Presentes complejos, futuros vivibles: Entrevista a Yayo Herrero (segunda parte)

... Vivimos en una época en la que se han descompuesto organizaciones, tradiciones y ámbitos sociales que anteriormente servían de pegamento social y como mecanismos para la difusión y la aceptación de propuestas políticas. Y eso nos aboca a ver la política como algo individual, cosa que nos lleva al escepticismo o incluso al cinismo, también a experimentarla a través de medios de comunicación, que aunque a veces nos invitan a participar están dirigidos por gente con ideas políticas muy concretas… Incluso la gente que podemos llegar al convencimiento de que hay que hacer algo estamos un poco paralizados, porque no somos capaces de imaginar ninguna forma de hacerlo. ¿Piensas que esto pone algunos límites a la efectividad de la divulgación? ¿Cómo relacionas las dos facetas del movimiento ecologista, la de la divulgación y la del trabajo en el territorio? ¿Crees que estamos esperando alguna forma de canalizar a la práctica, en acción política efectiva, esas realidades que vemos? ¿Qué falta?

Coincido bastante con lo que estás planteando y con el análisis que haces. Yo lo cuento desde mi propia experiencia. Yo me fui a vivir fuera de Madrid hace ya casi tres años, vivo en Cantabria. Y cuando vengo a Madrid, el lugar donde he nacido, donde ha transcurrido gran parte de mi vida, donde están compañeros de vida y de activismo —porque me cuesta distinguir ambas cosas—, lo que noto es que sobre Madrid ha caído una capa de tristeza y de desánimo brutal. Todo el proceso que llevó a Ahora Madrid a la alcaldía se venía construyendo desde hacía varios años no fue solamente la irrupción de Podemos, que naturalmente fue importante, sino que había habido un proceso de trabajo en un lugar en el que había sido muy difícil trabajar porque siempre había sido un lugar cruzado de tiranteces, tensiones y problemas. Creo que lo que sucedió en Madrid, y no me refiero a perder finalmente la alcaldía, sino al proceso de desilusión de lo que fue la práctica política, de lo que se había construido, dejó a mucha gente muy tocada. Luego ya la pérdida de la alcaldía mucho más, aunque me parece que fue interpretada con demasiadas simplificaciones . Siempre dije que no había habido un espacio donde se pudiera hablar leal y tranquilamente de las cosas que habían pasado, de las dinámicas políticas que se habían dado y de por dónde se había desangrado la posibilidad de construir movimiento. El remate de las elecciones últimas a la Comunidad de Madrid fue evidente. La pandemia ha pasado factura también de manera inevitable, y la sensación es que el movimiento está muy desangrado.
La semana pasada hablábamos en el Consejo de Redacción de [la revista] Contexto de una dinámica que se está dando en todos los periódicos de izquierda: un desplome brutal de las lecturas. Y en Contexto no se desploma la lectura de la sección de crisis ecológica y cambio climático, que nunca ha sido la más leída pero mantiene una dinámica estable, sino que se desploman las lecturas de coyuntura política de izquierda, de firmas, análisis… Y pasa en todos los medios, desde El País, por hablar de un medio dudosamente progresista, hasta los medios que son interpretados dentro de las izquierdas. Además, el tipo de análisis que se están leyendo, el tipo de planteamientos políticos que se están dando —y hablo fundamentalmente de la política institucional— son muy pobres. Ese reduccionismo de la política a lo mediático hace que se reaccione ante la última ocurrencia que ha tenido cualquiera de Vox, o lleva a un análisis donde las propias izquierdas se despedazan unas a otras acusándose mutuamente de superioridad moral, de ineficientes por distintos motivos, a los unos de muy radicales y a los otros de más reformistas. Unos se postulan como la izquierda ganadora aunque no hayan ganado nunca nada, los otros se postulan como los de las esencias puras… En este momento el análisis de coyuntura política mediática me resulta muy poco sugerente, muy poco motivador. Eso sí que me da una tremenda tristeza.
Y eso va acompañado de que una buena parte de esas iniciativas —me estoy refiriendo fundamentalmente a la política que aspira a ganar elecciones o a estar en la institución— no tiene movimiento por debajo, no hay nada en lo que apoyarse en los territorios, y tiene un vínculo muy frágil con movimientos sociales, que a su vez también se han empobrecido y se han debilitado enormemente. Ahora mismo el movimiento feminista probablemente es el que más aguante —y está también muy fraccionado—, junto con algunas iniciativas que yo denominaría de biosindicalismo, que son las que van creciendo y burbujean.
¿Qué hay por otro lado? Hay una dinámica creciente de gente organizada en iniciativas colectivas —pero no diría políticas— en los territorios. Yo conozco a bastante gente que precisamente frente al desánimo que siente dice: «Vamos a ver cómo nos organizamos para, colectivamente, afrontar desde el miedo hasta realidades materiales complejas». Y ahí sí que creo que hay una riqueza grande. Porque creo que, cuando vengan momentos difíciles, lo que hará que no se evolucione hacia la pelea de todos contra todos, sino más bien hacia una dinámica en la que puedan surgir explosiones comunitarias como las que surgieron durante el confinamiento, es que tengamos coágulos de organización y de colaboración repartidos en el territorio. Eso no quiere decir que no me parezca importante que haya articulación política institucional y que no me parezca importante fortalecer los movimientos sociales, pero creo que hay una parte del trabajo que se está reorientando a esas dinámicas de base, por debajo, que por un lado satisfacen la pulsión política de transformación y por otro lado generan espacios donde guste estar. A veces me han dicho que soy un poco moñas con esto, pero creo que vamos a necesitar mucho tiempo de activismo y de acción política, y creo que necesitamos construir espacios donde guste hacerlo.

«Creo que, cuando vengan momentos difíciles, lo que hará que no se evolucione hacia la pelea de todos contra todos […] es que tengamos coágulos de organización y de colaboración repartidos en el territorio»

Todo cambio social importante es la suma de la actividad de muchísimas personas haciendo cosas diferentes. En el mejor de los casos, organizados y en contacto entre sí, pero no necesariamente. Pero a nivel personal, y también a nivel de pequeño grupo, es imposible hacer todo y hay que decidir qué es más importante para ti y gastar más esfuerzo en eso y no en otras cosas. ¿En qué gastas tú hoy en día la mayor parte de tu esfuerzo? Y, de todo esto que hemos estado hablando, del trabajo local, la articulación política, la divulgación…, ¿cuál crees que es hoy en día la fundamental, si hay alguna en la que deberíamos colocar más esfuerzo? ¿Cuál sería la clave de una victoria futura, si la hay?

Gasto tiempo en lo que considero que es importante, pero también es una cuestión puramente personal, que es donde más a gusto estoy o donde más capaz me veo. Y tiene que ver con una idea de educación en un sentido amplio; no en una pedagogía formal, aunque también. Me preocupa lo que se estudia en los centros educativos, pero también trabajo mucho en el marco de las producciones culturales, lo mismo con las redes de museos locales —donde se está haciendo un trabajo excelente en el territorio, en los pueblos, para introducir debates y prácticas— o en el Macba. Entiendo la parte educativa en un marco muy amplio, por eso también participo en algunos medios de comunicación, porque creo que también tienen un rol educativo fundamental. Lo que intento —algunas veces me sale hasta medio bien y otras veces peor— es darle un aterrizaje, vincular los análisis globales con los contextos cotidianos y las vidas reales, e intentar crear una emocionalidad positiva ante el momento que estamos viviendo. Para mí esto es muy importante: tratar de generar una dimensión emocional positiva que mire la realidad que tenemos tal cual es y que busque formas de rearticular la vida en común que afronten el presente y el futuro con la esperanza activa de crear otra cosa. Para mí esto ahora mismo es una cuestión absolutamente fundamental. A veces estás con personas que acaban de tener criaturas pequeñas y que quieren involucrarse, como parte de ese proceso de acompañamiento que es la crianza, y ves que que criar no es solamente garantizar que nuestra criatura evolucione de manera sana y feliz, sino que criar es criar todo lo que hay alrededor de él o de ella para que esa vida que le ponemos por delante sea una vida que merezca la pena vivir.

«Buscar formas de rearticular la vida en común que afronten el presente y el futuro con la esperanza activa de crear otra cosa para mí es una cuestión absolutamente fundamental ahora mismo».


Y esa dinámica activista para mí es colectiva. Mi propio análisis de la realidad y de lo que hay alrededor me parece siempre mucho más pobre que cuando me junto con gente distinta y planteo un problema. Para mí el activismo tiene una parte de complejizar, de tratar de meter elementos cada vez más distintos que nos permitan ver por dónde orientarnos. Esa es la parte en donde yo estoy.
Y en cuanto a qué debieran de hacer los demás… Yo soy incapaz de decirlo. En este momento, cualquier cosa en la que participemos, que sepa dónde estamos y que tenga un horizonte de vida buena yo lo respeto enormemente. Hay quien lo hace desde una institución pública —porque yo puedo elegir una opción u otra a la hora de votar, pero valoro enormemente a la gente que se bate el cobre ahí—. Y me parece fundamental que articulemos climas de diálogos y de alianzas en lo que se pueda, no tiene por qué ser 100% en todo, pero sí alianzas adecuadas para frenar sobre todo las dinámicas que a mí me preocupan, que son las dinámicas misóginas, racistas, hipercoloniales, patriarcales, esa ofensiva de una ultraderecha que creo que está conectando bien, precisamente por la simplificación de los mensajes, con mucha gente que no necesariamente compartiría esa propuesta política de fondo.

Un aprendizaje que yo he tenido personalmente en los últimos años ha sido el de intentar, porque no siempre se consigue, dar menos importancia a la identidad propia. Porque creo que, como decíamos antes, la descomposición política de las grandes organizaciones ha rebajado mucho la importancia de lo que tú pienses que representas, y que es mucho más importante encontrar situaciones concretas en las que hacer alianzas concretas para conseguir victorias, y si luego volvemos a separarnos tampoco pasa nada.

Yo vengo de una tradición política, y sobre todo a través de la participación en Ecologistas, que ha estado basada en eso. Dentro de Ecologistas tenemos personas absolutamente conservacionistas que siguen siendo críticas con que nos metamos a hablar de la ley mordaza o de la política de cuidados; tenemos compañeros que, al contrario, vienen de la ecología política que miraban un poco de soslayo al conservacionismo; historias de pueblos, ecologismos muy urbanos… Y con un nivel de diferencia interior muy fuerte. Pero incluso dentro de los movimientos que tenían esa tradición los dos o tres últimos años están pasando una factura tremenda. Porque el activismo para mí es un lugar donde se puede hablar de todo.. Ahora mismo el nivel de atrincheramiento que hay hace que incluso en los lugares donde se podía hablar de todo aparezcan algunas voces que digan: «De esto no hablamos». Ese «de esto no hablamos» es el principal peligro que podemos tener en este momento, porque son tan complejas las cosas que necesitamos tener apertura para poder hablar de todo.

Me da la sensación de que tienes una mirada que intenta reconstruir los fundamentos, el tejido social o asociativo pegado a los problemas concretos y a la experiencia de las personas. Mi sensación también es que sin eso es muy difícil construir otras cosas más ambiciosas, pero a la vez tengo la preocupación nacida de la compresión de los tiempos que trae consigo la crisis ecológica: la idea de que hay pocos años para intentar revertir dinámicas imparables y que nos abocan a escenarios muy duros. ¿Cómo reconcilias esta tensión entre la sensación de que hace falta trabajar en fundamentos, algo que inevitablemente lleva tiempo, y la falta material de tiempo para hacerlo?

Antes hablábamos del artículo de Alberto Garzón, que me parece importante estando en un Ministerio menor y en la posición en la que está, pero más significativo me pareció la campaña sobre las macrogranjas. Me parece interesante analizarlo porque lanzó una idea que a priori parecía perdedora, con el ataque que tuvo inmediato. Pero como había un trabajo previo muy importante de muchos colectivos, en este caso en los colectivos —que habitualmente solemos decir que lo que pasa en la institución se lo ventilen ellos— la gente salió a decir: esto es así». Y en el bar de mi pueblo, que es un pueblo ganadero, el primer día el discurso era «este tío está loco» y «va contra nosotros», y diez días después incluso gente que vota a Vox había matizado totalmente el discurso, porque es ganadería extensiva lo que hay en mi pueblo. Fue un caso significativo de lo que puede suceder cuando alguien abre el debate dentro de la institución y hay un trabajo previo de base que puede reforzarlo. Me parece que eso es importante, igual que me parecería importante si tuviéramos un ministerio en temas de energía que hiciera una apuesta marcada y clara, aunque no sea la apuesta perfecta. Esa relación que siempre es difícil entre un movimiento autoorganizado que lo quiere todo, y que es necesario que exista, desde mi punto de vista, y una institución que hace lo que puede, porque llegar a la institución no es ni mucho menos haber ganado el poder. Encontrar ahí un diálogo o una relación razonable entre esas dos cosas es fundamental. En este momento, sobre todo en atención a los tiempos que hacen falta, la una sin la otra no funciona.
Ahí habría que aprender del Ayuntamiento de Barcelona, donde se están dando dinámicas que pasan desapercibidas, tremendamente interesantes en cuanto a la transformación del propio modelo de ciudad, que creo que tienen mucho que ver con esto. Una relación que en muchos momentos es muy tirante y tensa, nunca plenamente armónica, entre movimientos sociales y la gente que está en el ayuntamiento, pero que yo creo que da pasos interesantes. ¿Al ritmo que nos gustaría? Probablemente no.
Pero una cosa que me ha acabado por tranquilizar ha venido tras decirme que las urgencias son tremendas, pero que los ritmos que podamos tener son los que seamos capaces de crear, y si no somos capaces de crear otros tendremos que aprender a desenvolver la vida y a hacerlo lo mejor posible en estos ritmos. Porque nadie los va a poder imponer a una velocidad mayor si no tenemos una mayoría social suficiente que quiera y desee esos cambios. Trato de relajar esa ansiedad intentando pensar —y a lo mejor esto es muy egoísta— que estoy haciendo todo lo que puedo. Que cuando mire a mi nieto a la cara, que he sido abuela hace poco, le pueda decir: «Hice todo lo que pude».

Fuentes: Corriente cálida
Yayo Herrero (Madrid, 1965) es antropóloga, ingeniera agrícola y educadora social. Fue coordinadora confederal de Ecologistas en Acción entre 2005 y 2014, colectivo en el que continúa militando. Coordinó también el Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental y es miembro del Foro de Transiciones. Sus líneas de trabajo principales se sitúan en el ecologismo social y en los vínculos entre ecologismo y feminismo. Ha participado en más de una veintena de libros y es autora de ensayos como Los cinco elementos (Arcadia, 2021) y Ausencias y extravíos (Libros en Acción y Escritos Contextatarios, 2021).
Fuente: https://corrientecalida.com/presentes-complejos-futuros-vivibles-yayo-herrero/

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