Francia: Postura y llamamiento de los ‘Levantamientos de la Tierra’ sobre el movimiento agrícola en curso
Si nos sublevamos es, en gran parte, contra los estragos del sistema agroindustrial, que asesina lo que queda del mundo campesino en nombre del avance de la producción: Hace ya una semana que el mundo agrícola expresa su ira con actos contundentes y a plena luz del día: es la cólera de una profesión que se ha vuelto casi impracticable, que colapsa bajo la brutalidad de las transformaciones ecológicas que se avecinan y bajo asfixiantes restricciones económicas, normativas, administrativas y tecnológicas.
Les Soulèvements de la Terre
Mientras los bloqueos continúan por doquier presentamos algunos puntos aclaratorios sobre la situación desde la perspectiva del movimiento de los Levantamientos de la Tierra (Soulèvements de la Terre).
Somos un movimiento de habitantes de las ciudades y del campo, de ecologistas y de campesinos/as ya establecido/as como tales o en proceso de hacerlo. Rechazamos la polarización que algunos tratan de suscitar entre estos mundos. Somos defensores/as de la tierra y el agua, que siempre han sido nuestro punto de partida para arraigarnos y que son además las herramientas de trabajo de los campesinos/as y nuestros medios nutricios fundamentales. Nos movilizamos desde hace años contra los grandes proyectos desarrollistas que los devastan y contra los complejos industriales que los envenenan y acaparan.
Seamos claros/as: esta vez el movimiento actual, considerado en toda su heterogeneidad, ha sido iniciado y conducido en gran medida por otras fuerzas que no eran las nuestras, a veces con objetivos diferentes y, en otros casos, con algunos que nos son completamente ajenos. De todos modos, cuando comenzaron los primeros bloqueos, desde diferentes comités locales nos unimos a algunas barricadas y acciones. Fuimos al encuentro de los campesinos/as y agricultores/as movilizados/as y debatimos con nuestros compañeros/as de diferentes organizaciones campesinas para entender sus análisis sobre la situación. Nos cercioramos de que también nosotros/as participábamos plenamente de la digna cólera de quienes se niegan a resignarse a su extinción.
Solo podemos alegrarnos de que la mayoría de los agricultores/as estén bloqueando el país en estos momentos. Que ellos y ellas estén representados/as por la FNSEA (Federación Nacional de Sindicatos de Productores Agrícolas) y por los jefes del agronegocio en las instancias de negociación con el gobierno es consternante. Sobre todo en un momento en que los cuadros de este sindicato mayoritario están siendo ruidosamente silbados y rechazados en ciertos bloqueos donde ya no pueden retener a sus bases. Y es que muchas personas implicadas en los cortes de la circulación no están sindicadas y no se sienten representadas por la FNSEA.
Fundado después de la guerra, este sindicato hegemónico ha acompañado el desarrollo del sistema agroindustrial durante décadas en cogestión con el Estado. Es este sistema que ellos sostienen el que pone la cuerda al cuello de los campesinos/as, el que los explota para alimentar sus ganancias y el que los empuja a endeudarse para crecer y así seguir siendo competitivos o si no desaparecer. En 1968, Michel Debatisse, entonces secretario general de la FNSEA y antes de convertirse en su presidente, declaraba: “Dos tercios de las empresas agrícolas no tienen, en términos económicos, razón de ser. Estamos de acuerdo en que es necesario reducir el número de agricultores”. Misión cumplida con creces: el número de campesinos/as y de asalariados/as agrícolas pasó de 6,3 millones en 1946 a 750.000 según el último censo de 2020. Mientras tanto, el número de tractores en nuestros campos ha aumentado en aproximadamente un 1.000%, el de granjas ha caído un 70% y el de activos agrícolas un 82%. En otras palabras: más de 4 de cada 5 activos dejaron el trabajo agrícola en solo cuatro décadas, entre 1954 y 1997. Y la lenta hemorragia prosigue hasta hoy...
Mientras que el tamaño medio de una explotación en Francia en 2020 es de 69 hectáreas, el de Arnaud Rousseau, actual director de la FNSEA y antiguo agente comercial directamente egresado de una business school, asciende a 700 hectáreas. A la vez dirige una quincena de empresas, holdings y granjas; es, además, presidente del consejo de administración del grupo industrial y financiero Avril (Isio4, Lesieur, Matines, Puget, etc.); director general de Biogaz du Multien, una empresa de metanización; administrador de Saipol, líder francés en la transformación de semillas en aceite, presidente del consejo de administración de Sofiprotéol...
Los cuadros de la FNSEA, así como los dirigentes de las mayores cooperativas agrícolas –ampliamente representados por la Fede y sus satélites– se ceban con sus beneficios: el ingreso medio mensual de las diez personas mejor pagadas en 2020 en la cooperativa Eureden es de 11.500 euros.
Los ingresos medios de los agricultores y el mito de la unidad orgánica del mundo agrícola esgrimidos en los platós ocultan una desgarradora disparidad de ingresos y de violentas desigualdades socioeconómicas que ya no pasan desapercibidas para nadie: los márgenes de los pequeños productores no dejan de erosionarse mientras que los beneficios de la agroindustria suben como la espuma.
En todo el mundo el porcentaje del precio de venta que corresponde a los agricultores ha pasado del 40% en 1910 al 7% en 1997, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). De 2001 a 2022, los distribuidores y las empresas agroalimentarias del sector lácteo vieron cómo su margen bruto despegaba un 188% y un 64% respectivamente, mientras que el de los productores se ha estancado cuando no es simplemente negativo.
Una de las razones que impulsan al mundo agrícola a bloquear las autopistas, a vaciar botellas de leche en un Carrefour (Epinal-Jeuxey), a bloquear las fábricas de Lactalis (Domfront, Saint-Florent-le-Vieil, etc.), a arar un aparcamiento (Clermont-l’Hérault), a bloquear el puerto de La Rochelle, a vaciar camiones procedentes del extranjero, a rociar con estiércol una prefectura y a saquear un McDonalds (Agen), a salir con carritos llenos de un supermercado (Chasseneuil-du-Poitou); es que los industriales intermediarios por arriba –proveedores, vendedores de agroequipos, sembradores industriales, vendedores de insumos y alimentos– y por debajo –las cooperativas de recolección-distribución como Lactalis, los industriales de la gran distribución y del sector agroalimentario como Leclerc– que estructuran el complejo agroindustrial, les están desposeyendo de los productos de su trabajo.
Este saqueo del valor añadido orquestado por dichos segmentos del sector es lo que explica, a día de hoy, que sin las subvenciones –que desempeñan el perverso papel de actuar como muletas del sistema, además de beneficiar principalmente a los más poderosos y ricos– el 50% de los pequeños agricultores/as tendrían unos resultados económicos negativos, y ello sin tener en cuenta los impuestos. Los acuerdos de libre comercio internacionales –que denuncian la Confederación Campesina y la Coordinación Rural– ponen a competir a los campesinos del mundo entero y han acelerado este tipo de depredaciones económicas. Hoy en día sabemos bien que en cuanto se habla de “liberalización”, de “incremento de la competitividad” o de “modernización” de las estructuras, es que las granjas van a desaparecer y que la policultura de la ganadería retrocederá más todavía –ahora solo representa el 11% de las explotaciones–, dejando solo un desierto verde de monocultivos industriales conducidos por operarios/as al mando de estructuras cada vez más endeudadas, menos dueños/as de sus propias herramienta de trabajo y de sus cuentas bancarias, que acaban perteneciendo prácticamente a sus acreedores.
La constatación es inapelable: cuantos menos campesinos/as haya, menos podrán ganarse la vida, salvo que logren ampliar una y otra vez la superficie de la explotación de que disponen, devorando por el camino a sus propios vecinos. En estas condiciones, “convertirse en empresario”, como promete la FNSEA, consiste en realidad en ponerse en la misma situación que el conductor de Uber que se endeuda hasta el cuello para comprar su vehículo y que solo depende de un único contratista para llevar a cabo su negocio… Agreguemos a esto la brutalidad del cambio climático –acontecimientos climáticos extremos, sequías, incendios, inundaciones…–, así como los desórdenes ecológicos que implica. Siguiendo su estela, una multiplicación de las enfermedades nuevas y otras zoonosis que consiguen que el oficio se vuelva casi imposible y de hecho invivible, a causa de esta inestabilidad apabullante.
Si nos sublevamos es, en gran parte, contra los estragos de este mundo agroindustrial, con el vivo recuerdo de las granjas de nuestras familias que tan a menudo hemos visto desaparecer y con la aguda conciencia del abismo de dificultades que nos estamos topando en nuestro propio camino para asentarnos de nuevo. Estas industrias y megasociedades acaparadoras son las responsables de todo ello, pues se tragan las tierras y las granjas de sus alrededores por amor del avance de la producción agrícola, mientras asesinan a la chita callando lo que queda del mundo campesino. Estas son las industrias contra las que nos hemos enfrentado en nuestras acciones desde el principio de nuestro movimiento, y no contra el campesinado.
Si afirmamos claramente que la liquidación social y económica del campesinado y la destrucción de sus medios de vida están estrechamente correlacionadas –las granjas desaparecen al mismo ritmo que las aves de campo, a la vez que crece el complejo agroindustrial que va estrechando su cerco mientras el calentamiento global se acelera–, tampoco tenemos ninguna duda sobre los efectos nocivos de cierta ecología industrial, tecnocrática y gubernamental en este proceso. La gestión derivada de las normas ambientales-sanitarias en la agricultura es, en este sentido, absolutamente ambigua. No solo no protege realmente la salud de los pueblos y sus medios de vida, sino que ha constituido, a pesar de sus declaradas buenas intenciones, todo un nuevo vector que conduce a la industrialización de las explotaciones agrícolas. Las colosales inversiones exigidas por estas normas desde hace años han acelerado, en todas partes, la concentración de las estructuras y su burocratización bajo controles permanentes, lo que se ha materializado en la pérdida total del sentido del oficio.
Nos negamos a separar la cuestión ecológica de la cuestión social, y también a convertirla en un asunto de consumidores/as y ciudadanos/as responsables dispuestos a cambiar sus prácticas individuales mediante vagas “transiciones personales”. Es imposible exigir a un ganadero atrapado en un sector hiperintegrado que tome otra dirección y salga del modo de producción industrial, como también es vergonzoso exigir que millones de personas que dependen estructuralmente de ayudas alimentarias comiencen a “consumir orgánico y local”. Además, no pretendemos reducir la necesaria ecologización del trabajo de la tierra a una mera cuestión de “reglamentos” y “listas de normas”: el remedio no llegará fortaleciendo el control de las burocracias sobre las prácticas campesinas. Ningún cambio estructural tendrá lugar hasta que nos quitemos de encima las ataduras económicas y tecnocráticas que pesan sobre nuestras vidas, y solo podremos liberarnos de ellas a través de la lucha.
Aunque no tenemos lecciones que dar a los agricultores/as, ni tampoco ninguna falsa promesa, sí podemos afirmar que la experiencia de nuestras luchas junto a los campesinos/as –ya sea contra grandes proyectos innecesarios e impuestos como el de las mega-balsas, o para reapropiarse de los frutos del acaparamiento de tierras– nos ha dado algunas certezas que guían nuestras apuestas estratégicas.
La ecología será campesina y popular o no será. El campesinado desaparecerá al mismo tiempo que la seguridad alimentaria de los pueblos y nuestros últimos márgenes de autonomía contra los complejos industriales si no se levanta un amplio movimiento social de recuperación de la tierra frente a su acaparamiento y su destrucción. Algo que sucederá indudablemente si no logramos volar por los aires los obstáculos –tratados de libre comercio, desregulación de precios, dominio monopolístico del sector agroalimentario y de los hipermercados en el consumo de los hogares– que sellan el dominio del mercado sobre nuestras vidas y la agricultura; si no se detiene la huida hacia adelante del tecno-optimismo –el tríptico biotecnología genética-robotización-digitalización–; si no se neutralizan los megaproyectos clave para la reestructuración del modelo agroindustrial; si no encontramos las palancas adecuadas para la comunización de los alimentos que permita, a la vez, asegurar los ingresos de los productores y garantizar el derecho universal a la alimentación.
Además creemos en la fecundidad y en el poder de las alianzas imprevistas. En un momento en que la FNSEA busca hacerse con el control del movimiento –especialmente al perseguir, en algunos de los puntos de bloqueo que controla, todo aquello que no parezca un agricultor “sindicado en la Fede”–, creemos que un giro puede producirse gracias al encuentro entre los/as agricultores/as movilizados/as y otros componentes del movimiento social y ecológico que se han levantado en los últimos años contra las políticas económicas depredadoras del gobierno. El “corporativismo” siempre ha sido el responsable de la impotencia campesina, al igual que la separación de los medios de subsistencia agrícolas a menudo ha determinado la derrota de los trabajadores urbanos. Tal vez sea el momento de derribar algunos muros y continuar con el fortalecimiento de los bloqueos yendo al encuentro de aquellos que aún no han puesto los pies en el movimiento. Es preciso continuar en los próximos meses con las luchas comunes entre habitantes del territorio y trabajadores/as de la tierra.
Les Soulèvements de la Terre - 30 de enero de 2024
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Fuente: https://ctxt.es/es/20240201/Firmas/45487/Levantamientos-de-la-Tierra-ecologismo-agricultura-protestas-agroindustria-expolio.htm - Traducido por Daniel Rodríguez Vela. Imagen de portada: Miembros del sindicato 'Confédération paysanne' durante un bloqueo a la empresa Leclerc en Charente, Francia. / X (@ConfPaysanne)