Comunidades rotas: contra la "inevitabilidad" de las guerras entre vecinos

¿Qué tienen las guerras civiles contemporáneas en común a pesar de su distancia geográfica? He aquí una obra que analiza sus complejidades y el impacto sobre las poblaciones locales, alejándose de la instrumentalización histórica. En una encuesta realizada por un diario finlandés, Aamulehti, en 2008, preguntaron a sus ciudadanos entre 15 y 79 años, cómo denominarían a la guerra civil acaecida en el país 100 años atrás. Los resultaron arrojaron hasta ocho nombres diferentes. Desde “guerra civil” (sisällissota), pasando por “guerra de clase” (vapaussota), hasta “rebelión roja” (punakapina). Cada uno con su sesgo ideológico e interpretación del pasado patrio, según el criterio de cada finlandés. El 14% no supo qué decir.

Miguel Rodríguez Andreu

Pocos temas en la era moderna invitan más al esencialismo que los trapos sucios de una guerra civil. Es la paradoja: marcadas por narrativas con raigambre profundamente local (guerras entre vecinos), las guerras civiles han sido una constante de nuestro mundo contemporáneo. 
Dos historiadores con contrastado bagaje en este campo, Javier Rodrigo, catedrático de la UAB, y David Alegre, profesor de la Universitat de Girona, llenan con Comunidades rotas: una historia global de las guerras civiles, 1917-2017un vacío hermenéutico en las ciencias sociales, la guerra civil como un proceso histórico con trasfondo humano: “la guerra civil ha sido un factor central en la configuración de las sociedades y el mundo en que vivimos”. Sólo unas cifras para que nos hagamos una idea de la relevancia historiográfica de esta materia: de las 195 guerras habidas desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1995, el 75% fueron civiles. 
El desafío de la obra reside, primeramente, en un problema de base que emerge de las trincheras en el campo de batalla: las guerras civiles no se declaran, los adversarios no quieren legitimarse. No existe una definición satisfactoria por ausencia de una teoría general y, a partir de ahí, cada conflicto está marcado por un contexto específico pero también por las dinámicas que desatan, hacen evolucionar el conflicto o lo enmarcan: factores internos, pero también externos. No en vano, podemos plantearnos cuántas veces la guerra civil fue un mecanismo más de ataque en la periferia del imperio rival cuando la bomba atómica no es una opción factible.
Otro de los desafíos es el haberse bajado a la arena del conflicto, con todo el ingente despliegue bibliográfico que esto comporta, para desvelarnos con un lenguaje sugerente, por ejemplo, cómo dos conflictos aparentemente lejanos entre sí como pueden ser la guerra civil española y la coreana tienen tanto en común, entre otras razones por cómo se ejerció la violencia como “parte consustancial de las operaciones militares dirigidas al control del territorio y a garantizar el orden en la retaguardia mediante la eliminación de los enemigos”. El riesgo está ahí para los expertos en cada una de ellas: simplificarlas, compararlas o normativizarlas ignorando toda su complejidad, lo que no es el caso.
No obstante, Rodrigo y Alegre se animan no solo a profundizar en la mayoría de ellas, sino también a identificar sus ciclos, constantes y rupturas durante este espacio cronológico, mostrando la simultaneidad de muchas de ellas pese a la distancia geográfica. El lector podrá echar de menos algunas guerras civiles (como la de Argelia, Sri Lanka o Birmania) o mayor detenimiento (particularmente en América Latina), pero es precisamente esto lo que invita al lector a servirse de los conflictos en España, China, la Unión Soviética, Congo o Yugoslavia para trazar los rasgos comunes de las guerras civiles con un horizonte global y así “abrir debates que inviten a la transversalidad de la disciplina”. Ambos autores renuncian con ese presupuesto a enumerar los conflictos como si fueran una retahíla sistemática de episodios bélicos desligados. Es su mérito principal y también lo más difícil de lograr.
Un experto forense bosnio inspecciona restos humanos en una fosa común descubierta cerca de Vlasenica, 2017. ELVIS BARUKCIC/AFP/Getty Images

Lejos de instalarse en la lejanía emocional que otorga la distancia académica, Rodrigo y Alegre analizan las guerras, ante todo, como dramas humanos: “la guerra es atroz, caótica, sucia, repugnante”, “nos referimos al hambre y las epidemias (…) la falta de higiene, la mala alimentación, la gran movilidad que comporta cualquier conflicto y, por supuesto, la violación sistemática de mujeres”. El libro, un voluminoso volumen de 700 páginas, está salpicado de referencias periodísticas, literarias o cinéfilas para que cada uno de estos exponentes sean un testimonio más, tan historiográfico como el avance de los frentes militares, los actores que intervienen, las estadísticas de víctimas y los soldados movilizados.
La obra se asienta sobre dos aldabonazos normativos. Primero, critica la inevitabilidad de los conflictos, reivindicando la contingencia como un elemento crucial que debe estar presente en el análisis. Y, segundo, acostumbrados como estamos al sesgo de superioridad que destila nuestra cosmovisión occidental, ambos autores alumbran el desarrollo de los conflictos en África o en Asia haciendo valer causalidades y racionalidades pero también emocionalidades, presentes también en las guerras civiles europeas, otorgando con ello una explicación holística al desarrollo de los acontecimientos. Este sesgo se manifestaba incluso dentro de los propios socios en el conflicto: “El propio Gumz nos muestra cómo los informes de los alemanes (…) aparecían (…) limpiados de sangre y vísceras (…): eliminación, limpieza, pacificación; mientras que la violencia ustaška era descrita con sustantivos como saqueos, excesos, atrocidades”.
Los autores nos invitan a reflexionar: observamos con pavor la extrema facilidad con que las estrategias de las élites se arman de planteamientos muy similares, haciéndonos creer que somos parte del engranaje inevitable del conflicto; pero también nos aporta herramientas contra la utilización parcial, calculada e interesada de la historia y de estos conflictos. Hago referencia a los que reescriben las guerras del pasado adaptando su significado al presente, para así combatir a los rivales políticos del momento. Comunidades rotas, aunque no se mete en puridad en el barro de la posverdad, es un antídoto contra la ligereza interpretativa y maniquea de los conflictos, una apuesta por exponer todo el pantonede matices que convierten a la guerra en un escenario catastrófico por encima de todo, y que se desarrolla con sus propios códigos de maldad inusitada.
En una tesitura actual donde seguimos trenzando tres realidades que se confunden en los discursos: la historiografía, la memoria de las víctimas y la instrumentalización histórica de los conflictos,Comunidades Rotas nos advierte sobre las claves principales que desatan la violencia armada y el impacto que tiene sobre las poblaciones locales. Por tanto, frente a las pasiones de los frentes en discordia y pudiendo asumir que somos sociedades moldeadas con patrones imperfectos, el aviso principal es que “la guerra alimenta la guerra. La guerra civil no trae la paz”. La guerra es la guerra. Tal vez a partir de ello, sepamos desenvolvernos en la comunidad sabiendo que la paz es frágil y que, si hay algo inevitable, es que no estemos todos de acuerdo en todo. Le pasa a los finlandeses.

Fuente: https://www.esglobal.org/comunidades-rotas-contra-la-inevitabilidad-de-las-guerras-entre-vecinos/
Comunidades rotas: una historia global de las guerras civiles, 1917-2017 David Alegre y Javier Rodrigo - Galaxia Gutenberg, 2019 - Imagen de portada: Un niño afgano en las ruinas de un colegio en Kabul, Afganistán, 2002. MARIO TAMA/Getty Images

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