Amazonia boliviana / Enraizar desde la placenta: Comunidades chimanes y el origen de la vida

Las comunidades chimanes (también “tsimanes”) corresponden a la población originaria que se ubica en la Amazonía boliviana, distribuidos en los márgenes del Río Maniqui, en los municipios de San Borja y el departamento de Beni, entre otros. Los territorios de tierras bajas que habitan hoy son los mismos que han recorrido desde tiempos ancestrales. Alrededor de los años 50 pasaron de un estilo de vida nómada a uno sedentario. Se asentaron en lugares específicos como consecuencia del proceso de evangelización, el cual llegó tardiamente a este lugar a diferencia de otros pueblos de la zona.


Texto por Paulina Hidalgo

La luz del sol ayuda durante los exámenes a falta de luz eléctrica. ©Nadia Salazar

Este pueblo encuentra su organización bajo autoridades como el Gran Consejo Chimán (desde el año 1989) frente al Estado de Bolivia, más una directiva, corregidor y líderes espirituales. La zona que habitan es de autonomía territorial y gobernanza, en donde las comunidades tienen derecho a ejercer sus propias formas de salud, educación, usos y costumbres. Es en dicho contexto donde se ubica la misión de la ONG Solidaridad Médica España (2003) quienes ayudan a la población desde hace diez años a través de expediciones sanitarias  e instancias de educación para la salud en tres ríos: Maniquí Alto y Bajo, e Ichoa. Además, desde el 2018 integraron una perspectiva de género en apoyo a las mujeres indígenas generando espacios de encuentro para compartir sus saberes y valorizar su propio rol dentro de la comunidad. A la vez, la ONG vela por no transgredir sus prácticas culturales y cosmovisión.
Los chimanes son comunidades agrícolas que practican el cultivo del arroz, la caza, la recolección y la pesca, además de la comercialización de algunos de sus productos. Sus viviendas son de techos de fibra de palmera, su convivencia con el río es diaria ya sea como salón de juegos, para tomar un baño o navegar en canoas que ellos mismos construyen con el hueco de árboles; su dormir es en el mismo suelo sobre esterillas; duermen sintiendo la respiración de la Tierra en una simbiosis donde no hay separación entre ellos y la Madre Selva. 
Nadia Salazar, matrona de profesión y partera tradicional, quien ha trabajado con estas comunidades cuenta que “para ellos todo es muy natural, ahí es como uno se da cuenta de lo simple que es la vida (…) las madres están con sus hijos y crían, y los padres salen a pescar, muchas veces con los hijos. Es una vida super simple, y están mucho más conectados, porque claro, trabajas la tierra de alguna forma, para poder tener tu chaco, tus alimentos, pero también siempre hay una parte que es para la tierra”. En este sentido los chimanes toman sólo lo necesario y siempre entregan una parte de vuelta a la selva.

Nadia, además de tener ascendencia aymara y estar en el trabajo de rescatar y revitalizar la partería tradicional andina. ©Nadia Salazar

Control a recién nacidas en Cuchisama Alto de parto atendido en casa y acompañado por partera. ©Nadia Salazar

Nadia, además de tener ascendencia aymara y estar en el trabajo de rescatar y revitalizar la partería tradicional andina, participa en las expediciones de la ONG desde hace cinco años, primero como brigadista y luego para el “Proyecto de Parto Limpio” en donde se generan encuentros para mujeres chimanas y se les entrega insumos para disminuir los riesgos dentro de la gestación, el parto y el puerperio, como un paquete de parto limpio con insumos quirúrgicos que les enseñan a utilizar. A ellos asisten tanto parteras tradicionales como aprendices.
Al llevar a cabo el proyecto, Nadia encontró una tensión entre el sistema biomédico y el de las comunidades, a quienes no conocía aún cuando fue enviada a impartir el primer encuentro. “Estamos trabajando con población indígena pero en el fondo estamos llevando un hospital a un territorio indígena y no existía esta comunicación entre este sistema de salud que ellos tienen de manera tradicional y lo que hacía la ONG” dice Nadia. Me cuenta que de primeras la entrada era desde un modelo jerárquico y una posición de superioridad respecto de la población, por lo cual las chimanas evitaban mirarla a los ojos o se comunicaban con monosílabos. Así, se dio cuenta de que debía generar un vínculo diferente, de confianza y respeto. Finalmente logró un acercamiento real, además de una mirada crítica de lo que ella misma y su equipo de trabajo estaban haciendo, lo cual significó también una transformación individual. En sus palabras, dice: “este modelo médico que se olvida que está tratando con población indígena, ellos habitan con la Pacha todo el rato”. Hay un vínculo indivisible entre sus cuerpos y el gran cuerpo que se extiende como su territorio, en aquella Selva que los cría como madre día a día. “Aunque tengan bombas de agua en las comunidades, se bañan con agua del río, la ropa la lavan en el río. Es todo cíclico, no podrían vivir sin la selva, les proporciona todo, alimento, techo, comida, todo lo que necesitan” recalca Nadia.

“Estamos trabajando con población indígena pero en el fondo estamos llevando un hospital a un territorio indígena y no existía esta comunicación entre este sistema de salud que ellos tienen de manera tradicional y lo que hacía la ONG”
Nadia Salazar

Es aquí donde Nadia ha debido actuar como mediadora entre ambos sistemas: el biomédico y el tradicional chimán ya que, en general, existe un descuido. Necesidades como la salud y la educación son proporcionadas por personas que deben devolver años de servicio al Estado luego de sus estudios y una vez terminado el período se van, sin haber creado una vinculación real y efectiva con la naturaleza de la población y la selva. En este sentido, en los encuentros de parteras se ha intentado encontrar un punto de equilibrio al reforzar el vínculo horizontal con las chimanas, reconociendo su conocimiento y sabiduría, y en esto mismo, no coartando sus propias prácticas culturales. Es una fina línea entre proporcionar la ayuda necesaria o pasar a llevar una cultura, en donde históricamente se ha satanizado la relación que tienen las comunidades indígenas con el territorio y sus propios cuerpos como parte de una misma naturaleza.
El pueblo chimán vive los nacimientos y muertes como procesos naturales versus, por ejemplo, la muerte entendida desde el sistema biomédico. En este sentido Nadia cuenta que “allá la muerte y la vida habitan constantemente, no hay cuestionamiento”. Es en este contexto donde se insertan las parteras cuya asistencia no siempre es necesaria. El parto se da en un contexto familiar con la ayuda de madres o suegras, en las propias casas, y sólo en el caso de que las cosas se compliquen será necesaria una partera. Aquí ellas se van formando en el camino, ya sea porque vieron un parto o ayudaron a alguna mujer, y entre ellas se dan el dato de boca en boca. Cada comunidad tiene sus propias parteras y en el caso de que no las hubieran por ser comunidades muy pequeñas, se pide ayuda a las de las otras. Ellas son quienes tienen el legítimo derecho y el quehacer, tomando decisiones respecto a la salud de quienes ayudan. Llama la atención el poco reconocimiento que tienen de ellas mismas respecto a su rol: “algunas no se sienten tan importantes, no se dan cuenta de lo importantes que son” dice Nadia. Es aquí donde los encuentros y talleres han sido un aporte: desde el acompañamiento respetuoso y la confianza desarrollada se ha podido empoderar a las chimanas para que tomen un rol más definido, siendo más conscientes de su voz y voto como referentes y consejeras, como guardianas de la vida en sus territorios, herederas de una sabiduría ancestral y transmisoras de saberes milenarios.

Hay niños que hasta el año no le ponen nombre porque no tienes la certeza de que esa cría se vaya a quedar. ©Nadia Salazar

La materialidad que se utiliza durante el parto es de la misma selva. La mayoría pare sobre una esterilla que tejen de un tipo de caña de hojas de palmera (jatata); la cuerda de la que se amarran y cuelgan es de fibra de árbol; los masajes que les dan sus cuidadoras son de plantas del mismo territorio. Así también hacen un hoyo en la tierra para que caigan directo los fluidos que se liberan en el momento, en una conexión que pasa por el cuerpo de la madre y se entrega de vuelta a la selva. El aporte de la ONG en este sentido ha sido insertar más medidas de higiene con los elementos que ellas ya tienen; ya que la mayoría de las muertes son por parásitos o microorganismos que están en la tierra en el momento del parto, les entregan un plástico para recibir al bebé y evitar la contaminación, en donde caen también los fluidos que luego entregan al hoyo en la tierra.
Así también, el elemento energético es de cuidado; los espíritus pueden ser responsables de muertes y querer llevarse a estas almas, ya que todo en la selva está vivo. El monte y los animales pueden ser algunos de ellos, para lo cual utilizan elementos de protección como uñas o dientes de animal. Luego del parto también se les protege realizando baños con plantas y sahumando el lugar donde la mujer pasará sus primeros días. “Hay niños que hasta el año no le ponen nombre y se llaman “bebe” o “beba” (…) y es porque claro no tienes la certeza de que esa cría se vaya a quedar” cuenta Nadia. Otra práctica es tintarles el cuerpo con una semilla llamada “vi”, que les da un color negro azulado y que usan durante el primer mes de vida como protección, tanto de los espíritus como de los insectos.

Nadia Salazar en taller con mujer embarazada. ©Nadia Salazar

Nadia Salazar en taller con un muñeco que simboliza al recién nacido. ©Nadia Salazar

La ritualización de la placenta es clave para este pueblo. “Les contaba a las mujeres que yo hacía medicina placentaria, y cómo la trabajábamos y que se puede consumir en cápsulas. Ellas se molestaban mucho, me decían que por qué yo hacía eso, que eso no correspondía, que la placenta era para la tierra” relata Nadia. Efectivamente, la tradición chimán es devolver la placenta a la tierra denotando un cuidado que restablece el equilibrio con lo que la selva ha dado.
Nadia me explica que la placenta consta de dos caras: una maternal y una fetal, esta última es la que tiene el cordón umbilical y la primera va unida al útero por vasos sanguíneos que son los que nutren a la cría. En el parto al desprenderse la placenta, los vasos sanguíneos deben obstruirse y despegarse también. Cuando las chimanas hacen la devolución de la placenta hacia la tierra, es esta cara, la cara maternal, la que mira a la tierra, estableciendo de nuevo la comunicación con la madre, y el cordón queda hacia arriba. Luego le hacen una casita para cubrirla y para que quede a resguardo de los animales. Este es un lenguaje con la madre naturaleza ya que, el cordón que queda hacia arriba simboliza el camino de ese ser, y la placenta su arraigamiento en la tierra. La placenta es la tercera vida (madre, bebé y placenta), y es la vida que crió a la vida. “Tú raíz inicial, el árbol de tu vida es tu placenta, entonces tienes que conocer dónde está tu placenta para poder enraizarte. Claro, con razón estamos todos tan desarraigados”, comenta Nadia refiriéndose a nuestro caso como sociedad occidental. La placenta es el vínculo y el arraigo a la tierra, si no sabemos dónde está nuestra placenta entonces no sabemos a dónde pertenecemos. “Al final desde muchas miradas de pueblos se dice que es la hermana gemela, la abuela, la guardiana, entonces cómo no rendirle tributo”.

Personas en bote en el río. ©Nadia Salazar

Entrevistada:  Nadia Salazar Toro. Matrona integral y partera.
Imagen de portada: ©National Museums of World Culture

Fuente: Revista Endémico - https://endemico.org/enraizar-desde-la-placenta-comunidades-chimanes-y-el-origen-de-la-vida/
 

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