El flautista de nucleolandia: Los cuentos de hadas nucleares del OIEA conducen a los países -y a todos nosotros- a la catástrofe climática.

El 21 de marzo, más de 40 grupos, principalmente de Europa, protestaron contra las falsas promesas y los cuentos de hadas nucleares que se tejían en la Cumbre sobre Energía Nuclear del Organismo Internacional de Energía Atómica, celebrada el 21 de marzo en Bruselas. Antes de concentrarnos en las inmediaciones de la sede de la cumbre, publicamos una declaración firmada por 621 organizaciones de todo el mundo y un comunicado de prensa. Nuestro folleto de cuentos de hadas parodiaba la historia de la energía nuclear (véase el texto más abajo). Beyond Nuclear también publicó un folleto en el que se exponen las hipocresías y los conflictos de intereses del OIEA.

Linda Pentz Gunter
Beyond Nuclear International

Al final de la cumbre de un día, el OIEA y 34 países se comprometieron a “trabajar para liberar plenamente el potencial de la energía nuclear”, un código para coger el dinero de los contribuyentes e ir con un cuenco a mendigar al Banco Mundial. La burbuja explotó rápidamente durante la cumbre, cuando un grupo de banqueros declaró que la energía nuclear era demasiado arriesgada desde el punto de vista financiero y “la última” en su lista de prioridades de préstamo, prefiriendo en su lugar las energías renovables.

Activistas de Nucleolandia en marzo de 2024, Bruselas. Fuente: Beyond Nuclear International

Ahora... Érase una vez... hace mucho tiempo, un Flautista llegó a Villacarbón. Los habitantes de Villacarbón le dieron una calurosa bienvenida porque habían oído que cuando tocaba su flauta tenía poderes mágicos.
“¡Oh, Flautista!”, gritaban. “Aquí en Vilacarbón siempre está oscuro y hace frío. Hay humo y está contaminado. ¿Puedes ayudarnos a encontrar una forma mejor de crear calor y luz?”
El Flautista estuvo encantado de complacerles. “Conozco la respuesta”, les dijo. “Se llama energía nuclear. Es segura, barata y fiable. Muy pronto tendréis calor y luz demasiado baratos para medirlos”.
Los habitantes de Villacarbón estaban tan entusiasmados con las nuevas y relucientes centrales nucleares que votaron y cambiaron el nombre de su ciudad por el de Nucleolandia.
El Flautista empezó a tocar y muy pronto empezaron a aparecer bonitos dibujos de centrales nucleares para admiración de los habitantes de Nucleolandia. Pero pasaron varios años y no ocurrió nada más.
“¿Para qué sirven estos dibujos?”, decía la gente. “¡Necesitamos calor y luz!”
“Tened paciencia”, dijo el Flautista. “Os traeré 15 centrales nucleares y tendréis todo el calor y la luz que necesitéis. Sólo necesito cinco monedas de oro para ponerlas en marcha”.
Los habitantes de Nucleolandia eran muy pobres, pero prescindieron de todo y ahorraron hasta tener cinco monedas de oro. Se las dieron al Flautista y de nuevo se puso a tocar.
Los habitantes de Nucleolandia vieron cómo sus campos eran arados, sus árboles talados y la tierra pavimentada con hormigón para preparar las centrales nucleares. Pero seguían sin aparecer.
“Necesito más oro”, gritó el Flautista. “Sólo cinco monedas de oro más y sus centrales nucleares estarán aquí”.
“Dijiste que sólo nos costarían cinco monedas de oro”, gritó la gente. “¡Ahora nos cobras el doble!”.
Pero aun así, el pueblo pagó al Flautista otras cinco monedas de oro. Pasaron muchos años más mientras los habitantes de Nucleolandia se congelaban en la oscuridad, y un día por fin se construyeron tres centrales nucleares.
La gente de Nucleolandia estaba conmocionada. Tres centrales nucleares no eran suficientes para llevar calor y luz a todo el mundo. “¿Por qué sólo hay tres?”, preguntaron al Flautista. “Nos prometiste 15. Pagamos por 15”.
El Flautista se encogió de hombros. “¡Ahora tendréis el calor y la luz que queríais!”, exclamó. “Los que podáis pagarlo”.
Así que sólo los más ricos que podían permitirse la energía nuclear tuvieron luz y calor a pesar de que todos los habitantes del país habían pagado por las centrales nucleares.
Y cuando abrieron las centrales nucleares, el Flautista trajo a todos sus amigos y parientes para dirigirlas. “¿Y los puestos de trabajo que nos prometió?”, le preguntaron los habitantes de Nucleolandia.
“Sois imbéciles”, espetó el Flautista. “Necesitamos expertos”. Y aunque los amigos y parientes del Flautista sabían tan poco como él sobre centrales nucleares, todos consiguieron trabajo en las centrales, dejando a la gente de Nucleolandia muriéndose de hambre.
El Flautista fue a los periódicos a presumir de su logro. “La energía nuclear es la respuesta a todos vuestros problemas”, gritó. “¡Sí que lo es!”, asintieron los redactores y lo escribieron en sus periódicos.
Pero una periodista, la más joven de todos, no estaba tan segura. “Seguramente”, dijo, “sería más fácil, rápido y barato aprovechar la energía del sol cuando brilla y capturar la energía del viento cuando sopla”, preguntó. “¿Y si convertimos eso en calor y luz?”. “¡Tonterías!”, gritó el Flautista.
“¡Tonterías!”, coincidieron los editores, que nunca hicieron preguntas. Y lo escribieron en sus periódicos.
Pronto, la Reportera Más Joven empezó a darse cuenta de que, junto con la electricidad para los ricos que podían pagarla, las centrales nucleares también producían un residuo maligno y tóxico. Y nadie sabía qué hacer con ellos.
“¿Qué pasa con todos los residuos?”, preguntó al Flautista.
“No es mi problema”, respondió el flautista. “Alguien vendrá más tarde y se ocupará de ello”.
Entonces, la Reportera Más Joven descubrió que la gente que trabajaba en la central nuclear y la gente que vivía cerca, y especialmente los niños, enfermaban de extrañas enfermedades nunca vistas en Nucleolandia.
“Es la central nuclear la que os pone enfermos”, dijo la Reportera Más Joven a los habitantes de Nucleolandia.
“¡Asustadora!”, gritó el Flautista. “Ignoradla”, dijo a los habitantes de Nucleolandia. “Es demasiado emocional. No entiende de ciencia”.
Así que la gente ignoró a la Reportera Más Joven aunque la mayoría de ellos no podían permitirse comprar la energía de las centrales nucleares y seguían viviendo en el frío y la oscuridad.
Y entonces, un día, una de las centrales nucleares explotó y un gran veneno llovió sobre la tierra y muchas más personas enfermaron y muchas de ellas murieron.
Y la reportera más joven, a la que nadie había escuchado, lloró. “Había otro camino”, dijo, “y estaba ahí delante de nosotros todo el tiempo. El sol y el viento son gratis y seguros y rápidos y baratos”.
Y la gente de Nucleolandia finalmente estuvo de acuerdo. “Nunca debimos escuchar al Flautista Mentiroso”, dijeron. “Se llevó nuestro dinero y nos hizo perder el tiempo. Nos enfermó y nos llevó a un callejón sin salida. Cometimos un terrible error”.
Y no vivieron felices para siempre.

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International. Imagen de portada: Greenpeace - Publicado en: https://www.elsaltodiario.com/desconexion-nuclear/flautista-nucleolandiaTraducción de Raúl Sánchez Saura.

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