Un verano de 10.000 años

Por Alfonso Gámez / Ideal /

El cambio climático al que parece abocado el planeta es uno más de los registrados desde el final de la última glaciación, pero el primero provocado por la actividad humana

EL último invierno planetario fue muy crudo. Duró unos 60.000 años y, en su época más fría, entre hace 24.000 y 18.000 años, un tercio de todas las tierras emergidas se encontraba bajo el hielo. El ser humano no ha vuelto a vivir en un mundo tan frío. Las islas Británicas estaban cubiertas por una capa de hielo de 1,5 kilómetros de espesor, que alcanzaba los 3 kilómetros sobre Escandinavia. El nivel del mar estaba 150 metros por debajo del actual, y las temperaturas medias eran, en la cuenca mediterránea, 10º C más bajas.

«La línea de hielo permanente se situaba en torno a los 50º de latitud Norte», ilustra Jesús Emilio González Urquijo, prehistoriador de la Universidad de Cantabria. Podía irse andando sobre el Atlántico Norte congelado desde Europa hasta Norteamérica, aunque no hay constancia de que ningún europeo lo hiciera. Hacía tiempo que habían desaparecido los neandertales y, en el Viejo Continente, sólo vivían los 'Homo sapiens'. «Nuestros antepasados abandonaron algunas regiones, pero en otras se adaptaron. Usaban el fuego y las pieles para calentarse, y cazaban lo que podían», explica el arqueólogo. Al norte de la Península Ibérica, entraban en su dieta renos, rinocerontes lanudos y mamuts, animales de ecosistemas fríos.
El último cambio brusco - 11º C de subida en 40 años 
En las zonas central y occidental del continente, no quedó nadie. Los clanes que vivían en esas regiones emigraron hacia el Sur, siguiendo a los animales de los que se alimentaban. Muchos se refugiaron en la cornisa cantábrica, el norte de Italia y la actual Ucrania. Allí sobrevivieron a la espera de unos tiempos mejores que llegaron de repente hace unos 10.000 años. «La temperatura subió en Groenlandia 11º C en 40 años», explica Antoni Rossell, del Instituto de Ciencias y Tecnologías Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona. Entonces, parte de los refugiados en el Cantábrico repoblaron Europa Occidental, mientras que algunos de sus contemporáneos de Ucrania se expandieron por el centro del continente, según revela el cromosoma Y, el masculino, de los europeos actuales. 
Rossell es paleoclimatólogo. Estudia la evolución del clima antes de los registros instrumentales, que únicamente cubren los últimos 150 de los 4.600 millones de años que tiene nuestro planeta. Sus 'termómetros' son los anillos de los árboles, los sedimentos depositados en el fondo de los lagos y del mar, con los restos de los organismos que puedan conservar, el hielo antártico... «Nos sirve cualquier cosa que podamos medir y observar a través del microscopio». El hombre del siglo XX puede, así, saber cómo era el clima en tiempos de los dinosaurios y mucho antes. 
«Hace 1.000 millones de años, la Tierra era una bola de hielo. Y, hace 50 millones de años, no había ni polos. Ahora, estamos en una época relativamente fría y, dentro de ella, en un periodo interglaciar que tampoco es el más cálido del que tenemos noticia», explica Rossell. En los años 60 del siglo pasado, lo que preocupaba a la comunidad científica no era un calentamiento global, sino un enfriamiento por una glaciación que tarde o temprano tenía que llegar. 
La historia de la Tierra es una sucesión de periodos fríos y cálidos, en ciclos de 23.0000, 41.000 y 100.000 años, debidos a cambios periódicos en el eje de rotación del planeta y en su órbita alrededor del Sol. Ahora, por primera vez, la actividad humana puede estar contribuyendo a que el clima cambie. No en vano, las 360 partes por millón (ppm) de CO2 que hoy hay en la atmósfera superan ampliamente las concentraciones de los periodos más fríos (200 ppm) y más cálidos (280 ppm) de los últimos 740.000 años. «Suponen el mismo incremento que se da entre épocas interglaciares y glaciares, cuando el clima cambia de manera brutal», advierte Rossell.
El control de la naturaleza. Clima y agricultura 
El último cambio de ese tipo fue para bien. Marcó hace 10.000 años el final de la glaciación Würm y de las penurias de las tribus euroasiáticas de cazadores recolectores, al coincidir en el tiempo con el nacimiento de la agricultura en Oriente Próximo. En opinión del prehistoriador Gordon Childe (1892-1957), la desertización que provocó en la región el cambio climático llevó al ser humano y a los animales a verse obligados a convivir en los oasis, y de esa convivencia forzosa surgió la domesticación de animales y plantas. Después, la agricultura y la ganadería se expandieron al resto del mundo. 
Childe era difusionista. Creía que las innovaciones se daban sólo una vez en la Historia, en un lugar desde el que luego se irradiaban. Hoy se sabe que la domesticación de animales y plantas no surgió, sin embargo, una vez, sino varias: en Mesopotamia, Mesoamérica, América del Sur y el Sudeste Asiático, al menos. 
La 'hipótesis climática' para explicar los primeros cultivos de Oriente Próximo tampoco satisface a los prehistoriadores actuales. «El origen de la agricultura arranca dos milenios antes del cambio climático, con cazadores recolectores que siegan los cereales sin domesticarlos», explica González Urquijo. La agricultura es producto de un largo proceso que comienza bastante antes del final de la última Edad del Hielo. 
Bill Ruddiman, profesor emérito de Ciencias Ambientales de la Universidad de Virginia, sostiene que el hombre empezó a influir sobre el clima hace ya 8.000 años, con el comienzo de la deforestación masiva para liberar suelo cultivable. Ruddiman afirma que entonces dio inicio el Antropoceno, nueva época del Cuaternario que se caracterizaría por las grandes consecuencias ecológicas de la actividad humana. «Me es muy difícil pensar que el impacto climático haya sido notable desde ese momento, cuando la capacidad tecnológica de influir en el medio era muy baja», argumenta González Urquijo. La mayoría de los científicos fecha el inicio del Antropoceno a finales del XVIII, con la invención de la máquina de vapor, la industrialización y el inicio de la emisión masiva de gases de efecto invernadero.
Calor y frio medievales. Tragedia vikinga en Groenlandia 
El clima no ha dejado de cambiar desde el final de la última glaciación. Las dos fluctuaciones recientes más destacadas se conocen como el Óptimo Medieval y la Pequeña Edad del Hielo. Se dieron entre 700 y mediados del siglo XIX, y se consideran relacionadas con variaciones en la luminosidad solar. Durante el Óptimo Medieval, que se prolonga seis siglos, las temperaturas ascienden en el hemisferio Norte hasta el punto de que la vid llega a cultivarse en el sur de Inglaterra. Es cuando Erik el Rojo, un vikingo que huye de Islandia tras cometer un asesinato, desembarca en una isla al otro lado del Atlántico en 982 y la bautiza como Groenlandia (tierra verde). En realidad, el verdor se limita a dos zonas del suroeste en las que funda asentamientos; el resto de la isla está helada. 
Hacia 1300, un enfriamiento climático marca el inicio de la Pequeña Edad del Hielo y se ceba en los habitantes de la colonia vikinga, que en su época de esplendor había llegado a estar ocupada por 5.000 personas. Los primeros europeos en pisar América son incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones y aguantar el acoso de los esquimales. Acaban extinguiéndose. «El de los vikingos de Groenlandia es un caso extremo, muy trágico», dice Juan José Larrea, medievalista de la Universidad del País Vasco. Para él, si se exceptúa ese caso, en la Edad Media el clima no pone al hombre entre la espada y la pared. «Es un factor más que agrava los efectos de la crisis estructural del sistema feudal, de la que nacerán las monarquías absolutas». 
El feudalismo cae, se pierden cosechas por el frío y estalla la peste de 1347-48, que mata a 25 millones de personas en Europa. Diezma un continente cuya población se había, al menos, triplicado desde el año 1000. «La peste negra llega por casualidad y no hay nada que hacer contra el virus, aunque estés bien alimentado», argumenta Larrea. Pronto, los europeos se recuperan de las hambrunas, la crisis feudal y la peste, y se expanden por América. 
El periodo más crudo de la Pequeña Edad del Hielo -que acabó a mediados del XIX- se registra entre 1645 y 1715. Es lo que se conoce como el Mínimo de Maunder, al final del cual Amati, Guarneri y Stradivarius construyen sus preciados violines. Científicos estadounidenses apuntaron en 2004 la posibilidad de que, a la maestría de los grandes 'luthiers' de la época, se unieran las características especiales de la madera de árboles que crecieron en ese periodo tan frío, lo que «marcó, quizá, la diferencia en el tono y brillantez de los instrumentos», argumentaban el climatólogo Lloyd Burckle y el dendocronólogo Henry Grissino-Mayer en la revista 'Dendrochronologia'. 
A diferencia de las fluctuaciones climáticas medievales, la actual no es de origen sólo natural. El último informe Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) asegura que se debe a la actividad humana, a los gases de efecto invernadero echados a la atmósfera desde el inicio de la Revolución Industrial. Rossell recuerda que, a un cambio climático, sobreviven todos los que pueden moverse, que el caso vikingo es una excepción. «La mayoría de los seres vivos se adapta. Otra cosa es que no nos gusten los cambios cuando lo tenemos todo bien montado».
Fuente: http://waste.ideal.es

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