Una ventana a la gran escasez

La escasez de materias primas y de energía que ha experimentado la economía global en los últimos meses es una pequeña muestra de lo que puede ocurrir en los próximos años si no se cambian los patrones de consumo. Primero fue el gel hidroalcohólico, las mascarillas, los respiradores e incluso, en algún supermercado, el papel higiénico. Durante unos pocos meses, la población de los países más desarrollados del mundo observó pasmada —con la misma incredulidad con la que miraba en directo cómo se extendía una pandemia global— que en las sociedades de la abundancia podían faltar cosas. A medida que la vida comenzaba a normalizarse, cada vez resultaba más evidente que algo había fallado en el reseteo de la economía después del parón de la economía. La era de la escasez no estaba finalizando. Más bien al contrario, acababa de comenzar.


Martín Cúneo 


Un año después del fin del confinamiento más duro y del reinicio de la actividad, la escasez y los problemas de suministro ya afectaban en diferentes grados a casi todas las materias primas y a todos los sectores. En septiembre de 2021, la escalada en los precios de la energía iniciada antes de verano adoptaba la forma de apagones en toda China y el cierre de fábricas en EE UU y Europa. El aumento del precio de la electricidad, del gas, de la gasolina, del diésel y del carbón no tardó en trasladarse a toda la economía y ha generado unas tasas de inflación inéditas en los países ricos desde la última gran crisis energética, en los años 70.

La explicación oficial a este caos generalizado es el desajuste entre la oferta y la demanda, unos “cuellos de botella” de una recuperación rápida, agravados por las tensiones geoestratégicas con China, Rusia o Argelia. Según estos análisis, se trata de una crisis coyuntural que se irá resolviendo en cuestión de meses. Sin embargo, cada vez son más las voces desde la comunidad científica que advierten de los aspectos estructurales que hay detrás de estos desbarajustes, unos cortocircuitos que solo pueden ir a más a medida que el crecimiento exponencial del consumo choca con los límites físicos del planeta. 

Pasen y vean, la gran escasez

A mediados de octubre, algunos indicadores empezaban a señalar que lo peor había pasado, con descensos en el precio del transporte marítimo o en la cotización de la madera. Sin embargo, al cierre de esta edición la crisis energética continúa agravándose y la falta de materiales básicos para el funcionamiento de la economía sigue siendo un problema de primer orden. La industria tecnológica prevé problemas en el suministro de chips hasta 2023 y el cierre de las fábricas de fertilizantes compromete las cosechas de 2022. A la vez, la falta de materias primas vitales para la industria mundial, como el magnesio, el papel o el acero, entre una larga lista, sigue sin tener una solución a la vista.

Las escenas de desabastecimiento seguirán en 2022 y serán cada vez más habituales, sostiene Antonio Turiel, científico del CSIC en una conversación con El Salto. Cuando ya ha pasado más de un año desde el inicio de la recuperación económica, la excusa de los “cuellos de botella” ya no cuela, sostiene este investigador. Los cortocircuitos en la economía global se deben, continúa, sobre todo a motivos estructurales, en especial, a una crisis energética que viene de lejos y va para largo. 

Para Turiel, el “efecto más directo” de la pandemia ha sido que las petroleras han acelerado un proceso de desinversión que no es nuevo y “ha precipitado hacia el vacío” el sistema económico mundial, basado en los combustibles fósiles. Las previsiones de escasez de energía y de materiales ya estaban contempladas en diversos estudios científicos, pero estos se han visto superados por la realidad: “No tendríamos que caer tan deprisa”, resume.

Estamos a las puertas de lo que Turiel llama “la gran escasez”, un proceso que amplios sectores de la comunidad científica llevan décadas documentando. “Hemos tocado el punto máximo y, a partir de ahora, lo que nos espera es un proceso de declive que en algunos momentos irá más rápido, en otros momentos irá más lento, pero en cualquier caso es una bajada que durará mucho tiempo. No es que los recursos se acaben de hoy para mañana, pero cada vez habrá menos, cada vez tendremos que aprender a hacer las cosas con menos”, sostiene el autor de Petrocalípsis (Alfabeto, 2020).

Un punto de inflexión

Alicia Valero es investigadora de la Universidad de Zaragoza y directora del grupo de Ecología Industrial en el instituto Circe. Ha escrito más de cien publicaciones sobre el agotamiento de los recursos del planeta y trabaja también como consultora de diversas empresas, Seat entre ellas, a las que asesora sobre la disponibilidad de materias primas.  

Durante años, cuenta a El Salto, hablar sobre escasez de recursos era un tabú, pero esto ha cambiado en el último año después de que la gente y muchos sectores económicos “vivieran en primera persona el desabastecimiento”. Para la coautora del Thanatia, los límites minerales del planeta (Icaria, 2021), esta crisis de materiales y suministros es una “ventana” hacia un mundo en el que “los problemas de escasez serán el pan nuestro de cada día”. 

Muchos de los problemas coyunturales irán desapareciendo, sostiene, en especial aquellos provocados por una demanda disparada y unas fábricas y cadenas logísticas limitadas. Pero quedará la crisis de fondo: “Al igual que las fábricas tienen un límite, si extrapolamos el problema a la gran fábrica que es la naturaleza, tarde o temprano toparemos con esos límites”. Y esos límites “están muy cerca”, si se continúa con este “consumo exponencial”, dice. 

Entre los múltiples ejemplos a mano, Valero habla del cobre: en los últimos 20 años se ha extraído tanto de este material como en toda la historia de la humanidad. Y ocurre lo mismo con todos y cada uno de los elementos clave de la economía mundial: en las próximas décadas habrá problemas de suministro de cromo, germanio, estaño, cobalto, níquel, litio, cadmio, galio, indio, plata, platino, selenio, teluro, titanio, vandanio, zinc o de los 17 elementos de las tierras raras. Dicho de otro modo, las baterías de los móviles y los coches eléctricos, las pantallas táctiles y los paneles fotovoltaicos, las lámparas led y los semiconductores, es decir, prácticamente todo lo que se necesita para la revolución digital y verde depende de unos material finitos que, al ritmo actual de consumo, no se puede garantizar su suministro en la segunda mitad de siglo. Mucho menos si se cumplen las previsiones y en 25 años el mundo consume el doble que ahora. 

El gran problema, cuenta Valero, es que no hay reservas explotables suficientes y abrir un nuevo yacimiento tarda unos 16 años de media, detalla. A esto se suma una gran dependencia de los países suministradores de componentes y materias primas. Taiwán produce el 90% de los chips más avanzados. Las reservas de litio —vital para las baterías de todo tipo— están concentradas en Australia y en el triángulo del litio en Sudamérica, aunque es China quien monopoliza su refinado. También es China quien controla el 86% de la producción de tierras raras —imprescindibles para los electrodomésticos, los ordenadores, móviles o vehículos— y controla una proporción similar del magnesio, imprescindible en toda la industria que utiliza aluminio. La decisión de China de dejar de exportar algunos de estos materiales para garantizar el suministro de sus propias fábricas es clave para entender la actual crisis de desabastecimiento. 

“Estamos cerca de alcanzar los límites geológicos del planeta. Y no digo que agotemos todos los recursos, sino que agotemos los recursos accesibles. Prácticamente, ya hemos extraído lo que es más accesible y ahora se habla de ir hacia los océanos, hacía la Amazonía, hacia la Antártida… Pero, ¿a qué coste?”, se pregunta. 

La crisis de escasez de recursos corre paralela a las otras dos grandes crisis que atraviesan el planeta: el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. “Tenemos un problema de cambio climático por una sobreexplotación de recursos fósiles y si hoy hay escasez de petróleo es porque lo hemos consumido de forma exagerada y esto ha provocado a su vez los problemas que tenemos de cambio climático”, señala Valero. El consumo exponencial de recursos naturales también ha llevado a la pérdida de biodiversidad con consecuencias tan graves como las crisis de los polinizadores o la misma pandemia del coronavirus, provocada en última instancia por el avance de la actividad humana sobre los ecosistemas naturales.

La madre de todas las crisis

A pesar de que el debate sobre la escasez de recursos ha entrado en la agenda pública, Turiel reconoce que sigue habiendo “cierto malditismo” que condena a quienes señalan razones estructurales detrás de la crisis de suministro. “En la comunidad científica, entre los investigadores que trabajan con recursos esto es un tema bien conocido, bien discutido... Pero en el debate público es diferente. Cuando empiezas a hablar de que no se puede seguir incrementando el consumo de materiales y energía entras en contradicción con la idea de mantener un sistema económico basado en el crecimiento continuo”, dice Turiel. “Si aceptas que hay un problema de escasez, aceptas que el capitalismo se está acabando y hay gente que podría perder mucho dinero porque no va a haber inversores para sus negocios”, añade.

De hecho, esto es exactamente lo que lleva ocurriendo con el petróleo desde antes de la pandemia, en concreto desde 2014, cuando la industria renunció a buscar nuevos pozos petroleros. 

Ya en 1998, los geólogos Colin Campbell y Jean Laherrere, en un artículo publicado en la revista Scientific American, justificaban con datos de la industria que el petróleo convencional, aquel que es más fácil de extraer, con mayores rendimientos energéticos, se estaba agotando a toda velocidad. Al mismo tiempo, el crudo que quedaba por explotar, el petróleo no convencional, el que está bajo el mar, mezclado en arenas bituminosas o que se debe extraer mediante la contaminante inyección hidráulica o fracking, sería tan caro de extraer que tarde o temprano habría problemas de suministro. 

Y así ocurrió, explica Turiel. En 2005, se alcanzó el pico del petróleo convencional o, dicho de otra manera, en 2006 la humanidad comenzó a consumir la segunda mitad de las reservas mundiales del mejor petróleo. Entre 1998 y 2014, las petroleras multiplicaron por tres sus inversiones para buscar nuevos yacimientos, pero obtuvieron un “magro resultado”: la producción solo creció un 26% en el mismo periodo. Lo que vino después era esperable: redujeron su inversión en nuevas prospecciones en un 60%. Algunas empresas petroleras, como Repsol, han abandonado por completo la búsqueda de nuevos yacimientos. “Lo que pasa es que se cansaron de perder dinero”, dice. Los efectos de esta desinversión provocó que en 2018 se alcanzara el pico en la extracción de todos los tipos de petróleo. Al cierre de esta edición, el precio de la gasolina y del diésel estaba cerca de superar su máximo histórico, alcanzado en la crisis de 2008.

Historias y futuros parecidos se repiten con los otros combustibles fósiles. “Hemos llegado a los máximos de extracción de petróleo, de carbón, de uranio y pronto llegaremos al del gas. Teniendo en cuenta que estas cuatro materias primas no renovables aportan casi el 90% de toda la energía primaria que se consume en el mundo, esto nos deja en una situación complicada. Y no tiene remedio”, argumenta Turiel.

Para este doctor en Física Teórica por la Universidad Autónoma de Madrid, todavía no hay sobre la mesa ninguna tecnología que pueda sustituir a los combustibles fósiles. La revolución de las renovables, al menos tal como se concibe actualmente, choca con los límites materiales del planeta y solo podría reemplazar una parte de la energía fósil que se utiliza actualmente. La prometida energía de fusión —la que alimenta las estrellas— es un “experimento a 35 años que llega tarde”. Y los intentos de resucitar la energía nuclear vuelven a chocar con la realidad: las centrales son peligrosas, caras, tardan años en construirse, cuentan con una enorme oposición ciudadana y necesitan de un combustible fósil, el uranio, cuya producción ha caído un 20% desde 2016.

Valero también identifica límites en la transición ecológica anunciada: “Lo que no podemos hacer es seguir creciendo en consumo energético y sustituir los fósiles por energías renovables. No hay suficiente cobalto, no hay suficiente litio, no hay suficiente teluro, y así sucesivamente. Pintar de verde la economía actual va a ser imposible”.

Pero no todo son malas noticias. La gran escasez es “inevitable”, pero, al menos según defienden Antonio Turiel y Alicia Valero, no está escrito cómo termina la historia. La forma en la que los Gobiernos y la ciudadanía se enfrenten a este nuevo desafío determinará si este declive lleva a un colapso del sistema o a un reajuste de los estándares de consumo que nos permita vivir dentro de los límites físicos del planeta.

¡Decaigamos!

Las guerras por los recursos, la pérdida de población o de interconexión, las hambrunas y el ascenso de soluciones autoritarias, entre un largo abanico de posibilidades que podría traer un colapso, son evitables. Lo que no es evitable, afirma Turiel, es el decrecimiento.

Todos los caminos llevan a decrecer, sostienen tanto Turiel como Valero. La diferencia “es si pilotas el proceso o no”, señala el primero. “O lo hacemos a las buenas o al final los límites físicos nos impondrán recular a las malas”, indica la segunda. 

“Con el conocimiento científico-técnico que tenemos hoy en día podemos garantizar un nivel de vida igual al actual, e incluso superior, consumiendo muchísima menos energía y muchísimos menos materiales”, defiende este científico del CSIC. Aunque no todos los países ni todos los sectores sociales deberían decrecer al mismo ritmo, añade. Según Oxfam, el 1% de la población mundial es responsable del 16% de las emisiones globales.

Sin embargo, para Turiel, el camino está lejos de estar despejado y el problema es social y cultural: “No se concibe nada fuera del capitalismo. La gente se cree que el final del capitalismo es el final del mundo, pero no es verdad. El capitalismo solo tiene dos siglos de existencia y lo que hay que hacer es superar esta etapa”.

El autor de Petrocalipsis compara el capitalismo con la adolescencia de la humanidad. “Nosotros estamos teniendo una adolescencia difícil, un periodo en el que se crece rápidamente. Pero lo que hay que hacer es madurar y llegar a una situación de equilibrio con la naturaleza. Podemos seguir viviendo en este planeta si lo hacemos a partir de lo que se puede regenerar cada año, de una forma realmente sostenible”. Los tres grandes desafíos de la humanidad y del planeta pasan por el mismo cuello de botella, el decrecimiento. “El decrecimiento es inevitable, pero estamos a tiempo, podemos reaccionar, tenemos conocimientos para adaptarnos a él”. Tal como recuerda Turiel, el colapso de las civilizaciones “siempre es un daño autoinfligido”. ¿Seremos capaces de superar la adolescencia de la humanidad?

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/decrecimiento/crisis-suministro-materias-primas-minerales-crisis-climatica-pretroleo-turiel-valero-ventana-a-la-gran-escasez 

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