques de mercado y nuevas tecnologías cada vez más peligrosas, que en lugar de mejorar la situación, la empeoran. El tema de la agricultura y alimentación es un claro ejemplo de ello. Los negociadores de cambio climático lo ven como un problema (la agricultura industrial es responsable de un altísimo grado de emisiones de gases de efecto invernadero) pero sobre todo como un campo para ampliar los mercados de carbono, paradójicamente, aumentando la agricultura industrial y sus impactos. Hay propuestas y presiones empresariales para lograr apoyos nuevos a actividades altamente destructivas social y ambientalmente, como monocultivos de árboles y soya transgénica, grandes instalaciones de cría de animales confinados, proyectos masivos de biochar o carbón vegetal (producir masa vegetal para quemarla y enterrarla como carbón en los suelos), entre otras.

Al otro extremo, movimientos como La Vía Campesina, tienen claras las causas y las combaten día a día, pero también presentan soluciones: la agricultura campesina y la producción de pequeña escala puede enfriar el planeta –y lo está haciendo–, además de alimentar a la mayoría de la humanidad.

Un reciente informe del Grupo ETC (¿Quién nos alimentará? www.etcgroup.org/es) analiza estos aspectos y plantea una serie de preguntas claves frente a las crisis climática y alimentaria.

Por un lado, las trasnacionales nos quieren hacer creer que los sistemas alimentarios son una cadena industrial que comienza con Monsanto como dueña de las semillas en un extremo y WalMart como paradigma de los supermercados en el otro, cada vez más industrializado y centralizado. Afirman que sólo ellos podrán alimentar a la población mundial creciente y enfrentar el caos climático, con sus variedades transgénicas y producción masiva y uniformizada. Exigen que los gobiernos sigan apoyando sus patentes, sus tecnologías contaminantes y sus oligopolios de mercado, haciendo la vista gorda a los impactos climáticos y de salud que provocan –que afirman van a absorber con más tecnología, más patentes y más libre comercio.

Por otro lado, la realidad es que los sistemas alimentarios del mundo no son cadenas sino redes, donde muchas personas, actividades, culturas y funciones convergen e intercambian. Más de 85 por ciento de los alimentos son producidos cerca de donde se consumen, a nivel local, regional o al menos nacional, y la mayoría gracias a campesinos y productores de pequeña escala, a indígenas, pescadores artesanales, pastores nómadas y pequeños horticultores urbanos, que en conjunto son más de la mitad de la población mundial, pero alimentan a muchísimos más y llegan a quienes más lo necesitan. Por sus formas de manejo no emiten gases de efecto invernadero sino que los absorben, ahorran agua, conservan los suelos y una enorme diversidad de cultivos, animales domésticos y peces, que son la clave de las adaptaciones necesarias frente a las crisis climáticas. Además, si se toma en cuenta todos los elementos que producen, crecen y recolectan en las pequeñas fincas y no sólo el rendimiento de un determinado cultivo por hectárea, el volumen de alimentos producidos es mucho mayor, más variado y nutritivo que en cualquier monocultivo industrial.

Un artículo de Grain resalta otro aspecto fundamental, relacionado: el cuidado (o destrucción) del suelo y su relación con el cambio climático. (Cuidar el suelo, Biodiversidad 62, www.grain.org/biodiversidad/?id=459) El uso del fertilizantes químicos y otros agrotóxicos, conlleva necesariamente la destrucción de la vida microbiana del suelo y ha sido reconocido como un importante factor de emisiones de gases de efecto invernadero. Los fertilizantes sintéticos, además de lo que emiten, destruyen la capacidad del suelo de captar y almacenar carbono. El artículo presenta un cálculo cuidadoso y realista de cómo si se recupera y estimula la incorporación de materia orgánica al suelo, a partir de prácticas agrícolas, pecuarias y pastoriles de pequeña escala, con diversidad cultural, geográfica y de manejo, resultaría en una importante reducción de emisión de gases de efecto invernadero, pero además tendría el potencial de con el tiempo, absorber las dos terceras partes del exceso de gases de efecto invernadero de la atmósfera, siendo la medida más importante propuesta hasta el momento.

La Vía Campesina y otros movimientos estarán en Copenhague para presentar estas realidades y confrontar a los gobiernos y empresas que quieren que sigamos creyendo que sin sus cadenas no tenemos futuro. La verdad es que solamente sin ellas podremos enfrentar las crisis en que nos han metido.

- Silvia Ribeiro es Investigadora del Grupo ETC.
www.etcgroup.org

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Ser un “container”

Gustavo Duch Guillot
Galicia Hoxe


Todas las noches en los callejones y patios traseros de los supermercados, los contenedores de basuras se atiborran de comida que no pudieron vender, aunque se puede comer. De bastante comida. Dos ejemplos: con el volumen que desechó Carrefour en el 2005 podrían haber comido unos 110.000 españoles durante 365 días. Y s egún los datos del Worldwatch Institut de Washington, en EE.UU. se tira a la basura entre el treinta y el cuarenta por ciento de los comestibles de los supermercados. Mucha gente sabe eso, y saben también en qué lugares y a qué horas se producirá el descargue. Se hacen llamar los “containers”. Algunos lo hacen por la más pura necesidad, para su propia alimentación, otros por conciencia política y recogen acelgas, galletas o yogures a punto de caducar para centros sociales.
Pero la economía del consumismo no puede parar. Para asegurar reponer las estanterías de los supermercados el Gobierno permite y apoya el uso de la fuerza “disuasoria” de las armas en la flota atunera. Habrán visto las fotos de cómo generales en la reserva o ex policías antidisturbios trasmiten sus mejores artes de puntería, de garrotazos y de “arriba las manos que disparo” a jóvenes con nóminas de aúpa. Se trata de garantizar nuestra seguridad alimentaria –dicen- con compañías privadas. Seguratas de la seguridad alimentaria.
Un poco violento, la verdad. En la Cumbre Mundial de la Alimentación celebrada en Roma, hemos visto que ahora lo que se lleva entre los países punteros es la compra de tierras. “Bienvenidos a los Emiratos Árabes” reza un letrero en el interior de Mauritania y medio Madagascar ya lo tiene apalabrado Corea del Sur. Mucho más elegante y barato nos saldría que España comprara Somalia al completo. En las fronteras diría, “Bienvenidos a Españolandia. Degusten nuestro marmitako”
Todo es circular. La colonización se perpetró con el uso de las armas y las doctrinas. Lo explicaba el Arzobispo Desmond Tutu, "cuando vinieron los misioneros a África tenían la Biblia y nosotros la tierra. Nos dijeron: vamos a rezar. Cerramos los ojos. Cuando los abrimos, teníamos la Biblia y ellos la tierra.". Décadas después el credo que reverenciar ha sido la “Mano Invisible” del mercado. Cuando abrieron los ojos se encontraron rodeados por la Armada.

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