La masculinidad tóxica no es solo un problema social. También nos impide abordar plenamente el cambio climático

Un nuevo informe ha revelado que 4.000 millones de personas —casi la mitad de la población mundial— afrontaron al menos 30 días de calor extremo en el último año. Cada uno de los 67 grandes eventos de calor registrados durante este período estuvo influenciado por el cambio climático causado por el ser humano. Las olas de calor ahora duran más y son más intensas que nunca.

Por Ishimwe Félicien

Sin embargo, mientras los responsables políticos redoblan esfuerzos en soluciones técnicas como la plantación de árboles o los parques eólicos, una solución fundamental sigue pasando desapercibida: transformar la masculinidad. Las normas sociales que enseñan a los hombres a ser duros, dominantes y a mantener siempre el control, a menudo les impiden involucrarse en el cuidado, la colaboración y las prácticas sostenibles -elementos vitales para construir comunidades resilientes-.
Para abrir espacio a una acción más inclusiva y cooperativa, debemos trabajar para redefinir lo que significa ser hombre. Los enfoques transformadores de género -especialmente aquellos que desafían las normas masculinas dañinas- no son periféricos a la resiliencia climática; son esenciales. Un futuro verdaderamente sostenible depende no solo de la tecnología y las políticas, sino también de cambiar cómo las personas responden ante las crisis climáticas.
Durante décadas, el discurso sobre el cambio climático ha centrado las respuestas en activos físicos: barreras contra inundaciones, semillas resistentes a la sequía, redes renovables. Pero la infraestructura social, en particular los roles de género y el comportamiento masculino, desempeña un papel crucial en cómo las comunidades absorben los impactos, se reconstruyen y se transforman ante el cambio climático.
Según ideas clave del informe Hombres, masculinidades y cambio climático, publicado por la organización sin fines de lucro MenEngage Alliance, las normas de masculinidad basadas en la dominación y el control han reforzado históricamente relaciones de explotación con la naturaleza, tratándola como algo que debe conquistarse en lugar de cuidarse. Estas normas suelen despreciar la expresión emocional y el cuidado —cualidades esenciales para la sostenibilidad y la cooperación— y en cambio glorifican la competencia y el individualismo. Como resultado, alimentan tanto la degradación ecológica como la desigualdad social al marginar los valores necesarios para una acción climática colectiva y regenerativa.
En África, donde trabajo como especialista en salud pública e igualdad de género, la carga de la adaptación climática suele recaer de forma desigual, con las mujeres asumiendo de manera desproporcionada la responsabilidad de obtener agua, alimentos y brindar cuidados durante crisis como las sequías. Estos desafíos se agravan por normas de género arraigadas que asignan el trabajo doméstico y de cuidado exclusivamente a las mujeres. Las normas rígidas de género suelen excluir a los hombres de roles de apoyo comunitario y cuidado, debilitando la capacidad de los hogares para responder ante las crisis.
Mi organización, el Centro de Recursos para Hombres de Ruanda (RWAMREC, por sus siglas en inglés), aborda esta desigualdad animando a los hombres a asumir responsabilidades de cuidado mediante sesiones educativas grupales a nivel comunitario en Ruanda y en otras zonas de la región de los Grandes Lagos africanos. En estas sesiones, los hombres aprenden a cuestionar los roles sociales rígidos y las normas tradicionales —un enfoque que aligera la carga de las mujeres y fomenta la cooperación familiar. Esto da a las mujeres más tiempo y libertad para participar en la agricultura sostenible y en actividades económicas que fortalecen a sus familias y construyen comunidades resilientes frente al clima.
Un estudio de ONU Mujeres en Ruanda reveló que las mujeres rurales dedican más de tres veces más tiempo que los hombres al trabajo de cuidado no remunerado, lo que limita su capacidad para involucrarse en actividades resilientes al clima como la agricultura sostenible o la conservación del agua. Otro estudio mostró que los hombres que participaron en el programa comunitario Bandebereho, gestionado por mi organización, se involucraron más en el hogar, lo que condujo a una reducción de la violencia, mejoras en la salud materna e infantil y una toma de decisiones más sólida dentro del hogar. Estos resultados -aunque no se presenten como política climática- fomentan la cooperación y la resiliencia que las familias y comunidades necesitan para adaptarse al estrés ambiental. Al redefinir los roles sociales y compartir responsabilidades, se crean bases más sólidas para una acción colectiva frente a los desafíos climáticos.
Por supuesto, involucrar a los hombres en el cuidado y la resiliencia climática no significa restar importancia a las necesidades urgentes y los derechos de las mujeres y niñas, quienes siguen soportando la mayor parte de las crisis ambientales y la desigualdad social. Se trata de complementar el liderazgo de las mujeres abordando las causas estructurales de la desigualdad de género, especialmente las normas rígidas que impiden a los hombres participar en el cuidado, la cooperación y la sostenibilidad. Si no incluimos a los hombres y niños en esta conversación, los esfuerzos hacia la justicia de género y la resiliencia climática corren el riesgo de ser incompletos e insostenibles.
Las iniciativas para redefinir las normas de género van más allá de la sensibilización: cultivan un cambio de comportamiento a largo plazo al desafiar los estereotipos masculinos perjudiciales y promover la responsabilidad compartida en el hogar y en la comunidad. Financiar y ampliar este tipo de trabajo no es solo una cuestión de género o desarrollo: es una inversión inteligente y con visión de futuro en justicia climática y sostenibilidad. En última instancia, transformar las masculinidades negativas no es solo un objetivo social: es la base sobre la que deben construirse comunidades inclusivas, resilientes y un futuro verdaderamente sostenible.

Ishimwe Félicien trabaja en RWAMREC en el proyecto de ampliación de Bandebereho, promoviendo iniciativas para transformar masculinidades dañinas y construir familias resilientes y seguras. Es becario de Public Voices en Prevención del Abuso Sexual Infantil en The OpEd Project.
Fuente: https://climatica.coop/masculinidad-toxica-impide-abordar-cambio-climatico/ - Imagen de portada: Foto: Trude Jonsson Stangel/Unsplash.

Entradas populares de este blog

No hay peor sordo que el que no quiere oír : El rol de las plantaciones de pinos en los incendios forestales de Epuyen y Mallín Ahogado

La oligarquía del plástico: apenas 7 países y 18 empresas dominan su producción

Antártida: qué países reclaman su soberanía y por qué