El peligroso incesto entre política y finanzas




En Estados Unidos es práctica común que altos ejecutivos de los más poderosos bancos y fondos de inversión pasen a ocupar los puestos de máxima responsabilidad económica del Gobierno, y que quienes dirigen las cuentas públicas salten un día a Wall Street con sueldos multimillonarios. Dicho trasiego se conoce en el mundo anglosajón como “puerta giratoria” y constituye la demostración más palpable de la relación incestuosa que se ha establecido entre el poder político y el financiero, con un apabullante dominio del segundo sobre el primero. Ese descarado trasvase en las altas esferas, muy bien retratado en el documental Inside Job, se está extendiendo últimamente en Europa, con los graves riesgos que ello entraña para la defensa de los intereses de los ciudadanos frente a las grandes poderes económicos. En este momento, 14 de los 27 países de la UE han colocado a banqueros o gestores de fondos al frente de sus ministerios de finanzas o de sus bancos centrales. Y al menos cuatro excomisarios del equipo de Durão Barroso han pasado a grandes compañías financieras. Quizá los casos más paradigmáticos de este baile de fichajes sean los del nuevo gobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi, y el flamante primer ministro italiano, el “tecnócrata” Mario Monti, que estuvieron vinculados a Goldman Sachs. Expertos internacionales consultados por este diario no vacilan en describir lo que ocurre como una “dictadura financiera” o un “golpe de Estado financiero”. Y los líderes políticos, desafortunadamente, no ofrecen argumentos convincentes para rebatir esas afirmaciones sombrías.
publico.es

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Por: Jordi Pigem
Lo que ha entrado en crisis no es solo el neoliberalismo, ni siquiera el capitalismo. Podríamos decir que ha entrado en crisis el economicismo, la visión del mundo que considera la economía como el elemento clave de la sociedad y el bienestar material como clave de la autorrealización humana. El economicismo es común al capitalismo y el marxismo, y durante mucho tiempo a la mayoría de nosotros nos pareció de sentido común —pero hubiera sido considerado un disparate o una aberración por la mayoría de las culturas que nos han precedido, que generalmente veían la clave de su universo en elementos más intangibles, culturales, religiosos o éticos.
En el fondo, sin embargo, no sólo ha entrado en crisis el economicismo, porque la crisis actual es sistémica y no sólo económica. Tiene una clara dimensión ecológica (pérdida de biodiversidad, destrucción de ecosistemas, caos climático), pero también hay crisis desde hace tiempo en la vida cultural, social y personal. La sociedad, los valores, los empleos y hasta las relaciones de pareja se han ido volviendo cada vez menos sólidos y más líquidos, en la acertada expresión del sociólogo Zygmunt Bauman. Disminuyen las certezas y crece la incertidumbre en múltiples ámbitos, incluso en las teorías científicas que en vez de volverse cada vez más simples y generales se vuelven más parciales y complicadas.
Vivimos una crisis sistémica, que habíamos conseguido ignorar porque el crecimiento de la economía nos hechizaba con sus cifras sonrientes y porque los goces o promesas del consumo sobornaban nuestra conciencia. Pero el espejismo del crecimiento económico ilimitado se desvanece y de repente nos damos cuenta de que no podemos seguir ignorando la crisis ecológica, la crisis de valores, la crisis cultural. Tenemos cantidades ingentes de información, centenares de teorías y muchas respuestas, pero la mayoría sirven de muy poco ante las nuevas preguntas. Lo que ha entrado en crisis es toda la visión moderna del mundo, que de repente se nos aparece obsoleta y pide urgentemente ser reemplazada por una visión transmoderna, más fluida, holística y participativa.
Una visión del mundo no es una simple manera de ver las cosas. Determina nuestros valores, dicta los criterios para nuestras acciones, impregna nuestra experiencia de lo que somos y hacemos. En el fondo podríamos decir que lo que finalmente ha entrado en crisis es el ego moderno, toda una forma de estar en el mundo basada en un complejo de creencias que inconscientemente compartíamos.
La crisis no solo es una oportunidad para avanzar hacia economías y sociedades que sean más justas, sostenibles y plenamente humanas. También es una alarma que ha saltado porque ya es hora de despertar. Porque la economía global era como un gigante sonámbulo, que avanzaba a grandes zancadas sin saber a dónde iba, sin saber lo que estrujaba bajo sus pies, inmerso en las ensoñaciones de una visión del mundo caduca. Por ello la crisis es como una vigorizante ducha fría. Una oportunidad para despertar.”
Ilustracion: Rebelion

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