De abrazar árboles a destruirlos

'Chipko', una obra de teatro dirigida por Daniela Feixas, rememora la lucha ambiental de Julia Butterfly Hill y Wangari Maathai, dos activistas que arriesgaron sus vidas para enfrentarse a la deforestación en sus respectivos territorios: El calificativo abraza árboles se usa en la actualidad de forma peyorativa para ridiculizar a los colectivos ambientalistas. Hace décadas, sin embargo, significaba todo lo contrario. Abrazarse a los troncos o treparlos se convirtió para muchas mujeres en una lucha pacífica por salvar a los bosques amenazados por la deforestación.

Aida Cuenca

 
Lo hicieron las campesinas del estado indio de Rajastán hace casi 300 años, cuando centenares de habitantes del poblado Khejadli fueron asesinados defendiendo los árboles que el rey quería talar para construir su palacio. Lo hicieron las integrantes del movimiento Chipko en la India de la década de los 70. Lo hicieron ellas que, siempre silenciadas, se alzaron y se abrazaron a los troncos de la zona del Himalaya para prohibir que los talaran, aun perdiendo también la vida en ello.

Se unieron a ella las que vinieron después, como Julia Butterfly Hill y Wangari Maathai. Y ahora, sus historias son rememoradas en la obra de teatro Chipko, dirigida por Daniela Feixas y producida por Q-ars Teatre.
A través de fragmentos de textos de biólogas, poetas y otros autores, las intérpretes Tània Banús y Anna Güell explican la importancia de la conservación de los árboles para nuestra supervivencia y entrelazan las vivencias de las dos activistas para lanzar un mensaje claro al público: la justicia social y la medioambiental están unidas por el ecofeminismo.
“Hablar del cambio climático y sus peligros en el teatro es arriesgado. Por eso, escogimos historias reales que tuviesen el poder de emocionar al público”, explica Feixas. Antes de la selección definitiva de textos, ella y Anna Güell, también dramaturga, barajaron la posibilidad de dar vida a otras historias. Pero todas eran ficción. Y todas estaban protagonizadas por hombres.

Hill (Tània Banús) fue una joven estadounidense que soportó tormentas y acoso por parte de la empresa Pacific Lumber durante 738 días en una plataforma a más de 50 metros del suelo. El objetivo: evitar que la compañía destruyese a Luna, una secuoya milenaria que habita en el Parque Nacional Redwood, en California.
En otro extremo de planeta, Wangari Maathai (Anna Güell) hizo algo parecido. En Kenia, la bióloga luchó durante años para proteger el territorio amenazado por las políticas de deforestación del gobierno. Durante sus años como activista y política, Maathai entró a prisión y formó parte de una lista de personas señaladas para ser asesinadas. Todo ello, sin embargo, no le impidió plantar más de 50 millones de árboles como parte del movimiento Cinturón Verde. En 2004, el sacrificio le otorgó el Premio Novel de la Paz, convirtiéndola así en la primera mujer africana en sostenerlo.
“Que las protagonistas sean mujeres es uno de los motivos por el que muchas veces se parodian este tipo de movimientos“, lamenta Feixas. “Se suele desprestigiar a la gente que da su vida por la causa. Está claro que ridiculizar los cuidados, la ternura y la conexión con la naturaleza tiene un objetivo: que la gente no abra los ojos y se reivindique. Y eso es porque detrás de todo ello se esconden unos grandes intereses económicos”.

Julia y Wangari son ejemplos de activistas que ganaron sus respectivas batallas contra grandes empresas y la explotación de los bosques. Otras personas no han tenido la misma suerte. “A ellas las salvó el foco mediático aunque también intentaron deshacerse de ellas. Pero, ¿cuántos ecologistas mueren cada año y no aparecen en las noticias?”, cuestiona la directora.
El último informe de Global Witness estima que un activista pierde la vida cada dos días. En total, 1.733 defensores y defensoras han sido asesinados a lo largo de la última década.

Fuente: https://climatica.coop/abrazar-arboles-destruirlos-chipko-obra/

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