Qué se puede hacer para frenar el auge global del fascismo

El fascismo está repuntando en las democracias liberales, con piel de cordero, con su verdadera cara oculta, ésa que debería haber quedado grabada en los rostros de todo hombre de bien, especialmente de aquellos dedicados a la vida pública, para que no se volviera a repetir la ignominia. El despertar de las ideas totalitarias, que algunos creían imposible, es la consecuencia lógica de ese sistema de gobernanza llamado neoliberalismo. La historia se repite. Hoy más que nunca es necesario una hoja de ruta distinta que pase página definitivamente a aquella impuesta desde las élites, que, bajo la apariencia de libertad, solo escondía el peor de los yugos, el miedo, la deuda, un nuevo feudalismo.

Juan Laborda

Desde 1998 se han desarrollado varias dinámicas, aparentemente independientes, que no solo es que estén profundamente interrelacionadas sino que en la actualidad están dirigidas. Abarcan economía, finanzas, gobernanza y geopolítica. Desde un punto de vista político, el neoliberalismo está evolucionado desde una visión cínica de la democracia, el totalitarismo invertido, hacia una deriva autoritaria, un nuevo fascismo. Es la reacción de las élites ante lo que ellos consideran desorden e inestabilidad social. Creen que desde un sistema represivo autoritario mantendrán intacto sus riquezas y de paso competirán con China. Esperemos que sea exactamente lo contrario, su desaparición definitiva y la vuelta a un sistema económico y político inclusivo, auténticamente democrático.
El sistema de gobernanza actual, el neoliberalismo, está agotado
Permítanme introducir alguno de los análisis del estratega jefe de una de las mejores gestoras de fondos del mundo, GMO. El extravagante James Montier, en colaboración con Philip Pilkington, de la Kingston University, ambos postkeynesianos de pro. Son dos piezas que permiten entender lo que está pasando desde una perspectiva distinta. Por un lado, “Six Impossible Things Before Breakfast”, y, por otro, sobre todo, “The Deep Causes of Secular Stagnation and the Rise of Populism”
Para Montier y Pilkington el surgimiento del populismo fascista tiene sus raíces en las mismas fuentes que han dado lugar al denominado “estancamiento secular”.
Cuando hurgamos la raíz del problema nos encontramos con un sistema roto de gobernanza económica, denominado “neoliberalismo”, surgido a mediados de la década de 1970 y que se caracterizó por cuatro políticas económicas significativas basadas en hipótesis falsas y que han colapsado. Primera, el abandono del pleno empleo como objetivo político deseable y su reemplazo por objetivos de inflación. Segunda, un aumento en la globalización de los flujos de personas, capital, y comercio. Tercera, un enfoque empresarial basado en la maximización del valor para los accionistas en lugar de la reinversión y el crecimiento económico. Cuarta, la búsqueda de mercados laborales flexibles con la disrupción de sindicatos y trabajadores.
Bajo este marco, la visión ortodoxa sobre el estancamiento secular adopta dos perspectivas distintas: O bien el estancamiento secular es causado por una situación en la que el tipo de interés real tiene que ser negativo para generar una vuelta al crecimiento (explicación desde el lado de la demanda); o bien algo no funciona desde el lado de las fuerzas que determinan la productividad en la economía (explicación desde el lado de la oferta).
Montier y Pilkington, al igual que otros tantos economistas postkeynesianos, son profundamente críticos con este marco de pseudo-pensamiento. Argumentan que las razones últimas del auge del populismo se encuentran en las políticas que se han seguido bajo el paradigma neoliberal, y que han llevado a los “hechos estilizados” observados del actual estancamiento secular. El régimen neoliberal ha dado lugar a una inflación más baja, menores tasas de crecimiento económico, caídas de las tasas de expansión de la inversión, menor crecimiento de la productividad, aumento de la desigualdad de ingresos y riqueza, disminución de la seguridad laboral, y períodos de deflación. Además, la economía mundial se ve temporalmente “obstruida” por los altos niveles de deuda, cuando los precios del colateral que la alimentan se hunden. Estas son tendencias de largo plazo que han sido visibles durante décadas, pero que se vieron gravemente exacerbadas por el colapso de la burbuja de la deuda privada mundial en 2008-2009.
Pero a medida que los ciudadanos de varios países de todo el mundo percibieron que las soluciones puestas en marcha después de la crisis solo beneficiaban a la superclase, y que simplemente eran una coartada para mantener un sistema desequilibrado y cada vez más disfuncional, se rebelaron. Fue entonces cuando comenzaron a emitir votos para varios candidatos políticos populistas en un aparente esfuerzo por sacudir al sistema. Si no hay un cambio de rumbo hay muchas posibilidades de que el sistema siga adelante, independientemente de su disfunción, hasta que se descomponga.
Qué se puede hacer
Para conseguir una mayor eficiencia económica y mayor cohesión social se deben dar muchos más pasos. Lo primero, desmantelar y desmontar los andamiajes colocados por una ortodoxia que ya no da más de sí. La economía, en el momento actual, representada por la corriente dominante, no deja de ser una pseudo-ciencia. En “The Trouble with Macroeconomics”, el premio nobel Paul Romer entona un mea culpa, y nos obsequia con un resumen que no tiene desperdicio: “Durante más de tres décadas, la macroeconomía ha ido hacia atrás. El tratamiento de la identificación ahora no es más creíble que a principios de la década de 1970, pero escapa al desafío porque es mucho más opaco. Los teóricos de la macroeconomía descartan los meros hechos fingiendo una ignorancia obtusa sobre afirmaciones tan simples como que una política monetaria restrictiva puede causar una recesión. Sus modelos atribuyen las fluctuaciones de las variables agregadas a fuerzas causales imaginarias en las que no influye la acción de ninguna persona…”.
En segundo lugar, el Estado debe repensarse. Para ello debe expulsar de sus inmediaciones a los distintos lobbies económicos y financieros que succionan del presupuesto público, y volver a controlar, desde la voluntad de la ciudadanía, el volante de la política fiscal. Sí es posible alcanzar el pleno empleo, y la política económica debe ineludiblemente centrarse en ello. Tras la ruptura de Bretton Woods en 1971, la mayoría de los gobiernos empezaron a emitir sus monedas mediante decretos legislativos bajo un tipo de cambio flotante. Un tipo de cambio flexible libera a la política monetaria de tener que defender una paridad fija. Los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que financiar su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. El culto a la austeridad se deriva de la lógica del patrón oro y no son aplicables a los sistemas monetarios “fiat” modernos. Por lo tanto, las políticas fiscal y monetaria pueden, y deben, concentrarse en garantizar que el gasto doméstico fuera el suficiente para mantener altos niveles de empleo.
Sin embargo, la realidad fue por otros derroteros: se cedió la financiación a los Tesoros al sistema financiero. Con ello se pretendía limitar la eficacia de la política fiscal de los gobiernos. Michal Kalecki ya en 1943 en “Political Aspects of Full Employment” exponía las razones por las que a “los hombres de negocio” o a las élites no les gustaba, y sigue sin gustarles, la idea de utilizar la política fiscal como instrumento de política económica. Hay que seguir manteniendo comportamientos y estructuras institucionales que limiten las capacidades de gasto de los gobiernos. Esto le da a la superclase un poderoso control indirecto sobre la política del gobierno, mientras permiten dar forma a los fundamentos de cierta ética capitalista basados en que te ganarás el pan con el sudor -a menos que tengas los medios privados suficientes-. Pero sobre todo permiten que el miedo siga desempeñando su papel como medida disciplinaria.
En tercer lugar, se debe desmontar el principal andamiaje, a modo de Leviatán, generado por la ortodoxia económica en las últimas tres décadas, bajo el fundamentalismo de mercado: la financiarización de la economía. Dicha financiarización es la responsable última de las subidas de los precios de los alquileres, del precio de la vivienda, del precio de los alimentos y de los combustibles, del precio de la luz, de la pobreza energética y alimentaria, de la desigualdad creciente, del mayor poder de mercado de ciertas empresas, en definitiva, de una extracción de rentas asfixiante… ¿O ustedes creen que los personajes más ricos del mundo han conseguido su fortuna con negocios reales y no financieros?

Sí, lo sé, lo que pido quizás, ingenuamente, es demasiado soñar. Pero, como recitaba el poeta Carl Sandburg, “nada sucede a menos que primero lo soñemos”.


Fuente: https://www.elsaltodiario.com/analisis/-se-puede-hacer-frenar-auge-global-del-fascismo - Imagen de portada: ÁLVARO MINGUITO DAVID F. SABADELL

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