Las eminencias y los ricos






Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)

Sólo a nosotros, el vulgo, nos está permitido hablar de nosotros, porque si no nadie lo haría. Yo hoy quiero hablar de mí, y de lo que suscitan en mí las eminencias y los ricos.

Las eminencias, desconfianza. Nadie puede poseer una inteligencia en la sociedad tan superior que merezca veneración salvo que se asocie la inteligencia a la capacidad creativa en el arte, en la manualidad o en la ciencia. Y es precisamente en estos tres ámbitos donde el capitalismo minusvalora la inteligencia y se limita a extraer beneficios no precisamente para el creador sino para los que la explotan. Por eso desconfío de los laureados. Rara vez coinciden sus merecimientos con los galardones y menos con su riqueza.

En cuanto a los ricos de este mundo y especialmente a los que veo en sus mansiones lujosas cerca de mí, me inspiran dos sentimientos encontrados. El uno es un atronador aborrecimiento, el otro desde luego en absoluto es la envidia sino la compasión. No puede odiarse más a un ser humano y al mismo tiempo compadecerse de él de lo que yo les odio y les compadezco. Y los compadezco, porque sufren ansia crónica de poseer más y más, y tiemblan vitaliciamente por poder perder lo que tienen. Por tanto carecen de otro criterio firme que no sean dos obsesiones: tener más y reclamar al mundo más seguridad para sus fortunas. Ahí se agota su desparpajo para enriquecerse a costa, siempre, de los demás.

Los ricos son el testimonio viviente y el monumento de piedra a pie de calle de la usurpación, del expolio, del engaño y hasta del crimen si hacemos caso a aquellos que dicen que detrás de toda fortuna hay por lo menos uno. No es posible sino mediante alguno de los cuatro caminos hacerse rico, excepto por vía hereditaria. Y en este caso si la conciencia no remuerde al legatario, es porque ha sabido sobornársela, aunque sabiéndose inmerecedor de ella generalmente pronto la malbarata.

Los límites de la riqueza y de la pobreza son claros: nadie debe ser tan rico como para comprar a otro, ni tan pobre como para tener que venderse. Y cuando digo venderse no me refiero al cuerpo, sino a su conciencia: lo único que nos hace dignos de ser humanos

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