Humanizar el mercado o mercadear con la escuela

En una sociedad en la que los poderes económicos hace tiempo que decidieron romper el contrato social hablar de valores humanistas no deja de ser otra forma de apelar al orden social desde bases menos gravosas que el tener que recurrir a las porras de la policía, pero es difícil hablar de valores humanistas en una sociedad que se deteriora por momentos, que institucionaliza la ignorancia, que se abisma en diferencias económicas escandalosamente injustas, que promociona la humillación y el estigma, y que criminaliza la pobreza que ella misma produce. ¿Actuaría violentamente contra unos manifestantes pacíficos un policía ganado por la moral humanista, lo haría un funcionario del juzgado para desahuciar a una familia? La exigencia de la moral humanista nos obliga a renunciar a la disculpa de que uno es un mandado, hace imposible la disculpa de que no es nada personal, no tengo nada contra ti.

Antonio Orihuela

Una moral humanista no deja resquicios para ello, es responsable de sus actos, valora sus efectos, no permite el trabajo en una fábrica de armamentos, rechaza el consumo de productos ecológicamente insostenibles o perjudiciales para la salud, reacciona contra la injusticia y el negocio de la explotación humana. Frente al perro come perro y el sálvese quien pueda de la moral utilitarista, la solidaridad, la ayuda mutua, la generación de vínculos, la sobriedad y la sostenibilidad tejen la moral humanista que aspira a alcanzar y armonizar el bienestar de los seres sintientes con el del planeta que nos sirve de morada.
Está claro que los valores humanistas son una presa fácil en un modelo social “darwinista”, forman parte de las ilusiones de esta época, de los fantasmas que así hacemos existir pero que no deben preocuparnos porque no tienen sustancia alguna. Una presa fácil que además es constantemente presentada como reclamo de una escuela que hace una utilización espuria de ellos. Valdría más olvidarse que seguir utilizándolos desde una práctica retórica, utilitarista y vacía; pero no es así, muy al contrario, los valores se enuncian para que los alumnos sepan que existen pero en realidad lo que ellos constatan que se pone en práctica por parte del sistema educativo y que ellos mismos practican porque sí son valiosos para su vida social son los contravalores del sistema económico y social capitalista: competitividad, rentabilidad, individualismo, segregacionismo, insolidaridad, autoritarismo o violencia no son solo contravalores firmemente arraigados en el mundo de la empresa, son también los elementos que conforman el currículo oculto del conocimiento escolar, están en nuestros modos de enseñar y en nuestros principios y formas de evaluación y, finalmente, son los que aseguran al alumno el éxito social tanto dentro como fuera de ella. Estamos formando alumnos en la esquizofrenia.
Desde preadolescentes saben qué tienen que decir en relación con los valores pero también saben qué tienen que hacer en realidad con ellos. Este desdoblamiento de la conciencia y la conducta no es privativo de los escolares y la institución escolar, en realidad está en la raíz de toda nuestra existencia bajo el capitalismo, forma parte del desequilibrio emocional en el que nos toca vivir, está en las formas alienadas y mercantilizadas con que nos relacionamos con los demás y se hace necesario para vivir bajo el pragmatismo del capital, aunque sea moralmente intolerable.
Los valores humanistas, en la medida que apuntan hacia el bien común y lo inmaterial, no satisfacen las necesidades socialmente construidas por la ideología dominante. Sus satisfactores son los contravalores ya aludidos, los valores que sanciona el capitalismo y que el mercado enaltece. Los valores humanistas hoy cotizan a la baja frente a la generalización de conductas más pragmáticas, más materialistas, menos altruistas y menos solidarias porque ellas sí se ajustan a la producción cultural y económica dominantes. La empresa ha terminado teniendo la última palabra sobre qué es lo que se debe enseñar en la escuela; más terrible aún, lo ha hecho llegar hasta ella como conocimientos necesarios, neutrales, objetivos y factuales. Por su parte, la escuela está legitimando hoy un modelo de producción y convivencia insostenible y criminal.

Imagen de un folleto publicado por CNT / Sindicato de Enseñanza.

El pensamiento crítico, cimentado sobre una conciencia cívica sensible a las necesidades sociales y ecológicas, poco amigo de dejarse fascinar por los brillos de la mercancía, ajeno a la especulación y al lucro, y remiso a la obediencia ciega de líderes televisivos, tiene hoy escaso predicamento en una sociedad ganada por el seguidismo, lo espectacular masivo y el subdesarrollo emocional y reflexivo en el que el sistema capitalista ha constreñido a los ciudadanos. La escuela gobernada ya por la ideología empresarial renuncia a la distribución general de contenidos humanistas, dimite de un pensar crítico para favorecer la extensión de conductas y valores relacionados con la maximización de la producción y la justificación de un orden desigual.
Y en todo esto, ¿cuál es el papel de la familia? pues pensamos que la familia aunque sigue siendo el último reducto a batir por el capital, ya que en ella se siguen dando relaciones sociales de producción y reproducción comunitarias y no mercantilizadas, actualmente se tambalea en su antigua función de continuar siendo un elemento de la estructura social que, en su condición de comunidad social estable desempeñaba un papel rector en la actividad vital y en la transmisión de valores humanos.
Unas relaciones socioeconómicas basadas en la incertidumbre, la inseguridad, la precariedad laboral, el paro y la ausencia de perspectivas de realización personal no sólo afectan los valores sino que evidentemente, trabajan contra ellos, ahondando aún más el fenómeno personal de la doble moral adulta y reflejando hacia los niños dos perspectivas insoportables para su crecimiento personal y moral: la desafección amorosa y la falta de seguridad.
No deja de ser significativo que hoy más que nunca, los padres, acosados por todas estas inclemencias que desata el sistema mercantilista busquen en la escuela el refugio que ellos no pueden darles a sus hijos, como si la escuela pudiera solucionar unos problemas socioeconómicos que, desde luego, no se originaron en ella.
Es incorrecto absolutizar el papel de la escuela o el maestro en la formación de valores, pues estos se forman en el individuo en su interacción con las diferentes esferas de la vida: familia, comunidad, trabajo y herramientas o tecnología, destacando, por su poder, los medios de comunicación.
Si desde esas esferas no se apela y se pone en práctica y cuanto antes otro modelo de vida que ponga fin a la crisis política, económica y ecológica que vivimos, fundamentado en la responsabilidad, la sencillez, la sobriedad y el respeto al planeta poco podrá hacer la escuela por él. Los centros penitenciarios para menores donde contener el malestar social y los institutos de formación de cuadros técnicos y profesionales donde formar emprendedores y mano de obra cualificada sin coste alguno para el capital y a él rendida, serán el futuro de la educación.
Hoy más que nunca urge saber qué queremos: o bien mercadear con la escuela, es decir, reducir la educación a la preparación y selección de personas para que así concurran al mercado sobre la base de una formación segregada que satisfaga desiguales expectativas socioprofesionales, y una homogénea conducta que hayan interiorizado normativamente; o bien escolarizar la economía, humanizarla, invocar y practicar valores colectivistas, que busquen el bien común y den satisfacción a nuestras necesidades inmateriales.
La disyuntiva parece fácil. ¿Quién, en su sano juicio, osaría oponerse a la libertad, a la justicia redistributiva, a la extensión universal de unos satisfactores mínimos para vivir con dignidad en un mundo solidario? La respuesta, visto el efecto que este deseo suscita en la sociedad no puede ser otra: casi todos nosotros. ¿Entonces, por qué la escuela, que es un reflejo de esa sociedad que dice no a los derechos primarios de las personas iba a decir que sí? De hecho no lo dice. ¿Qué es la escuela sino otro poderoso agente de la reproducción ideológica, económica y cultural de las relaciones de clase de una sociedad estratificada como la nuestra?

Escuela Libre Paideia, Mérida, fundada en 1978 por Josefa Martin Luengo.

En un mundo indiferente, marcado por la hipocresía, el crimen y la codicia no podemos renunciar a la utopía. Tenemos que desmitificar el capitalismo, llamando la atención sobre su otra cara, la que en forma de miseria, insalubridad, incultura, injusticia, saqueo y muerte nos es constante escamoteada, y para ello, es necesario extender la pedagogía libertaria, para romper con una educación entendida como asimilación de la sociedad capitalista, de sus valores y comportamientos, porque las sociedades y sus modelos de funcionamiento dependen de la educación para perpetuarse en el tiempo, creando personas dependientes, autócratas y competitivas que asumen las injusticias del sistema como algo natural a la humanidad, integrándonos en un sistema insolidario y que mantiene desigualdades, violencia, enfrentamientos y explotación. Si buscamos una transformación global de la sociedad debemos cambiar no sólo los valores de la sociedad actual, no solo la escuela, sino sobre todo debemos cambiar de forma de vivir.

Dicho esto volvemos a plantear la disyuntiva de su funcionamiento y de los valores que transmite la escuela. O bien podemos Humanizar la Educación, convertirla en un agente productor de elementos de transformación social dinamizadores de una sociedad basada en los vínculos, la paz, la dignidad, la responsabilidad, el apoyo mutuo, la solidaridad, la autogestión, la lealtad, la cooperación, la sostenibilidad, la libertad y la democracia directa y asamblearia o podemos seguir, como hasta ahora, sosteniendo una escuela a mitad de camino entre el aparcamiento de problemas sociales y la fábrica de producción de cuadros, trabajadores y ejército de reserva al servicio del capital. Si esta escuela que reivindicamos aún nos queda lejos en nuestro horizonte social, al menos sí deberíamos dar los primeros pasos en convertir a los alumnos en sujetos de la educación y no en objetos de la misma, y para ello tenemos que aprender a convivir en compañerismo y colaboración, tanto entre los alumnos como entre alumnos y docente, favorecer sus actitudes críticas, sus reflexiones y sus investigaciones. Hay que fomentar el respeto y cuando se merezca, la alabanza. Hay que construir conocimientos mediante el intercambio de experiencias y de saberes, interrogando constantemente a la realidad y permitiendo un aprendizaje activo y motivador de lo auténticamente irrenunciable para una cultura humanista: la sensibilidad ante las víctimas, los desnutridos, los muertos de hambre, los explotados laboral o sexualmente, los que sufren. 

Hay que trabajar sobre lo autopoiético y lo sustentable. Hacer de la ecología el eje de un compromiso personal y colectivo (ético, social y económico) para vivir en armonía con la Madre Tierra y en una sociedad más saludable, menos contaminante y contaminada, sobria y atenta a las necesidades de trascendencia de los seres humanos. Hay que hacer evidente nuestra vida en la incertidumbre pero también en el goce, en el entusiasmo de sentirnos vivos, de compartir la creatividad y generar respuestas originales, divertirse, jugar y gozar tanto de los recursos materiales como del encuentro humano. Tener presentes al juego y el diálogo como accesos para el saber, porque desde ellos es más fácil desarrollar la solidaridad y el trabajo colectivo, la socialización y el ambiente positivo, alegre y sincero. Tenemos que sentirnos, igualmente, protagonistas de todas y cada una de las actividades, todos y cada uno de los conceptos, todos y cada uno de los proyectos de investigación y de conocimiento deben emprenderse en tanto que significan algo para la vida.
La educación debe ser una forma de funcionamiento continua en nuestras vidas, porque la educación no funciona si se constriñe a la escuela, hay que entenderla unida a todo un movimiento social guiado por el principio de la libertad y autonomía individual, pero teniendo en cuenta a los demás, las obligaciones propias y la responsabilidad de vivir en colectividad.

Antonio Orihuela: Arqueólogo del presente y escritor a destiempo de la modernidad liberal, viene elaborando desde comienzos de los noventa un discurso crítico sobre la vida dañada y las resistencias cotidianas en las sociedades del capitalismo tardío.
Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2023/05/22/humanizar-el-mercado-o-mercadear-con-la-escuela/  - Imagen de portada: Carmen Pena Espiño.

 

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