Los incendios de sexta generación son más difíciles de controlar y afectan a medio planeta

Estos días el teléfono de Marc Castellnou no deja de sonar. En el momento de escribir este reportaje, Europa se quemaba por los cuatro costados. En el círculo polar ártico se fundían hielos milenarios. También ardía California. Y cuando eventos así suceden, descontrolados, Castellnou es la persona a quien llamar.

Cristina Sáez


Este inspector de bomberos, al frente de la unidad de análisis del Grupo de Refuerzo de Actuaciones Forestales (GRAF) del cuerpo de Bombers de la Generalitat de Catalunya, es una de las voces más acreditadas en todo el planeta en ecología y gestión del fuego. De hecho, acaba de regresar de Dinamarca, de planificar junto con los cuerpos de extinción daneses la estrategia más adecuada de prevención de incendios propiciados por el cambio climático. Y está en comunicación constante con los equipos de California y Portugal.
Los bomberos trabajan para extinguir el fuego del miércoles 8 de agosto de 2018, en Corgos, Silver, Algarve (Portugal). (Miguel A. Lopes / EFE)

“El concepto de hay un fuego, vamos y lo apagamos, se ha quedado obsoleto. Ya no funciona. Los sistemas de extinción ya no podemos enfrentarnos a los grandes incendios que estamos viendo. Hay que dar una vuelta de tuerca más, y eso pasa por ayudar a los bosques a cambiar”, argumenta en una entrevista a Big Vang.
Los incendios son un elemento natural más de la Tierra, como el viento o la lluvia. Siempre han existido y durante millones de años han desempeñado un papel crucial como reguladores de los ecosistemas y garantes de la biodiversidad del planeta.
El problema es que, en la era actual, el antropoceno, profundamente impactada por las actividades humanas, esos incendios salvajes necesarios para mantener el equilibrio de la naturaleza están cambiando de intensidad y también de frecuencia. Y están dejando de ser beneficiosos.

“Tenemos bosques estresados y debilitados, que se formaron con un clima distinto al actual, por lo que son más propensos a quemar”.
Marc Castellnou Bombers de Catalunya y Fundación Pau Costa

El incremento de temperaturas, el descenso de las precipitaciones, el aumento de las olas de calor, cada vez más frecuentes, sumado al abandono de muchos territorios ha dado lugar a bosques que no están preparados para esos incendios que vienen, rápidos, intensos, capaces de generar fuegos secundarios, de saltar carriles de autopista. Y a eso se suma la gestión actual, que sigue enfocada en la extinción, en lugar de en la prevención.
“Tenemos bosques estresados y debilitados, que se formaron con un clima distinto al actual, por lo que son más propensos a quemar”, apunta Castellnou. “Hace 100 años no existía ni un tercio de la masa forestal que hay hoy”, destaca este bombero que defiende que esta ola de grandes incendios que recorre el planeta no está haciendo otra cosa que purgar esos ecosistemas artificiales, fruto de la injerencia humana.
“Tienen un rol de renovación y de cambio”, asegura este bombero, que preside, además, la Fundación Pau Costa, de ecología del fuego y la gestión de incendios.
Y tras una pausa, con tono serio, lanza: “como sociedad tenemos que plantearnos qué queremos hacer: seguir invirtiendo en extinguir estos grandes incendios y frenar la emergencia; o ayudar a los bosques a hacer el cambio. Por el momento, estamos invirtiendo en paracetamol para calmar un dolor de cabeza, en lugar de poner los esfuerzos en mejorar salud para evitarlos”.
De apagar llamas a establecer estrategias
Gestionar el fuego es un concepto relativamente nuevo. Hasta hace apenas 20 años la única estrategia que se aplicaba era aplacar las llamas lo antes posibles. Sin embargo, los grandes incendios que a comienzos de los años 2000 comenzaron a azotar Catalunya y el resto de la Península demostraron la necesidad de comprender el comportamiento global del fuego para poder establecer medidas de prevención eficaces y manejar de forma más eficiente este tipo de catástrofes naturales.
Así, se empezaron a estudiar los distintos tipos de incendios, las condiciones en que se producían y los escenarios en que se sucedían. Y junto a los científicos, se empezaron a diseñar modelos matemáticos a partir de la caracterización y la tipología de incendios que ayudaran a predecir el comportamiento futuro de los fuegos, clave para decidir, por ejemplo, dónde colocar los dispositivos.
Fruto de ese estudio de la evolución de los incendios, Castellnou acuñó el concepto de ‘generación”, precisamente para referirse a las condiciones implicadas en cada evento y cómo al cambiar, han ido haciendo evolucionar los fuegos. “A los que nos enfrentamos ahora no tienen nada que ver con los de hace 30 o 40 años”, afirma Jordi Vendrell, experto de la Fundación Pau Costa. Entonces, se pasaba de un mundo rural a uno urbano. Se abandonaban campos, disminuían las zonas de pastoreo y eso propiciaba que comenzaran a aparecer bosques donde antes había campos de cultivo. Desaparecía la estructura de mosaico y comenzaba a expandirse un paisaje más continuo.
Área quemada de Montepino y Montes tras el incendio en Llutxent, en Valencia. (Handout / Reuters)

A los primeros incendios de la Península, motivados por el paso de lo rural a lo urbano, le siguieron los de segunda generación, mucho más rápidos y continuos. Con el aumento de la cantidad y continuidad de combustible disponible (matorrales y árboles secos) debido a la baja explotación de los recursos forestales aparecieron los incendios de tercera generación, capaces de propagar por focos secundarios a largas distancias, superando infraestructuras como carreteras o los clásicos cortafuegos.
A ello se sumó la construcción de urbanizaciones dentro de las áreas forestales, que plantearon nuevos escenarios de emergencias y que constituyen la cuarta generación de fuegos. La quinta se origina a partir de sequías pronunciadas y un aumento de las olas de calor; un ejemplo son el incendio del Alt Empordà de 2012 o el que quemó Galicia en 2006: grandes incendios, incontrolables, simultáneos, que avanzan muy rápido y superan la capacidad actual de los sistemas de extinción. Los grandes incendios del año pasado en Chile son otro ejemplo más de este tipo de fuegos de quinta generación, que incluso generan tormentas de fuego.
“No están tan solo ocasionados porque el clima era más cálido, sino porque la atmósfera estaba más caliente e inestable”, apunta Castellnou, que explica que la sexta generación es un salto más: incendios que tienen la máxima cantidad de combustible y que se encuentran con atmósferas radicalmente calientes e inestables; ecosistemas estresados, que no soportan más el espacio en que viven y necesitan cambiar.
“Es clave que la sociedad entienda que necesitan cambiar. Que tenemos que fabricar nuevos paisajes adaptados al nuevo clima. No podemos seguir perpetuando viejas estructuras”, considera este bombero.
Incendio en el Alt Empordà , julio de 2012. (Inma Sainz de Baranda)

Matemáticas para combatir el fuego
Para poder decidir qué tipo de paisaje hay que “fabricar” para que sea más resiliente ante los incendios, desde el Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals (CREAF) i el Centre Tecnològic Forestal de Catalunya (CTFC), se investigan los regímenes de incendios y qué condiciones sinópticas, o meteorológicas determinadas, propician fuegos en zonas concretas. Con esos datos se alimentan los modelos matemáticos que, cuanto más realísticos, más fiables para ser usados durante las emergencias para la toma de decisiones.
“Estamos comenzando a explorar esta sexta generación de incendios. Nos encontramos con condiciones que hasta ahora eran muy poco frecuentes y que no sabemos cómo van a afectar a los paisajes”, asegura Lluís Brotons, investigador del CREAF y del CTFC.
Este ecólogo acaba de volver de California, donde ha podido estudiar en primera persona los grandes fuegos que arden en este estado de los Estados Unidos y cuenta como el sistema de extinción de incendios de ese país americano se empezó a montar tras un gran fuego, apodado Big Bang, que se produjo en 1910, tras tres años de sequías intensas; quemó un millón de hectáreas al norte del país en muy poco tiempo y arrasó pueblos enteros.

Nos encontramos con condiciones que hasta ahora eran muy poco frecuentes y que no sabemos cómo van a afectar a los paisajes.
Lluís Brotons CREAF-CTFC

“El problema es que aquellas condiciones propicias para que se dé un fuego extremo ahora son más habituales. Y a ello se suma que hay una exposición al riesgo muy grande, con urbanizaciones en medio del bosque, como también ha pasado en Grecia y Portugal este año”, se lamenta.
De ahí la importancia, destaca, de prever los escenarios futuros. Junto a Andrea Duane, también del CREAF-CTFC, usa los datos proporcionados por los bomberos para identificar qué condiciones se han dado durante los grandes incendios para proyectar qué tipo de incendio y dónde pueden quemar en el futuro.
“Está claro que no podremos evitar que se produzcan nuevos incendios, pero sí podemos hacer que no sean tan grandes”, asegura. Y para ello, se necesitan bosques sanos, sin densidades extremas, con zonas abiertas, diversidad de especies y estructuras. “Solo así tendremos capacidad de responder a los retos del futuro”.

(bruev / Getty Images/iStockphoto)

Para Brotons, “al final, la problemática del bosque no es científica, sino social y tiene que ver también con el modelo económico de país. Por eso, tiene que abrirse un debate en la sociedad para repensar qué territorio queremos”
Castellnou y la Fundación Pau Costa lo tienen claro: apuestan por la recuperación de la economía local sostenible. “Cuando consumimos, tenemos que tener claro que estamos contribuyendo a decidir qué paisaje queremos. Si optamos por muebles, verduras, carne de otras partes del mundo, estamos apostando por un paisaje como el que tenemos, continuo, estresado, vulnerable al cambio climático. También tiene que ver con cómo tratamos con nuestros impuestos la economía rural. Al final la factura que se paga es la misma, la diferencia es cómo se paga”.
En este sentido, Castellnou pone como ejemplo el proyecto Life Montserrat, una prueba piloto financiada por la UE de reintroducción de los fuegos naturales. “Ha sido un éxito”, valora.
“Para los ecólogos los procesos de abandono son también una oportunidad de recuperar dinámicas de un sistema más natural de fuego, lo que puede ser importante de cara a conseguir futuros bosques más maduros. Quizás la única manera de responder al problema no sea volver al siglo XIX”, argumenta Brotons.

Si optamos por muebles, verduras, carne de otras partes del mundo, estamos apostando por un paisaje como el que tenemos, continuo, estresado, vulnerable al cambio climático.

“Para detener los grandes fuegos, necesitamos intercambiar personal altamente formado en emergencias”

Los incendios del norte de Europa, pese a la espectacularidad, son de segunda generación. “Tienen bosques muy grandes, con mucha carga de masa vegetal. Son ecosistemas que están acostumbrados a recibir muchas precipitaciones y a aguantar choques térmicos cortos. A la que les falta agua y tienen que soportar episodios de temperaturas elevadas como esta primavera y verano, los bosques se estresan. Cuando empiezan a quemar, el fuego quema con más facilidad, con longitudes de llama más altas. Y eso es un problema para los sistemas de extinción de esos países, que no están acostumbrados a ese comportamiento”, explica Jordi Vendrell, de la Fundación Pau Costa, que destaca en este sentido la importancia del intercambio de conocimiento entre expertos del Mediterráneo, habituados a grandes incendios, y de países nórdicos.
Precisamente, ese es uno de los objetivos de la Fundación Pau Costa, facilitar el intercambio de conocimiento entre expertos de distintas regiones del planeta. También es una de las metas de la Unión Europea, que cuenta con diversos proyectos de manejo de catástrofes que persiguen poner a disposición de todos los estados miembro el conocimiento generado en cualquier punto del continente.
“Contamos con algunos proyectos ya en marcha de investigación, que buscan integrar tecnologías en marcha, como los satélites Sentinel, en concreto el 2A de la Agencia Espacial Europa, con la información disponible a través del programa Copernicus para, por ejemplo, poder conseguir un mapeado rápido del incendio. En países como los nórdicos donde no están acostumbrados a los fuegos, con una densidad muy baja de población, les cuesta más determinar la medida real del incendio o qué está quemando. De forma que para ellos es muy útil”, comenta Vendrell.
En la actualidad cuando se produce un gran incendio en algún país sólo enviamos aviones, porque es tal vez lo más fácil de gestionar. Sin embargo, para poder detener grandes fuegos en Europa necesitamos poder intercambiar personal altamente formado en grandes emergencias y que ese personal disponga de toda la información necesaria al momento, destaca este bombero.
En este sentido, otro de los proyectos de intercambio de conocimiento es ‘Heimdall’, financiado por la UE dentro del marco de Horizon 2020, donde también participa la Fundación Pau Costa. Se trata de una plataforma de gestión de escenarios de riesgo, en la que se integran tecnologías como Sentinel-2ª, que detecta puntos calientes y dónde está el foco del incendio y pueden ayudar con los datos que aportan a mejorar la simulación que hacen en base al movimiento real del incendio, la velocidad de propagación e información sobre la vegetación. El objetivo es construir escenarios de riesgo a partir de las lecciones aprendidas y poner toda la información disponible para los miembros de la UE.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/ciencia/planeta-tierra/20180817/451324516370/incendios-sexta-generacion-marc-castellnou-cambio-climatico-regenarar-ecosistemas.html - Imagen de tapa: Un bombero duarnte el incendio cerca del Lago Elsinore, en California, el 10 de agosto, (David Mcnew / EFE)

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