El colapso civilizatorio y una oportunidad de cambio

Émilie Hermant tenía menos de 40 años cuando en un test genético le diagnosticaron la enfermedad de Huntington. Aunque no tenía ningún síntoma, le predijeron que no viviría mucho tiempo. Pudo bloquearse. Sin embargo, prefirió no enfocarse en un futuro incierto, sino planear qué podía hacer en el presente: impulsó el colectivo Dingdingdong y comenzó a investigar, escribir y divulgar la idea de “hacer de la enfermedad de Huntington una aventura digna de ser vivida”.
Existe un gran paralelismo entre la experiencia de Émilie y las posibles maneras de reaccionar ante la noticia del inminente colapso ecosocial.


Esther Oliver

El capitalismo no funciona para la mayoría
Que el capitalismo solo beneficia a una pequeñísima minoría es un secreto a voces, como cuando Margaret Thatcher dijo sin pudor aquello de que “la economía es el método y el objetivo es cambiar el alma”: el alma de la mayoría. No obstante, hay autores que ya hablan claramente sobre los mitos de este sistema económico y no siempre son anticapitalistas. Tenemos el caso del economista surcoreano Han-Joon Chang, de la universidad de Cambridge, que en una entrevista en la cadena británica BBC reconoció, dando algunos ejemplos, que “muchas de las premisas que se usan en el capitalismo son medias verdades o directamente mitos”.

Por otro lado, el antropólogo Jason Hickel y el filósofo Dylan Sullivan publicaron en Science un estudio titulado Capitalism and extreme poverty, en el que echaban por tierra algunas mentiras como que la pobreza extrema sea una condición “natural” de la humanidad, que antes del siglo XX la mayoría no tuviera acceso a bienes esenciales o que el Estado de bienestar llegase junto a este sistema económico. Basándose en tres indicadores (salarios, estatura y mortalidad) comprobaron si estos se habían mejorado o deteriorado en cinco regiones del planeta.
Los resultados no dejan lugar a dudas: en todas las regiones estudiadas la incorporación al sistema capitalista conllevó salarios por debajo de niveles de subsistencia, disminución de la estatura humana e incremento de la mortalidad prematura.
Más tarde, en una entrevista, Hickel nos recordaba el doble efecto negativo del neoliberalismo que no solo a pesar del uso abusivo de recursos y energía falla a la hora de cubrir las necesidades básicas, sino que además está provocando una crisis ecológica sin precedentes. Decía que la solución “requiere una transición fuera del capitalismo”.
No solamente las organizaciones medioambientales llevan décadas avisándonos de la situación, incluso ahora el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) no escatima en claridad. Juan Bordera y Antonio Turiel lo cuentan en su libro El otoño de la civilización. El IPCC advierte de que “el cambio climático está causado por el desarrollo industrial. Más concretamente por el carácter del desarrollo social y económico producido por la naturaleza de la sociedad capitalista insostenible”. Si no queremos sobrepasar los límites planetarios (y poco nos queda para superar todos los umbrales), “la única forma conocida de evitar un colapso climático es apartarse del modelo de crecimiento perpetuo”. Más claro que el agua.
Es posible cambiar de modelo
Seguramente conozcan a Douglas Rushkoff, considerado por el MIT como uno de los diez intelectuales más influyentes en el mundo actualmente. Yo hace poco que he sabido de él, gracias a una fascinante entrevista que le hizo Julien Devaurreix en su blog Sismique. Rushkoff nos habla sobre el poder de las ideas, nuestra desconexión de la realidad, nuestros miedos ancestrales, la “locura” de Internet o la urgente necesidad de ser más humanos. Relata cómo vivimos en esa visión del mundo en la que la ciencia y la tecnología son medios para controlar la naturaleza y las personas.
Se muestra optimista al pensar que estamos llegando al final de ese discurso, pero señala que tenemos que ayudar a la sociedad a comprender que el capitalismo no es una ley natural, que tenemos la capacidad para reprogramar el mundo en el que vivimos, que no es necesaria una revolución para desarrollar nuevas estrategias culturales y que solo tenemos que resocializarnos y reconectar con la naturaleza.
Muchos autores presentan el colapso como una ocasión ideal para transitar hacia un modelo de producción, distribución y consumo; que sea biológicamente sostenible y socialmente justo. Por ejemplo, Ted Trainer en 2010 escribió La vía de la simplicidad. Hacia un mundo sostenible y justo. No nos plantea una revisión del capitalismo, como pretende el greenwashing, los megaproyectos de energías renovables o el tecnooptimismo de la geoingeniería.
Este autor enfatiza la necesidad de un replanteamiento drástico de nuestra visión del mundo y dice que tiene esperanza en las condiciones que se avecinan ya que, al disminuir la abundancia, cuando el viejo sistema empiece a desmoronarse y la gente empiece a darse cuenta de que no nos va a seguir proveyendo para cubrir nuestras necesidades; entonces seremos realmente conscientes de que solo funciona lo local, lo frugal, lo cooperativo, lo autosuficiente…
Trainer reconoce que “las circunstancias no son las mejores: se trata de un cambio gigantesco, radical y sin precedentes en la historia (…) Esta oportunidad única durará poco tiempo. [No obstante,] debemos esforzarnos en construir ahora la vía de la simplicidad porque lo más importante es haber establecido los caminos alternativos en la memoria cultural, haber introducido esas ideas en todas las mentes, crónicas y bibliotecas posibles”.
Necesitamos una transformación cultural
La necesaria reforma social debería comenzar por una metamorfosis interna de cada individuo y por la construcción de un nuevo imaginario colectivo, pero como vamos con retraso tendrán que ser simultáneas. Centrémonos un instante en lo que piensan expertos de distintas disciplinas sobre las posibilidades que tenemos a nivel colectivo.
Jason Hickel, desde la antropología, aunque nos pone un reto muy difícil como es el de una modificación estructural totalmente transformadora, a la vez nos anima diciendo que si conseguimos que la ciudadanía se movilice y sea ella la que “controle las decisiones sobre la producción y la distribución de recursos, entonces se priorizará el bienestar social y el ecológico”.
Jorge Riechmann, desde la filosofía, en su libro Autoconstrucción. Ensayos sobre la transformación cultural que necesitamos, nos cuenta que otro mito es pensar que esta es una batalla del 99% contra el 1% En realidad, es una lucha del 1% de gente crítica para que el 98% despierte y combatamos juntos al otro 1% que dirige el sistema.
Aclara que la actual crisis ecosocial no es natural sino cultural y enumera algunas de las tácticas que usa ese 1% para que interioricemos su punto de vista y lo normalicemos. Además, expone algunas soluciones para “desafiar el 'sentido común' de los dominadores, (…) transformar el imaginario personal y colectivo, (…) buscar otras formas de plenitud…”. Aunque es consciente de que esto conlleva mucho esfuerzo, sin embargo, nos anima al recordarnos que las grandes crisis pueden “abrir ventanas de oportunidad hacia cambios de conciencia menos lineales de lo normal”.
Por otro lado, también desde la filosofía, Pérez Tapias, nos dice en su obra Mito, ideología y utopía que toda sociedad, toda cultura, tiene mitos y, dado que son capaces de adaptarse, es imposible extirparlos. Por este motivo plantea la posibilidad de desarrollar una utopía desmitificada. Primero aclara que la utopía no es un mito y que es posible conservar el aspecto positivo de las mitificaciones (la esperanza), mientras eliminamos lo que no nos conviene, como su irracionalidad o su visión cerrada de la realidad. Si lo consiguiésemos, tendríamos como resultado una utopía no mitificada, que nos serviría como “punto de apoyo para la transformación radical del sistema, hacia una sociedad que no necesite de 'nuevos mitos' porque la constituyen personas libres que cuentan con la utopía”.
Un último ejemplo lo tenemos en los colapsólogos franceses Pablo Servigne y Gauthier Chapelle, ambos biólogos, quienes a través de su libro Ayuda mutua, la otra ley de la selva nos aportaron otro enfoque del ser humano, totalmente distinto al del neoliberalismo. Este sistema individualista nos empuja a la autoculpabilización y a la frustración, para que nos responsabilicemos a buscar soluciones individuales a problemas creados socialmente; pero como homínidos, somos seres sociales y sobrevivimos gracias a interacciones basadas en la cooperación. La ley de la selva es otro mito del neoliberalismo.
Es esencial una metamorfosis personal
El antropólogo y filósofo Jesús Mosterín, en un ciclo de conferencias sobre el cerebro humano, dio una charla en la que diferenció nuestra naturaleza (la que es inherente y se transmite genéticamente) de la información que recibimos a través de la cultura por un aprendizaje social. Dijo algo muy esclarecedor: “La naturaleza humana está inscrita en nuestro genoma, como la cultura está inscrita en nuestro cerebro”.
Aunque, como pretendía Margaret Thatcher, casi nos cambian el alma, es algo que se puede revertir. La antropóloga Yayo Herrero decía, en una entrevista que le hicieron en La Sexta que “el capitalismo es droga dura” y sabemos que las adicciones se superan. Es cierto que estamos sometidos a muchos estímulos que van dirigidos a nuestro sistema límbico o emocional para que, como explica Riechmann en Autoconstrucción, nos dejemos llevar por la extralimitación. Sin embargo, también es cierto que los seres humanos hemos desarrollado el neocórtex o cerebro racional donde se localizan aquellas capacidades que nos pueden conducir hacia la autocontención. En estos momentos de la historia el reconocimiento de los límites del planeta y la necesidad de ajustarnos a ellos son fundamentales, por una simple cuestión de supervivencia.
Y si usar nuestras capacidades racionales suena complejo o aburrido, también tenemos una “mochila emocional”. De esto nos hablan los colapsólogos franceses antes mencionados, junto con Raphaël Stevens, en Otro fin del mundo es posible. En este libro nos presentan a Émilie Hermant y, al igual que ella hizo con el diagnóstico de su potencial enfermedad, se nos invita a que frente a las catástrofes tomemos una postura pragmática, más que determinista. Hay muchas actitudes positivas en las que apoyarnos: desarrollando la antifragilidad, con la que ciertas convulsiones nos hacen más fuertes; con una esperanza activa o en movimiento; trabajando la aflicción, transformándola en una aflicción subversiva; convirtiendo el ecoenfado en acción, como dicen en Science; o bien, creando sentido a través de una nueva narrativa.
En cuanto a la necesidad de dar sentido a la realidad que nos rodea, Luis González Reyes y Adrián Almazán explican, en su libro Decrecimiento: del qué al cómo, la interrelación entre lo que nos activa (los satisfactores de las necesidades, las emociones, los valores) y el entorno o contexto (que no solo es social, sino también físico-ecológico, como la inminente escasez de energía y materiales). Subrayan que, al cambiar el entorno, la clave estará en conseguir que la satisfacción de las necesidades genere emociones agradables y casen con nuestro sistema de valores. Si lo que tiene sentido además es objeto de deseo, entonces las reformas se pondrán en marcha de manera continuada. Asimismo, nos recuerdan que ya hay bastante trabajo realizado: transformaciones ecosociales en curso, sensibilización por parte de los movimientos sociales…
No podemos olvidar que esta es una tarea colectiva. Un ejemplo de movilización social lo tenemos en el Foro Social Mundial, que se reúne anualmente desde 2001, con el lema “Otro mundo es posible”, desafiando así el pensamiento neoliberal de que no existe otra alternativa. Este año se han juntado en Nepal unos 50.000 representantes de 90 países. Isabel Ortiz, directora del centro de investigación Global Social Justice, ha remarcado en un artículo que “la falta de voluntad de las élites políticas y económicas del mundo para resolver las múltiples crisis actuales está alimentando el descontento entre la ciudadanía (…) En todas partes, la gente está perdiendo la fe en los Gobiernos, las instituciones, los sistemas económicos y políticos”.
¿Podríamos, quizá, estar cerca de esa oportunidad esperada? Mientras nos mantenemos alerta, no deberíamos olvidar a personas como Stéphane Hessel; escritor, activista, miembro de la resistencia francesa y uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos; que en 2011 a sus 93 años nos dejó un pequeño ensayo titulado ¡Indignaos! En él nos legaba un mensaje de esperanza y de rebeldía. Nos invitaba a sustituir la indiferencia por una indignación activa. Nos instaba a una insurrección pacífica. 


Fuente: https://www.elsaltodiario.com/laplaza/colapso-civilizatorio-oportunidad-cambio - Imagen de portada: Imagen: Chad Davis

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