Una revisión del informe de la AEMA sobre el medio ambiente en Europa: Donde dice «futuro sostenible» yo digo «futuro negro».

La Agencia Europa para el Medio Ambiente, AEMA, publicó el pasado 4 de diciembre un extenso informe que con el título El medio ambiente en Europa. Estado y perspectivas 2020. En el correspondiente comunicado de presentación la AEMA, tras advertir que “Europa no alcanzará un futuro sostenible, de prosperidad dentro de los límites del planeta, si continúa fomentando el crecimiento económico y buscando gestionar los impactos sociales y medioambientales”, resume la intención del informe: (…) insta[r] a países, dirigentes y responsables políticos europeos a aprovechar la próxima década para ampliar y acelerar radicalmente las actuaciones con el fin de evitar daños irreversibles.

Pepe Campana

En la versión inglesa del comunicado (probablemente la versión original), los párrafos mencionados difieren ligeramente con respecto a la versión española. Así, en la primera “futuro sostenible” se concreta de forma explícita en la “visión de sostenibilidad” que la propia Europa ha adoptado para sí en el año 2050: “vivir bien, respetando los límites de nuestro planeta”. Por su parte, en la versión inglesa “ampliar y acelerar radicalmente las actuaciones” no tiene por objetivo evitar daños irreversibles –que también–, sino ante todo, “volver a encarrilar a Europa para que alcance sus objetivos medioambientales a medio y largo plazo”. De este modo se da por sentado que (1) estos objetivos ya están fijados de antemano, y (2) que con las actuales estrategias no se están alcanzando.
Con independencia de estas y otras diferencias entre una versión y otra (diferencias que a nuestro entender van más allá de meras cuestiones de estilo), debemos reconocer que nos ha llamado poderosamente la atención encontrarnos con un texto oficial en el que se niega un futuro sostenible si se mantiene el foco en el crecimiento económico incluso cuando existe el compromiso de gestionar al mismo tiempo los impactos sociales y medioambientales que tal crecimiento trae consigo.
Pero ¿qué hay detrás de esta afirmación? Como consecuencia de sus investigaciones y atendiendo a las conclusiones a las que llega ¿cuestiona la AEMA el crecimiento económico por cuanto que es incompatible con un futuro al que queremos calificar de sostenible? ¿Estamos a las puertas de un cambio de paradigma?
SOER 2020
El informe SOER 2020 se estructura en 18 capítulos distribuidos en cuatro partes. Cuenta además con una última sección de 70 páginas en la que se listan todas las referencias bibliográficas empleadas en los capítulos anteriores.
En la primera parte del informe, tras describir la situación en la que se encuentra el sistema Tierra, se evalúa el contexto global europeo y las tendencias que moldearán los esfuerzos que deberían llevarse a cabo para que Europa llegue a ser en las próximas décadas, sostenible.
Escribe: “De la persistencia de la Gran Aceleración debido a un aumento de los niveles de consumo por parte de una población creciente surge la pregunta de si las presiones inducidas por los seres humanos exceden, y en qué momento, los límites ambientales o tipping points (…). ¿Existen ciertos límites críticos, –por ejemplo, relacionados con el uso global de los recursos, los niveles de contaminantes y emisiones, o la degradación del ecosistema–, más allá de los cuales la resiliencia se erosiona y ya no pueden excluirse cambios abruptos en el sistema de la Tierra? En este contexto, el marco de los límites planetarios examina los niveles de tolerancia de las condiciones que sostienen la vida en la Tierra y nos dice que el cambio climático y la pérdida de biodiversidad son dos asuntos de seria preocupación.” (SOER 2020, p.40).
Siendo estas las condiciones que determinan nuestra realidad como integrantes del sistema Tierra, las tendencias que puedan moldear los esfuerzos europeos son en gran parte iguales a las tendencias que afectan a las demás regiones del mundo. Esto abarca factores ligados al incremento de la población y los movimientos migratorios; a la ya evidente escasez de recursos materiales, incluyendo la disponibilidad de tierras cultivables y agua potable, o a la cada vez más desigual distribución de la riqueza. Y si algo diferencia a Europa de otras regiones del mundo es que Europa ha sido capaz de alcanzar durante siglos de explotación y apropiación de recursos ajenos[2] un status de confort que la sitúa en una posición de aparente ventaja sobre las demás por mucho que se reconozca después que “los impulsores globales del cambio tienen impactos en Europa, pero, a su vez, los patrones de producción y consumo europeos también tienen implicaciones para las presiones ambientales y la degradación en otras partes del mundo” (SOER 2020, p.47), y que los sistemas de producción-consumo son “la causa raíz de la presión medioambiental y climática tanto en Europa como fuera de Europa” (SOER 2020, p.48).
Pensamos que reconocer esta situación de privilegio podría ser un buen punto de inicio para, a partir de él, promover un verdadero cambio sobre el que fundamentar la anunciada sostenibilidad europea. Sin embargo, no parece que este sea el camino elegido. Es preferible ocultar esa realidad mediante instrumentos estadísticos bien construidos y utilizar el constructo como herramienta necesaria para el buen funcionamiento de las relaciones internacionales[3]. Denuncia la AEMA: “Las presiones asociadas al consumo final europeo son mayores que las de la media mundial. De hecho, tal como sugiere una reciente investigación, la UE es un importador neto de impactos medioambientales (…) Los precios de los bienes comercializados internacionalmente rara vez incorporan los costes de las externalidades medioambientales embebidas en esos productos, es decir, los impactos sobre la tierra y el agua utilizados, o los GEI emitidos, o la biodiversidad afectada. Con frecuencia los responsables políticos y los consumidores de los países importadores no están al tanto de estos efectos. Centrarse solamente en los impactos medioambientales que se producen en el territorio europeo sin considerar los impactos medioambientales adicionales que se producen fuera de sus fronteras puede provocar una percepción excesivamente optimista de la sostenibilidad de Europa.” (SOER 2020, p.48).
Europa, año 2050: Brown future
La segunda parte del SOER 2020 abarca un total de 263 páginas en las que se da cuenta de la evolución que han seguido en los últimos 10 a 15 años diferentes temas medioambientales a la par que se conjetura sobre cómo evolucionarán esos mismos temas en la próxima década. También se valora en esta segunda parte si los objetivos y metas políticas que han fijado las autoridades europeas sobre estas mismas materias son o no alcanzables.
Los objetivos y metas a las que nos referimos son las que aparecen de forma sistemática en multitud de agendas, planes de acción y paquetes legislativos: economía circular; energías limpias; cambio climático y energía, etc. En gran medida, todos ellos responden a los objetivos a largo plazo establecidos en el séptimo programa sobre medio ambiente –conocido como VII PMA–, que fue aprobado mediante decisión conjunta del Parlamento Europeo y el Consejo el 20 de noviembre de 2013[4].
En efecto, en el VII PMA se formula la visión “vivir bien, respetando los límites de nuestro planeta”, que se tiene de la Europa de 2050 y a la que ya hemos hecho alusión anteriormente en este mismo artículo. Dice:
“En 2050, vivimos bien, respetando los límites ecológicos del planeta. Nuestra prosperidad y nuestro medio ambiente saludable son la consecuencia de una economía circular innovadora, donde nada se desperdicia y en la que los recursos naturales se gestionan de forma sostenible, y la biodiversidad se protege, valora y restaura de tal manera que la resiliencia de nuestra sociedad resulta fortalecida. Nuestro crecimiento hipocarbónico lleva tiempo disociado del uso de los recursos, marcando así el paso hacia una economía segura y sostenible a nivel mundial.”
Tal como propone el mismo programa marco, esta visión es la que ha de inspirar “la acción hasta 2020 y a partir de dicha fecha”, la cual se concreta en en nueve objetivos de los que se identifican tres como objetivos prioritarios, a saber, (a) proteger, conservar y mejorar el capital natural de la Unión; (b) convertir a la Unión en una economía hipocarbónica, eficiente en el uso de los recursos, ecológica y competitiva; y (c) proteger a los ciudadanos de la Unión frente a las presiones y riesgos medioambientales para la salud y el bienestar[5].
No es nuestro interés pararnos a discutir ni la visión para 2050[6] ni las estrategias europeas que se han implementado o que vayan a ser implementadas para alcanzar el “estado de prosperidad” y de “crecimiento hipocarbónico disociado del consumo de recursos” que se nos promete. Nos limitamos a mostrar si se está en vías o no de alcanzar tales objetivos, asunto del que trata, como decimos, la segunda parte y núcleo central del SOER 2020.
En la Tabla 1, extraída del propio informe, se resumen sus conclusiones.
Tabla 1. Resumen de las tendencias pasadas, perspectivas y previsiones para la consecución de las metas y objetivos políticos. (SOER 2020, Tablas ES.1 y 14.1). Nota: El año de los objetivos/metas no indica exactamente el año objetivo, sino el marco temporal de los objetivos/metas.

Admitamos que se han producido avances en diversas áreas. Ahora bien, en muchas otras no se ha mejorado lo suficiente a lo largo de la última década. De hecho, hasta en 21 de los 35 temas elegidos la situación o ha empeorado o no ha experimentado mejoras evidentes. Las perspectivas para 2030 son aún peores. Sólo en 2 de los 35 temas –los que tienen que ver con la gestión de residuos y el diseño de estrategias y planes de adaptación al cambio climático–, se prevén avances suficientes.
Por su parte, las políticas y estrategias aplicadas por la UE sobre estos asuntos no están siendo efectivas. Como puede verse en la misma tabla 1, en 17 de los 35 temas elegidos no se alcanzarán los objetivos marcados para 2020. La cifra aumenta hasta 26 si se consideran aquellos temas cuyo logro está en duda. Las proyecciones para el 2050 son aún peores: de seguir como hasta ahora no se alcanzará ninguno de los cuatro objetivos previstos para ese año[7].
Deténgase ahora, quien esto lea, por un momento, y piense que todo este análisis se realiza desde la perspectiva territorial [8] y que por lo tanto no tiene en cuenta ni los impactos medioambientales que se producen fuera de nuestras fronteras a consecuencia de la actividad productiva de empresas y particulares europeos, ni los impactos que resultan de nuestras pautas de consumo. Después vuelva a leer la visión sobre la Europa de 2050 que supuestamente compartimos todos los europeos.
No. Los europeos no estamos en vías de alcanzar un “futuro sostenible, de prosperidad dentro de los límites del planeta”. Vamos más bien hacia un futuro oscuro, un brown future, del que no será posible escapar ni siquiera con cambios fundamentales y profundos en nuestros modos de vida.
Se pregunta la AEMA de forma retórica:
“¿Reconocemos verdaderamente la magnitud del cambio que se necesita para alcanzar las metas de sostenibilidad de Europa? ¿Hemos entendido completamente las razones por las que persisten los problemas climáticos y medioambientales?” (SOER 2020, p.338).
Son preguntas que nosotros mismos nos formulamos y que formulamos varias veces al día.
Gestionar la complejidad

Pero ¿cómo llevar a cabo cambios tan fundamentales y profundos?
No hay duda de que los sistemas económicos y sociales son complejos y que estando como están interconectados entre sí, las acciones que se emprenden sobre uno de sus componentes pueden afectar a los otros ya sea facilitando su funcionamiento, ya dificultando gravemente su evolución. Las repercusiones sociales y en consecuencia también las resistencias al cambio son más acusadas si concurren, como es habitual, intereses encontrados. En el ámbito del que hablamos deben considerarse, además, las mega-tendencias globales[9] y sus efectos sobre los ecosistemas y el cambio climático. Se parte pues del hecho de que facilitar y gestionar el cambio no es tarea fácil. Lejos de eludir la cuestión, los autores del SOER 2020 dedican la tercera parte del informe a analizar desde el punto de vista de la sostenibilidad tres sistemas –el alimentario, el energético y el de la movilidad–, para abordar, tras poner de manifiesto cómo se influyen mutuamente, la difícil cuestión de la transición sistémica hacia los objetivos de sostenibilidad.
En su análisis, la AEMA identifica como condición necesaria para garantizar el éxito de la transición superar las barreras y los bloqueos sociales, políticos y económicos existentes[10], resolviendo al mismo tiempo las limitaciones físicas a las que ya sea aisladamente o como un todo, se enfrentan los sistemas en su propio desarrollo. Para ello la AEMA, poniendo por delante la incapacidad de los gobiernos para resolver por sí solos problemas de ámbito global, propone adoptar nuevos métodos de trabajo capaces de “cambiar el foco desde el gobierno hacia el concepto más amplio de gobernanza, en la que se enfatiza el papel complementario de los gobiernos, los mercados y las redes en la organización de la sociedad” (SOER 2020, p.382).
Esta forma de enfocar el problema presupone dotar a la ciudadanía de un mayor protagonismo y fomentar los procesos de innovación social, la experimentación y el aprendizaje. Se reconoce, en este sentido, que
“Las innovaciones sociales y las innovaciones de base tienden a ser más radicales que los esfuerzos ecológicos impulsados por los negocios al cuestionar, por ejemplo, el consumismo convencional y abogar por un cambio en las prácticas y estilos de vida de los usuarios. A menudo están más orientados hacia la justicia social o a razones económicas alternativas (por ejemplo, la propiedad comunal y la autosuficiencia). También son altamente contextuales y frecuentemente se desarrollan en respuesta a problemas locales reales.” (SOER 2020, p.385).
De este modo, la AEMA propone incorporar junto a las aportaciones de investigadores, empresas, inversores, legisladores y usuarios, las que, identificadas en la categoría de “innovaciones sociales” –sistemas de consumo local; huertos urbanos; cadenas de suministro directo productor-consumidor; cooperativas energéticas; ciudades en transición; coviviendas; monedas alternativas locales, etc.– proceden de la “’sociedad energética’ de ciudadanos comprometidos, organizaciones profesionales no gubernamentales (ONG) y comunidades motivadas” (SOER 2020, p.385). Más aún, para conseguir una sociedad más movilizada e implicada en el camino de la transición, la AEMA reclama a los representantes políticos una mayor atención estratégica a las iniciativas de este tipo.
También reclama una mayor difusión y apoyo a las innovaciones más prometedoras, incluyendo acciones con las que corregir fallos del mercado, promover soluciones innovadoras concretas[11], o escalar iniciativas de base.
Como decimos, gestionar sistemas complejos es en sí mismo, complejo. La elección de las medidas y su singularización presupone el consenso de muy diversos actores con intereses igualmente diversos si no contrarios. En estas condiciones parece razonable disponer de un marco que sirva de referencia a todas las partes.
Cambios fundamentales y profundos: ¿de qué sostenibilidad hablamos?
Mas en el contexto en el que nos movemos, se dan por universalmente aceptados documentos programáticos que se fijan de antemano como si verdaderamente fueran el marco de referencia acordado entre todos. Documentos a los que se les concede la virtud de contener la solución –¿mágica? – que nos permitirá avanzar hacia un “futuro de prosperidad” para todos, sin que por ello tengamos que abandonar la lógica del sistema.
Mencionábamos al principio de este artículo la advertencia lanzada por la AEMA con motivo de la presentación del SOER 2020: “Europa no alcanzará un futuro sostenible…” La frase la continúa en el texto principal del informe:
“… la sostenibilidad debe convertirse en el principio rector de políticas y acciones ambiciosas y coherentes en toda la sociedad. Activar un cambio transformador requerirá que todas las áreas y niveles del gobierno trabajen juntas y aprovechen los anhelos, la creatividad y el poder de los ciudadanos, empresas y comunidades. En 2020 Europa tiene una única oportunidad para liderar la respuesta global a los desafías que nos plantea la sostenibilidad. Es tiempo de actuar.” (SOER 2020, p.17).
Más adelante en el mismo informe la AEMA defiende que “A diferencia de la mayoría de las transformaciones de los sistemas de producción y consumo del pasado, las transiciones de sostenibilidad son propositivas y direccionales. Aunque el futuro de la sociedad no puede conocerse por adelantado, los frutos deseados están razonablemente claros –de forma más destacada en los ODS [Objetivos del Desarrollo Sostenible], pero también en el creciente cuerpo de visiones a largo plazo y objetivos presentes en instrumentos tales como el Acuerdo de París y las políticas marco de la UE en las que se abordan temas a largo plazo como el clima, la energía, la movilidad y la biodiversidad.” (SOER 202, p.403).
Es innegable que la AEMA presenta en el SOER 2020 un enfoque que se aparta ligeramente del que manejan los representantes políticos y gobernantes europeos. En ese enfoque el crecimiento económico no ocupa, aparentemente, el foco central, pero no por ello deja de estar, con todas sus contradicciones, presente en la escena. De poco servirá que la sostenibilidad se convierta en el “principio rector de políticas y acciones” si esas políticas, ya sean en forma de Agenda 2030, de Visión 2050, de economía circular, de políticas desarrollistas sobre el Tercer Mundo, siguen debilitando al máximo el concepto de sostenibilidad haciéndolo acompañar de la perversa idea de que desarrollo es, al fin y al cabo, crecimiento económico; si siguen justificando la conveniencia de que los servicios ambientales y el capital natural sean objeto de mercantilización; si siguen prometiendo cínicamente el desacoplamiento económico del consumo de recursos y de la degradación ambiental; y si siguen fundamentando, como si no existieran otras vías, al capitalismo verde como única opción de salida.
Nos preguntamos: ¿para quienes están los “frutos deseados razonablemente claros”[12]?. No para nosotros, si de lo que se trata es de resolver con esos instrumentos el debate abierto en su día por Donella Meadows, Dennis Meadows y otros sobre el crecimiento económico, la industrialización, el crecimiento demográfico y el colapso de un sistema que es, además de complejo, esencialmente insostenible.
Epílogo
Apenas una semana después de la publicación del SOER 2020 y coincidiendo con las celebraciones –la oficial y la alternativa– de la COP 25, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, celebraba “el momento del ‘hombre en la luna’ de Europa”[13] presentando el Pacto Verde Europeo[14].
Desde un punto de vista formal la comunicación sobre el Pacto Verde consta, tras un primer capítulo introductorio, de otros dos capítulos y un anexo. En el primero de ellos, que lleva por título «Transformación de la economía de la UE con miras a un futuro sostenible», se recorren agrupados en ocho apartados[15], prácticamente todos los temas contenidos en la segunda parte del informe SOER 2020. En este mismo capítulo se trata igualmente cómo abordar la integración de la sostenibilidad en todas las políticas de la UE incluyendo la financiación y la dotación presupuestaria que supuestamente requiere la transición propuesta. En el segundo capítulo, titulado «La UE como líder mundial», se mencionan por su parte, diversas estrategias que a juicio de la Comisión, habrán desplegarse en los próximos años para garantizar la consecución de la transición económica, desarrollando para ello una “«diplomacia por el Pacto Verde» más rigurosa, centrada en convencer a los demás y en ofrecer apoyo a quienes asuman su parte de la política de fomento del desarrollo sostenible.”
Desde el punto de vista de sus contenidos la comunicación es un repertorio en el que se formulan apenas sin detallar, los objetivos y las políticas generales que se pretenden abordar en los próximos años para “proteger, mantener y mejorar el capital natural de la UE, así como [para] proteger la salud y el bienestar de los ciudadanos frente a los riesgos y efectos medioambientales”. Para hacer efectivo el Pacto Verde se prevén hasta un total de 47 medidas legislativas y estratégicas, todas ellas citadas en el anexo de la propia comunicación.
Puede pensarse, así, que el Pacto Verde es un reto de futuro; que realmente hay tras de él una estrategia viable de transformación que hará que Europa sea más pronto que tarde, una región que basa su crecimiento económico en “dar más de lo que quita”[16]. Puede justificarse también, como hace Von der Lyden, que “todavía no tenemos todas las respuestas”[17] para llevarlo adelante pero que con el tiempo, todo se andará.
¿Se tendrán todas las respuestas algún día? nos preguntamos. Si se sigue pensando en términos de crecimiento verde, NO, nos respondemos de inmediato.
Porque, aunque hay quien defiende que un plátano pegado a una pared con cinta americana es una idea cuya autoría queda reflejada en un certificado que la convierte en obra de arte y por cuya posesión se llegan a pagar 120.000 dólares, la realidad nos demuestra tozudamente que el crecimiento económico no procede de las ideas, ni siquiera de la innovación, y sí de la disponibilidad de excedentes de energía barata y fácilmente transportable.
Veámoslo así. Usando el modelo MEDEAS en un escenario próximo al que persigue el Pacto Verde, en el que en 2060 el 100% del mix eléctrico procede de fuentes renovables[18], Capellán-Pérez y otros llegan a la conclusión de que la Tasa de Retorno Energético standard (TREst) del sistema dejará de ser el 12:1 actual para ser de 5:1 en 2060, después de caer a 4:1 en 2050 y a 3:1 en 2055. Los propios autores del estudio enfatizan que valores de la TREst comprendidos entre 5:1 y 10:1 son indicativos de un nivel de riesgo peligroso y por debajo de 5:1 de muy peligroso[19]. Adicionalmente, en el escenario mencionado se agotarían las reservas de telurio, indio, estaño, plata y galio.
Pero aún hay más. El también miembro del Grupo de Energía, Economía y Sistemas de la Universidad de Valladolid Jaime Nieto, junto con otros tres miembros del mismo grupo, publicaron recientemente un trabajo [21] en el que, haciendo uso del módulo macroeconómico del modelo MEDEAS, estudian tres escenarios en su transición a un sistema renovable a lo largo del periodo 1990-2050[21]. Pues bien, de los tres, sólo en el escenario Post Crecimiento, en el que se favorece la transición empleando un enfoque de no crecimiento e incluso de decrecimiento del PIB, se alcanzan los objetivos de reducción de las emisiones de GEI de forma consistente con los acuerdos de París. Más aún, bajo un escenario de crecimiento verde, además de no limitarse el calentamiento global por debajo de los 2oC, se está en riesgo de que se contraiga la producción económica. “El éxito del enfoque Post-Crecimiento en alcanzar los objetivos de emisiones –dicen los autores del trabajo– sugiere redirigir las políticas de crecimiento económico hacia una política industrial en la que se incorpore la eficiencia y la redistribución.”
Pero no parece que las conclusiones señaladas sean razones válidas para la Comisión. Muy al contrario. Si ya desde el primer párrafo de la comunicación sobre el Pacto Verde, se vislumbra el carácter antropocéntrico de sus autores –“la atmósfera se está calentando, y el clima cambia de año en año”– basta con seguir leyendo unos párrafos para reencontrarnos con promesas imposibles –“una nueva estrategia de crecimiento destinada a transformar la UE en una sociedad (…) en la que el crecimiento económico estará disociado del uso de los recursos”– y toparnos de frente con su cosmovisión moderna y colonial, incluyendo veladas amenazas a quienes no compartan sus objetivos –“la UE seguirá liderando los esfuerzos internacionales y quiere forjar alianzas con quienes compartan sus ideas. Al mismo tiempo, reconoce la necesidad de preservar su seguridad de abastecimiento y su competitividad incluso si otros no están dispuestos a actuar.”– enmarcado, todo ello, en el paradigma del crecimiento sostenido –“El Pacto Verde es parte integrante de esta estrategia de la Comisión para aplicar la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas”–. Sin comentarios.

Notas
[1] Las textos referidos al SOER 2020 que aparecen en este artículo son traducciones propias del original en inglés.
[2] Dice la AEMA en su informe: “Europa ha desempeñado un papel fundamental en la configuración de los cambios globales en los últimos 50 a 70 años (…) y hoy está entrelazada con el resto del mundo de numerosas maneras, por ejemplo a través del comercio, los flujos financieros o los procesos geopolíticos.” (SOER 2020, p.40). Nosotros pensamos que ese papel se ha desempeñado, no siempre para bien, desde hace más de 500 años y que su huella está presente en el mundo entero.
[3] El impacto de una sociedad sobre el medio ambiente puede analizarse desde muy diversas perspectivas. La Agencia Europea para el Medio Ambiente, AEMA, diferencia tres: la “perspectiva territorial”, la “perspectiva de la producción” y la “perspectiva del consumo”. Mientras que en la primera sólo se considera la presión que ejercen sobre el medio ambiente las actividades humanas realizadas dentro de las fronteras de un país o de un territorio sometido a una misma jurisdicción, en la perspectiva de la producción se tiene en cuenta también la presión debida a las actividades de producción que los residentes en ese territorio, –empresas u hogares– realizan en otras partes del mundo. Por su parte, en la perspectiva del consumo se consideran todas las presiones medioambientales debidas al consumo dentro del territorio considerado con independencia del lugar donde se produzcan las presiones derivadas de la producción de los bienes y servicios consumidos. Para fijar políticas tendentes a reducir el impacto medioambiental y climático de las actividades humanas solo se valoran los indicadores definidos desde la perspectiva territorial.
[4] Decisión No 1386/2013/UE del Parlamento Europeo y del Consejo de 20 de noviembre de 2013 relativa al Programa General de Acción de la Unión en materia de Medio Ambiente hasta 2020 «Vivir bien, respetando los límites de nuestro planeta». DOUE L 354.
[5] Los otros seis objetivos tienen por finalidad crear un marco instrumental adecuado para la consecución de los objetivos prioritarios y dar respuesta a los desafíos locales, regionales y mundiales ya existentes.
[6] En este sentido, consideramos suficientes los elogios que el informe SOER 2020 (p.57), vierte sobre ella: “La visión 2050 del VII PMA es una verdadera visión de sostenibilidad que va más allá de los problemas ambientales per se. Se hace eco de los principios fundacionales de la Comisión Internacional Brundtland sobre desarrollo sostenible (…).” En otras palabras: puro crecimiento verde.
[7] Se trata de los objetivos que tienen que ver con el uso de la tierra, con la emisión de GEI y los esfuerzos de mitigación correspondientes, con la eficiencia energética y con el uso de fuentes de energía renovable.
Relacionado con el primero de ellos está la pretensión del VII PMA de que en 2050 la variación neta de terreno ocupado (suelo urbano e infraestructuras) sea nula. Para conseguir esta neutralidad se debería invertir, de acuerdo con la AEMA, en el reciclado de la tierra y al mismo tiempo detener su ocupación, lo cual requiere la densificación de las áreas urbanas, la reutilización de zonas ya ocupadas (grey recycling), y la recuperación de áreas verdes allí donde ya se hubiera construido (green recycling). Sin embargo, en la actualidad no hay ninguna legislación europea al respecto. “La ausencia de una adecuada legislación europea sobre el suelo –afirma la AEMA– contribuye a su continua degradación” (SOER 2020, p.131).
Por lo que se refiere a los otros tres, se han establecido medidas y programas, en algunos casos vinculantes para los Estados Miembro (paquete de medidas sobre clima y energía 20-20-20; marco sobre clima y energía 2030), y en otros casos meramente ilustrativos (hoja de ruta para una economía baja en carbono para 2050), que coexisten con diversos tratados internacionales, como el acuerdo de París, que comprometen a Europa y sus Estados Miembro en estos y otros campos –consúltese, por ejemplo, la Tabla 7.1 del SOER 2020 (p.156-57) –. Sin embargo, las tendencias actuales indican que hay un excesivo optimismo a la hora de confiar en nuestra capacidad de mitigación y que, en consecuencia son objetivos difícilmente alcanzables.
[8] “Los capítulos temáticos de la parte 2 adoptan principalmente una perspectiva territorial, ya que en ellos se evalúa el estado del medio ambiente, las tendencias y las previsiones en el territorio europeo” (SOER 2020, p.48).
[9] Tendencias de ámbito global que se caracterizan por ser de gran escala, alto impacto y larga duración.
[10] Entre ellos, el informe destaca los diseños dominantes, las inversiones y activos inmovilizados, el empleo, las prácticas y modos de vida de los usuarios, el desarrollo tecnológico y de infraestructura, las limitaciones biofísicas (como la disponibilidad de agua o suelo, por ejemplo), los grupos de presión, y los incentivos electoralistas.
[11] Nos ha sorprendido en este punto que la AEMA haya utilizado como ejemplo “el amplio abanico de medidas que están contribuyendo a la difusión del vehículo eléctrico” (Box 17.3, p.390). Frente a un objetivo ambicioso –conseguir que en 2030 al menos un 30% de los vehículos que circulen en los países participantes en la Iniciativa para el Vehículo Eléctrico de la Agencia Internacional de la Energía  sean eléctricos–, y atendiendo a las características del público objetivo –personas de mediana edad, bien educados, económicamente solventes, urbanos pero motivados por cuestiones medioambientales y, consecuentemente dispuestos a ahorrar en combustibles fósiles y apostar por las nuevas tecnologías– se han puesto en marcha numerosas iniciativas que van desde ayudas directas para la compra hasta incentivos indirectos como el acceso a zonas de baja emisión, pasando por ayudas a la industria, exención de impuestos, o inversiones públicas en la infraestructura de recarga, entre otras. Se pretende de esta forma facilitar la venta y el uso de este tipo de vehículos disminuyendo simultáneamente la afección que el transporte de viajeros tiene sobre el medio ambiente.
Está por verse que estas iniciativas tengan el éxito esperado, pero a nuestro entender, debería valorarse con más cuidado si de este modo se está resolviendo un problema de movilidad ligado al cambio climático o si, por el contrario, se está incentivando una industria y unas pautas de consumo no sostenibles.
Sirva como punto de reflexión la carta que Richard Herrington, Jefe del departamento de Ciencias de la Tierra del Museo de Historia Natural del Reino Unido, dirigió a la baronesa Brown, a la sazón presidenta del Subcomité de Adaptación del Comité para el Cambio Climático de dicho país. En ella Herrington estimaba los recursos necesarios para que el Reino Unido –miembro de la Iniciativa para el Vehículo Eléctrico– pudiera alcanzar sus objetivos en esta materia. Entre otros recursos, y siempre de acuerdo con Herrington, se necesitarían casi dos veces la producción mundial anual de cobalto, prácticamente toda la producción mundial de neodimio, tres cuartas partes de la producción mundial de litio y al menos la mitad de la producción anual de cobre además de incrementar la producción eléctrica en un 20%.
[12] Por poner un solo ejemplo: el primer objetivo de los 17 ODS que componen la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible está formulado en los siguientes términos: “Poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo.” Ahora bien, ¿quién y para quién se ha definido qué es pobreza? Cuentan que cuando el PNUD presentó en 1990 su Informe sobre el desarrollo humano, el entonces presidente de la CONAIE, Marlon Santi, en defensa de la forma de vida que los indios quichuas del Ecuador, exclamó “No sabía que soy pobre”.
Hay opciones que van más allá de los planteamientos oficialistas del desarrollo sostenible. Véase, por ejemplo, Hidalgo-Capitán, A. L., García-Álvarez, S., Cubillo-Guevara, A. P., Medina-Carranco, N. (2019). “Los Objetivos del Buen Vivir. Una propuesta alternativa a los Objetivos de Desarrollo Sostenible”. Iberoamerican Journal of Development Studies, vol. 8(1):6-57. DOI: 10.26754/ojs_ried/ijds.354.
También puede consultarse el artículo de Ana Patricia Cubillo Guevara, “Una propuesta para la construcción de un transdesarrollo global. Los Objetivos del Buen Vivir“.
[13] En la comunicación de prensa dada por la presidenta Von der Leyen con motivo de la adopción del Pacto Verde Europeo.
[14] Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo, al Consejo Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones. El Pacto Verde Europeo. COM/2019/640 final. Salvo indicación en contra, las frases entrecomilladas en este epílogo son expresiones literales de esta comunicación.
[15] Los apartados referidos llevan respectivamente por título: «Ambición climática»; «Energía limpia, asequible y segura»; «Estrategia industrial para una economía limpia y circular»; «Movilidad sostenible e inteligente»; «Ecologización de la política agrícola común / Estrategia ‘de la granja a la mesa’»; «Preservación y protección de la biodiversidad»; y «Hacia una contaminación cero para un entorno sin sustancias tóxicas».
El programa legislativo incluye, además, acciones encaminadas a promover el liderazgo mundial de la UE en materias de medioambiente y cambio climático, así como el compromiso de poner en marcha el Pacto Europeo sobre el Clima incluyendo la presentación a lo largo de 2020 de lo que sería el octavo programa de medioambiente.
[16] Id. nota 14.
[17] Id. nota 14.
[18] Se trata del escenario GG-100% descrito por Iñigo Capellán-Pérez, Carlos de Castro y Luis Javier Miguel González, del Grupo de Energía, Economía y Sistemas de la Universidad de Valladolid, en su trabajo “Dynamic Energy Return on Energy Investment (EROI) and material requirements in scenarios of global transition to renewable energies“, 2019, en el que se evalúan utilizando el modelo MEDEAS, las inversiones en energía y materiales que son necesarias a lo largo del tiempo para conseguir la transición de energías fósiles a renovables en el sector eléctrico. Las otras características del escenario descrito son: (a) la población y el PIB per cápita evolucionan respectivamente conforme a las narrativas SSP1 y SSP2 del IPCC; (b) la estructura económica sigue el modelo de Dinamarca, con una renta mejor distribuida; (c) la mejora en eficiencia energética, tanto en los sectores productivos como en los hogares, se producen a una velocidad dos veces superior a la que marca la tendencia histórica; (d) hay un alto nivel de reforestación global y los niveles de reciclado de los metales alcanza en 2060 el 85%; (e) hay un moderado crecimiento de la energía nuclear y de los biocombustibles; y (f) una gran parte de la flota de vehículos es eléctrica o híbrida. Para más detalles véase el documento original.
Debe reconocerse que el trabajo que comentamos abarca al mundo entero, sin embargo, tal como defienden sus autores, “los resultados también son cualitativamente trasladables al nivel regional y nacional dadas las similitudes entre los sistemas de energía actuales en diferentes países (es decir, sistemas centralizados altamente dependientes de los combustibles fósiles) y los desafíos comunes que enfrentan para lograr con éxito la transición a las fuentes de energía renovables”.
Sobre el proyecto MEDEAS y su modelo MEDEAS-World puede consultarse https://www.medeas.eu/
[19] En la “Pirámide de las necesidades energéticas”, Jessica G. Lambert, Charles A. S. Hall y otros, mostraban que una sociedad con un sistema energético en el que la TREst fuera de 5:1, prácticamente dedicaría todos sus sobrantes energéticos a la obtención de alimentos. Si quisiera disponer de energía para mantener actividades educativas, la TREst debería ser como mínimo de 7:1; si además se quiere mantener el sistema de salud, de 12:1. Con una TREst de 14:1 esa sociedad ya tendría excedente para dedicarse a las artes y a actividades de ocio. (Jessica G. Lambert et al. “Energy, EROI and quality of life“, 2014.).
[20] Jaime Nieto et al. “Macroeconomic modelling under energy constraints: Global low carbon transition scenarios“, 2019.
[21] Los escenarios referidos son: (1) Business as Usual (BAU) en el que se mantienen las tendencias actuales de crecimiento sin que se establezcan medidas políticas sobre el clima adicionales; (2) Crecimiento Verde (GG), en el que se asume que se despliega la tecnología adecuada para dar cumplimiento al acuerdo de París (muy por debajo de los 2oC de calentamiento global), que es impulsada a su vez por el crecimiento económico. Se admite que el escenario sería congruente con la narrativa SSP1. Una vez más en este escenario la estructura económica y social tiende a la de Dinamarca en cuanto que país desarrollado con alto compromiso por la sostenibilidad, y sus resultados son cualitativamente válidos bajo el prisma del Pacto Verde. (3) Post-Crecimiento (PG), en el que el crecimiento del PIB deja de ser el objetivo central de la política. Un crecimiento medio de la población, un rápido cambio tecnológico y una actitud proactiva de protección al medio ambiente, así como una reducción de la desigualdad de ingresos son sus elementos fundamentales. En este escenario decrece el PIB per cápita y hay una mejor distribución de las horas de trabajo. En su estructura económica, los sectores menos demandantes de energía resultan favorecidos en detrimento de los que demandan más energía. Para más detalles véase el documento original.
Fuente: 15/15/15 - Imagen de portada: Pepe Campana.

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