Argentina: Una nueva agricultura familiar en el viejo territorio chacarero de Santa Fe
"¿Qué fue del viejo chacarero santafesino?", se preguntan Patricia Propersi y Roxana Albanesi en este capítulo del libro “Las agriculturas familiares en la Argentina”. Con estadísticas y análisis, las autoras muestran el impacto del modelo de agronegocio y la diversidad de respuestas: capitalización, tradición campesina y nuevas formas de producir y habitar cuidando los bienes comunes.
Por Patricia Propersi y Roxana Albanesi*
La provincia de Santa Fe es una llanura que presenta marcadas diferencias en cuanto a tipos de suelos, posibilidades de evacuación de excedentes hídricos, volumen y calidad de aguas subterráneas, flora y fauna. Históricamente estas características agroecológicas heterogéneas, junto a factores económicos y demográficos, generaron tres grandes zonas. Se distinguieron el Sur con predominio de producciones agrícolas extensivas de commodities; el Centro con tambo, ganadería de cría e invernada y en menor medida cultivos agrícolas; y el Norte dedicado a la cría vacuna y producciones regionales de algodón, caña de azúcar, arroz y forestal.
Estas actividades productivas fueron llevadas a cabo por actores disímiles. Desde la ocupación productiva de estas tierras en adelante fue posible identificar grandes productoras/es en toda la provincia; productoras/res del “mundo chacarero" descendientes de los procesos de colonización europea que poblaron mayoritariamente el centro y el sur; y pequeñas/os productoras/es familiares de rasgos campesinos, criollos y de pueblos originarios, ubicadas/os principalmente en las zonas de monte, en el norte provincial.
El chacarero es un tipo de productor familiar presente en la región pampeana, particularmente en Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y en menor medida en Buenos Aires. Su surgimiento está fuertemente vinculado a políticas de colonización de la segunda mitad del siglo XIX que permitieron la aparición de propietarios de reducida escala, pero también a posteriores procesos de alquiler de pequeñas extensiones de tierra. Su nombre hace referencia a quienes residen en la “chacra”, son productores de organización laboral familiar que históricamente produjeron para el mercado interno y predominantemente para el internacional, con erráticos ciclos de capitalización basados en momentos de ingresos extraordinarios o políticas que lo favorecieron.
Los procesos de innovación tecnológica en el agro —que se dieron desde mediados del siglo pasado de forma sostenida y permanente— facilitaron la penetración del capital en el territorio santafesino, iniciando una transformación en el área sur que se expandió de forma ininterrumpida hacia el centro y norte provincial.
En el Sur comenzó la agriculturización moderna a base del tándem trigo/soja, sobre la estructura históricamente productiva de la chacra que incluía cultivos agrícolas junto a ganadería y actividades para autoconsumo. El modelo de la agricultura industrial (especializado y de monocultivo) se consolida en la década del 80 y se profundiza en los años 2000, con la preponderancia de dos monocultivos, la soja y el maíz. La productividad ganadera no disminuyó, pero modificó la modalidad de uso del suelo.
La región Centro presenta características agroecológicas de suelos con mayor fragilidad para agricultura, con un régimen hídrico que merma de este a oeste. A pesar de estas condiciones, a través de los datos estadísticos (Censo Nacional Agropecuario, Instituto Provincial de Estadística y Censos de Santa Fe), se puede observar un significativo aumento de la actividad agrícola, fundamentalmente en base al cultivo de soja a partir del paquete tecnológico transgénico difundido hacia finales de los años 1990.
Es la zona de la provincia que más cambios presenta por el avance del modelo de la agricultura industrial, proceso que ocurre cuando el sur ya se encontraba plenamente agriculturizado. Aun así, sigue siendo la cuenca lechera de mayor importancia de la provincia y del país. A pesar de la fuerte desaparición de unidades tamberas, los volúmenes de producción no disminuyen, sino que por el contrario presentan un crecimiento exponencial, pero de la mano de unidades productivas con rasgos más empresariales que en el pasado. Lo que progresivamente va desapareciendo es el tambo mediano a cargo de unidades familiares.
El Norte es una región donde los procesos de cambio se encuentran condicionados por las marcadas características de un agroecosistema que plantea límites a la producción con la tecnología homogénea del agronegocio, dado que presenta un mosaico de situaciones diferentes. La entrada de la agricultura industrial se basa en la reducción de pastizales naturales y bosques, con un desmonte del 51 por ciento de la superficie entre 1976 y 2008. En los últimos tres años de este período la tasa de deforestación anual fue de 19.754 hectáreas. Desde la campaña 1988/89 hasta la del 2017/18 la superficie sembrada con soja, sorgo, algodón y maíz creció un 310 por ciento.
Es necesario destacar que el aumento de la superficie ocupada por agricultura no implicó la disminución de la ganadería, que sigue marcando el perfil de esta región, tanto por las limitaciones de sus suelos como por las estrategias de intensificación en manos de grandes productoras/es y corporaciones que realizan producciones intensivas. Esta superficie arrasada equivale a la ciudad de Rosario (17.800 hectáreas).
A más de cinco décadas del inicio de este proceso nos preguntamos ¿Qué fue del viejo chacarero? ¿Permanece el campesino? Estos interrogantes nos conducen a reflexionar qué ocurrió y ocurre con la producción familiar del territorio santafesino.
¿Cuánto de los lazos familiares continúan siendo un componente clave en la definición del tipo de unidad? ¿Cuál es la combinación entre escala y parentesco que marca los cortes en las categorías? ¿Qué vínculos con el territorio otorgan identidad a la tipología? Retomamos estos tres interrogantes dado que atraviesan la trayectoria de los actores familiares en Santa Fe.
Un número importante de familias continúan a cargo de la producción agraria. Las formas familiares de producción están constituidas por quienes invierten capital, pagan o cobran renta a partir de la propiedad de la tierra y realizan un heterogéneo aporte de trabajo, por un lado, hasta por familias de arrendatarias y arrendatarios con escaso capital y una organización colectiva del trabajo que producen alimentos para mercados de cercanía, o producción ganadera campesina. Distintas formas de pluriactividad se encuentran presentes en este abanico de productoras y productores.
¿Unidad de Producción Familiar es sinónimo de Familia Productora? O una mirada desde los censos
La concentración fundiaria expresa la transformación de los actores históricos santafesinos. Entre quienes ocupaban los estratos de menor tamaño encontramos a las/os productoras/es que desacumularon y no pudieron invertir en nuevas tecnologías y perdieron la posibilidad de continuar en la producción aun siendo propietarias/os de sus tierras. Ante la nulidad de políticas que favorezcan la permanencia de pequeñas explotaciones, desarrollaron estrategias como rentar/vender sus tierras y/o tomar trabajos extra prediales.
Este proceso fue y es una constante y no ha perdido vigencia en la última década, tomando rasgos particulares según la zona de la provincia en que ocurre. Se eliminaron un número importante de explotaciones como puede apreciarse en los diversos Censos Nacionales Agropecuarios (1988, 2002, 2018) en una evolución que cobra diferentes intensidades a medida que nuevas tecnologías permiten el avance de la frontera agrícola a zonas consideradas más frágiles en términos ecológicos.
Comparando los datos entre el CNA 2002 y el 2018, se constata que la zona Sur perdió el 28,9 por ciento de sus establecimientos agropecuarios; el Centro el 36,6 por ciento y el Norte el 21,8 por ciento. En esta tendencia a la desaparición de establecimientos agropecuarios predominan aquellos cuya superficie oscila entre de 1 a 200 hectáreas. Principalmente en las zonas sur y centro, las características de capitalización y de organización laboral de los establecimientos que integran esta merma permiten ubicarlos dentro del universo “chacarero”, la tradicional agricultura familiar capitalizada.
Otro rasgo que tradicionalmente caracterizaba la agricultura familiar era la residencia rural. En este sentido los datos censales informan que aproximadamente un tercio de las viviendas ubicadas en establecimientos agropecuarios santafesinos están deshabitadas. Y en la comparación intercensal surge que desde el 2002 al 2018 se redujeron en un 56 por ciento las personas con residencia en los establecimientos rurales y, de este universo, el 67 por ciento eran productoras/es agropecuarias/os. El proceso de cambio de residencia se consolida, el lugar de vida de las/os productoras/res son las localidades agrarias: pueblos y ciudades que expresan una particular imbricación rural urbana en un territorio vinculado principalmente a la agro- exportación, bajo un modelo concentrador y excluyente, que responde a la lógica de acumulación del capital global en el período y área de referencia.
Dentro de quienes conservan residencia rural, disminuye el porcentaje de productoras/res y aumenta el de trabajadoras/es, especialmente en los establecimientos catalogados como “Otros tipos jurídicos”, es decir, que no son “Persona humana o Sociedades de hecho”, categoría donde generalmente se ubica la Agricultura Familiar
Con relación a los residentes, el 64 por ciento son varones y el resto mujeres, esta información constituye una punta de análisis para indagar el peso de la residencia rural de la familia, aún en los casos en que se trate de establecimientos con organización laboral familiar. Paulatinamente se van consolidando pautas de sociabilidad urbanas, donde el establecimiento oficia como el lugar donde está la producción, pero no donde transcurre la vida de la familia vinculada al mismo.
Estas tendencias expresan el debilitamiento del mundo chacarero tradicional en todas las subregiones provinciales, aunque es menester hacer la salvedad que no se puede evaluar la magnitud del proceso exclusivamente en base a los datos de los CNA. Numerosos equipos de investigadoras/es a lo largo del país han cuestionado la fiabilidad de los datos censales al advertir discrepancias con evidencias empíricas provenientes de sus estudios territoriales, señalando la invisibilización de ciertos actores con el riesgo de llegar a conclusiones sesgadas (Cátedra Libre de Estudios Agrarios Ing. Horacio Giberti, 2021).
Productores familiares de mediana y gran escala
La mayor parte de las/os productoras/es familiares capitalizadas/os han incrementado su escala, toman las decisiones sobre la explotación, coordinan el proceso de producción en su totalidad y realizan frecuentemente parte de las tareas físicas y administrativas controlando en buena medida el proceso de producción.
El aporte familiar no pierde importancia, sin embargo no se desarrolla necesariamente de forma permanente sino como una disponibilidad de mano de obra oportuna para cuando se la necesita. La incorporación de maquinarias ahorradoras de mano de obra reduce el aporte de trabajo físico —tanto familiar como asalariado— y da lugar a otras estrategias de continuidad en la actividad.
Este resulta uno de los rasgos diferentes de los últimos años. La reducción del trabajo físico en especial de aquellas unidades que incrementaron su escala; que se conjuga —en el orden de la organización interna del trabajo familiar— con la distribución del mismo en actividades productivas y/o tareas específicas. Es común encontrar una división del trabajo donde algún miembro se encarga de la agricultura, otro de la ganadería, hay quienes llevan adelante el trabajo administrativo, el asesoramiento técnico y/o financiero.
Por lo general se lo enuncia como espacio masculino, pero se constata la presencia del trabajo femenino (trámites, administración, provisión para el autoconsumo, otros). Hacia fines del siglo pasado el trabajo de la mujer no se hacía visible (salvo en las instancias de tareas de reproducción y “ayuda”) y se consideraba —al menos formalmente— que la estructura de decisiones estaba a cargo de la figura masculina. En los últimos años esta percepción acerca de los roles está cambiando, a tono con la época y con la urbanización.
Los miembros de estas familias pueden ser considerados productoras/es tradicionales, pues son tercera o cuarta generación de productoras/es agropecuarias/os cuyo origen fue la inmigración europea. La mayoría accedió a la propiedad de la tierra en la segunda o tercera generación familiar cuando las políticas públicas y/o los ciclos de ingresos extraordinarias por el alza de los precios internacionales se lo permitieron.
La estrategia clave para continuar en el agro ha sido la escala: disponer del capital para contar con un parque de maquinarias completo o para poder contratar las labores y alquilar tierra. Realizan agricultura con centralidad en el monocultivo, abandonan la diversidad de actividades, aún con consecuencias adversas sobre los bienes naturales comunes. La ausencia de producción de alimentos son rasgos comunes en estas empresas. ¿Pueden ser consideradas como unidades de producción familiar? ¿De qué tipo?
Se sigue verificando lo que fue señalado hace ya más de una década por otros/as autores/as. Pese a la caída de la necesidad de trabajo en el proceso productivo, la familia —a partir de sus relaciones de parentescos— continúa siendo quien lo lleva adelante, conformando un grupo con roles diferentes en base a edad, autoridad, capacidades y gustos. El equipo familiar articula la disponibilidad de miembros en función de las necesidades que la producción y comercialización demanden, y en muchos casos sin precisar un fondo de reserva fijo para el pago de salarios permanentes. Fundamentalmente, otorga la flexibilidad de trabajar dentro de la unidad y decidir sobre el afuera, evaluando permanentemente las condiciones contextuales.
Estas unidades no sólo disponen de capital económico y financiero, sino también de un considerable capital cultural y simbólico al detentar en numerosos casos una trayectoria socioprofesional entre sus miembros (ingenieras/os agrónomas/os, veterinarias/os, contadoras/es y técnicas/os) que facilitan la gestión y les transforma en numerosas ocasiones en referentes zonales, estrategia que se destaca en un trabajo reciente sobre sujetos sociales en el centro de Santa Fe.
Son actores que han afianzado sus vínculos con el territorio adecuándose a las transformaciones originadas por la penetración de relaciones capitalistas, llevando adelante la estrategia de la escala —muchas veces respaldada por su carácter de propietarias/os de pequeñas o medianas extensiones de tierra—. Se trata de las unidades productivas de mediana escala más representativas del centro y sur de la provincia.
Las condiciones requeridas por el modelo dominante implicaron que cambiaran para poder continuar, aunque no siempre apareció el cambio como deseado sino como condición necesaria. Ambas estrategias les alejaron de las características con las que se identificaba al chacarero, permitiendo su permanencia y crecimiento en coexistencia con otros actores productivos del agronegocio.
Productores familiares de pequeña escala
En Santa Fe se constata la permanencia y el crecimiento de una agricultura familiar caracterizada por producir en superficies reducidas (propietarias/os u ocupantes de pequeñas fracciones, arrendatarias/os) con baja capitalización y un aporte considerable de trabajo físico de toda la familia.
Una parte de estas/os productoras/res proviene de trayectorias como campesinas/nos asalariadas/os o medieras/os. Dadas sus características estructurales, se dedican a actividades que pueden realizarse en pequeña escala (ganadería bovina preferentemente de cría y caprina especialmente en la zona norte; porcinos, horticultura, en el centro y sur, pesca en el litoral) y la vuelcan como alimento al mercado interno.
El trabajo familiar es imprescindible, es la condición de mantenimiento de la actividad. Los saberes necesarios para su oficio los encontraron en sus capitales sociales y culturales y en instituciones dedicadas al sostenimiento de la producción local. Así, a sus experiencias pudieron agregar aprendizajes en agroecología y circuitos de comercialización (formar parte de de ferias y otros), formar grupos de productoras/es, gestionar subsidios o créditos y hacerse visibles ante el resto de la sociedad.
Otro grupo se distingue porque proviene del mundo urbano. Son propietarias/os o arrendatarias/os de pequeñas extensiones de tierras y su capital económico es variado, el trabajo es familiar en algunos casos y también “colectivo”, con fuertes vínculos afectivos e ideológicos. Les diferencia un capital social y cultural que los lleva a construir estrategias —donde abandonan actividades y profesiones— para orientarse a la producción agroecológica (o en transición) y la comercialización alternativa.
Una fuerte convicción determina la modalidad de producir, donde la problemática ambiental ocupa un lugar central. Ellas/os nombran —en su preocupación por el ambiente— no sólo el cuidado de la naturaleza, sino que también incluyen otra configuración de vínculos, otros objetivos que implican una nueva relación entre las/os habitantes de la sociedad y su entorno.
Dentro de este grupo es posible encontrar nuevos y tradicionales actores productivos. Están quienes provienen de trayectorias socioeconómicas urbanas e incursionan, por primera vez, en la actividad como, por ejemplo, quienes realizan hortalizas agroecológicas o en transición en los periurbanos del centro y del sur, así como los/as campesinos/as que adaptan sus estrategias transformándose en abastecedores de insumos (terneros) para las grandes empresas de producción intensiva y estabulada del norte provincial. La heterogeneidad responde a su historia en la región, así como a las condiciones que el ecosistema impone.
Reflexiones sobre los cambios socioproductivos en territorios agrarios
Entonces: ¿Qué fue del viejo chacarero santafesino? Aquel que se ha caracterizado por estar presente en el territorio desde hace un siglo y medio. Las estadísticas nacionales y provinciales juntos a las investigaciones académicas permiten constatar la permanente desaparición de la parte más vulnerable de la producción familiar tradicional y la permanencia y transformación de otra fracción que aumentando la escala adquiere rasgos empresariales.
Un grupo de actores proveniente de la familia tradicional rural se ha transformado en una familia moderna rural, de residencia urbana, abierta a la innovación tecnológica, eficaz en el circuito financiero y en la competencia por la continuidad en la producción. Parte de sus miembros pueden elegir separarse de la producción y desarrollar otras estrategias económicas ahora que el trabajo físico permanente no es tan necesario. Valoran su posición social y económica de manera diferente a su pasado chacarero, algunos se integran con nuevas modalidades económico-productivas, muchas de ellas profesionalizadas.
Actualmente se trata de empresas familiares con alto grado de capitalización, sus miembros mantienen vínculos de consanguinidad que generan lazos diferentes con relación a las empresas no familiares. Esta situación muchas veces alienta una distribución de los roles productivos, administrativos, financieros con estrategias que facilitan la producción a escala.
Los cambios tecnológicos han permitido un avance de la agricultura desplazando tambos en el centro de la provincia y —previo desmonte— en el norte. La intensificación ganadera, el incremento de la superficie de maíz asociada a feed lot y granjas intensivas porcinas y —con ello— la emergencia de “nuevos” monocultivos, son formas de producción que atentan con la existencia y persistencia de aquel mundo chacarero, tanto por su condicionamiento social como por las transformaciones de los bienes naturales que les daban sustento.
La provincia ha aumentado los volúmenes de producción y los índices de productividad en todas las regiones que la conforman. Pero los procesos de intensificación en Santa Fe se dan a costa del ambiente, es decir transfiriendo los costos ocultos a la naturaleza y a la sociedad, que resultan los “recursos” imprescindibles para la realización de la ganancia capitalista y el pago de renta.
Como fruto de este proceso, el campo se deshabita y aumenta la urbanización de la población de manera constante. Al deterioro de los suelos se le suma la contaminación de aguas superficiales y subterráneas y la quema de pastizales, la pérdida constante de biodiversidad. De a poco, el lugar fue perdiendo su sociabilidad tradicional y se transformó en un espacio casi exclusivo de producción.
Pero a pesar de estas transformaciones, en Santa Fe históricamente también ha persistido una heterogeneidad de productoras/es familiares. Se trata de una tipología amplia dentro de la cual pueden reconocerse diferencias en función de cómo el trabajo familiar se relaciona con la tierra, la tecnología y los mercados, cómo estas producciones se vinculan con la economía nacional y global, en cada tiempo y espacio, y cómo los actores intervienen en los procesos que hacen a la transformación de la naturaleza y participan en la sociedad donde habitan.
Desde esta perspectiva es posible identificar, junto a vestigios del mundo chacarero, a otras producciones familiares; aquellas que encuentra a pequeños/as productoras/res escasamente capitalizadas/os que persisten con numerosas dificultades junto al surgimiento de otros nuevos actores vinculados a las necesidades de construcción de un ingreso y de llevar adelante una actividad sin riesgos para la salud y recuperando el sentido de comunidad.
Esta Agricultura Familiar constituye una forma de producción mercantil simple en la que la mayor parte del trabajo es realizado por las/os productoras/res y sus familias, en las cual un objetivo clave es la reproducción del grupo familiar. Bajo condiciones de acumulación asistemática su permanencia es frágil, sin embargo han logrado construir estrategias socioproductivas acompañadas por organizaciones sociales e instituciones públicas que favorecen la consolidación y el despliegue de capitales sociales y culturales para su persistencia. Esta es una “nueva” agricultura familiar en el viejo territorio chacarero.
*El texto —adaptado para la publicación en Tierra Viva— pertenece al capítulo "Buscando la producción familiar en el agro santafesino ¿Qué fue del viejo chacarero?", del libro Las agriculturas familiares en la Argentina: una década de debates editado por la Asociación Argentina de Sociología Rural (Aasru). Se puede acceder a su descarga gratuita desde el siguiente link: https://aasru.wordpress.com/publicaciones/publicaciones-de-gt/
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/una-nueva-agricultura-familiar-en-el-viejo-territorio-chacarero-de-santa-fe/