Avatares





Por Pablo Cingolani

Habrá que estudiar qué influencia puede tener esta cinta en la toma de conciencia de la necesidad de no agredir más ni a la naturaleza ni a los pueblos indígenas. En realidad, supongo que no tiene ninguna o que su influencia durará hasta que las multitudes vuelvan a ser narcotizadas con otros Titanics y otros Terminators. Es, no lo dudo, una película hipócrita: hasta ganan los indios. Y los indios, así como muestra la ficción, no ganaron nunca. Siempre han terminado siendo humillados, asesinados, esclavizados. Los pueblos de la selva siguen siendo avasallados en sus derechos, sus aldeas siguen siendo quemadas y sus tierras, despojadas o amenazadas.
a Paola Escobar y demás compañeros del monte santiagueño


Jake Sully, el héroe de Avatar, me recuerda a un personaje de la historia que, fuera de México, casi nadie conoce: Gonzalo Guerrero. Igual que el mutilado marine de la multimillonaria cinta creada por Cameron, Gonzalo se pasó de bando. Pero su peripecia personal es más rica y más emocionante aún que la vida de ficción que retrata el celuloide. Y creo que aporta mucho más, si la reflexionamos, que la saga de los Na´vi. Ante todo, porque es una historia que verdaderamente sucedió. Gonzalo Guerrero, El renegado como lo citan las crónicas, es historia, es nuestra historia. Avatar, no se: ¿qué será?
Sin embargo, es cierto, Avatar se ha convertido en un fenómeno de masas. Como en su momento, lo fue Titanic, Tiburón o Rambo. No me interesa hablar de la industria cultural norteamericana, de las implicancias de Hollywood en el contexto de la globalización económica y la búsqueda de imposición de un pensamiento único. No me interesa hablar de ello y de Avatar, un producto más de ese pulpo ideológico, sostén superestructural de la ofensiva trasnacional. No me interesa hablar de lo obvio, tan obvio que ya poco se lo cuestiona. Supongo, por anotar algo, que los 500 millones de dólares que se invirtieron para realizar esa película, podrían haber tenido mejor destino para ayudar a los Na´vi reales que hoy existen en el mundo entero y confrontan el mismo dilema que ellos: enfrentarse al poder que busca apoderarse de sus tierras y de los recursos naturales que ella encierra, o perecer.
Habrá que estudiar qué influencia puede tener esta cinta en la toma de conciencia de la necesidad de no agredir más ni a la naturaleza ni a los pueblos indígenas. En realidad, supongo que no tiene ninguna o que su influencia durará hasta que las multitudes vuelvan a ser narcotizadas con otros Titanics y otros Terminators. Es, no lo dudo, una película hipócrita: hasta ganan los indios. Y los indios, así como muestra la ficción, no ganaron nunca. Siempre han terminado siendo humillados, asesinados, esclavizados. No me acuerdo donde leí que durante las llamadas Guerras Comuneras del Perú serrano de los 60 del siglo pasado, mostraban en los pueblos de los Andes las películas de John Wayne donde los pieles rojas seguían muriendo como cuando los mataba Sheridan, ese general-filósofo norteamericano que acuñó la tan acatada sentencia de que “el mejor indio es el indio muerto”. De ver esas películas, los serranos sí salían indignados y sublevados y se iban a quemar la casa de los patrones.
Es que la realidad es la realidad. Y Hollywood, por más verde que se pinte, sigue siendo la realidad de los poderosos. Y en esa realidad, los indios no ganan, simplemente pierden. En la Argentina de finales de los 60 y principios de los 70, hubo un fenómeno similar con el documental La hora de los hornos, de Solanas y Getino. El audiovisual describía la lacerante realidad de una Argentina despojada por los poderes trasnacionales y humillada hasta la vergüenza y terminaba con la imagen emblemática del Che Guevara, asesinado pero con los ojos bien abiertos, expuesta por varios minutos. La cinta fue vista clandestinamente por más de medio millón de personas y fueron muchos los que después de verla y conmoverse, se volvieron militantes, activistas, defensores de los derechos humanos, gente comprometida, guerrilleros. El secreto a voces de La hora de los hornos –un dicho del inmortal José Martí- era que reflejaba nuestra realidad. Y la hicimos nosotros. Desde acá. Con dos pesos. Pero con ardor patriótico y compromiso social. Ese intangible no tiene Avatar. Son espejitos de colores, como los que popularizó Colón.
De allí que creí que, para el puñado de gente que me lee, sería importante asociar esta película con Gonzalo Guerrero, el español que se volvió maya, el maya que se volvió líder, el líder que murió combatiendo contra sus propios compatriotas. Para que, en medio de tanta cháchara en torno a Avatar, alguna cosa con sentido quede. Pero incluso dudo de eso.
Ya escribí sobre la heroica y ejemplar figura de Guerrero hace diez años (en Fondo Negro, el suplemento literario de La Prensa, cuando fugazmente lo dirigió Sergio Cáceres, y publicó algunos artículos míos, porque era mi amigo); aparte ahora existe Wikipedia y allí pueden leer una biografía muy completa, así que el que quiera saber sobre este verdadero antecedente del internacionalismo armado, entre en la enciclopedia virtual y lea. No tiene desperdicio. Te hace sentir bien saber que hubo hombres como Gonzalo Guerrero. Debería haber miles de Gonzalos Guerreros.


Ese es un punto que sería sano debatir y no Avatar. Por qué hubo Malinches y por qué hubo Gonzalos Guerreros, ya que el andaluz no fue el único que se “aculturó a la inversa”, como dicen los antropólogos. Porque sigue habiendo Malinches, aunque usen pantalones, y si hay nuevos Gonzalos Guerreros, aunque no luzcan plumas ni se tatúen el cuerpo. Porqué hubo una rebelión indígena tras otra, y porqué las sigue habiendo.
Es que se ha generado cierta expectativa en torno a Avatar, en líderes y en organizaciones de las llamadas progresistas. Y la verdad, yo no entiendo. Algunos inclusive proponen difundir Avatar entre las comunidades indígenas. Tampoco lo entiendo.
Hace poco estaba en la comunidad ese-eja de Portachuelo Medio, a orillas del río Beni, en el TIM2, el Territorio Indígena Multiétnico Dos, en el departamento de Pando. Unos tipos de la ciudad, como digamos James Cameron, pero que eran bolivianos, para “sensibilizar” (eso dijeron) a los indígenas –había compañeros ese ejas, pero también cavineños y takanas- en torno al cambio climático (y ese mecanismo perverso que es el REDD), estaban pasando la película de Al Gore, por la cual el ex vicepresidente yanqui, promotor mundial de los biocombustibles, y por ende de la destrucción de la selva, recibió el Premio Nobel. Los hermanos se defendían de semejante agresión imperialista e imbécil, de la mejor manera: se dormían de lo lindo. Desde ya, Avatar es mucho más entretenida que ese bodrio llamado Una verdad incómoda, y la historia de Sully es más atractiva que verle la jeta a Gore durante casi dos horas, pero, en el fondo, creo que difundirla entre los indios amazónicos, es lo mismo: una cruel ironía y una falta de respeto.
Mientras Avatar se exhibe y se exhibe en la aldea global, recaudando más millones de dólares que lo que costó producirla, o sea: justificando el negocio, los pueblos de la selva siguen siendo avasallados en sus derechos, sus aldeas siguen siendo quemadas (como viene denunciando la CIDOB con relación a la comunidad La Selva dentro de una concesión forestal de la empresa Mabet) y sus tierras, despojadas o amenazadas por la misma clase de hijos de puta que retrata la película. Creo que frente a esta situación, los indios no tienen tiempo de verla: deben defenderse de las agresiones.
Después, creo que ya es tiempo que comprendamos que nada tienen que enseñarnos los tan creativos cerebros del norte industrializado. Si son sensibles y solidarios, en todo caso, deberían abrir sus corazones a lo que, por culpa de ellos, está pasando aquí en el sur. En todo caso, propongo que, más que ensoñarnos con Avatar, la CNN debería transmitir en directo todo un día, toda una semana, todo un mes, lo que sufren las comunidades indígenas de la Amazonía la ofensiva de los petroleros, de los mineros, de los soyeros, de los ganaderos, por la construcción de carreteras y mega represas, y como los gobiernos los apoyan en función de la estrategia de penetración más ambiciosa (el “famoso” IIRSA) que encabeza el gobierno de Hollywood y como si hay resistencia, les meten palo, como en la película, como en Baguá, como en Porvenir, como ha sido siempre. Esa es nuestra realidad real. Esa es la realidad que debemos cambiar. Y Avatar no inspira eso. Brilla como una estrella enana: aunque veamos su resplandor, ya está muerta desde hace millones de años.
Abramos los ojos y deslumbrémonos con el sol de las luchas. Con Juan Cadena, con tantos compañeros, pensamos que este es el momento histórico para hacer grandes puestas en escena, como la que retrate la lucha de Tupac Katari y Bartolina Sisa, por ejemplo. Una película que movilice a las comunidades porque serían las mismas comunidades su protagonista principal. Una película que debería encararse como un proyecto cultural de Estado, para contribuir a la descolonización. Como narrar la historia de Tarano o del indomable Santos Pariamo. Rodar la saga de la resistencia aymara, guaraya o mojeña. Contar el espacio-tiempo, la pacha, de la plurinacionalidad.
Pero no: por ahora, seguimos viendo Avatar.
Y así nos va.

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