No existe el ‘derecho a viajar por ocio’ ni a ser turista

José Mansilla es doctor en Antropología social, ensayista y profesor en la Universitat Autònoma de Barcelona, Universitat Oberta de Catalunya y en la Universitat Ramon Llul. Experto en antropología urbana, estudia e investiga la relación entre el turismo, los conflictos urbanos y la exclusión social. Mansilla atiende a elDiario.es para hablar de los efectos dañinos del turismo de masas, como la gentrificación de las ciudades, la depredación de los espacios y recursos naturales en un contexto de crisis climática y su relación con el neoliberalismo en la actual fase del sistema económico capitalista: “El sector turístico ha mercantilizado el derecho al ocio y al descanso”, afirma

Entrevista de: Nicolás Ribas

¿Tenemos derecho a viajar a cualquier territorio del mundo?
Este es uno de los temas que se usó durante el famoso año de la “turismofobia”, que fue mucho más fuerte en 2017, y que después de la pandemia desapareció. Aparece y desaparece en función de los intereses materiales de las grandes empresas que están detrás del sector turístico. Se hablaba del “derecho a viajar”, “el derecho al turismo”, “el turismo como libertad de movimientos”... Es una cuestión tramposa porque tiene que ver con la idea de que “todos somos turistas”, que oculta todas las realidades de lo que hay detrás del turismo. Nosotros no tenemos derecho al turismo, ni tampoco derecho a viajar.
En el artículo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos se especifica que tenemos derecho al ocio y al descanso. Se redactó en un mundo completamente diferente al que tenemos hoy día porque es de 1948. Se hace referencia al ocio y al descanso en un mundo fordista, previo a la aparición del neoliberalismo, que sirve de sustento al desarrollo posterior de la industria del turismo. El derecho al ocio y al descanso, que aparece en la Declaración Universal de Derechos Humanos y que después es trasladada a la legislación y al conjunto normativo de los diferentes países, sustenta las ocho horas de trabajo, ocho horas para dormir, ocho horas para realizarte como persona en prácticas de ocio individuales o colectivas y un mes de vacaciones.
A partir de ahí surge, después de la II Guerra Mundial, el sector turístico como una plataforma económica que mercantiliza ese derecho al ocio. Un sector económico que ofrece la posibilidad de realizar ese tiempo libre o vacaciones al año mediante una práctica turística. Pero eso no significa que tengamos derecho al turismo, tenemos derecho al ocio y al descanso. El turismo, en cierta medida, utiliza como trampolín esa posibilidad para ofrecerte un abanico de actividades y elementos a partir de los cuales se lucran como empresas.

Una parte del sector hotelero exportó el modelo turístico impuesto en España al Caribe. ¿Qué influencia tiene ese turismo de masas en el proceso de acumulación capitalista en los países del sur global?
Joan Buades (profesor e investigador especializado en turismo, globalización y cambio climático) explica que lo que buscan los grandes sectores empresariales consolidados que tienen un exceso de ahorros (y, por tanto, tienen que invertir en otros lugares para evitar su depreciación) son países con condiciones similares a las que les permitieron llevar a cabo su proceso de acumulación. Buades dice que buscan “nuevos franquismos”.
Por eso, este tipo de dinámicas no se llevan a cabo en democracias muy consolidadas, como en la ribera norte del Mediterráneo, en EEUU o Canadá. Se lleva a cabo en islas del Caribe, Centroamérica y en otras partes de América Latina, que son países que han accedido a la democracia recientemente o cuyas instituciones y sociedades adolecen de la capacidad de responder activamente ante lo que esto supone. Es lo que David Harvey (catedrático de Antropología y Geografía en el consorcio de universidades de Nueva York -CUNY, por sus siglas en inglés-) llama “la solución espacial”, es decir, exportar capital y fijarlo en un territorio de diversas maneras para poder extraer rendimiento a largo plazo.
Las empresas se aprovechan, en un determinado momento, de la capacidad económica que tienen, de los flujos de capital que son capaces de atraer y de una situación internacional que conlleva la posibilidad de volar de una forma relativamente rápida y segura hacia otras partes del mundo, las subvenciones al combustible, la disponibilidad de compañías que llevan a cabo ese tipo de trayectos y la caída de la existencia de otro mundo. Por ejemplo, en Cuba este proceso se lleva a cabo porque cae el Bloque (comunista) del Este y necesitan la entrada de ingresos.
El turismo de masas aparece en los años 80 y 90 como un instrumento perfecto para conseguir el supuesto desarrollo en el sur global. Estos países buscan “venderse barato” atrayendo capitales turísticos que les permitan, a partir de su expansión, canalizar recursos hacia otros sectores de la sociedad y de la economía para desarrollarse. Es una cuestión ideológica: aprovechar que eres ‘la periferia del placer’.
A nivel global se está debatiendo sobre que estamos llegando (o hemos llegado ya) al pico del petróleo (teoría que predice que la producción mundial de petróleo llegará a su punto máximo y después caerá tan rápido como creció) y que eso provocará una crisis en el sector de la aviación -sobre todo, en las aerolíneas low cost- ligada a un encarecimiento de los combustibles fósiles. Parece inevitable que el sistema económico acabe adoptando el decrecimiento.
Hay muchas cosas que parecen inevitables y luego no ocurren así. Durante la pandemia escribí La pandemia de la desigualdad. Una antropología desde el confinamiento (Bellaterra Edicions, 2020) y siempre pongo el mismo ejemplo cuando me preguntan por el decrecimiento. En general, durante la pandemia, la gente en su casa, en contacto con sus amigos, hablaba de que cuando superáramos la pandemia ‘nos volveríamos diferentes’, porque hemos visto lo importantes que son los servicios públicos (sobre todo, la sanidad pública), que tenemos que reorientar nuestras pautas de consumo y ser más cercanos y sociabilizar más... Sin embargo, salimos a la calle, y eso no ocurrió.
En mi libro hablaba de que mientras que mucha gente estaba pensando en eso, desde un punto de vista idealista y naíf, los intereses empresariales, que se habían quedado completamente parados, iban por otro lado. Directivos de grandes empresas y representantes de la patronal hotelera estaban ocupando ya 'casillas de salida' para ver cómo iban a recuperar el tiempo perdido o cómo podían acceder a determinadas líneas de ayudas públicas.
Con el decrecimiento pasa igual: no se va a dar solo. No hay nadie de quienes tienen la sartén verdaderamente por el mango (nadie que esté dentro de los grandes lobbies y empresas) que vaya a apretar el botón del decrecimiento por voluntad propia. Eso solo ocurre mediante la presión y la organización de diferentes colectivos, sindicatos y partidos políticos que fuercen la mano de los gobiernos para que pongan límites y sean capaces de hacerles ver a las empresas que 'por ahí no se puede ir'. De otra manera no se va a conseguir: nada apunta a que vayamos hacia el decrecimiento.
Para explicar este tipo de cuestiones hay que tener en cuenta que hay gente con altavoces muy grandes (quienes tienen acceso al dinero y a los medios de comunicación) que dicen que todo lo que sea poner en duda el turismo de masas es turismofobia o que están por reformar el turismo para que sea de calidad. Y eso llega mucho más lejos que quienes dicen “No, nos estamos cargando el planeta” y que lo que hay que hacer es “fomentar el turismo de proximidad'. Que hay que racionalizar y planificar los recursos porque ya estamos viviendo las consecuencias del cambio climático. 

El resultado final será el resultado de una batalla, como todo. Todo se consigue a base de lucha y organización.

Fuente: Fragmentos de un nota del Diario.es- Para leer el txt entero: https://www.eldiario.es/illes-balears/sociedad/jose-mansilla-antropologo-no-existe-derecho-viajar-ocio-turista_128_9712667.html
 

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