Los riesgos que corren los ecosistemas naturales

Una persona experta en riesgo te diría que cuando un país se prepara para ser menos vulnerable puede hacer cambiar el nivel de riesgo de su población. Sin embargo, cuando los niveles de exposición son tan extremos como en Japón, por mucho que se prepare, el riesgo sigue siendo muy grande.

Si miramos el gráfico siguiente veremos cómo el estudio del riesgo no es tan obvio como parece. De hecho es una disciplina compleja que ocupa y preocupa a personas de todo el mundo vinculadas a las ciencias sociales, la estadística y otros campos de la ciencia. En conjunto desarrollan diferentes metodologías para evaluar el riesgo, porque ser capaz de calcularlo equivale a medidas, decisiones de gestión y políticas que ahorran mucho dinero y, sobre todo, muchas vidas humanas.

         Mapas del World Risk Index, comparación del riesgo con la exposición y la vulnerabilidad de cada país.

 
Cuando la naturaleza está en riesgo hablar de riesgos humanos es complicado, y cuando hablamos de los riesgos que corren los ecosistemas naturales, el escenario no cambia mucho. Hace dos años, el equipo de investigación con el que trabajaba Judit Lecina se hacía una pregunta similar a la del inicio, pero en su caso, orientada a los bosques: ¿Cómo podemos calcular el riesgo de perder bosques por culpa de incendios forestales, episodios de sequía, plagas o vientos extremos? Judit, que en ese momento estaba realizando su tesis doctoral, se hizo el propósito de encontrar una forma de calcularlo que se pudiera adaptar a su caso. Pero su primera búsqueda tuvo poco éxito. Parecía que en el mundo de la ecología no hubiera métodos suficientemente completos para definir el nivel de riesgo a perder un bosque por las perturbaciones más comunes. Mientras pensaba cómo continuar, Judit llegó al informe del IPCC de 2014 sobre impactos y vulnerabilidades del cambio climático. Este informe, ya definía en un capítulo qué era el riesgo y cómo calcularlo a grandes rasgos.
Según el panel de expertos de cambio climático, el riesgo es el resultado de la interacción entre los peligros relacionados con el clima (incluidos los eventos extremos y las tendencias de temperatura y disponibilidad de agua), la vulnerabilidad y la exposición de los sistemas humanos y naturales.

Marco conceptual del riesgo segun el IPCC-AR5

Este punto de vista representó un hilo por donde empezar a tirar. La siguiente pregunta, sin embargo, vino enseguida. Los conocimientos de ecología forestal de Judit y de su equipo les permitía extrapolar qué nivel de peligro debían afrontar los bosques y qué valores (o servicios del bosque) quedaban expuestos a este peligro. Pero, ¿como se podía definir la vulnerabilidad? Resolverlo podría ser un antes y un después. Si entendían bien los mecanismos que hacen que un bosque sea más o menos vulnerable, se podrían proponer medidas de gestión que los protegieran mejor y reducir así los riesgos. Faltaba esta pieza. Esto llevó Judit a hacer lo que se conoce como “pensar fuera de la caja” (de la expresión inglesa to think out of the box), abrir la mirada y ampliar su búsqueda a otras disciplinas. Este proceso, estimulante para ella, la sumergió en las disciplinas socioeconómicas, que parecía que llevaban más camino recorrido en este campo que las ambientales. Entre todo lo que encontró, hubo un artículo que la inspiró: un estudio que proponia un Índice Mundial del Riesgo y que permitía evaluar el riesgo y la vulnerabilidad de las personas a los peligros naturales a escala nacional y a la vez comparar los países a escala mundial.

Pinares de pino piñonero afectados por sequía en el Maresme. Foto: J.Luis Ordóñez.

Los ingredientes de la vulnerabilidad Los autores de ese artículo habían identificado un conjunto de elementos claves que definían la vulnerabilidad de un país ante una catástrofe natural. Según el estudio, la alfabetización de la población, los servicios médicos disponibles, el acceso a agua limpia o la disponibilidad de comida, entre otros, determinan esta vulnerabilidad. Los autores habían agrupado los componentes de esta vulnerabilidad en tres bloques, que tienen en cuenta cuán susceptible es la población a la catástrofe, qué capacidad tiene de reducir sus consecuencias y cuál es también su capacidad de adaptarse mediante cambios sociales. Cada uno de los bloques constaba a su vez de un conjunto de variables clave que permiten calcular el riesgo de sufrir los efectos de la catástrofe. “Por ejemplo, en el caso de Grecia, Japón o Chile, países con una exposición extrema a las catástrofes naturales, encontramos que están muy bien preparados a nivel logístico, médico y educativo, y esto hace que mantengan los riesgos controlados”, comenta Lecina .


Componentes del riesgo y subelementos a tener en cuenta como indicadores segun el World Risk Index

Esto inspiró al equipo a buscar las equivalencias en el ámbito forestal. Tras darle muchas vueltas, Judit, Jordi Martínez-Vilalta, Mireia Banqué, Albert Alvarez, Jordi Vayreda y Javier Retana definieron las características que hacen los bosques más o menos vulnerables a las perturbaciones que les pueden afectar (incendios, sequías, etc.) y elaboraron un nuevo marco de referencia para el estudio y evaluación de los riesgos asociados a estos fenómenos.
“Para ello utilizamos los conceptos principales de vulnerabilidad y de riesgo que define el último informe del IPCC, los modificamos y adaptamos al contexto de los bosques, y vimos que la vulnerabilidad de los bosques tiene dos componentes: la susceptibilidad, que está relacionada con los efectos inmediatos de la perturbación, y la capacidad de adaptación, que mide la respuesta a medio plazo, décadas después de la aparición del peligro”, comenta Lecina.

Nuevo marco de referencia para el estudio y evaluación de los riesgos en bosques propuesto por Lecina et al.

El riesgo se define en tres momentos: antes, durante y después de la perturbación Así, antes de que se produzca la perturbación, consideramos expuestos todos los bosques que la puedan sufrir. Sin embargo, la exposición de cada bosque difiere de la de los demás por el “valor” de los servicios ambientales que se perderían si perdiéramos este bosque (por ejemplo, disponibilidad de madera, mantenimiento de la biodiversidad, regulación del agua, regulación del clima o posibilidades de recreación y educación) y por el peligro que tiene cada bosque (no corren el mismo peligro de incendio los bosques de la Cataluña central que los del Pirineo). “Es como con las personas; una isla muy habitada como Japón está mucho más expuesta a perder población por una catástrofe que una isla prácticamente desierta, por tanto, no será lo mismo perder un bosque degradado y con pocos servicios de calidad, que un bosque con muchísima biodiversidad o clave para el ciclo del agua de aquella cuenca “, concluye.

Cuando se produce la perturbación, sus impactos inmediatos pueden ser modulados, por un lado, por las características propias del bosque o de las especies (sobre todo de árboles) que lo forman, y por otro lado, por motivos más externos, como la capacidad de extinción de los bomberos ante los incendios forestales. “Japón es menos susceptible a los efectos de un terremoto que Indonesia, porque las infraestructuras ya están preparadas para estos fenómenos y porque tienen un sistema de emergencias más grande y eficiente. En el caso de los bosques, los hay que son más resistentes al fuego que otros, y que no sufrirán tanto el efecto de las llamas; en Cataluña hablaríamos de hayedos o robledales, los bosques menos inflamables. Además, pueden estar en un lugar más accesible para los bomberos, y todo ello les hará menos susceptibles”, ejemplifica.

Incendio conducido por el viento, La Riba (19/7/11). Fuente: Bombers de la Generalitat de Catalunya

Finalmente, los bosques se pueden recuperar de los efectos de la perturbación en función de su capacidad adaptativa, que el IPCC define como la capacidad de los sistemas, instituciones, humanos y otros organismos de adaptarse a los daños potenciales de un cambio, de aprovechar las oportunidades o de responder a las consecuencias. “En Japón la sociedad está muy formada y hay planes y sistemas económicos para restablecer la normalidad tras una catástrofe natural, así que la normalidad vuelve relativamente rápido; como un bosque de pino carrasco veinte años después de pasar un incendio, que con sus estrategias de regeneración y con una buena gestión forestal hecha a posteriori, puede recuperar su normalidad “, concluye Judit. Así pues, el riesgo de perder bosques y los servicios que nos proporcionan depende de la combinación de los valores que se exponen, de la vulnerabilidad de cada bosque y de la magnitud de la perturbación.

Por ello, el riesgo más alto lo encontraremos en aquellos bosques que son más vulnerables (los más susceptibles y menos capaces de adaptarse a las perturbaciones), que más servicios ecosistémicos proporcionan y que están sometidos a mayores peligros. Es una relación de factores que puede dar casos sorprendentes y poco obvios, como es el caso de Japón, que a pesar de tener una gran capacidad de adaptación y haber trabajado profundamente su susceptibilidad, la exposición (millones de personas) y el peligro (mucha probabilidad de sufrir catástrofes naturales) son tan y tan elevadas que el riesgo que tiene como país sigue siendo de los más altos del mundo. Ahora, en el mundo forestal, también podremos evaluar qué bosques tienen más riesgo, cuáles menos, y tomar las acciones necesarias para controlarlo.

Referencias: https://www.ipcc.ch/sr15/ https://www.ipcc.ch/report/managing-the-risks-of-extreme-events-and-disasters-to-advance-climate-change-adaptation/ https://www.worldscientific.com/doi/abs/10.1142/S2345737615500037 https://esajournals.onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1002/fee.2278 https://link.springer.com/article/10.1007/s10021-021-00611-1 Fuente: Creaf
Fuente: Noticias Medio Ambiente









 

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