Permacultura: Una filosofía con los pies en la tierra

Alrededor del mundo existe una extensa y diversa red de pequeños grupos que están rediseñando su estilo de vida, contribuyendo así a la creación de una nueva cultura sustentable. Nacido en el corazón de Tasmania, el concepto de permacultura se expande generando comunidades y ecosistemas cuyo diseño está basado en la observación de la sabiduría de la naturaleza y en las experiencias de culturas tradicionales sustentables. Nuestra cronista Silvina Miguel, en su viaje personal hacia la Madre Tierra, nos lleva de la mano a comunidades de Latinoamérica y el sudeste asiático que vienen implementado la permacultura beneficiosamente.

Asomaba 2015, y la realidad tal y como yo la conocía había dado un giro de trescientos sesenta grados. Estaba precisamente en el mismo lugar en el que había estado tantas otras veces en el pasado. La sabiduría china sostiene que cuando una situación alcanza su punto extremo está destinada a darse vuelta y convertirse en su opuesta. Así que decidí sacarme del lugar en el que estaba parada en mi vida, y partir rumbo a una realidad ciento ochenta grados diferente. Meses más tarde comprendí que, sin saberlo, lo que había hecho conmigo había sido trasplantarme, extirparme de una realidad para poder echar raíces en una tierra más fértil. Así fue como un día me vi de pie, con las piernas enterradas hasta las rodillas en el barro, bajo el sol del mediodía, sembrando arroz en Ubud, Bali, Indonesia.
Fue exactamente allí, en los campos de arroz de la ONG Sawah Bali, durante mi primera experiencia de voluntariado en el sudeste asiático, que supe de la existencia de la permacultura, gracias a un grupo de apasionados y generosos permacultores cuyo ejemplo me condujo hacia el descubrimiento de esta ciencia de diseño que se ha convertido en mi nueva filosofía de vida.
Uno de ellos fue Steffen, mi mentor y fundador de la ONG Emas Hitam Indonesia, quien a pesar de considerar que a la permacultura no hay que explicarla, sino practicarla –porque su significado se vislumbra en la ética y en los principios que la sostienen– respondió así a mi pedido de que pusiera en palabras lo que representa para él: “La permacultura reconoce la interconectividad fundamental que existe entre todas las formas de vida que habitan el planeta, nos muestra de qué manera podemos impactar positivamente en él, en lugar de actuar como parásitos, y nos propone un camino hacia la integración en armonía”.
Ida y vuelta, expansión y contracción
Con Emas Hitam Indonesia, los voluntarios aprenden a sembrar la tierra, proteger las semillas y reciclar los desperdicios.
El Club de Roma fue un grupo de treinta intelectuales que, convocados por el economista Aurelio Peccei, se reunió en 1968 en la Accademia Nazionale dei Lincei de la capital italiana con el fin de discutir los desafíos a los que se enfrentaba la humanidad, considerando que las políticas de Estado que se estaban aplicando en el mundo entero no estaban necesariamente teniéndolos en cuenta. Tras años de estudio y de análisis, publicó en 1972 el informe Los límites del crecimiento en el que se planteaba por primera vez que el tren de consumo lineal de los recursos del planeta al que estaba sumida la sociedad moderna alcanzaría en pocos años su punto culmine, a partir del cual sólo existiría la posibilidad de un descenso energético.
Cuatro décadas más tarde, el tren apenas parece estar disminuyendo su velocidad, aunque continúa avanzando. En esa misma época, tres años más tarde, Masanobu Fukuoka publicaba su libro La revolución de una brizna de paja, en el que además de inspirar filosóficamente a sus lectores, proponía la no intervención del ser humano en la naturaleza, la agricultura natural, un regreso a las maneras preindustriales.
Fueron aquel informe del Club de Roma, presentado por la científica ambiental y escritora Donella H. Meadows, y las enseñanzas del filósofo y agricultor japonés los que inspiraron a los australianos Bill Mollison y David Holmgren a proponer una solución a los retos planteados. Una solución basada en el diseño. Así como en una ética y en un puñado de principios que han ido evolucionando con los años. Mollison, científico, académico y ganador, en 1981, del premio Right Livelihood, en reconocimiento a su trabajo en el desarrollo y la divulgación de la permacultura, la define como “un sistema de diseño que genera un patrón, organizando los elementos en una estructura que funciona para toda la vida”. Mientras que Holmgren, discípulo de Mollison y autor del que es hoy mi libro de cabecera Permacultura, principios y senderos más allá de la sustentabilidad (2002), la describe como una “ciencia de diseño consciente de paisajes que imitan los patrones y las relaciones de la naturaleza mientras suministran alimentos, fibras y energía abundantes para satisfacer las necesidades locales”.
Ajustando el foco
El cuidado de la tierra, el cuidado de las personas y la redistribución de los excedentes constituyen la ética de la permacultura, en la que está incluida la innegable interconectividad que existe en el universo. Todo y todos somos parte de esta “telaraña cósmica” a la que se refieren tanto la física atómica como el misticismo oriental. Estamos interconectados, y por eso no solo somos responsables de nuestros actos, en función de cómo afectarán a la tierra, a las personas y a nosotros mismos, sino que además tenemos un potencial de poder y cambio infinito.A mi primera experiencia de voluntariado en Sawah Bali, le siguió, ya en este 2016, una temporada de entrenamiento con mi mentor Steffen en su huerta Earthbound Permaculture, que es la base de operaciones de su ONG Emas Hitam Indonesia, en Peliatán, Ubud, Bali. Allí, mientras profundizaba mi camino de regreso a la tierra y a mí misma, descubrí los pilares primordiales de la permacultura que cambiarían mi vida para siempre: la ética y los principios que la sostienen.
Los fundamentos de la permacultura son varios y se han ido revisando y agregando nuevos con el tiempo y la experiencia de campo. Mollison propuso los primeros en sus libros Permacultura: Un manual para diseñadores (1988) e Introducción a la permacultura (1991), mientras que Holmgren, en su Permacultura, principios y senderos más allá de la sustentabilidad, los reformuló dentro de un contexto filosófico. De aquellos primeros, “trabajar a favor y no en contra de la naturaleza”, “realizar el menor cambio con el mayor efecto posible” y “el problema es la solución” son los que más llamaron mi atención. En el sentido común de facilitar y no impedir, de mover esa pieza clave que activa el mecanismo, de ver cómo el problema puede ser una solución radica el sentido revolucionario de la permacultura. “Aunque los problemas del mundo son cada vez más complejos, las soluciones continúan siendo vergonzosamente simples”, señaló Mollison.
Por otro lado, los principios reformulados y contextualizados por Holmgren constituyen la lente a través de la cual contemplar la vida: “observar e interactuar”, “captar y acumular energía”, “obtener una cosecha”, “aplicar la autorregulación y aceptar la retroalimentación”, “usar y valorar los servicios y recursos renovables”, “dejar de producir residuos”, “diseñar desde los patrones hacia los detalles”, “integrar más que segregar”, “usar soluciones lentas y pequeñas”, “usar y valorar la diversidad”, “usar los bordes y valorar lo marginal”, “responder creativamente al cambio”.
Reaprendiendo el mundo
Nací, nacimos, en este mundo de concepción lineal. Es decir, un mundo en el que tomamos, utilizamos y desechamos. Un mundo en el que el ser humano parece estar por encima de la naturaleza, aprovechándose de todo aquello que ella provee como si se tratara de una fuente infinita de recursos. Un mundo en el que evitamos hacernos preguntas incómodas. ¿Qué vamos a hacer cuando los recursos, que no son infinitos, se acaben? Peor aún, ¿qué estamos haciendo con esos recursos hoy?Nací en 1970, un par de años después de la reunión del Club de Roma y un par de años antes de que se emitiera el informe Los límites del crecimiento. Viví durante 45 años en Buenos Aires, Argentina, Sudamérica. En ese mundo que todos conocemos como “civilizado”. Como la mayoría de las personas que conozco y que ha sido parte de mi vida, llegué a este planeta en el apogeo de la industrialización y el capitalismo.
Al respecto, Fritjof Capra, doctor en Física de la Universidad de Viena y autor del best seller El Tao de la física (1975), en el que explora cómo la física moderna y el misticismo oriental llegan por diferentes caminos a la misma visión holística del universo –que es medular en la permacultura–, concluyó: “Los principales problemas de nuestro tiempo –la amenaza de la guerra nuclear, la devastación de nuestro medioambiente, nuestra incapacidad por acabar con la pobreza y el hambre en el mundo, por nombrar solo los más urgentes– constituyen todos facetas de una misma y única crisis, que básicamente es una crisis de percepción. Se deriva del hecho de que la mayoría de nosotros –y especialmente nuestras más grandes instituciones sociales– apoyamos los conceptos y valores de una visión del mundo obsoleta, apoyamos un paradigma que es inadecuado para tratar con los problemas de nuestro sobrepoblado e interconectado mundo”.
Siendo el cambio
En mayo de 2016, el primer capítulo de mi historia con Bali y con la permacultura llegó a su fin. Había pasado un año desde mi partida y era tiempo de poner en perspectiva ese nuevo mundo lleno de posibilidades que había descubierto allí. De regreso en Sudamérica, decidí profundizar mi exploración y me inscribí en el Curso de Diseño de Permacultura (PDC, por sus siglas en inglés) que dicta anualmente el equipo de Casa El Manzano, en Cabrero, Chile. “Lo que más me motiva de la permacultura es la capacidad de co-creación”, reflexionó en nuestra conversación Javiera Carrión, una de mis maestras en el curso de diseño, integrante del Instituto de Investigación en Permacultura de Chile, de la Aosciación GAIA y fundadora, junto su familia, de la comunidad El Manzano –primera en transición de Latinoamérica–.
“Llevaba mucho tiempo siendo muy consciente de que las cosas no estaban bien, y hacer el PDC fue la gotita que le faltaba al vaso para lanzarme a realizar algo diferente de lo que se estaba haciendo convencionalmente”, alegó Javiera contándome qué fue lo que la enamoró de la permacultura. El resultado de esa inspiración es hoy la pequeña comunidad de la región del Bio-Bío de Chile cuya misión es “mantener una convivencia familiar y comunitaria creativa, empoderando personas, conectando comunidades e incubando proyectos regenerativos en la búsqueda y la aplicación de soluciones a los desafíos sistémicos de la vida humana en el siglo XXI”.
Y como explicar algo entraña mostrar cómo está enlazado con todo lo demás, la enorme tarea de “ser el cambio”, como se ha planteado esta comunidad y otras alrededor del mundo, no es una tarea sencilla. “Los avances tecnológicos están, y trabajar con la naturaleza es más fácil que trabajar con los seres humanos. El desafío es crear comunidad”, destacó Javiera; y agregó que “las nuevas generaciones nacimos en el contexto de una sociedad con un paradigma individualista. El modelo neoliberal de dependencia es muy fuerte. Sin embargo, hasta no hace mucho existía un modelo de vida en comunidad, en el que las diferentes generaciones convivían, solo que desde hace unos cien años perdimos esa capacidad de vivir en comunidad. Hay que reaprenderla. Estamos en una etapa experimental. Tenemos que aprender nuevas formas de organización, de comunicación, de convivencia que no fueron parte de nuestra crianza. Y ahí hay un desafío muy interesante”.
Aprendizaje
Fueron largas jornadas colmadas de nueva información sobre un planeta que creía conocer. Días de asimilar un sentido común que no existe en la realidad que vivimos. Como, por ejemplo, que el mismo agua que utilizamos para desechar nuestros excrementos es la que bebemos del grifo o que recorremos varios kilómetros para ir a un supermercado a buscar productos que no sabemos de dónde vienen en lugar de trabajar nuestro pedazo de tierra, por más pequeño que sea, y cultivar nuestro propio alimento.El Curso de Diseño de Permacultura implicó dos semanas intensas de mi vida, en el frío invierno del sur del continente sudamericano. Fue un proceso de aprendizaje y desaprendizaje, de impotencia y empoderamiento, de toma de conciencia, de adquisición de herramientas. Empezando por aquellas que nos ayudan a repensar el mundo.
En esas jornadas aprendí que si nos tomamos el tiempo suficiente para observar e interactuar con la naturaleza, para luego tomar una primera decisión basada en nuestro conocimiento de la misma y aplicando los principios de la permacultura, cultivar nuestra tierra y autoabastecernos no es esa ardua tarea diaria que muchos consideran que es. Aprendí que en la salud del suelo que habitamos reside nuestra propia salud y que hay distintas técnicas para evaluarlo, identificarlo, fertilizarlo y protegerlo como la base de nutrición que es para nuestros cultivos, que son nuestra comida. Aprendí que la integración y la biodiversidad, que tanta mala prensa tienen en la realidad que habitamos, son clave en la naturaleza y, por supuesto, en nuestra huerta. Aprendí que las plantas colaboran entre ellas de maneras que los seres humamos parecemos incapaces de imitar. Aprendí que cuando plantamos un árbol, plantamos un bosque. Como el Tagasaste que planté en Cabrero o el Moringa que planté en Bali. Aprendí que somos la naturaleza, y que somos eslabones fundamentales de la comunidad universal.
Ahora, el desafío es compartir, comunicar, inspirar. Para Steffen, mi mentor y fundador de Emas Hitam Indonesia, la mejor manera de explicar la permacultura es “no tratar de hacerlo”; simplemente hacer, desde uno mismo. Para Javiera Carrión, de Casa el Manzano, el mejor modo de divulgarla es “con el ejemplo”, así como “a la vida en comunidad, hay que verla en acción. Y por eso es importante generar este tipo de espacio”. David Holmgren está de acuerdo con ellos, y así lo manifiesta en los 8700 metros cuadrados de su propiedad Melliodora, el ámbito de permacultura en acción mejor documentado del mundo, ubicado en Central Victoria, Australia.
Huerta de Earthbound Permaculture
Si tuviera que elegir, lo mejor de todo lo que nos enseña la permacultura, es que, en un mundo que siempre nos dice qué hacer y cómo hacerlo, que se debate sin medias tintas entre lo que está bien y lo que está mal, la permacultura, como la filosofía oriental, nos motiva a encontrar nuestra propia manera. Como tantas veces nos recordó a los asistentes al PDC en Chile Grifen Hope, profesor de El Manzano, “somos los co-creadores de nuestra propia realidad”.
Entonces, ¿por dónde empezar? Tal vez por el principio, por observar la realidad que nos rodea e interactuar con ella. Un puñado de seres humanos podemos cambiar el mundo, lo importante es comenzar por nosotros mismos. Así que propongo que, al terminar de leer esta crónica, te dirijas a tu jardín, te ubiques en el medio de esa tierra y, allí donde antes no divisabas nada, descubras ahora un mundo de posibilidades, y que empieces por cambiar solo lo que puedas.
Cuanto más capaces seamos de autoabastecernos, menos dependeremos del sistema, tal y como está planteado. La idea de cultivar nuestro propio alimento, así como la idea de vivir en comunidad, como decía Carrión, “no son ajenas a los seres humanos”. Simplemente dejamos de hacerlo. Nos alejamos de la tierra y nos subimos a una realidad de cemento, consumo y desconexión. De la mano de la permacultura, su ética y sus principios, podemos volver, de a poco, a la simpleza.
Así como nos subimos al tren, podemos bajarnos o podemos encontrar un punto medio. Es el caso del “green tech”, uno de los posibles escenarios futuros que plantea Holmgren en su libro sobre cómo podrían las comunidades adaptarse a una realidad amenazada por el consumo indiscriminado de petróleo y el cambio climático. Por otro lado, si bien no debemos reducir la permacultura a un manojo de técnicas, podemos comenzar por reutilizar los desperdicios, por consumir productos locales, por elegir de modo más eficiente los materiales que utilizamos, pero sobre todo detenernos a pensar si esta realidad es realmente la única posible o si podemos co-crear una diferente.

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