La científica contra el Antropoceno cuyo laboratorio es el lenguaje

Dado que la destrucción del planeta no se va a frenar negándola ni minimizando el impacto evidente de sus efectos, la bióloga Donna Haraway sugiere como salida una alianza multiespecies. Lo hace en Seguir con el problema, una suerte de manifiesto fundacional para una nueva civilización en el que hibrida la utopía con el hecho científico y el relato de pequeñas experiencias que apuntan en esa misma dirección.

Jose Durán Rodríguez

Un aviso antes de empezar: no resulta sencillo leer a Donna Haraway ni descifrar totalmente lo que plantea en sus indagaciones. Y también una recomendación complementaria: conviene no desistir en el intento, puesto que se trata de una lectura imprescindible por la visión única que aportan sus análisis en los que entrecruza biología, economía, cultura, feminismo y ciencia ficción. Apuntadas las consideraciones preliminares, al lío sin más demora.
En su más reciente título —Seguir con el problema, publicado originalmente en 2017 y traducido ahora al español por la editorial consonni—, la doctora en biología regresa a la actualidad abordando el complejo juego de cómo vivir bien (y morir bien) en convivencia con un planeta que se va a la mierda. Ese problema, el gran problema, requiere según Haraway de múltiples simbiosis entre las distintas especies que lo habitamos, una interdependencia mutua que dibuja como camino a seguir, plagado de complicidades pero no exento de conflictos.
Para Helen Torres, traductora habitual de los trabajos de Haraway, lo novedoso en Seguir con el problema son las preguntas que hace y las respuestas que ofrece sobre el Antropoceno. “Se habla mucho de ello pero nadie lo cuestiona. Haraway lo hace no desde la teoría abstracta sino que habla de proyectos concretos, pequeños. Es un aporte fundamental a nivel político”, explica Torres a El Salto, al tiempo que avanza alguna de las líneas controvertidas que se pueden leer en sus páginas: “También dice cosas que no sé si sentarán bien a todas las feministas, como lo de controlar el nivel de población”.
A Haraway no le gusta el término con el que se nombra los tiempos que vivimos. 
Acuñada a principios de los años 80 por el ecólogo de la Universidad de Michigan Eugene Stormer, la noción de Antropoceno designa la evidencia de los efectos transformadores de las actividades humanas sobre la Tierra. Ganó relevancia en el año 2000 cuando el premio Nobel Paul Crutzen postuló que había llegado el momento de bautizar con ella la nueva era geológica. Haraway explicita sus objeciones y prefiere denominarlo Capitaloceno, dado que es todo el paradigma económico vigente lo que configura la amenaza a la estabilidad ecológica. Pero ella va más allá y propone un nombre “para otro lugar y otro tiempo que fue, aún es y podría llegar a ser”. Lo llama Chthuluceno, un sustantivo compuesto por dos raíces griegas que “juntas nombran un tipo de espaciotiempo para aprender a seguir con el problema de vivir y morir con respons-habilidad en una tierra dañada”.
A diferencia del Antropoceno (o Capitaloceno), el Chtuluceno que inventa Haraway estaría habitado por “historias y prácticas multiespecies en curso de devenir-con, en tiempos que permanecen en riesgo, tiempos precarios en los que el mundo no está terminado y el cielo no ha caído, todavía”.
En ese mundo, los seres humanos no son los únicos actores importantes puesto que lo que propone Haraway es una red tentacular, un sistema simpoiético, generado con otros, no construido en solitario. “Nos necesitamos recíprocamente en colaboraciones y combinaciones inesperadas, en pilas de compost caliente. Devenimos-con de manera recíproca o no devenimos en absoluto”, se lee en las páginas del libro.
Tomemos aire. Recurramos de nuevo a Torres para avanzar en la maraña de términos y conceptos generados por ella misma que Haraway emplea. La traductora reconoce la complejidad de su trabajo al pasar de un idioma a otro y destaca el juego y la metáfora como claves sobre las que la investigadora construye sus textos de manera consciente. “Eso es un giro radical que nos hace pensar desde un lugar muy distinto: con Haraway se desmorona esa separación entre la ciencia como lo objetivo y la narrativa como lo subjetivo”, valora Torres. Así, el trabajo con la metáfora y la etimología hace que los escritos de Haraway se ubiquen en un lugar diferente al de los textos científicos, pero también al de la literatura.
“Importa qué materias usamos para pensar otras materias, importa qué historias contamos para contar otras historias, importa qué pensamientos piensan pensamientos, importa qué conocimientos conocen conocimientos” es un leitmotiv que impregna toda esta indagación acerca de cómo seguir con el problema. Porque el problema persiste y lo que se requiere es, según Haraway, aprender a estar verdaderamente presentes, “no como un eje que se esfuma entre pasados horribles o edénicos y futuros apocalípticos o de salvación, sino como bichos mortales entrelazados en miríadas de configuraciones inacabadas de lugares, tiempos, materias, significados”. Por ello la autora es partidaria de lo que denomina generar “parentescos raros”, una opción que “problematiza asuntos importantes como ante quién se es responsable en realidad”.
Haraway también alude a las dos tentaciones, las dos respuestas que se suelen dar ante el problema. Por un lado, la confianza ciega en la curación por medio de la tecnología; por otro, dar por terminado el juego, la profecía autocumplida por la que no hay nada que hacer. Ella, confiando en el poder de la imaginación, se sitúa en una tercera vía para la que recurre a la narrativa de la ciencia ficción, “tan importante en su pensamiento como el hecho científico”, señala Torres. “Si su laboratorio es el lenguaje —precisa la traductora—, la manera de narrar es fundamental. Escoge la ciencia ficción porque es el terreno en el que podemos imaginar otras realidades”.
Una idea que se repite a lo largo del libro es el significante de múltiples significados S.F., acrónimo de ciencia ficción, fabulación especulativa, hechos científicos, feminismo especulativo o figuras de cuerdas. Este último elemento es básico en lo que Haraway quiere contar en Seguir con el problema ya que una de sus acepciones remite a esas redes de hilo tejidas manualmente que van pasando de manera igualmente manual de unas personas a otras. De nuevo, metáforas que nos piensan.
A mediados de los años 80 Donna Haraway firmó el texto con el que se suele identificar su trabajo. El Manifiesto Cyborg, realizado como una colaboración para la revista Socialist Review, supuso una reflexión sobre la identidad de género en una era dominada por la cibernética que criticaba el esencialismo a la hora de analizar las diferencias entre hombres y mujeres. Más de tres décadas después, Torres considera que Seguir con el problema “tendría que tener una influencia a nivel político como la que tuvo el Manifiesto Cyborg”.
 
‘Seguir con el problema’ en cuatro frases
La traductora Helen Torres conoce ampliamente el pensamiento de Donna Haraway. Además de traducir muchas de sus obras al español, le ha servido de inspiración para varios de los proyectos artísticos en los que ha participado. Para ella, la repercusión de Haraway ha sido mayor en el campo del arte que en la academia, lo que confirma el valor del trabajo de la científica, siempre localizado y focalizado pero también planteado de algún modo como guía: “Muestra la manera de poder pensar desde un punto de vista y también un camino que va a permitir generar otras cosas. Es una apuesta por otras formas de pensar que ayudan a no separar el pensamiento de la acción”.
Para resumir Seguir con el problema, Torres comenta para El Salto cuatro de las frases más significativas que se leen en el libro.

“Vivir-con y morir-con de manera recíproca y vigorosa en el Chtuluceno puede ser una respuesta feroz a los dictados del Ántropos y el Capital”
Lo traduje como “vivir-con”, que queda un poco raro, para marcar la idea de “con”. Acostumbrémonos a las cosas raras con Haraway [risas]. Ella lo enmarca en ideas como la simbiosis que han sido demostradas pero que los científicos no están trabajando. En su análisis del capitalismo incorpora todo: las subjetividades, la política, lo global, la economía,... Y en esta frase se ve bastante.

“Estoy profundamente comprometida con las posibilidades más modestas de la recuperación parcial y del mutuo entendimiento”
En todos sus análisis tira de hilos de cosas pequeñas, nunca va a hacer una generalización. Ella habla desde un conocimiento situado, y en este libro, además, lo practica. Enuncia desde dónde habla. Analiza a partir de pequeños detalles cómo se van entrelazando las cosas para configurar una realidad y no otra.

“Naturalezas, culturas, sujetos y objetos no preexisten a sus configuraciones entrelazadas del mundo”
Desde el pensamiento oficial se entiende que existimos antes de relacionarnos con, cuando nada existe fuera de la relación, según han criticado Haraway y otros muchos autores. Es interesante lo que ella dice de prestar atención a qué nos hacen hacer otras especies. Si piensas el mundo como configuraciones e interacciones, sales del excepcionalismo humano.

“Seguir con el problema de la compleja configuración de mundos es el nombre del juego de vivir y morir bien en convivencia sobre la tierra”
Siempre habla de configuraciones de mundos, por eso lo que hace no puede ser una receta. Muchos seres, muchos bichos, configuran el mundo, aunque muchas veces no seamos conscientes.

Fuente: elsaltodiario.com - Imagenes: Klimt Lagrimas de Freya - elpais.es - creativeresistence

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