¿El principio del final de la vida tal como la conocemos en el Planeta Tierra?






Existe una solución biocéntrica.
Comentario por Paul Watson  
Fundador y Presidente de la Sea Shepherd Conservation Society 
¿Tiene un futuro la humanidad?
Actualmente estamos viviendo lo que los biólogos por la conservación denominan el acontecimiento de extinción holocena, el sexto acontecimiento de extinción global en masa de los últimos 439 millones de años.
Cada uno de los cinco acontecimientos de extinción anteriores provocó la desaparición de entre el 50 y el 95% de las especies. El acontecimiento más reciente ocurrió hace 65 millones de años al final del periodo jurásico, un suceso catastrófico que exterminó a los dinosaurios, el grupo de especies dominante en ese periodo.
La evolución lleva a la disminución de la diversidad biológica a través de la especiación, sin embargo, se requieren al menos 10 millones de años para construir la diversidad de especies al nivel anterior al acontecimiento de extinción en masa.
El mundo de hace diez millones de años, después del estallido jurásico, era totalmente distinto al mundo de los dinosaurios. Tras el acontecimiento de la extinción holocena, en la que nos encontramos hoy, el mundo se verá igualmente alterado y es muy probable que una de las especies que no sobreviva al acontecimiento sea la especie actual dominante, la especie humana.
En cierto modo, el acontecimiento de extinción holocena podría también denominarse ‘suceso holocénico de suicidio colectivo de homínidos.’
Después de todo, nosotros, el Homo Sapiens, somos los últimos supervivientes de la línea homínida, un grupo que ha ido quedándose obsoleto en comparación, por ejemplo, con las 700.000 especies de la familia del escarabajo, lo que hace que haya muchas probabilidades de que la especie de escarabajos sobreviva al acontecimiento, mientras que hace que no haya ninguna de que lo hagamos nosotros.
Pero la realidad de lo que hoy está ocurriendo es el resultado de las acciones colectivas de nosotros, los homínidos. Somos primates despiadadamente territoriales cuya población ha crecido vertiginosamente más allá del nivel de la capacidad poblacional global debido a las mortales características conductuales que manifestamos.
Esto no ocurrió ayer porque de repente nos dimos cuenta de los peligros del calentamiento global sino que empezó hace 50.000 años, cuando un primate con poco vello surgió de forma accidental de África ecuatorial y empezó a hacer desaparecer la megafauna de aquella época. Donde fuera que iba esa criatura (nuestro antecesor), su llegada era seguida por una gran desaparición de megafauna. Los homínidos primitivos eran bandas bien organizadas y eficientes de masacre.
A medida que avanzaban, provocaban deliberadamente fuegos y mamuts, felinos de dientes de sable, osos de las cavernas, perezosos gigantes, camellos, caballos y rinocerontes lanudos caían en sus armas de piedra. La extinción de todas estas grandes megaespecies es directamente atribuible a los cazadores humanos ‘primitivos’. A la caza de la megafauna le siguió el advenimiento de la agricultura y la domesticación de animales seleccionados. Los sistemas de regadío empezaron a intoxicar la tierra, luego le siguieron las actividades industriales y finalmente, la combustión de grandes cantidades de combustibles fósiles.
Consideremos por ejemplo el caso de Australia. Hace más de 50.000 años, había criaturas increíbles que una vez vivieron y se alimentaron en las regiones vírgenes de Australia. Desaparecieron. Fueron víctimas de los vastos fuegos provocados por los primeros habitantes humanos, los antecesores de los aborígenes modernos de hoy, con el fin de quemar la maleza y facilitar la caza o limpiar la tierra. Sea cual fuera la razón, los fuegos fueron devastándolo todo y el resultado fue una extinción masiva de especies, principalmente de la increíble megafauna del continente. Hace unos 50 milenios, los humanos alteraron y transformaron todo el ecosistema de Australia, provocando con fuegos la desaparición de las fuentes de alimento de los animales de pasto tales como el ave sin vuelo de 90 kilos llamada Genyornis newton, el exterminio de marsupiales del tamaño de un oso grizzli, la destrucción de tortugas dos veces el tamaño de aquellas de las Galápagos de hoy y serpientes y lagartos que superaban los 25 pies. En total, la intervención humana eliminó un 85% de la megafauna.
Según una investigación llevada a cabo por científicos de la Universidad de Colorado, la Universidad Nacional Australiana y la Universidad de Washington, el análisis de material orgánico de unas 700 cáscaras de huevo fósiles de la enorme ave Genyornis newton revelaron que las aves vivieron entre una abundante vegetación que de repente se volvió escasa. Esta escasez coincide con el periodo de colonización de Australia por los humanos de Indonesia.
‘Fue una quema sistemática que provocó el colapso catastrófico de los animales más grandes,’ según Gifford Millar en una entrevista desde la Australian Nacional University en Canberra.
‘Los vastos incendios alteraron el medioambiente tan drásticamente que lo que había sido un bosque se convirtió en un paisaje seco de pequeños arbustos y hierbas, donde los animales más pequeños capaces de reproducirse a base de dietas más variadas pudieron sobrevivir mientras que la megafauna desapareció,’ dice.
‘Puede ocurrir en cualquier lugar en cualquier momento: los humanos son parte de cualquier ecosistema, de manera que lo alteramos cuando introducimos gente en ese sistema y a menudo se produce tan rápidamente que el ecosistema no tiene tiempo de adaptarse. El resultado es la extinción,’ dice Millar.
Durante miles de años ha habido un caso de pronunciada merma seguida por una espiral ecológica acelerada cuesta abajo.
Hoy, el aumento de la población humana excede sobradamente la capacidad poblacional y actualmente produce masivas cantidades de desechos sólidos, líquidos y gases. La diversidad biológica se está viendo amenazada por la sobreexplotación, la contaminación, la monocultura agrícola, las especies invasivas, la competición, la destrucción del hábitat, el crecimiento urbano, la acidificación oceánica, la disminución de ozono, el calentamiento global y el cambio climático.
Es un tren desbocado de desastres ecológicos. Es un tren que transporta a todas las especies de la Tierra, poco dispuestas a ello, con los humanos como maquinistas extremadamente insensatos, poco dispuestos a usar el pedal del freno.
Los últimos informes de la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), una base de datos que evalúa el estado global de las 1,5 millones especies de la Tierra con nombre científico, afirma con bastante seguridad que en 2150 perderemos la mitad de ellas.
Es un pronóstico nefasto y sin embargo está extrañamente no aparece en los medios de comunicación. Nadie quiere oírlo. Es deprimente. Preferimos negar colectivamente las realidades ecológicas.
He escuchado a algunos negativistas decir que la extinción de las especies es algo natural. Sí, lo es, sin embargo, el ritmo de extinción normal durante millones de años ha sido de alrededor una especie por año y el nicho vacante lo llenaba rápidamente otra especie que empezaba a especializarse para ocuparlo. Sin embargo hoy, estamos perdiendo especies más rápidamente de lo que pueden reemplazarse y todos los nichos ecológicos se quedan vacíos de manera permanente.
De las 40.168 especies que 10.000 científicos en la UICN valoraron, uno de cuatro mamíferos, una de ocho aves, uno de tres reptiles, una de tres coníferas y otras gimnospermas, se encuentran en peligro de extinción. El peligro con el que se enfrentan otra clase de organismos se ha analizado con menos profundidad,  sin embargo, el 40% de las especies del planeta Tierra examinadas se encuentran en peligro, incluyendo, tal vez, el 51% de los reptiles, el 52% de los insectos y el 73% de las plantas con flor.
La extinción de la fauna marina salvaje se considera, si cabe, mucho más severa, quedando únicamente un 4% del bacalao del norte y capturándose tiburones a un ritmo de cien millones al año.
La medida más conservadora, en base a las extinciones registradas durante el pasado siglo, estima que la velocidad actual de extinción es 100 veces el ritmo original. El biólogo para la conservación de Harvard, Edward O. Wilson, estima que la verdadera velocidad se sitúa entre 1.000 y 10.000 veces el ritmo original. Estamos perdiendo alrededor de 200 especies al día y recuerda que la norma es perder una especie por año.
Wilson pronostica que nuestro curso actual llevará a la extinción a la mitad de todas las especies de plantas y animales en 2100.
Las tendencias están por todas partes y se encuentran en el proceso de una rápida intensificación. Por supuesto, es fácil negarlo y ocuparnos de nuestros asuntos que es la escuela de ‘ignorancia es la felicidad’ de pensamiento.
Sin embargo, ¿haríamos esto si nos hubieran diagnosticado una enfermedad terminal? No, tan lúgubre como sería esa noticia, trataríamos todos los remedios posibles, buscaríamos una curación, intentaríamos sobrevivir.
El ecosistema del planeta es un organismo vivo colectivo que opera de manera similar a aquel del cuerpo humano. El agua es la sangre de la Tierra. Tiene la misma función en el cuerpo como tiene con la Tierra. El agua le transporta nutrientes y desechos al mar, o más concretamente, los estuarios y marismas funcionan como el hígado para la Tierra, limpiando el agua de contaminantes. El agua circula a través del ecosistema desde al mar a las nubes, precipitándose de nuevo a la Tierra y regresando de nuevo al mar, bombeada por la energía del sol, el corazón de la tierra. Es un constante movimiento cíclico de transporte de nutrientes y eliminación de desechos que mantiene la Tierra fértil.
Un río es una arteria o una vena y los riachuelos y arroyos son capilares. Pon una presa en un río y corta una arteria impidiendo el movimiento de los nutrientes río abajo y corta una vena impidiendo eliminar y limpiar el desecho de la Tierra.
El plancton, las plantas y especialmente los bosques son los pulmones, eliminando dióxido de carbono y produciendo oxígeno. La sobrepesca, la captura de plancton y la deforestación están disminuyendo literalmente la capacidad pulmonar global.
Las especies trabajan interdependiente para desarrollar estrategias en beneficio mutuo que mantienen y fortalecen los ecosistemas. Cada especie eliminada empequeñece el sistema y debilita el cuerpo colectivo de la biosfera.
Actualmente, los humanos actúan sobre este cuerpo de la misma forma que un virus invasor, provocando una erosión del sistema ecológico inmune.
Un virus mata a su anfitrión y eso es exactamente lo que estamos haciendo con el sistema que sustenta la vida del planeta. Estamos matando a nuestro anfitrión, el planeta Tierra.
Una vez fui criticado duramente por describir a los seres vivos como de ser el ‘SIDA de la Tierra.’ No me disculpo por ello. Nuestro comportamiento vírico puede ser terminal tanto para la biosfera como para nosotros. Somos simultáneamente el patógeno y el vector, sin embargo, también tenemos la capacidad de ser el antivirus pues solamente nosotros podemos reconocer los síntomas y enfrentar la enfermedad con medidas de control efectivas.
Una vez John Muir escribió que cuando estiras cualquier parte de la naturaleza, descubres que está íntimamente conectada con cada otra parte de la naturaleza.
Los síntomas están delante de nosotros. La disminución de la población de abejas está provocando la merma de plantas que dependen de la polinización. Los ejércitos de hormigas sustentan 100 especias conocidas e identificadas, que van desde los escarabajos a las aves. Las ballenas grises regresan desnutridas a los lagos de Méjico. En nuestros océanos, las poblaciones de tiburones y de grandes peces depredadores se han visto reducidas entre un 65 a 95%. Especies enteras de peces se encuentran en un estado de vertiginoso colapso, especialmente aquellas de valor comercial como el bacalao, el salmón salvaje, el pez espada y el atún.
Durante las dos últimas décadas han sido declaradas extintas setenta especies de rana en Sudamérica. Miles de especies de insectos, sin descubrir ni clasificar, se extinguen en los bosques tropicales.
Recuerdo pasear por las playas del puerto de Vancouver hace unas pocas décadas. Cada piedra que inclinaba despachaba un frenesí de angustiadas crías de cangrejo escabulléndose en busca de otro refugio. Me fascinaba la gran cantidad de diminutos crustáceos que llegaba a observar en esos paseos. Hoy, no he encontrado ni a un sólo cangrejo debajo de ninguna roca. Las recogieron los inmigrantes vietnamitas que descendieron como langostas a estas playas y las dejaron desiertas. Y la crítica a esa explotación inmediatamente respondió con acusaciones de racismo.
Hoy, el racismo, los derechos culturales y el derecho a explotar la naturaleza para beneficio comercial son las armas empleadas para defender la sobreexplotación de las especies y la destrucción del hábitat natural.
Un suceso de extinción es un proceso de rápida aceleración. El número de especies eliminadas será más elevado que el número de especies anfitrión.
Sólo existe un remedio, una única forma de detener esta epidemia creciente de extinciones. Aunque posible,  la solución requiere de un esfuerzo extraordinariamente inmenso por parte de toda la sociedad de humanos.
Necesitamos devolver las tierras salvajes al planeta. Tal como una vez formuló poéticamente Joni Mitchell, necesitamos ‘regresar al jardín.’
Es un proceso que requerirá de una completa reforma de todos los sistemas culturales, humanos y estilos de vida. Establecer soluciones dentro del contexto de nuestra mente antropocéntrica actual es imposible, requiere una completa transformación de todas las realidades del humano.
Sin embargo, la alternativa es inconcebible. A menos que no abordemos el problema, nos enfrentaremos a una total transformación del planeta que pasará de una diversidad a un ecosistema lacerado, debilitado y destrozado por la extinción en masa y el colapso de la biodiversidad.
Hace ciento cincuenta años, Henry David Thoreau escribió que ‘en la fauna salvaje está la preservación del mundo.’
En lugar de estar viviendo en comunidades humanas que encierran minúsculos ecosistemas, deberíamos mantener pequeñas poblaciones dentro de ecosistemas salvajes interconectados. Ninguna comunidad humana debería ser superior a las 20.000 personas y deberían estar separadas las unas de las otras por áreas salvajes. Los sistemas de comunicación podrían relacionar las comunidades.
En otras palabras, la gente debería localizarse en parques dentro de ecosistemas en lugar de parques ubicados en comunidades humanas. Necesitamos zonas amplias del planeta donde no vivan humanos y las otras especies sean libres para evolucionar sin la interferencia humana.
Necesitamos reducir, radical e inteligentemente, las poblaciones humanas a menos de un billón. Necesitamos eliminar el nacionalismo y el tribalismo y convertirnos en Earthlings y como tales, reconocer que todas las otras especies que viven en este planeta son también ciudadanos compañeros y también Earthlings. Este es un planeta de increíble diversidad de formas de vida y no un planeta de una única especie, como tantos de nosotros cree.
Necesitamos detener la combustión de combustibles fósiles y usar únicamente el viento, el agua y la energía solar suministrados por unidades individuales como molinos de viento, ruedas de agua y paneles solares.
El transporte marítimo debería ser a vela. Los grandes clippers fueron los mejores barcos jamás construidos y serán suficientes para cubrir nuestras necesidades. Cuando fuera necesario el transporte aéreo debería llevarse a cabo mediante dirigibles impulsados con energía solar.
Todo el consumo debería ser local evitando el transporte de productos alimenticios a cientos de miles de millas. Toda la pesca comercial debería abolirse y si las comunidades locales necesitaran pescado, éste debería capturarse individualmente y a mano.
Deberían adoptarse dietas preferiblemente veganas o vegetarianas. Necesitamos eliminar los rebaños de animales con pezuña, como vacas y ovejas, y  reemplazarlas por animales salvajes con pezuña como el visón y el caribú y permitir que esas especies satisfagan las adecuadas funciones en la naturaleza. Necesitamos restablecer la relación presa depredador y hacer regresar al lobo y al oso. Necesitamos los grandes depredadores y animales de pezuña, no como alimento sino como guardianes de la tierra, que absorbe el dióxido de carbono y produce el oxígeno. Necesitamos vivir con ellos en respeto mutuo.
Necesitamos eliminar y destruir todas las vallas y fronteras que prohíben a la fauna salvaje moverse libremente por la tierra. Necesitamos reducir las poblaciones de perros y gatos domésticos. Actualmente, los gatos domésticos consumen más pescado que todas las focas juntas del mundo y hemos convertido a la vaca en el mayor depredador acuático del planeta porque más de la mitad de todo el pescado capturado del mar es convertido en harinas para el alimento animal.
Necesitamos dejar de volar y dejar de conducir coches y vehículos náuticos recreativos. Los Mennonites sobreviven sin coches y por tanto también podemos hacerlo el resto de nosotros.
Podemos quedarnos con la tecnología pero dentro del contexto del mensaje simple de Henry David Thoreau de ‘simplificar, simplificar, simplificar.’
Necesitamos sistemas económicos que proporcionen educación, médicos y de seguridad sistemas de apoyo a todo el mundo sin la producción en masa ni la vasta utilización de los recursos. Sólo funcionará dentro del contexto de una población global mucho más pequeña.
¿Deberíamos tener niños? Aquellos que sean responsables y entregados completamente a la responsabilidad  y que actualmente conforma un mero porcentaje de humanos. Ser padre debería ser una carrera. Mientras algunos son ingenieros, músicos o abogados, otros, con el deseo y las destrezas, pueden ser padres y madres. Las escuelas pueden eliminarse si la profesión de padre es también ser el educador del niño.
Este enfoque de padres es radical pero es preferible a un sistema donde se espera que todo el mundo tenga hijos para conservar elevada la población de consumidores con el fin de mantener las ruedas de la producción en movimiento. Un sistema económico y político que depende del continuo crecimiento no puede sobrevivir a la ley ecológica de los recursos finitos.
Por supuesto existe una complejidad de problemas para ajustarlo todo a un nuevo diseño que simplemente nos permitirá sobrevivir a las consecuencias de nuestra anterior locura ecológica.
Cuidar un cuerpo enfermo de cáncer requiere terapia radical e invasiva y por tanto, curar la biosfera del virus humano también requerirá de un enfoque radical e invasivo.
No será fácil, pero es mejor que la alternativa.


Paul Watson
Traducción: Ocean Sentry

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