Ecología Queer

Comencemos con los ingredientes: un trozo de ecología, una pizca de revolución y sumergir todo en mucho queer. Esta palabra proviene del inglés y originalmente significa “raro, excéntrico y divergente”, siendo utilizada a fines del siglo XIX de manera peyorativa contra quienes tenían relaciones con personas del mismo sexo. Sin embargo, a partir de la década de 1980, los autodenominados activistas queer, personas que no se sentían representadas por los binarismos “hombre o mujer” e incluso “heterosexual u homosexual”, comenzaron a utilizar la palabra como una alternativa deliberadamente provocativa.

Texto por Belén Gallardo


Este movimiento queer, a través de la publicación de libros y artículos, dio paso a la teoría queer, que tiene como principio cuestionar las clasificaciones sexuales y de género, pero también otras categorías humanas establecidas como verdades, problematizando lo que llamamos “normalidad” (Hall, 2003). Por otro lado, la ecología es la ciencia que estudia las relaciones entre los seres vivos y su ambiente; es el estudio de lo que solemos llamar “naturaleza” (Sagarin & Pauchard, 2018). Y la naturaleza la hemos llenado de clasificaciones binarias: “hembra o macho”, “humano o no-humano”, “vivo o muerto”, entre tantas otras, por lo que sin haber pasado mucho tiempo, la teoría queer ya se ha encontrado con la ecología.
La ciencia disidente

La ecología queer es un campo de estudio relativamente nuevo, basado en las intersecciones de la teoría queer, el ecofeminismo, la política y las ciencias ecológicas. Pero, así como hay una multitud de teorías queer y ecofeminismos (Gaard, 1998), también hay muchas ecologías; por lo tanto, se trata de una constelación de disciplinas, prácticas y modos de entender –o no entender– la naturaleza. Se trata de reimaginar a los seres vivos, los procesos evolutivos, las interacciones ecológicas y las políticas ambientales a la luz de la teoría queer, junto con crear una ciencia más diversa y menos rígida en sus narrativas. La ecología queer nos invita a darnos cuenta de la rareza, de dónde ponemos límites arbitrarios y creamos falsas dicotomías.
Para ejemplificar esto, utilizaremos una escena de la película de animación Wall-E. El protagonista es un robot recolector de basura, con aires de científico, que explora y clasifica objetos en un mundo post-apocalíptico, donde los seres humanos se apartaron tan profundamente de su entorno que hasta olvidaron lo que es una planta o, incluso, la Tierra. En una de sus indagaciones, Wall-E encuentra una cuchara que es a la vez un tenedor y se da cuenta de que este “ente” no se adapta a su sistema binario de clasificación. Y en vez de forzar a que ese ente sea una de dos posibilidades (como lo hacemos con los cuerpos humanos y no-humanos), Wall-E deja a este ente al medio, y entiende que el mundo es más que blanco y negro.
Al igual que este robot, los humanos sentimos la necesidad de ordenar la realidad clasificando las cosas en nuestro entorno. Nombramos objetos porque ello nos facilita la vida. En ese sentido, la ecología queer no va en contra de este impulso, sino de entender que siempre existirán formas de vida que no se ajustarán a nuestros sistemas de clasificación (Doak, 2016). Porque son abstracciones y, por lo tanto, hay que entenderlas así. El intento por sostener la incertidumbre, para darle cabida a la biodiversidad y no la forma en que nosotros pensamos qué es la biodiversidad, eso es la ecología queer.
Un riesgo que puede surgir cuando nos abrimos a las múltiples posibilidades del ser es que la ambigüedad no nos permita entender de qué estamos hablando, porque estamos tan acostumbrados a entender a través de la fijación de límites que la vastedad puede parecernos incómoda. En el caso de la ecología queer es difícil seguir profundizando sin caer en ciertas categorías rígidas. Entonces, para respetar sus raíces queer, es mejor hablar acerca de lo que no es la ecología queer.

©Cristian Toro
                                                                               ©Cristian Toro

La ecología queer no es:
    •    Esencialista
La ecología queer se basa en el anti-esencialismo y así afirma que no existen características fundamentales que nos definan completamente y, por lo tanto, rechaza las esencias como determinantes de identidades y categorías únicas. Nos recuerda que las fronteras que trazamos no son inmutables ni rígidas, y que podemos y debemos “queerearlas”, es decir tensionarlas, imprecisarlas y trastocarlas, para dar cabida a otros modos de ser.
    •    Binaria
Las dicotomías y dualismos son posibles gracias a un marco de identidades rígidas, que recalcan una fuerte distinción entre dos categorías que están virtualmente en oposición, por ejemplo: hombre-mujer, heterosexual-homosexual, humano-naturaleza, humano-no humanos, urbano-rural, entre otras. La ecología queer problematiza estos binarismos estrictos y propone que la biodiversidad se encuentra en la mixtura de esos supuestos opuestos. 
    •    Clara y sin ambigüedad
Dado que la teoría queer rechaza cualquier verdad que requiera distinciones estables y claras, la ecología queer necesita distinciones borrosas. Es la búsqueda de posibilidades. Lo ejemplifica Donald Hall: el punto de las teorías queer en general (incluida la ecología queer) es que no todos somos realmente una sola cosa. Somos una multitud de identidades y las distinciones entre ellas son todo menos claras (Hall, 2003).
    •    Sólo enfocada en el género y el sexo
Si bien la ecología queer comienza cuestionando nuestra comprensión de la identidad sexual y de género en relación con la naturaleza, ciertamente no termina ahí. Aquí caben las disidencias, los pueblos originarios, los pobres, los seres vivos que llamamos no-humanos e incluso a quienes no somos capaces de imaginar.
    •    Destructora de categorías
En lugar de eliminar categorías de diferencia, las “queerea”. Lo que busca la ecología queer es agregar ambigüedad e interseccionalidad a nuestra comprensión y permitir visibilizar (y quizás liberar) a los oprimidos, por ejemplo, especies e incluso ecosistemas.
    •    Opresiva
Aunque las ideas planteadas por la ecología queer en sí mismas no liberan, sí son liberadoras en el sentido de que desdibujan ciertas fronteras para que podamos traer el mundo no-humano a nuestra esfera de interés. Si entendemos que podemos ser opresores y oprimidos, entonces debemos trabajar juntos para superar la opresión. Para que sea liberador, se debe luchar activamente contra la opresión, enfrentando y desestabilizando las identidades dominantes (Doak, 2016).



Naturaleza queer
Dividir la naturaleza en categorías nos ha ayudado a entender el mundo, pero también ha limitado nuestra manera de observar(nos) y las conclusiones que realizamos acerca de ciertos procesos ecológicos. Por ejemplo, al examinar de manera detenida la sexualidad de otras especies, podríamos advertir la limitada manera en que entendemos este fenómeno. Pensemos en las flores, las cuales son el aparato reproductor de muchas especies de plantas, clasificadas dentro del grupo de las angiospermas. Si consideramos que existen al menos 300.000 especies de plantas con flores, entonces existen al menos 300.000 posibilidades de genitales distintos, es decir, existen al menos 300.000 sexualidades distintas. Si consideramos el bosque templado lluvioso bajo la luz de la ecología queer, veremos que las interacciones planta-animal en este bosque son relaciones sexuales donde participan múltiples especies.
Por ejemplo, el ulmo (Eucryphia cordifolia), árbol siempreverde de gran altura, cada verano es el centro del erotismo boscoso, debido a su abundante y masiva floración, que atrae a un ensamble de más de cien especies de insectos polinizadores (Armesto et al., 2009). En su búsqueda del néctar, estos insectos distribuyen el polen (los gametos arbóreos) de flor en flor, siendo parte de la fecundación cruzada entre miles de árboles, y así participan en una verdadera orgía vegetal. Este cuadro evidencia los limitados lentes que nos ponemos al observar la naturaleza desde la dicotomia heterosexual/homosexual.
Si la naturaleza existe más allá de nuestro constructo, definitivamente es queer; por lo tanto, la ecología (que principalmente consiste en la observación de la naturaleza) también debería serlo. Al reconocer esto, podríamos ver que lo queer habita en las innumerables relaciones entre todas las cosas vivas, no vivas y las vivas-novivas. Habita, pues, en los más de diez conceptos de especie que existen para definir y reconocer los límites entre una especie y otra, pero que aún no logran capturar la esencia de qué es, finalmente, una especie (Richards, 2013). Lo queer está también en las controversias científicas, en los modos que nos sorprende día a día la exuberante biodiversidad planetaria, como la inclasificable rareza de los ornitorrincos o la múltiple sexualidad de los hongos.
Como lo expone Timothy Morton, debemos dejar de definir la naturaleza desde los extremos: ideas como “está allá afuera (no está acá adentro)”, es “heterosexual (no homosexual)”, “tiene un cuerpo capaz (no tiene discapacidades)”, “la naturaleza es agresivamente fuerte y sana” (Morton, 2010). Hasta ahora vemos la naturaleza como un lugar que el ser humano visita, pero donde no puede quedarse. El profundo y desolador problema es que existe, porque nosotros no existimos allí y así quebramos el mundo en dos. Necesitamos urgentemente una amplitud de miras respecto a quienes somos, para así asilvestrar nuestra imaginación, cuerpos y relaciones.
Este artículo-pequeño-manifiesto es un llamado al arte, a la filosofía y a los trashumantes disciplinares para concebir una política ficción que pueda permitir re-imaginar el mundo, y borrar las fronteras de género, de nacionalidad, las que separan la humanidad y la animalidad, lo vivo y lo muerto, las fronteras entre el ahora y la memoria. Así, podremos escribir una nueva historia, una que acoja otras posibilidades de ser, conocer, y coexistir.

Bibliografía
Armesto et al. (2009). “Old-growth temperate rainforests of South America: conservation, plant–animal interactions, and baseline biogeochemical processes.” Old-growth forests. Springer, Berlin, Heidelberg, 367-390.
Doak, C. (2016). “Queering Nature: The Liberatory Effects of Queer Ecology”. Dickinson College Honors Theses. Paper 246.
Gaard, G. (1998). Toward a Queer Ecofeminism. Hypatia, 12(1): 114-37.
Hall, D. (2003). Queer Theories. New York: Palgrave Macmillan.
Morton, T. (2010). The ecological thought. Harvard University Press.
Richards, R. (2013). The Species Problem: A Conceptual Problem? IntechOpen.
Sagarin, R. & Pauchard, A. (2018). Ecología y observación. Ampliando el enfoque de la ciencia para entender un mundo complejo. Concepción: Editorial Universidad de Concepción.
Preciado, P. (2019). Un apartamento en Urano: crónicas del cruce. Anagrama.

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Imagen de Portada: @Cristian Toro La teoría queer, que tiene como principio cuestionar las clasificaciones sexuales y de género, pero también otras categorías humanas establecidas como verdades. ©Cristian Toro
Fuente: Revista Endémico - https://endemico.org/ecologia-queer/

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