El fracaso del capitalismo, de Wall Street a Afganistán



El colapso del sistema financiero de EEUU es la expresión de una crisis económica más profunda. Por Pau Alarcón.

Los medios de comunicación expresan continuamente la convicción de que estamos ante una crisis crediticia causada por la especulación financiera. Sin embargo, aunque la especulación (sobre todo inmobiliaria) ha actuado como catalizadora, en realidad se trata de una crisis mucho más profunda, vinculada a la lógica del sistema capitalista en su conjunto.
Tras el estallido de la crisis crediticia de este verano en EEUU, los expertos llamaban a la calma, ya sea argumentando que la crisis sólo afectaría a los mercados financieros, que sólo dañaría al mercado anglosajón o que la eurozona continuaría creciendo con fuerza y las economías emergentes como China o la India actuarían como motor del capitalismo global. Sin embargo, ya es evidente que la crisis tiene efectos planetarios, mientras las principales economías entran en períodos de estancamiento y el capital empieza a huir de los mercados emergentes, el propio Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de EEUU, ha admitido que “lo peor está por llegar”, mientras el ministro de Economía Pedro Solbes dijo lo mismo.
Una crisis del capitalismo global
Las principales causas más inmediatas de esta crisis económica se podrían agrupar en tres procesos. En primer lugar estaría la crisis financiera, fomentada por la emisión de crédito muy barato en búsqueda de altos beneficios a corto plazo, generalmente vinculados a la burbuja de la especulación inmobiliaria —lo que nos debería servir de aviso para lo que se avecina en el Estado español, paradigma de la especulación urbanística. Tras el colapso de este sistema, los mercados financieros han quedado paralizados y los bancos no se prestan dinero, abriendo un proceso que se retroalimenta a sí mismo.
En segundo lugar encontramos el papel que juega la inflación, provocada por la enorme subida de los precios del petróleo y demás recursos naturales, debido tanto al aumento de la demanda global como a los efectos de la especulación con las materias primas. Esta inflación, además de enmarcarse en un modelo ecológicamente insostenible y de condenar a la inanición a la gente más pobre —especialmente en el Sur global—, también tiene el efecto de reducir drásticamente los ingresos reales. Así, la gente puede comprar menos y disminuye la demanda, por lo que muchas empresas no pueden vender sus bienes y servicios, cerrando o despidiendo trabajadoras y trabajadores, que entonces podrán consumir todavía menos y sucesivamente se va agrandando la espiral.
El tercer mecanismo está relacionado con las fluctuaciones de los tipos de cambio. La Reserva Federal, aprovechando la posición hegemónica global de EEUU, ha podido mantener menores tasas de interés para estimular el crecimiento. La política del dólar barato ha servido para incrementar sus exportaciones, al resultar más baratas, pero también ha provocado que el peso del euro, el principal rival del dólar como reserva de divisas, haya crecido bruscamente. A su vez, en la eurozona las exportaciones se fueron encareciendo y disminuyeron, forzando reorganizaciones industriales en países como Alemania, que comportaron una caída de los salarios reales y otro impulso a la espiral de agrandamiento de la crisis.
Para afrontar la situación actual, los diferentes gobiernos cuentan con serias limitaciones. La incansable y férrea competencia entre capitalistas obliga a cada Estado a defender los intereses particulares de las corporaciones que tienen sede en su interior, es decir, sus respectivos lobbys. De este modo, mientras cada gobierno se esfuerza para que determinadas multinacionales puedan salir reforzadas de la crisis, se obstruye la posibilidad de que los gestores del capitalismo planteen salidas globales.
Además, el largo período de políticas neoliberales contribuye a limitar la capacidad de actuación de los gobiernos. Al reducir la intervención estatal en la economía, ahora hay menos instrumentos para actuar frente a la crisis —muy especialmente dentro de la UE. También EEUU, al impulsar los procesos de globalización neoliberal, ha aumentado su influencia económica, pero al mismo tiempo se ha vuelto más vulnerable y dependiente ante dinámicas que no puede controlar.
Las medidas actuales para rescatar a las entidades financieras, consistentes en regalar cantidades obscenas de dinero público, lejos de constituir una solución, lo único que consiguen es aplazar el problema a la vez que lo agrandan. Si las arcas públicas se quedan sin dinero y se endeudan millonariamente, ¿cómo atenderán las necesidades sociales cuando venga “lo peor”?
Como se decía al principio, esta crisis proviene de las contradicciones intrínsecas al sistema socioeconómico vigente. El capitalismo es un sistema injusto y caótico, donde el principio regulador de la producción de bienes y servicios consiste en la búsqueda de beneficio, sin tener en cuenta las necesidades de la gente que no sean rentables.
La incesable competencia entre empresas implica que no haya ninguna planificación global de la producción, puesto que cada capitalista no comparte información y actúa según sus intereses individuales. En consecuencia, periódicamente se producen crisis de sobreproducción, cuando diferentes conglomerados empresariales producen una cantidad de productos que la gente no puede comprar, en gran parte debido a la desigualdad estructural y a la enorme pobreza, que siguen creciendo a pesar de la abundancia del siglo XXI.
Tras el considerable crecimiento global que se produjo en el período de posguerra, que abarcó 25 años, a mitad de los años setenta muchos economistas señalaron un aumento de la producción global por encima de la demanda. Se abrió así un período de estancamiento que se ha prolongado hasta hoy, con diversos altos y bajos pero en el que subyace una crisis de sobreproducción.
Ante esta situación, las grandes corporaciones empresariales buscaban nuevas vías para continuar acumulando beneficios. Según Walden Bello, analista vinculado al movimiento anticapitalista, las salidas a esta crisis iniciada a mediados de los setenta consistieron en la aplicación de medidas neoliberales —para abrir nuevos espacios a la inversión privada y eliminar barreras legales al ánimo de lucro—, la globalización dirigida por las corporaciones —para imponer a nivel planetario la aplicación de las políticas neoliberales— y la especulación financiera —como una fuente de grandes beneficios a corto plazo.
Estos procesos han aumentado el poder de las élites, incrementando la desigualdad social, pero no han servido para solucionar los problemas económicos globales, sino que al contrario han exacerbado las tensiones y contradicciones del capitalismo. En este sentido, el geógrafo marxista David Harvey (entrevista en la página 10) señala que las tasas globales de crecimiento agregado anual, del 1’4% en los años ochenta y del 1’1% en los noventa, contrastan con el 3’5% de los sesenta y el 2’4% de los setenta.
Así, tras más de veinte años de neoliberalismo, los ricos son más ricos y el resto de la gente somos más pobres. El problema es que el poder adquisitivo ha ido cayendo tanto que ahora no podemos comprar todo lo que producimos.
Un mundo cada vez más peligroso
A su vez, las tensiones económicas también tienen su proyección en el sistema interestatal. El poder de EEUU no es eterno, como no lo fue el de ningún imperio. Immanuel Wallerstein, un influyente académico comprometido con los movimientos sociales, describe así el proceso de auge y caída del poder hegemónico: primero se produce una concentración de la eficiencia productiva en un estado, a la que sucede una desviación del poder hacia funciones políticas y militares, posibilitando un aumento relativo de la eficiencia económica de otros estados, disminuyendo por tanto su superioridad económica, así como su influencia política, lo que conduce a una recurrencia creciente a la fuerza militar, que finalmente supone la socavación definitiva del poder económico.
Este esquema coincide a grandes rasgos con el desarrollo del imperialismo estadounidense. Mientras su superioridad económica se consolidaba, EEUU progresivamente ha ido dedicando mayor cantidad de recursos a funciones militares, cuyo apogeo se plasmaría en la Guerra Fría. Mientras, otras potencias que seguían invirtiendo la mayor parte de sus capitales en funciones productivas, como Alemania o Japón, han ido aventajando a EEUU en diversos índices económicos.
En consecuencia, al decaer su poder económico relativo, EEUU ha tenido que recurrir crecientemente a su enorme superioridad militar para imponer sus políticas e intereses a nivel global. Desde el final de la Guerra Fría podemos comprobar una tendencia hacia un mayor intervencionismo militar, que se disparó tras el 11-S, disfrazado tras la estrategia de la “guerra contra el terrorismo”. George W. Bush expresaba este giro en 2002: “En el mundo en que acabamos de entrar, el único camino para la seguridad es el camino de la acción, y esta nación actuará”.
La estrategia de los neoconservadores, que ya venía fraguándose desde hacía tiempo, encontró en los atentados del 11-S la gran oportunidad para dirigir una política exterior ofensiva. En el contexto actual, las zonas más conflictivas coinciden sobre todo con las mayores reservas de recursos naturales, por el valor geoestratégico que conlleva su control. Esta lógica se ha denominado “la maldición de los recursos”, lo que recuerda la colonización de América Latina que Eduardo Galeano resumió con la paradoja “cuanto más rico, peor”.
Las mentiras sobre Afganistán
La política exterior estadounidense se centró en Oriente Próximo y sus grandes reservas de petróleo y gas. La invasión y ocupación militar de Afganistán e Irak, así como las amenazas a otros estados como Irán, forman parte de la estrategia imperialista de redibujar el mapa de la región para establecer gobiernos afines a los intereses de EEUU y sus aliados. Al mismo tiempo, EEUU hacía gala de su superioridad militar para aumentar su capacidad de influencia e intimidación frente a otros países.
Sin embargo, lo que empezó como la búsqueda de una salida a las dificultades económicas estadounidenses, ha acelerado y afilado sus contradicciones. La acción combinada de la resistencia iraquí y afgana con el increíble movimiento global contra la guerra han puesto contra las cuerdas a los diferentes gobiernos imperialistas, en algunos casos sacándolos fuera del cuadrilátero —como al PP.
En el Estado español, además de mostrar nuestra solidaridad con el pueblo iraquí y su resistencia, presionando por la retirada de todos los ocupantes, resulta especialmente relevante combatir la ocupación de Afganistán. Aunque mucha gente considera que estas dos ocupaciones son diferentes, obedecen a la misma lógica nefasta.
En lugar de cumplirse los argumentos utilizados para justificar la ocupación de Afganistán, tales como la democratización, la reconstrucción, la ayuda humanitaria o la liberación de las mujeres, la realidad apunta hacia un serio empeoramiento de los problemas. Así, la mayoría de la población afgana carece de los servicios básicos, la tasa de mortalidad infantil es de las mayores del mundo y menos de un tercio de las familias tiene acceso al agua potable.
Los proyectos estadounidenses de construcción y renovación de escuelas y clínicas han resultado ser falsas promesas. En contraste, los objetivos reales de la ocupación se plasman en la capital afgana, donde se han inaugurado hoteles de lujo, un centro comercial al estilo estadounidense —Kabul City—, una planta embotelladora, trece bancos privados y la primera universidad privada, denominada sugerentemente Universidad Americana de Afganistán.
Mientras, las muertes inocentes siguen aumentando: en julio, 64 civiles fueron asesinados en ataques aéreos y en agosto 76, entre ellos 50 niños, fruto de un bombardeo de la OTAN, que se suman al total de 900 civiles asesinados desde principios de año.
Lejos de ser liberadas, las mujeres afganas sufren especialmente la ocupación, con mayores tasas de violencia doméstica, pobreza y matrimonios forzados que nunca. El nuevo Gobierno pro estadounidense de Hamid Karzai incluye a miembros de la antigua Alianza Norte, los llamados señores de la guerra, que comparten con los talibanes la misma actitud hacia las mujeres. Cada día hay informes de violaciones por parte de milicias, especialmente en la zona norte, donde los aliados afganos de EEUU tienen todo el poder y actúan impunemente.
Para la ministra de defensa, Carme Chacón, las tropas españolas están desempeñando una “nobilísima tarea” en Afganistán, ya que “siembran el bienestar y la paz a miles de kilómetros de sus hogares”. A la vez, la ministra se muestra muy crítica con la actuación de EEUU y el incremento de víctimas civiles. La intención del gobierno del PSOE consiste en diferenciar las tareas que desempeñan la OTAN de las del ejército de EEUU. Sin embargo, aunque existe una división formal entre ambas misiones, responden a un mismo objetivo y actúan bajo una misma dirección: la del gobierno estadounidense.
La intensificación de los ataques y las crecientes bajas entre las tropas ocupantes muestran que la ocupación de Afganistán atraviesa una crisis profunda. El secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, reconoció que “las posibilidades de una victoria a corto plazo en Afganistán son poco probables”. Mark Carleton Smith, quien ostenta el grado militar más elevado de las tropas británicas en Afganistán, fue más allá al admitir que “esta guerra no la vamos a ganar”.
Sin embargo, ante las dificultades, la respuesta de los ocupantes consiste en recrudecer sus acciones. Así, tanto los dos candidatos a la presidencia estadounidense, la OTAN y el gobierno del PSOE barajan la posibilidad de enviar más tropas. Y aún más grave, EEUU amenaza con extender la guerra a Pakistán, como demostró al lanzar misiles que traspasaron la frontera afgana sin anunciarlo al gobierno pakistaní, causando muertes civiles.
Aunque el imperialismo estadounidense se encuentre en serios apuros, no podemos esperar pasiva y optimistamente el derrumbamiento de su estrategia militar. Como advierte Noam Chomsky, “un depredador se vuelve más peligroso, y menos predecible, cuando está herido. En la desesperación por salvar algo, la administración Bush podría arriesgarse a producir desastres aún mayores”. La guerra de Vietnam ya demostró esta posibilidad cuando, justo antes de su derrota, EEUU asesinó a más de un millón de personas bombardeando los colindantes Laos y Camboya.
Grietas en el monolito estadounidense
Aunque EEUU no se enfrenta a ningún competidor a nivel global, como en la Guerra Fría, sí que encuentra rivales a nivel local o regional ante los que podría reaccionar recurriendo a su fuerza militar. En su patio trasero, América Latina, donde hace pocos años prácticamente todos los gobiernos eran afines a sus intereses, se ha producido un giro a la izquierda tanto a nivel social como institucional.
En concreto, resultan especialmente interesantes los procesos de cambio social abiertos en Bolivia, Venezuela o Ecuador, donde se vienen desarrollando con éxito diversos movimientos de masas. Sarah Palin, la número dos del candidato republicano a las elecciones estadounidenses, declaró que no descartaba una intervención militar en Venezuela, como la última opción para “hacerles ver que no van a meterse con EEUU a su antojo”.
Por su parte, China se está convirtiendo en el estado más poderoso del este asiático, la región más dinámica del capitalismo global en el último cuarto de siglo, al contar con la mayor oferta de mano de obra de bajo precio y alta calidad. Aunque hay una estrecha relación entre EEUU y China —debido tanto a las enormes inversiones de las grandes corporaciones en este centro productivo como a las ingentes cantidades de deuda pública estadounidense que ha ido adquiriendo China—, los choques de intereses entre ambos países se materializan de forma indirecta en diferentes pugnas que se producen en África, un continente con una importancia geoestratégica cada vez mayor.
Sin embargo, China no representa hoy ninguna amenaza global a la primacía de EEUU. Aunque siga creciendo con unas tasas anuales del 8%, continuaría siendo un país pobre durante décadas. Ahora bien, eso no excluye que el Pentágono realice informes anuales sobre el desarrollo de sus capacidades militares.
En cuanto a la región euroasiática, sigue jugando un papel esencial la OTAN, fundada en 1949 como alianza militar defensiva frente a la URSS, pero que sobrevivió al fin de la Guerra Fría. EEUU ha impulsado las ampliaciones de esta coalición hacia el este, con un objetivo doble. Por un lado, para extender y proyectar su influencia hacia las áreas estratégicas de Asia y de Oriente Próximo. Y por el otro, para incluir en la OTAN a diversos países de la antigua URSS y el Pacto de Varsovia, debilitando la posición geoestratégica de Rusia.
Aunque en la actualidad Rusia afronta serias debilidades y su poder relativo ha disminuido drásticamente en las últimas décadas, sigue siendo una potencia militar que cuenta con la mayor reserva de gas del mundo —de la que depende en gran medida la UE. Asimismo, representa una potencia regional tanto en el Cáucaso como en Asia Central e incluso potencialmente en Oriente Medio.
Los conflictos entre EEUU y Rusia se han manifestado de diferentes formas en los últimos años. La guerra en el Cáucaso entre Georgia y Rusia, así como el posicionamiento de EEUU y las potencias europeas, más allá de la hipocresía en torno a la cuestión del derecho a la autodeterminación de Osetia del Sur y Abjazia, se encuentran estrechamente relacionados con las tensiones geopolíticas y la posibilidad de que Georgia entre en la OTAN.
Alternativas a su crisis y a sus guerras
La crisis económica y medioambiental demuestra que el sistema capitalista no funciona. Las ocupaciones de Afganistán e Irak están demostrando que ningún ejército es humanitario ni defiende la paz. La guerra en el Cáucaso ha demostrado que estamos entrando en una etapa de rivalidades inter imperialistas sumamente inestable y peligrosa.
En consecuencia, otro mundo cada día es más necesario, tras la irrupción de un movimiento global que gritó en cada rincón del planeta que era posible. Es evidente que esa alternativa no pasa por que Barak Obama gane las elecciones y saque algunas tropas de Irak para enviarlas a Afganistán. Tampoco pasa por que ninguna potencia releve a EEUU en su rol de poder imperialista global.
Es hora de actuar para que su crisis económica se convierta en una crisis política, abriendo espacios para un proceso de autoorganización y transformación social. El movimiento anticapitalista lleva años ganando la batalla ideológica, denunciando y desprestigiando las políticas neoliberales y militaristas. Ahora es necesario que las y los trabajadores empiecen a movilizarse para que la crisis la paguen los ricos, en lugar de los fondos públicos como en el caso de las actuales nacionalizaciones de bancos.
El discurso y la experiencia del movimiento anticapitalista tienen que converger con la fuerza colectiva de la clase trabajadora para comenzar a construir alternativas desde abajo que generen modelos de sociedad basados en la cooperación, la solidaridad y el desarrollo sostenible. Para andar este camino, tenemos que empezar ya a ir sumando fuerzas y articulando resistencias.
http://www.enlucha.org/?q=hiedra

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