Seso, mentiras y termoeléctricas






MIGUEL MÁRQUEZ

Director Ejecutivo de SEI Ltda. y de Energiainteligente Ltda. Profesor Adjunto del Instituto de Economía, Universidad Austral de Chile e investigador Asociado al Programa Aguas y Energía de la Universidad de los Lagos y consultor de la Comisión Nacional de Energía (CNE)

Hace unos días atrás, escuché a un par de ex Secretarios Ejecutivos de la Comisión Nacional de la Energía (CNE) referirse a la supuesta crisis eléctrica y justificar —a partir de ésta— Hidroaysén, la opción nuclear y evidentemente las termoeléctricas (cualquiera). Era uno de los coros de fondo que le faltaba a las empresas eléctricas y a los responsables de la política eléctrica del país —si ella existe— para justificar lo que viene. Los argumentos expuestos se debatían entre la pura y simple ignorancia hasta la destemplada desinformación o afirmaciones falaces. Y aparentemente están concientes de lo que hacen  -o más o menos- en su rol de consultores de mineras y de eléctricas, luego de haber sorteado más mal que bien un breve servicio en las salas y meandros estatales.
En Chile, por lo demás, no tienen problema para decir una y otra vez lo que afirman, pues los medios carecen de memoria y de profesionales de la prensa suspicaces. ¿Alguna duda? Casi todos los altos funcionarios de la (supuesta) política energética, que jamás Chile ha adoptado, han sido los responsables de las sempiternas dificultades entre oferta y demanda eléctrica, de no contar con instrumentos adecuados para enfrentar la volatilidad de los precios del petróleo, del sostenido aumento de los precios de la energía y de un largo etcétera. No obstante, exentos de pudor, dan entrevistas en los medios explicando “la crisis” energética (léase eléctrica) y sugiriendo opciones. Veamos algunas de las mentiras (falacias, preciso).
Chile—señalan— “requiere de más energía para crecer, pues somos un país en vías de desarrollo”. Falso. Chile requiere de usar mejor su energía, probablemente “energizar” ciertas actividades, pero no hay mejor ni más barato kW ó m3 que aquel que no se usa. ¿Quién lo dice? La experiencia de más de 30 años de países de la OCDE, es decir, los países desarrollados y ricos. Dicho sea al pasar, en este contexto no sé cómo conjugan OCDE, hoy socios nuestros, con nuestra condición de país en vías de desarrollo, en que se esmeran de catalogarnos expertos, consultores e industriales de mundo eléctrico nacional para justificar opciones tecnológicas caras y contaminantes (Hidroaysén, termoeléctricas, y ni qué decir la nuclear). Éstas,  si bien resultarán en pérdida de competitividad del país, aumento de la dependencia y de la calidad del medio ambiente, son excelentes negocios para las empresas eléctricas.
Chile—señalan— “requiere de más energía para crecer, pues somos un país en vías de desarrollo”. Falso. Chile requiere de usar mejor su energía.
Chile, se señala, “posee muchos pobres” y se requiere más energía para el desarrollo con equidad (lema acuñado durante la Concertación y que dejó en la antesala de la aprobación proyectos como Isla Riesco, Hidroaysén y cerca de una decena de termoeléctricas). Falso. Falsedad a medias en realidad. No menos del 70% del crecimiento de la demanda eléctrica se debe a la voracidad de la minería. A éstas les vale madre que siga aumentando el precio de la energía en el mundo (eléctrica y derivados del petróleo), pues al precio récord del cobre la energía se vuelve un dato cada vez menos relevante. ¿Y los pobres en este cuento? Pagarán cada vez más por la energía, aumentos de valor jamás asumidos por los esmirriados subsidios que prevén las reglas en juego.
En un estudio que dirigí en 2008, demostramos que la participación de la energía en los presupuestos familiares pasó de 1,8 a 2% en el quintil más rico, y de 6 a casi 14% en el más pobre. Si a esos datos incluimos la leña —energético más usado en las viviendas chilenas, en promedio—, la participación ascendía a casi el 20%. Entre los años 1996–2006, el aumento en los precios de la energía se comió casi la totalidad de los aumentos en los ingresos de los sectores pobres. Y más lejos del centro, más cara es la energía. Y peor si perteneces a alguna etnia mapuche, huilliche, etc., pues tendrás menos acceso a la electricidad o sencillamente no la tendrás.  La verdad es que la cuenta de la energía en Chile y el sostenido aumento que éstas sufrirán en los próximos meses la pagarán las familias, las Pymes y el medio ambiente, como ha sido la tónica en estas tres últimas décadas.
Una de las peores falacias de expertos y consultores regalones de eléctricos nacionales, tiene que ver con las afirmaciones respecto de lo que pasa en el mundo en general en materia energética y respecto de las alternativas tecnológicas y económicas que campean y lideran en las estrategias de los países desarrollados (incluyo a China). Pese a que en los medios nacionales afirman que son las termoeléctricas y las grandes hidráulicas, cuando no las centrales nucleares a fisión, las que se desarrollan en el mundo, la verdad es otra: no existe país de la OCDE que no posea como meta central de su estrategia energética al 2030 o 2050 —la energía requiere de esos plazos que Chile y sus autoridades desconocen pues están reñidas con las tasas de interés, por definición de corto plazo— medidas relacionadas con: el cambio en patrones de consumo, uso eficiente y conservación de la energía, centrales hidráulicas sustentables (< 100 MW), cambio en procesos (industria y minería), intenso apoyo a la cogeneración, fuentes renovables de energía, y créanme, una relativamente larga lista de opciones sobre la cuales los responsables de las empresas energéticas y autoridades en Chile ni siquiera balbucean.
Para un real y verdadero despliegue de capacidades y recursos, no obstante, Chile está lejos, muy lejos, de recuperar terreno y adoptar opciones promisorias que configuren las bases de un verdadera política energética —¿habrá que decir por enésima vez que la electricidad sólo equivale a un 20% de la matriz energética?—. Cualquiera sea la opción tecnológica adoptada, de no cambiarse las reglas del juego de los mercados energéticos que propicia que paguen algunos y se embolsen las ganancias muy pocos —con sismo o sin él, con crisis o sin ella— nuestra competividad se verá paulatina pero certeramente disminuida, y nuestros ecosistemas sensiblemente deteriorados.
Mal, decididamente, mal. El desarrollo del sector energético continúa descansado en el aumento sostenido de precios y tarifas, nula innovación e inversión en investigación y desarrollo en energía, un marco regulatorio que fomenta el circulo vicioso ventas/utilidad favoreciendo el despilfarro, un mercado opaco, poco eficiente y concentrado.  A ello se suma la crónica falta de visión de los partidos políticos de la Concertación y la Alianza unidas.
Las medidas anunciadas hace pocos días atrás para enfrentar una probable crisis de electricidad son tan viejas como la falta de creatividad de los responsables de la energía en Chile. La reducción de voltaje, el ahorro de electricidad impulsado por la propias eléctricas (¿?), apagar la luz, o desconectar aparatos por el consumo vampiro y otras joyitas como éstas, ya fueron implementadas en 1999, 2004, 2008, e incluso antes. ¿Y cuál fue el resultado? Chile se sigue debatiendo entre la dependencia y vulnerabilidad merced a la ignorancia de unos pocos, el lucro de unos cuantos, y la falta de seso de otros. Y ojo, la Concertación no alcanzó a privatizar el sol, pero algunos creativos de la Alianza buscan los recursos.

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