Decrecimiento y desarrollo rural

A veces creemos que nuestros modos de vida todavía están anclados en el pasado y que por lo tanto los problemas del hambre, del subdesarrollo o del medioambiente, no nos competen. Y no es cierto. El medio rural es una de las primeras víctimas del modelo de desarrollo practicado especialmente en estos últimos 60 años. El capitalismo, la globalización, la industrialización, han transformado la vida de los pueblos. Tenemos más dinero y menos esperanza, porque dependemos cada vez más en lo económico, en lo social, en lo cultural, de lo que nos dictan desde fuera. (Aguado Martínez, J. Sostenibilidad y decrecimiento para un mundo rural vivo).

Pilar Gil

En nuestro anterior post analizábamos el tema del decrecimiento y lo situábamos como alternativa al desarrollo planteado en términos económicos. Dado que nos encontramos en un enclave rural (Norte de la Sierra de Aracena), rodeados de poblaciones que rondan los mil habitantes, nos planteamos cómo habría que afrontar el desarrollo rural en adelante.
También en aras del desarrollo rural se ha hecho un uso habitual en los últimos años del adjetivo sostenible, entendido como un proceso de crecimiento económico que tiene como fin el progreso permanente de la comunidad rural, que busca mejorar la calidad de vida de estos núcleos y conservar el medio ambiente.
Ya hemos citado los puntos débiles de esta definición, políticamente correcta pero nada realista en la práctica. En nuestro caso, la vía alternativa al abandono de saberes y prácticas tradicionales ha resultado ser la de atraer un turismo de fin de semana y durante los periodos vacacionales. En esta linea se han consolidado prácticas que no siempre priman la conservación del paisaje (el bien más preciado de que disponemos y, por ende, el reclamo turístico más utilizado). Se da la oferta masiva de alojamientos rurales, se organizan eventos deportivos y salidas al campo que generan muchos deshechos en su transcurso, vertidos al campo de forma incontrolada. Nos referimos a carreras de bicis, senderos multitudinarios, recolección descontrolada de productos de temporada (espárragos, setas…) rutas en moto, etc. Todo esto, unido a una hiperexplotación ganadera (la otra salida laboral para quienes no optan por el filón turístico), no parece hecho desde una conciencia de respeto al medio ambiente sino más bien pensando en su explotación económica a corto plazo.
Poco a poco, hemos roto la alianza entre el ser humano y la naturaleza, del agricultor y el ganadero con el entorno natural. Se ha quebrado la vinculación tradicional de las comunidades campesinas con la tierra, el bosque, los pastos y los ríos.


Urge por tanto revisar el paradigma vigente también en cuanto al desarrollo rural y sentar las bases del nuevo rumbo que nos reclama el desarrollo humano. Desde la óptica decrecentista, un desarrollo rural auténticamente sostenible pasa por una vuelta a lo tradicional y a la vida sencilla:
– Recuperar saberes y prácticas realmente ecológicas de aprovechamiento de los recursos, desde el cultivo de huertas o el pastoreo hasta el conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas. Volver a una agricultura viva y a una ganadería tradicional, en manos de pequeños productores que habiten en los pueblos, y que éstas sean el motor de la economía de las comunidades rurales, rescatando el acto ético de producir alimentos sanos y nutritivos para todos los seres humanos.
– Volver a contemplar actividades ahora en desuso, como el trueque. Si cada uno intercambiase lo que tiene y no necesita, por otras cosas que sí necesita pero no tiene, compraríamos menos cosas, al mismo tiempo que fomentamos las relaciones interpersonales.
– Recuperar la relación directa y sana con las personas, crear espacios para el trasvase generacional de conocimientos, para el asociacionismo y el compartir. Potenciar la vida comunitaria y la red de ayuda que ésta ofrece.
– Ser lo más autosuficientes posible y consumir productos de temporada y de cercanía, recurriendo a la pequeña tienda del pueblo en vez de a las grandes superficies comerciales, cuyos productos la mayoría de las veces han recorrido miles de kilómetros para llegar hasta nosotros.
– Gestionar de forma integral y comunitaria los recursos. Lo cual supone rescatar el valor material (no especulativo) y espiritual del la tierra, el agua, las semillas, etc. Por ejemplo, el agua, un bien público cada vez más escaso, está ahora en manos de grandes empresas que especulan y comercian con ella, agotando los recursos hídricos y empobreciendo la tierra.
– Necesitamos políticos sensibilizados con esta nueva conciencia; así atraeremos también a un turismo más concienciado con el respeto al entorno, a los ritmos y a los habitantes de nuestros pueblos.
Proponemos un modelo basado en la calidad más que en la cantidad. En el SER, más que en el TENER. En la constancia y la permanencia y no en la inmediatez.
En esta nueva lógica, se abren algunas perspectivas interesantes para los jóvenes que quieren vivir en el pueblo y disfrutar con otros valores, lejanos a los imperantes en la actual sociedad competitiva y de consumo.
Todo depende de si somos capaces de rescatar los auténticos valores de una cultura que mantuvo vivos los pueblos durante miles de años, de sostener la alianza del hombre y la mujer con la naturaleza frente a la agresividad actual, de ser capaces de asumir la austeridad, que no es pobreza, como modo de vida para plantar cara al consumismo ilimitado. De poner en valor la vida comunitaria como canalizadora de nuestros deseos y fortalezas, frente al aislamiento y el individualismo.
Existe ya una pequeña economía social y solidaria, que se desarrolla en su mayor parte en ámbitos rurales, que emerge a la sombra de los ideales decrecentistas y que busca la transformación del modelo de producción y consumo en su área de alcance. En Tomates Felices, hacemos nuestra pequeña contribución a este nuevo modelo, apostando por el cultivo tradicional de nuestras huertas, situadas en terrenos en desuso, y la elaboración, con los productos recolectados, de mermeladas y patés de manera totalmente artesanal. Así creamos oportunidades de trabajo para el colectivo de personas con problemas de salud mental, promoviendo espacios de relación directa con las personas del entorno y rompiendo las barreras que separan a las personas con alguna enfermedad mental del resto de sus congéneres. En el horizonte está romper los obstáculos para que esta economía social y solidaria llegue a una gran mayoría de la población y promover la cooperación entre proyectos afines y/o complementarios.
Nuestro propósito es seguir adelante, seguir con nuestra labor inclusiva y con nuestro disfrute de la vida sencilla en el pueblo y de los grandes placeres que nos ofrece. Continuar creciendo (¿o debemos decir decreciendo?), si el clima nos lo permite, claro.

http://www.decrecimiento.info/
https://decrecimientohuelva.wordpress.com
https://www.diagonalperiodico.net/global/32306-la-economia-social-y-solidaria-ya-no-tiene-miedo-crecer.html
https://www.youtube.com/watch?v=xopPWI6Mom8
Fuente:  - Tomates felices
 

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