El paradigma Greta Thunberg: Elogio del activismo

¿A qué se debe este acoso en el que han coincidido la derecha inquisidora y la izquierda de la revolución pendiente? ¿Por qué la presencia motivadora de la frágil adolescente ha provocado un rechazo tan intempestivo y grotesco en sectores antagónicos?

Rafael Cid
La conferencia sobre el clima recientemente celebrada en Madrid ha sido una extravagante mezcolanza de autobombo, bodrio, desvergüenza y linchamiento. Vayamos por partes sin atropellarnos.
 
Autobombo, el del presidente de Gobierno en funciones, bulímico a la hora de ofrecer España para la celebración del COP25 como alternativa a Chile, donde el estallido social reprimido a tiro limpio por su colega neoliberal Piñera frustró cualquier intento de proyección internacional. Ocasión pillada al vuelo por Pedro Sánchez para fardar de anfitrión de postín y excelencia organizadora. Bodrio, porque por mucho que se cacareara en los títulos de crédito del certamen que “Es hora de la actuar”, las conclusiones fueron un colmado de nimiedades y vaguedades. Desvergüenza (y ahí reside parte de la gracia del “éxito” sanchista), porque la edición del 2019 estaba patrocinada por algunas de las multinacionales que más contribuyen al deterioro medioambiental (Endesa, Iberdrola, Banco de Santander, Acciona, Repsol y otras que tal bailan). Y finalmente, linchamiento, porque contra todo pronóstico hubo una especie de encuentro en la tercera fase entre actores diversos, e incluso opuestos, para denigrar a Greta Thunberg, la activista que con su contumaz denuncia ha logrado insertar la emergencia climática en la agenda-dial de la generación milennials.
No estamos ante el refritado ocaso de las ideologías por más que sus contornos se difuminen a marchas forzadas, sino en el despliegue de las teologías políticas. Lo que ha despertado la inquina a diestra y siniestra contra la ecologista sueca está más en lo que les une que en lo que les separa. A saber, que haya puesto en solfa su inmarcesible representación social.
Acostumbrados a significarse como valedores de la ciudadanía unida que nunca será vencida, la irrupción turbadora de la joven Thunberg sobre sus respectivos condominios ha sido percibida como una amenaza a su estatus por las familias ideologías dominantes. Greta no solo acaparaba la atención de la opinión pública, sino que en un gesto casi suicida se permitía dar la espalda a la opinión publicada, tan codiciada por una derecha y una izquierda franquiciadas. Y por si tamaña afrenta no bastara, incluso desdeñaba olímpicamente las peticiones de líderes, organizaciones e instituciones que solicitaban su presencia en grata compaña.
Así, el desdén protocolario de Greta Thunberg les robaba protagonismo; convertía lo oficial en refractario y reventaba con la autenticidad de su compromiso las fake news de la cumbre, que sus mentores idearon como trampantojos (aparte de ofrecer chocolate con churros a los visitantes). Proclamar algo y cumplirlo; coherencia entre ser y estar; honrar la palabra dada; en suma, la “propaganda por el hecho” de su mensaje era algo insufrible que los legatarios de la intermediación social no podían entender. Y encima la “niñata” (según los zorrocotrocos, que dice mi amigo Carlos Taibo) se daba el pisto de rechazar los pingües ofrecimientos de gobiernos y potentados para viajar a España confortablemente, prefiriendo cruzar el Atlántico en un velero con otros pirados como ella (los del Mayflower cruzaron el charco en mejores condiciones). Antes de poner un pie en la COP25 ya estaba pisando callos. ¡¡¡Quién se había creído que era esa mocosa!!!
De ahí la rebatiña malhumorada de los tonsurados del arco representativo contra la activista antisistema. Concepto, el de “activista”, que resume exponencialmente el prejuicio que envenena los sueños de nuestros abanderados. Porque el efecto Greta Thunberg ha propiciado un nuevo paradigma en la teoría de la emancipación, que a partir de ahora, además de económica y política, deberá ser ecológica o no será. Y ese desafío está calando en la conciencia de las gentes al margen de los canales convencionales, sin líderes ni agentes institucionales al frente de la pancarta. Gracias al voluntarismo ético de las personas normales. Las mismas que a principios de siglo animaron las primaveras árabes (tan denostadas a derecha e izquierda, por cierto) y ahora llenan de aliento vital las protestas que recorren buena parte de América Latina, Argelia, Francia o Hong Kong. De las musas al teatro. Como ejemplificó en su día el filósofo británico Bertrand Russell sumándose en las calles al movimiento pacifista y hoy personalidades como el lingüista norteamericano Noam Chomsky. El caso Urgenda, la ONG holandesa que, por primera vez en la historia, ha conseguido que el incumplimiento del pacto climático por un Gobierno se tipifique como delito de lesa humanidad, forma parte de esa escuela civilizadora emergente.
El paradigma Thunberg es algo más que un acontecimiento, se enmarca en una fase superior de los movimientos sociales que ha dado paso a la acción directa de la ciudadanía. 
Cuando la joven activista sueca proclama “Los líderes nos han traicionado”; “La democracia se ejerce cada segundo” y “Cada gran cambio en la historia ha venido del pueblo”, señala en la dirección que la derecha negacionista y la sedicente izquierda solaparon hace tiempo. Porque en su espasmo opositor, esa dialéctica amigo-enemigo que han enarbolado como espantapájaros, anidaba una unidad de destino: el productivismo. Esa ha sido la divisa imperecedera de los conservadores elevada a categoría de tótem desde su más tierna infancia (“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”). Lo nuevo es que en las antípodas propagaban parecido opio del pueblo. Desde Cornelius Castoriadis, hasta Edward P. Thompson, pasando por el Premio Nobel de Economía 1998, Amartya Senn, cada vez está más claro que el énfasis en el modelo de explotación económica centrado en la producción cuantitativa ha sido una rémora para el auténtico progreso más allá del mero crecimiento insostenible y el desarrollismo distópico. El activismo autogestionario que en la actualidad encarnan el feminismo y el ecologismo de la juventud es la mejor muestra del coraje de la sociedad civil, en clave socializadora de lo que Robert Putnam denominó “capital social”.
En esta memorable ocasión, al pin-pan-pum contra la joven Greta de la derecha chusquera le ha salido un competidor de campanillas en los medios progresistas. Y como sucede en las ocasiones en que de lo que se trata es de matarlas a la chita callando, la mano invisible en guante de seda la ha suministrado el diario El País. Durante la cobertura de la cumbre, el periódico más influyente se dedicó inocentemente a reproducir en sus titulares toda la sarta de improperios y basura dialéctica que la caverna dedicaba a la revoltosa activista. “Histérica, marioneta y majareta, los insultos que hombres dedican a Greta Thunberg en Twitter”, amén de “puta”, eran los rebuznos que le endilgaba en lugar destacado el rotativo al noticiar la Cumbre del Clima. Eso sí, para descargo de conciencia, dos semanas después el Defensor del Lector reconocía haber servido de “Altavoz de lujo para insultos de baja estofa”. Sin acuse de recibo, porque la posición del grupo que preside el banquero en activo y extraficante de armas al por mayor, Javier Monzón, investigado judicialmente por corrupción en una pieza de la trama Púnica, no admitía enmienda.
La prueba de algodón fue la publicación el 18 de diciembre de una columna de opinión de Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola y cliente del ex comisario Villarejo y sus cloacas, destacando que “La COP25 ha constituido un éxito de organización y capacidad de involucración de los más diversos sectores”. Y a quien Dios se la de san Pedro se la bendiga.



Entradas populares de este blog

Científicos declaran oficialmente el fluoruro (flúor) como una neurotoxina

Francia: ‘Mi orina contiene glifosato, ¿y la tuya?’ Denuncia contra el polémico herbicida

Japón decidió deshacerse de todos los hornos de microondas en el país antes de finales de este año