“Patatas”: Uno de los relatos finalistas del I Certamen de relatos ecotópicos de Ecologistas en Acción.

Algún lugar del Cantábrico, 2045: Zomia[1] observaba las matas de patatas. En toda la maraña de vegetación que llamaban huerto, sólo un ojo experto era capaz de distinguir las distintas plantas que cultivaban. Rábanos, acelgas y cebollas se camuflaban entre ortigas, dientes de león y malvas. Todo junto sin orden y concierto. O mejor dicho, con un orden y concierto superior[2].

Por: Rodrigo Santamaría

Pero incluso un ojo inexperto habría localizado las plantas de patatas, tan altivas a comienzo del verano. O lo que hubiera sido verano, porque ahora las estaciones habían desaparecido. Pero las patatas permanecían fieles, creciendo todo el año si el suelo y el entorno era favorable. No tenían una producción de toneladas, muchas se las comían los bichos, pero la maraña vegetal, que incluía una maraña microbiana, evitaba que las plagas devoraran todo. Las heladas eran también cosa del pasado.
Al permanecer bajo tierra, se evitaban los saqueos y pillajes. Nadie iba a ir hasta ese pueblo perdido en las montañas a doblar el lomo para robarles las patatas. Si se hubiera tratado de un silo con grano, tal vez. “No hay nada mejor que algo que está bajo tierra y se pudre pronto, la pesadilla del recaudador de impuestos”. Algo así decía su padre.
Su padre fue un trabajador de oficina toda su vida. Ahora le tocaría jubilarse, si tal cosa existiera. Pero tenía en sus huesos la pasión por las plantas, tal vez heredada de sus abuelos agricultores, o de los mapaches fluorescentes, quién sabe. Había sido uno de esos ‘locos’ alarmando sobre el cambio climático, la crisis fósil, la necesidad de adaptarse. Pero también tenía que ganarse las patatas, así que seguía con su trabajo de oficina, haciendo lo que podía por el cambio climático. Que era poco, porque por cualquier cosa te detenían o te despedían.
Cuando todo el mundo buscaba hipoteca para un piso en la ciudad, su padre compró una vieja cuadra en el Norte, muy barata, y la fue preparando como hogar. La excusa familiar era la de tener un sitio de veraneo, pero para su padre era un plan B. Allí iba plantando árboles, preparando el terreno. Un año plantó robles y nogales. En el pueblo le dijeron que para qué plantaba eso, si era de crecimiento muy lento. Él respondió: “por eso, mejor empezar cuanto antes”.
Entonces todo hizo crac. No es que no llevara crujiendo todo desde hacía décadas, pero ahora hizo crac de verdad en la cara de los españoles. La sequía había eliminado a la mitad de las cabezas de ganado, una guerra remota había puesto el pan por las nubes, y ya todo el mundo había experimentado el terror de una riada dentro su coche, o de salir de casa corriendo por el fuego que se acerca. Igual todo eso no habría sido suficiente, pero el punto final fue cuando la gasolina se puso a 10 euros el litro. Game over.
Empezaron los nervios, las cosas feas, y también las cosas bonitas. Zomia no quería recordar mucho esa década, baste decir que la complejidad cambió: ya no había sólo una megamáquina ultra compleja, ahora había una compleja maraña de sociedades y adaptaciones. Algo como lo que pasaba en su huerto. De un estado capitalista omnipotente habíamos pasado a: un estado capitalista impotente, varios otros estados independizados, algunas ciudades-estado, decenas de aldeas feudales con señores de la guerra o fundamentalistas religiosos, y cientos de enclaves anarco-comunistas, eco-feministas, o qué sé yo. La complejidad había aumentado a la vez que se había reducido. El ser humano había vuelto a imaginarse los mil y un modos de vivir en sociedad.
Ya había pasado en Siria en 2014, donde un dictador se arrastraba en un estado fallido, mientras otras porciones del país permanecían en manos de estados extranjeros, rebeldes, fundamentalistas islámicos y una suerte de ecotopía kurda[3]. Sequía → falta de petróleo → hambre → guerra → las mil cosas.
Las mil cosas no fueron guays en Europa, como no lo habían sido en ningún otro sitio del mundo. Zomia prefería no recordar mucho ese periodo: todo se fue de madre. Todo menos las madres.
Su madre. Ella vivió previamente al crac en el estado mental por defecto: mirar para otro lado. Mirar de frente al abismo resultaba terrorífico. Su padre vivió el otro estado mental, minoritario: ansiedad ante la realidad que veía y la disonancia cognitiva con la fantasía social en la que vivía. Don’t pretend you can’t hear[4]. Sin embargo, cuanto todo hizo crac, su padre, teóricamente más preparado, se vino abajo, mientras que su madre tomó las riendas con firmeza. No fue algo inmediato. En la vorágine inicial, la adrenalina movió a todos a repensar todo. Pero la resaca fue peor para su padre. Los hombres en general recurrieron a menudo al suicidio, a la guerra (otra forma de suicidio), a la violencia generalizada[5], o a la depresión. Las mujeres, como suele pasar, se pusieron a tirar del carro. “La historia no acaba aquí”, decía su madre, y salía con la azada al hombro. Y efectivamente, la historia empezaba allí.
Se dice que se desplegó una guerra civil a cuatro bandos. Siguiendo las viejas etiquetas: socialistas por un lado, fascistas por otro. Independentistas por otro. Y la Naturaleza por otro. En una gran batalla cerca de Madrid, una tromba de agua salvaje arrasó a todos los contendientes. En Barcelona, la ciudad se rindió tras la hambruna provocada por la sequía persistente. Los invasores, victoriosos, entraron en la ciudad para morir poco después de hambre también.
Mucha gente evitó la guerra, por omisión o por evasión. En el Norte y en el Sur ocurrió una especie de revolución silenciosa. Lo que se dio en conocer como la ‘C’ o la ‘celtibérica’, una región que comprendía la cornisa cantábrica más León, Zamora, Salamanca, Extremadura. Zonas del Portugal interior y Andalucía irían uniéndose. Se trataba de una zona vacía, con pocos recursos estratégicos, así que esquivó lo peor de la guerra. Además, el cambio climático fue ligeramente más benévolo con esta parte de la península. No es que no hubiera expolio y destrozo, sobre todo el arrase de árboles cuando todavía hacía un poco de frío en invierno, y la gente aún creía que estar en camiseta en su casa significaba algo. Pero cuando la complejidad de la máquina cayó, mucho del expolio se volvió inútil o ruinoso. Otro tema eran las masas de desplazados climáticos. Los primeros en llegar habían sido los más concienciados, como el padre de Zomia, y fueron logrando mantener una especie de orden, o federación, o red de aldeas, de un corte ecologista que lograron prosperar con poblaciones modestas pero crecientes. Por prosperar me refiero a lograr sobrevivir, con poco, y con todos los esfuerzos puestos en reparar los ecosistemas, no en volver a pisar el acelerador.
Se sabía que en el Neolítico hubo un nivel de complejidad muy alto, que la agricultura era conocida pero no una obligación, al igual que las jerarquías[6]. Algo parecido es lo que se estaba desplegando. Una red amplia de pueblos y ciudades pequeños, conectados a pie o en bicicleta, donde la tecnología se usaba, pero no mucho; la agricultura se usaba, pero no mucho; la jerarquía se usaba, pero no mucho. Esta red no se parecía a un estado, nadie podía imponer su criterio a distancia, y apenas lo podía hacer en casa. El aspecto más valorado de la libertad era la libertad de no obedecer. Se consideraba a toda persona única, así que era imposible compararse con nadie, no había modo de considerar a nadie superior.
Por supuesto, ni la red ni estas ideas eran homogéneas, se parecía más a un queso gruyer salpicado por ciudades-estado alejadas de estos conceptos. Algunas de corte comunista, otras de corte capitalista, otras nacionalcatólicas. Todas las opciones bregaban como podían con unos niveles de complejidad decrecientes. La madre de Zomia decía que, eventualmente, serían todas como la ‘C’, porque allí ya habían aceptado tocar fondo. “Pierde, pierde, pierde, hasta que no tengas nada que perder, entonces lo habrás ganado todo”. Al parecer era una antigua regla en el arte del TaiChi, que practicaba su padre, y que más allá de una interpretación derrotista cristiana, era una forma de entender el equilibrio en el mundo y aprovechar sus fluctuaciones.
Zomia se estaba acostumbrando a estas ideas, a mirar el huerto y no tratar de clasificarlo, no tratar de entenderlo como un conjunto de partes, sino como una parte del conjunto. Zomia continuó observando las matas de patatas.

NOTAS
[1] Zomia es el nombre que recibe el área del sudeste asiático continental, un área montañosa de difícil acceso que resistió (resiste) los envites de los imperios indios y chinos desde hace siglos. Scott, James C. The Art of Not Being Governed. Yale University Press. 2009.
[2] Masanobu Fukuoka. La Revolución de una Brizna de Paja. EcoHabitar. 2011.
[3] Mapa del conflicto en Siria:  https://syria.liveuamap.com/es
[4] Estribillo de la canción Manifest, de Andrew Bird. 2019. https://www.youtube.com/watch?v=Pv68Kivrl5g
[5] “Sé el verdugo, sé la rata, y será el tuyo un dulce desangrar”. Big Crunch. Canción de Nacho Vegas. 2022.
[6] Hay pruebas arqueológicas de ciudades y sociedades complejas que no necesariamente recurrían a la agricultura, ni a las jerarquías o al esclavismo: los mega-yacimientos de Ucrania, la ciudad de Catalhoyuk en Turquía, el primer Uruk en Oriente Medio. Para más información, leer David Graeber y David Wengrow. El amanecer de todo. Ariel, 2022.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ecotopias/patatas - Imagen de portada: Patatas WIKIPEDIA

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