Antropocentrismo: Origen del Daño al Ambiente




Por: Carlos Eduardo Ruiz





La teoría filosófica que sitúa al ser humano como centro del universo; [antropocentrismo], no sólo es sumamente primitiva, sino altamente dañina para el ambiente, y en consecuencia, para toda forma de vida silvestre (animal, vegetal y de otros tipos), para la vida domesticada (animal, vegetal y de otros tipos), para la naturaleza inerte, y en consecuencia, para el ser humano mismo.
Es tan nefasta que hasta todos los relatos sobre supuestas visiones de seres extraterrestres, son descritas como sumamente similares al ser humano, a pesar de que éste lleva 600 siglos compartiendo el planeta Tierra, con millones de otras formas de vida que llama hierbas, arbustos, árboles, musgos, líquenes, hongos, algas, virus, bacterias, fitoplancton, zooplancton, esponjas, mariscos, peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos, cetáceos, artrópodos (que abarcan a los insectos, a los arácnidos y a los crustáceos), y más recientemente a otra posible forma de vida llamada nanobio [que son estructuras filamentosas halladas en rocas y sedimentos con un tamaño diez veces más pequeño que el de una bacteria, y que aún hipotéticamente es la forma de vida terrestre más pequeña que existe: las más pequeñas tienen un diámetro de apenas 20 nanómetros—20 millonésimas de milímetro—].
Pero como descubrió el naturalista británico, Charles Darwin, hace ya más de 150 años, todas las formas de vida terrestre han evolucionado a partir de otras formas de vida anteriores a ellas, esto significa que todos los animales “grandes” como ballenas, elefantes, perros, pulpos, gatos, y cotorras; por ejemplo, tienen inteligencia, y son capaces de sentir emociones de alegría o tristeza, y hasta soñar en forma similar a como lo hacen los seres humanos—especialmente los chimpancés y los bonobos, que son genéticamente idénticos al ser humano en un 96,1 por ciento—y esa inteligencia y capacidades de los animales diferentes al ser humano, para sentir, alegrarse, padecer y soñar, no son inferiores a las del ser humano; sino simplemente, diferentes.


Más importante aún; es el hecho de que toda la vida—vegetal, animal, o de otro tipo—forma una misma trama, por lo que cualquier extinción de una sola forma de vida, tiene enormes consecuencias para todas las demás formas de vida terrícola que existen, en forma bastante similar, al llamado efecto mariposa de los meteorólogos, quienes correctamente resumen la muy compleja naturaleza del clima diciendo que el batir de las alas de una mariposa en una selva tropical de África durante el mes de enero, podría desencadenar un huracán en el mar Caribe en septiembre de ese mismo año.
Toda la humanidad conoce los catastróficos efectos que sobre los suelos cultivables pueden producir las costumbres inadecuadas y los abusos de técnicas de arado, siembra, regadío y cultivo, dependiendo de muchos factores como la inclinación del terreno, la profundidad de las capas freáticas (aguas subterráneas) —así como la deforestación, tala, y quema de zonas de sabana o de bosques, para crear ambientes propicios para la cría de ganado o la siembra de cultivos. Pero también ocurren catástrofes ambientales cuando los seres humanos usan inapropiadamente; sustancias químicas para erradicar las plagas de los cultivos o los parásitos y otros organismos infecciosos que afectan al ganado; así como la eliminación de predadores como tigres, lobos, tiburones; y hasta la cacería y pesca excesiva de especies terrestres o acuáticas—y hasta inclusive la captura de aves para su comercio por el atractivo de sus vistosos plumajes o melodiosos cantos—o la eliminación de plagas urbanas como las ratas de cañería, las serpientes y los insectos.
El ambiente—que es lo mismo que decir, naturaleza—es uno solo, y el ser humano no es más que de sus múltiples y muy diversas criaturas—y ni remotamente es la especie “superior” o “más desarrollada” de todas, y muchísimo menos el ser alrededor del cual gira todo el Universo.
Está más que pasada la fecha, para que el ser humano aprenda a vivir en armonía con su ambiente—lo que no quiere decir que debamos regresar a tiempos anteriores a la revolución industrial (siglo 18) o a la Edad Media (del siglo quinto al décimo sexto), sino usar nuestra avanzada inteligencia y la ciencia y tecnología que ella ha producido, para adecuar cada vez más a la humanidad al marco natural al que pertenece.

stompysegunfdo@yahoo.com
http://www.analitica.com/medioambiente/3799224.asp

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