Blackrock tiene una carta para ti

En un texto, que parece más un relato de terror, su CEO Larry Fink dibuja las intenciones del capitalismo actual como solución a los desafíos que enfrenta la humanidad: El capitalismo tiende a la concentración hasta el monopolio, y de eso es un buen ejemplo la mayor gestora de activos del planeta, Blackrock. Este fondo de fondos acaba de publicar su carta anual a accionistas y empresas participadas. Se trata de una declaración de principios que, por una parte, subraya las tendencias corporativas dominantes y que, por otra, prepara el terreno para sus últimas líneas de negocio. No es extraño que, en este tipo de documentos, las grandes corporaciones confundan los intereses del planeta con los fines propios.

Andrés Villena Oliver

En esta misiva, su primer ejecutivo, Lawrence Fink, defiende el capitalismo actual, y en particular, el desarrollo de los mercados de capitales, como solución a los desafíos que enfrenta la humanidad. Hasta la publicación de la carta de Fink, los Estados, esas entidades todavía autónomas y de finalidades algo híbridas, estaban llamados a jugar un papel creciente para afrontar dichos desafíos. Los problemas de envejecimiento, las micro amenazas en forma de pandemias víricas, los desastres asociados a las perturbaciones climáticas y las necesidades de mejorar las infraestructuras físicas y digitales son áreas en las que la inversión pública, menos miedosa que la privada, puede encontrar una palanca para el relanzamiento de la economía y, a veces, el refuerzo de la sociedad.
Pero Fink tiene un sueño, y este viaja en sentido contrario. Para el dueño de Blackrock, propietaria de más de 10 billones de dólares en activos —acciones de grandes empresas y deuda pública, entre muchos otros—, tendrán que ser los mercados de capitales y, a través de estos, el sector privado, los que satisfagan estas necesidades.
Los Estados no pueden hacerlo: están viejos y rechinan cubiertos de óxido burocrático. Los elevados niveles de deuda pública son la prueba del algodón: esta es mucho más alta que en los años setenta y tiene atados a los gobiernos, que no pueden permitirse gastar más. Los fondos privados, guiados por una solidaridad instintiva, que se canaliza con eficiencia gracias a la búsqueda del beneficio, representan la mejor solución para la incertidumbre.
Fink ha preferido, probablemente por un imperativo de brevedad, y también de eficiencia privada, no abundar en qué variables han disparado la deuda nacional en estas últimas décadas. En su carta apenas cabe una mención o dos a la imaginación contable de las sociedades que se escapan de pagar impuestos en los países en los que operan. Ni a que parte del endeudamiento nacional responde a acciones extraordinarias durante la pandemia; o a rescates bancarios insuficientemente auditados; o a medidas para despertar el apetito inversor de un dormido sector privado.
No se refiere tampoco Fink a que los planes de austeridad en Europa, aquellos que redujeron las capacidades del sector público, aumentaron la relación entre la deuda y el Producto Interior Bruto, comprometiendo la solvencia de algunas naciones. Ni tampoco a que las naciones o los conjuntos soberanos de países tienen bancos centrales que pueden ponerse al servicio de estas metas últimas. Que el dinero es un medio y no un fin. Que ni la inflación, que es una variable cuyo funcionamiento es difícil de modelizar, o la deuda pública, son males eternos. Y que sí pueden serlo, sin embargo, los puentes reventados por buques demasiado grandes, las páginas web que nos espían o los maremotos en los que podríamos ahogarnos.
El discurso del CEO de Blackrock parece apuntar al lucro cesante: cualquier expansión estatal sería un coste de oportunidad para un sector privado que planea extender sus servicios. Aparte de ser un razonamiento puramente ideológico, no es del todo exacto: las contrataciones públicas favorecen al sector privado cuando este desempeña la gestión de las infraestructuras de titularidad estatal. Todas estas funciones suceden armoniosamente al mismo tiempo en los países desarrollados, y debemos aspirar a que esto suceda cada vez con mayor transparencia. Como una pequeña gran mano invisible que sí tiene en cuenta a todas las instituciones necesarias.
Pero parece que, para algunas corporaciones, ha llegado el momento de las grandes zancadas. De cumplirse el plan de Fink, uno de los mayores acreedores de la deuda pública en el mundo, los puentes, las carreteras o las redes de seguridad de Internet serían construidos, reparados y gestionados por un propietario privado. La búsqueda de la rentabilidad exigiría peajes, nuevas facturas, o el cobro de servicios asociados. La calidad de estos servicios podría verse afectada por el propósito maximizador de beneficios. No todas las inercias burocráticas pertenecen al sector público. Ni todas las malas decisiones, ni los excesos. Un ejemplo es el estallido financiero de 2008.
Participante en el accionariado de las compañías más importantes del planeta, Blackrock es proveedor de los mayores servicios de pensiones privadas. A este último aspecto dedica una buena parte de la carta. Vivimos mucho tiempo. Un lujo que hay que saber financiar. Un sideral espacio financiero del que parece depender la salud de un capitalismo financiero que tiende por definición al desequilibrio.
Si hasta ahora, el Estado había contenido al comité ejecutivo de la burguesía, ahora incluso este podría quedar privatizado. Más que una carta, parece un relato de terror. Pero, si hay algo peor que una aterradora carta pública es una silenciosa misiva privada.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/fondos-buitre/andres-villena-blackrock-tiene-una-carta-ti - Imagen de portada: Larry Fink, en el centro, durante una reunión del Foro de Davos en 2014. Foto: Foro de Davos

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