La cara emocional del cambio climático

 

El cambio climático ha pasado de habitar un espacio propio del debate científico y político a vertebrar cada vez más ámbitos de la sociedad. Ya no se trata solo de moléculas de CO2 o de grados de temperatura, sino también de emociones. Se ha ido convirtiendo en «emergencia climática» a medida que se nos ha ido haciendo tangible en forma de eventos meteorológicos cada vez más extremos y frecuentes. Para muestra, la reciente ola de calor en Europa en plenas navidades o las impactantes imágenes del agua inundando una tercera parte del territorio de Pakistán.

En un contexto de creciente importancia de la salud mental debido al coronavirus, los efectos del cambio climático en la salud mental de la ciudadanía son cada vez más evidentes. Pero es importante que los medios de comunicación sean rigurosos en el uso de los términos que reflejan la ansiedad climática para evitar posibles malos usos y frivolización. En un reciente estudio académico analizamos el papel y alcance de cada uno de estos términos.
La emergencia climática nos aterra

Estos fenómenos asustan y mucho, como se refleja en todas las encuestas de opinión, donde la gente expresa un altísimo nivel de preocupación por los impactos del cambio climático. El 93% de los encuestados por el Eurobarómetro de 2021 considera el cambio climático un problema grave y el 78% lo considera muy grave.
Esto tiene una derivada psicológica cada vez más preocupante, ya que las perspectivas pesimistas sobre el futuro del planeta están afectando gravemente a la salud mental de la población, como se encargan de señalar diversas instituciones psicológicas del mundo –incluyendo al Consejo General de la Psicología de España–, y que nos alertan respecto a los efectos, agudos y crónicos que el cambio climático tiene sobre la salud mental, incluyendo la ansiedad, el estrés, el trauma, el estrés postraumático, la depresión y el abuso de sustancias.
En particular, inquieta mucho el impacto en la gente más joven, que ve claramente amenazado su futuro en el momento en que empieza a pensar en él. Los niños nacidos en 2020 experimentarán un aumento de entre dos y siete veces en los eventos extremos, especialmente olas de calor, en comparación con las personas nacidas en 1960; eso, por supuesto, asumiendo que se cumplen las actuales promesas en materia de política climática.
El sector juvenil de la población es presa de la ansiedad climática al tomar conciencia de su poco poder para limitar los daños mientras observan cómo las acciones políticas para enfrentar el problema tampoco están a la altura del reto, según señala una reciente investigación a gran escala publicada en The Lancet sobre la ansiedad climática en niños y jóvenes de todo el mundo y su relación con la percepción de la respuesta gubernamental. Como apunta Greta Thunberg, «los jóvenes no están deprimidos por el cambio climático, sino por la falta de acción contra él».
Los sentimientos y emociones derivadas del impacto ambiental y climático son muy variadas, y pueden ir desde el miedo y la ira hasta la culpa, la impotencia o la resignación. Pueden ser el resultado de temores directos ante los eventos meteorológicos como los mencionados o de una angustia indirecta ante el futuro general del planeta.
Los firmantes del presente artículo hemos analizado recientemente el reflejo de estas emociones en 199 artículos digitales e impresos aparecidos en prensa publicada en español en los últimos años (entre 2015 y 2021). Según nuestros resultados, tres emociones negativas muy cercanas –la angustia, el estrés y la tristeza– lideran las emociones (ver Figura 1).
Aunque con menor presencia, también aparecen aquellas emociones que reflejan una renuncia pesimista –como la desesperanza o la resignación–. Luisa Neubauer, líder del movimiento Fridays for Future en Alemania, relata que muchos de sus colegas, llegado el momento, dejan de encontrar sentido a estudiar o simplemente hacer las tareas de sus estudios al no verle sentido una vez que entienden que el futuro para el que se estaban preparando quizás ya no vaya a existir nunca. Del mismo modo que deciden que no quieren traer hijos a este mundo.

Figura 1: Nube de palabras que refleja las emociones vinculadas a la ecoansiedad con mayor presencia en la muestra del estudio. El tamaño de la palabra guarda relación lineal con el número de incidencias.

Un tercer grupo de emociones que se reflejan en las noticias analizadas en nuestro estudio son aquellas que podrían suponer un arranque a la acción –como la rabia, el enfado, la ira o la indignación–. Esto último es muy importante, ya que muestra una disyuntiva en la que la juventud elige entre poner su energía al servicio de la negación de su futuro o al servicio de aceptarlo e intentar cambiarlo. Transformar la ansiedad climática en empoderamiento para enfrentarse al desafío parece un elemento clave para superar los aspectos emocionales más negativos del cambio climático. 
Nuevos términos para nuevas emociones
Las emociones negativas relativas al estado del medio ambiente han dado lugar a la aparición en los medios de comunicación de neologismos como solastalgia, «trastorno por déficit de naturaleza», ecoestrés, ecodepresión y, muy especialmente en los últimos años, ecoansiedad. El término ecoansiedad se ha convertido en el más frecuente para referirse a las emociones que, como el miedo, la angustia, la tristeza o la culpa son producidos por el cambio climático. Como mostramos en nuestro estudio, ecoansiedad comenzó a usarse de forma dominante a partir del año 2019, cuando otros términos, como solastalgia y «trastorno de déficit de la naturaleza», tenían ya cierto uso. Sin embargo, la frecuencia de su empleo a partir de dicho año se ha disparado.
La ecoansiedad, a partir del año 2019, parece haber desplazado a los dos términos que eran los más frecuentes antes de dicho año: solastalgia y trastorno de déficit de la naturaleza. Podríamos describir la solastalgia como la nostalgia por aquel medio ambiente que ya no existe; por ejemplo, un paisaje que se ha transformado por la acción humana y que nunca volveremos a recuperar. Dado que no es frecuente que ecoansiedad y solastalgia se empleen juntas, podemos concluir que la palabra ecoansiedad ha heredado el uso dado anteriormente a solastalgia o trastorno de déficit de la naturaleza, convirtiéndose en el término que la prensa habitualmente utiliza para referirse al impacto emocional del cambio climático.
La sustitución de estos términos podría hablar de un cambio en la proyección de las emociones, que en cierto modo antes se producían mayoritariamente hacia el pasado y ahora se producen de forma mayoritaria hacia el futuro. Así, la ansiedad por aquello que ya no tenemos –lo que ya no existe (pasado)–, ha sido desplazada por una ansiedad por lo que ya no tendremos –lo que nunca ya existirá (futuro)–, algo que guarda coherencia con el elemento generacional ya mencionado: son los jóvenes quienes sufren de una forma particular la ecoansiedad por sus perspectivas de futuro.
Podemos decir que los medios de comunicación hacen un uso generalizado del término ecoansiedad, utilizándolo a menudo de una forma ambigua e inexacta, quizás por la urgencia de ofrecer información propositiva ante un nuevo problema social. La generalización del término ecoansiedad en la prensa en los últimos años ha supuesto una simplificación con deficiencias comunicativas. El uso generalizado de este término plantea a nuestro juicio un problema, ya que dificulta que se capte la complejidad y profundidad del impacto emocional y en la salud mental que se deriva del cambio climático. El éxito de este término en los medios de comunicación dificulta comprender las graves consecuencias de este impacto y la amplitud de los trastornos psicológicos que provoca.
Por un lado, como hemos dicho, las emociones que la prensa relaciona con el término ecoansiedad son las negativas y paralizantes (el miedo, la angustia, el estrés, la tristeza, la desesperanza, la frustración, etc.). Por otro lado, son menos citadas las que podrían motivar una respuesta activa (como rabia, enfado, ira o indignación). Tampoco se muestra un enfoque positivo sobre el papel de estas emociones para impulsar un papel activo frente al cambio climático –como refieren los testimonios de algunos jóvenes activistas climáticos, transformando el dolor en poder–, y mejorando así la salud mental.
Podemos concluir que los medios de comunicación tienen un reto por delante a la hora de mostrar un mosaico más complejo de emociones relativas al cambio climático, de forma que no queden totalmente oscurecidas las emociones positivas que impulsan la acción y al compromiso, y que también son parte del impacto emocional del cambio climático. No reflejar esta diversidad podría enviar un mensaje erróneo sobre la amplia experiencia emocional de las personas ante las informaciones sobre el cambio climático y la posible transmutación de unas emociones negativas y paralizantes en otras positivas que llaman a la acción.

Autores:
 Samuel Martín-Sosa. Investigador y experto en redes de activismo climático.
Javier Garcés. Presidente de la Asociación de Estudios Psicológicos y Sociales y profesor e investigador de la Universidad de Zaragoza.
Isidro Jiménez. Profesor e investigador de la Universidad Complutense de Madrid.
Fuentes: La marea climática https://www.climatica.lamarea.com/cara-emocional-cambio-climatico-ecoansiedad/

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