No existe voluntad de unidad'




Leonardo Boff hace mención, en un artículo publicado en esta misma página Web, a unas palabras de Jesús... 'Si no os convertís, todos pereceréis'. También actualiza y puntualiza dichas palabras para que sean más comprensibles... 'Si no cambiáis de modo de ver y de actuar, todos pereceréis'.
A continuación se centra en la conferencia de Copenhague sobre el cambio climático y su ya conocido y lamentable fracaso. Pero las palabras en sí y su dimensión conciernen ahora mismo a todos los habitantes del planeta y a todas las circunstancias que vivimos y que nos rodean.
Y la conclusión más evidente que se puede sacar es que no existe voluntad para la unidad. O sea, no existe intención de unirse todos, no está despierta la necesidad de unirse, no hay ideas, pensamientos ni proyectos para la unidad global.
Eso es así, sencillamente, porque el egoísmo, tanto individual como grupal o nacional, sigue siendo quien manda y quien marca las directrices a seguir.
El ser humano no ha superado aun la asignatura de cambiar el egoísmo por el amor, por la unidad. Por tanto, las mentes trabajan, fabrican ideas, utilizando la sustancia, la energía egoísta, que produce obsesión, obcecación, en aquello que se supone que es bueno para uno mismo, o para un determinado país, o una determinada empresa. Pero no se contempla lo que es bueno para todos.
Ello conlleva, como consecuencia, una visión miope y distorsionada de la realidad, y la realidad en estos tiempos nos dice que para no “perecer” tenemos que actuar como grupo unido, como una humanidad unida. Pero, en ese aspecto, la humanidad, el ser humano, no evolucionó nada desde la prehistoria.
Por tanto, tal y como ya sucedió otras veces en la historia de este planeta, vamos derechos a una catástrofe global, catástrofe que no se puede comparar con ninguna conocida porque, en este caso, la mano del hombre aporta muchos de los argumentos que nos conducen hacia esa destrucción.
Y, tal vez, lo más lamentable, es que esta vez la estupidez humana es la gran protagonista, porque ahora existen medios para preverla y también para, al menos, suavizarla, pero no existe voluntad para ello, y no existe voluntad porque la voluntad necesita la base del amor para ser constructiva, para ser una fuerza regeneradora y transformadora.
Algún día se comprenderá que, en realidad, la humanidad está sufriendo un examen, una evaluación, de la que saldrá una síntesis y la apertura posterior de un nuevo curso superior, más avanzado. Eso si, para los que aprueben.
La asignatura sobre la que se nos examina es el Amor, asignatura impartida por Jesús hace dos mil años. Pero incluso la figura del profesor, su existencia, es cuestionada por muchos y manipulada por otros muchos.
Siendo así es difícil que la esencia de su enseñanza pueda ser aprovechada y utilizada. Pero eso no evita que los procesos planetarios sigan su curso y que los cambios sean inalterables.
Y como Jesús lo sabía, sabía que llegaría el tiempo del examen, pues ya lo anunció con frases como las enunciadas al principio. Y otras muchas que nos dejó como aviso, como recomendación, como consejo.
El también dijo que todos éramos hijos del mismo Padre y, por tanto, hermanos. Luego nuestro deber, nuestra obligación, es unirnos. ¿Por qué somos tan reacios a la unidad? Pero si, además, ya tenemos la evidencia científica de que lo que está en juego es el planeta, su supervivencia, y la de toda la humanidad, pues entonces el “unirnos”, el “unir fuerzas y capacidades”, deja de ser un acto de fe para convertirse en un acto de supervivencia.
Vivimos en los tiempos en que lo anunciado ya se puede tocar, comprobar, y también sufrir. No es por tanto cuestión de creencias ni de perdernos en debates absurdos.
En cualquier caso, lo que queda como muy evidente es que la solución no está en manos de los gobiernos, ni de las grandes empresas, ni de las religiones. O sea, no está en manos de los poderosos. Y no está en sus manos porque están cegados por el poder. Son los más ignorantes, los más ciegos, los más estúpidos.
Pero si ellos poseen los medios ¿Qué nos queda? La respuesta, una vez más, está en la unidad de los pueblos, en la energía del Amor aplicada al concepto Pueblo Universal y transformada en voluntad de acción.
¿Es posible? Sí, aunque probablemente sea demasiado tarde para evitar lo anunciado, para frenar esta loca y absurda carrera hacia la destrucción global, pero al menos serviría para sentar las bases de otro futuro, para comprobar la fuerza que existe en la unidad, en la energía del Amor existente en los corazones de los seres humanos.
Porque aunque es algo muy repetido, muy oído, hasta ahora nunca fue realmente comprobado. Es, repito, la gran asignatura pendiente.
Pero también es algo que las mentes egoístas no comprenden y no perciben.
El problema está en que dichas mentes son las que manejan los hilos del planeta.
Tal vez por eso todos, en nuestro interior, conocemos el final de esta historia.
La esperanza está en que a la vez que se desarrolla el acto final, también se esta desarrollando el principio de una nueva historia, de un nuevo ciclo para la humanidad.
Y si comenzamos con una frase de Jesús, bien podemos cerrar con otra: “Quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que oiga.

Fuente: Editorial Revista Fusión.com

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