¿Son las flores los seres más inteligentes del planeta?

No exageramos si decimos que La inteligencia de las flores, de Maurice Maeterlink es un libro excepcional que todo el mundo tendría que leer al menos una vez en la vida. Dramaturgo, poeta y ensayista, Maeterlink es uno de los principales exponentes del teatro simbolista. Y, si bien sus obras teatrales quizás sean su legado más reconocido y aplaudido, Maeterlink, premio Nobel de Literatura en 1911, dejó otros ensayos y joyas que no deberían pasar desapercibidos. Es el caso de La inteligencia de las flores, un ensayo sobre el mundo natural (y otros temas sociales) con una precisión botánica y una belleza sensual en la escritura que atrapa.
 
Un libro de cabecera, como lo son el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, o los Diarios de Susan Sontag. Un libro-raíz al que volver una vez tras otra para sumergirse en el mundo natural desde la ciencia, pero también desde lo irreal y lo simbólico, desde el verso y un encaje de bolillos-palabra que se teje a lo largo de las páginas y que deja, ¡vaya si deja!, estela.
A través de las páginas y con un lenguaje evocativo propio de la época, Maeterlink coge la mano del lector, para no soltarla hasta el final, con el objetivo hacerle apreciar la magia de los complejos mecanismos que usa la naturaleza para sobrevivir. Se sirve el escritor del misticismo y una formulación poética y sensual que te traslada a lo sensorial -no hay que olvidar que el belga era, antes que ensayista, poeta-.
En los primeros capítulos sí se habla de flores y naturaleza, pero el libro va más allá y también hay capítulos dedicados a la guerra, al perdón, a las tragedias cotidianas o al deber social. En definitiva, un compendio de reflexiones necesarias de las que conviene revisar de tanto en tanto. Pero centrémonos en las flores.
A la conquista de la superficie y la luz
Se esmera Maeterlink en mostrarle al lector la inteligencia del mundo natural, no en un todo, sino de manera particular. Es por ello que recorre, a través de una serie de especies diferentes momentos de la vida natural: la polinización, la floración, el enraizamiento. Sin embargo, el poeta y dramaturgo belga va dejando píldoras a modo de reflexiones que bien merece la pena incluir: “Si se encuentran plantas y flores torpes o desagradables, no las hay que se hallen enteramente desprovistas de sabiduría y de ingeniosidad. Todas se aplican al cumplimiento de su obra; todas tienen la magnífica misión de invadir y conquistar la superficie del globo multiplicando en él hasta el infinito la forma de existencia que representan. Para llegar a ese fin, tienen que vencer, a causa de la ley que las encadena, al suelo, dificultades mucho mayores de las que se oponen a la multiplicación de los animales”.
La de las flores -y por extensión, la de las plantas- es, ante todo, una batalla por sobrevivir, pero también el triunfo de una inteligencia incansable, imprevista y previsible al mismo tiempo; una inteligencia perspicaz que se halla en todas sus partes: semilla, tallo, hojas, raíces, flores. Una inteligencia que, a menudo, pasa desapercibida, como incrimina el mismo autor en el libro. “¿Qué ojo humano asistirá jamás a esos dramas mudos y demasiado largos para nuestra pequeña vida?”.
Maeterlink apuesta más por las especies que por los individuos, por la genialidad que, a través de los siglos ha permitido la supervivencia del conjunto y destierra el individual “estúpido”, porque para él lo importante es el equilibrio de la especie, que constituye “el gran secreto de nuestro porvenir”. Una buena reflexión, sin lugar a dudas, en el contexto actual. ¿Qué diría Maeterkink de la COVID-19 y de los patrones de respuesta individual y colectiva?
La fascinación por los secretos que esconde el proceso de polinización de las plantas acuáticas, vida y milagros para que el polen pueda diseminarse en seco, se mezcla con reflexiones como la siguiente: “A veces hay por el lado de la sombra verdades tan interesantes como por el lado de la luz”.
Tan pronto escribe Materlink sobre la domesticación de las plantas, sobre abejorros y tallos, sobre la banalidad del perfume, como lo hace sobre cómo perseguir la perfección constituye una victoria sobre el mal, la muerte, las tinieblas y la nada.
¿Sabían que casi todas las gramíneas, a fin de “poner obstáculo a la glotonería de las babosas y de los caracoles”, introducen cal en sus tejidos? ¿Y del ingenio de la orquídea para ser polinizada? Y es que, en la naturaleza, cada especie, cada familia, como destaca Maeterlink “modifica o perfecciona su experiencia, su psicología y sus conveniencias particulares” para adaptarse a las necesidades que van surgiendo. Y añade: “¿No es exactamente así, por menudencias, continuaciones y retoques sucesivos, como progresan las invenciones humanas? (…) Diríase que las ideas acuden a las flores de la misma manera que se nos ocurren a nosotros. Tantean en la misma obscuridad, encuentran los mismos obstáculos, la misma mala voluntad, en el mismo desconocimiento. Conocen las mismas leyes, las mismas decepciones, los mismos triunfos lentos y difíciles. Parece que tienen nuestra paciencia, nuestra perseverancia, nuestro amor propio; la misma inteligencia matizada y diversa, casi la misma esperanza y el mismo ideal. Luchan como nosotros, contra una gran fuerza indiferente que acaba por ayudarlas”.
Por párrafos como este, Maeterkink ha sido acusado de humanizar la naturaleza, sin embargo, la impresión que da es la de un estudioso metódico de las flores que se sirve de la metáfora para intentar crear una empatía con el mundo natural que ha ido desapareciendo a lo largo de los siglos.
Y, a pesar de la crítica expuesta, ¿no intenta Maeterlink observar la naturaleza y el progreso inteligente de esta fuera de la humanidad, del prisma humano? Cómo el mismo reconoce, trata de “descubrir el carácter, la cualidad, las costumbres y quizás el fin de la inteligencia general de donde emanan todoslos actos inteligentes que se cumplen en la tierra”.
Sirva como reflexión final el siguiente pasaje, adecuado al contexto de pandemia mundial que vivimos actualmente y por el que hace un mes y medio un tercio de la población se confinó: “Si la naturaleza lo supiese todo, si no se equivocase nunca, si en todas partes, en todas sus empresas, se mostrase desde luego perfecta e infalible, si revelase en toda una inteligencia inconmesuradamente superior a la nuestra, entonces no habría motivo para temer y perder el ánimo. Nos sentiríamos víctima y presa del poder ajeno, que no tendríamos ninguna esperanza de conocer o medir. Es muy preferible convencernos de que ese poder, al menos desde el punto de vista intelectual, es estrechamente pariente del nuestro. Nuestro espíritu bebe en las mismas fuentes que el suyo. Somos del mismo mundo, casi iguales”.
Es probable que la naturaleza no sea perfecta, pero sí parece ser más poderosa que los humanos. Sin embargo, sería necesario introducir, llegado este punto, otro eje de reflexión a añadir al que propone Maeterlink: ¿Hasta cuándo continuaremos separando naturaleza y humanidad? ¿Acaso no formamos nosotros, también seres imperfectos en búsqueda de la supervivencia, parte de ella? Quizás el debate no esté en considerar si la naturaleza es perfecta o no lo es, si es poderosa o no, sino en romper con una dicotomía que, a la vista está, se carga el planeta. Porque es precisamente el hecho de concebirnos separados de esa naturaleza lo que nos distancia de ella, lo que crea otroredad y lo que da, como diría James Bond, “licencia para matar”, que es, al fin y al cabo, lo que parece que estamos haciendo.
Más allá de las flores
Si bien el estudio de las flores ocupa la mitad del libro y le da nombre, erróneamente, ya que el libro es todo un compendio de reflexiones que van mucho más allá de las vicisitudes del mundo natural, los demás capítulos no tienen desperdicio. La medida de las horas es tal absoluta delicia, en el que encontramos pasajes como este: «¡Medir el tiempo! Somos tales que no adquirimos conciencia de éste y no podemos penetrarnos de sus tristezas o de sus felicidades sino con la condición de contarlo, de pesarlo como una moneda no vista. No toma cuerpo, no adquiere su substancia y su valor sino en los complicados aparatos que hemos imaginado para hacerlo visible”. Exquisito. Escribe Maeterlink sobre la pobreza de las horas humanas” que regulan nuestras comidas y los pequeños movimientos de nuestra pequeña vida” y sobre la vanidad recelosa de los hombres, “sentimiento de nuestra impotencia y de nuestra inferioridad física”.
En El accidente se pregunta sobre la posibilidad de perfeccionar el instinto, y sobre los azares; y lanza este dardo: “no hay accidente cuya víctima no tenga la culpa, a priori” y en El despertar del alma anuncia, como si fuese una profecía: “Vendrá un tiempo tal vez, y muchas cosas anuncian que se acerca, llegará un tiempo tal vez en que nuestras almas se percibirán sin mediación de los sentidos”.
“¿No es el silencio el que determina y fija la sensación del amor? Privado del silencio, el amor no tendría ni sabor ni perfumes eternos. No hay silencio más dócil que el del amor y es verdaderamente el único que nos pertenece”. ¿Se puede escribir más bello? Cojea, sin embargo, el capítulo De las mujeres, con reflexiones no solo anticuadas, sino machistas y estereotipadas que hoy día no tendrían cabida en ningún libro (o sí): “La mujer parece más sujeta que nosotros a los destinos, y los sufre con una sencillez mucho más grande. No luchan nunca sinceramente contra ellos”. Otra época.
A pesar de, La inteligencia de las flores es un libro sobre la belleza en sus distintas dimensiones, sobre las bondades, el alma, los destinos y el amor, sobre la necesidad de perseguir la perfección mirando hacia el mundo natural, mirando hacia nuestros sentidos y hacia todo lo que nos rodea. ¿Qué hubiese escrito Maeterlink sobre la destrucción a la que sometemos a nuestro entorno actualmente? Es fácil predecir la respuesta a partir del amor que destila este libro por el mundo en el que vivió.

Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/sobre-la-inteligencia-de-las-flores/

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