Argentina / Colonias agroecológicas: poblar el campo, producir alimentos y vida digna
Tierras estatales improductivas que pasan a manos de organizaciones campesinas. Trabajo comunitario, agroecología y producción de alimentos. De la semiesclavitud al trabajo sin patrón. Son algunos de los ejes de un modelo productivo sin venenos, con arraigo rural y cuidado del ambiente y la salud. Viaje a la Colonia Agrícola 20 de Abril, de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT). Pasado y futuro campesino.
Por Darío Aranda
Las manos de trabajador rural, la piel color tierra, la experiencia de quien ha sido explotado y la conciencia de quien ya no tiene jefe al que obedecer. Franz Ramos es parte de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) e integra el grupo fundador de la Colonia Agroecológica 20 de Abril, en la localidad bonaerense de Jáuregui, donde 51 familias viven, trabajan y producen alimentos sanos. Ramos tiene mirada firme y sonrisa bonachona. Estuvo hasta hace un instante empaquetando acelga e interrumpe su trabajo para dar la entrevista. Son las 10 de la mañana y estaba meta cortar verdura desde las 6. Invita a sentarse y está dispuesto a charlar.
Esclavitud, remedio, veneno, tierra, alquiler, maltrato, organización, dignidad, agroecología, cansancio, futuro, patrón. Son algunas de las palabras que se repiten a lo largos de las cinco horas de charlar con integrantes de la colonia agroecológica.
Las manos que producen verduras
La lechuga y el tomate de tu ensalada llegan luego de muy largas jornadas de labor, más cercanas a la explotación que al trabajo, condiciones insalubres y pagas mínimas. En gran medida, la siembra y cosecha está en manos —y en los cuerpos— de hombres y mujeres de Bolivia y del norte argentino que trabajan hasta catorce horas diarias.
La producción de verduras es una de las labores más sacrificada y menos reconocida del país. El Gran La Plata, Escobar o el Gran Córdoba son algunos ejemplos de cómo cientos (miles) de hombres y mujeres trabajan la tierra. Espaldas dobladas por una ganancia miserable luego de pagar el alquiler de la tierra, las semillas y los químicos. Como en otras producciones, los intermediarios se quedan con gran parte de la ganancia. Existen innumerables informes que muestran la enorme diferencia de cuánto se paga al productor y cuál es el precio en góndola.
Se puede publicitar como alimentación sana, pero ya sea la rúcula de Palermo o la acelga de Burzaco, en el origen hay explotación, pobreza e injusticia.
Buen provecho.
Hectáreas abandonadas donde hoy se cosechan alimentos
Jáuregui está ubicado a 78 kilómetros al noroeste de la ciudad de Buenos Aires, partido bonaerense de Luján, y cuenta con 9.000 habitantes. La atraviesa la ruta nacional 5. En el kilómetro 72, giro a la izquierda y, a pocos minutos de andar, en plena zona rural, aparece una arboleda que es casi monte. Una tranquera y una edificación de película, antigua, de esas de las primeras décadas del siglo XX. «Instituto Ramayón», es el nombre original del lugar que supo ser hogar de niños y también internado de salud mental. Durante años estuvo abandonado. El predio total cuenta con 84 hectáreas.
Desde hace nueve años, de la mano de la UTT, cambió radicalmente su forma y su función. Está habitada por 51 familias que trabajan la tierra, producen alimentos, montaron una biofábrica y hasta iniciaron una escuela para adultos.
«Colonia Agroecológica 20 de Abril – Darío Santillán», es el nombre formal. Se ha escrito mucho sobre esta experiencia de referencia del campesinado argentino, donde es evidente la potencia productiva y social de lo que pueden hacer manos campesinas al trabajar la tierra. Suelen recibir visitas de periodistas, investigadores, de otras organizaciones y hasta de algunos funcionarios. En el Congreso de Agroecología de Buenos Aires fue uno de los espacios visitados.
A diferencias de otros emprendimientos agroecológicos, en Jáuregui hay características particulares: una organización social, producción en tierras estatales que estaban abandonadas y, fundamental, protagonismo de sectores populares.
Colonia agroecológica: producción diversa
Lechuga, acelga, remolacha, tomate, haba, arveja, verdeo, puerro, radicheta, repollo, kale, brócoli, cebolla y apio. Algunos de los cultivos que se observan en las 51 hectáreas trabajadas, algunas a cielo abierto, otras muchas en grandes invernaderos de plástico de unos veinte metros de ancho por cincuenta de largo.
Cada familia trabaja una hectárea. En asamblea se busca consenso sobre qué se cultiva, el precio y cómo se comercializa. Un punto central es el almacén campesino en el ingreso a la Colonia (y otro en el centro de Luján), y también en las ferias de la zona. Concepto y práctica central en la agroecología: cadenas cortas de comercialización; nada de largas distancias en el traslado de alimentos y más quema de combustibles fósiles.
La agroecología, que para muchos es algo «nuevo», para muchos es volver a las fuentes. «Antes se sembraba variado, sin químicos. Luego comenzamos con lo ‘convencional’, para que den los números», explica Franz Ramos.
El impacto de la llamada «revolución verde» —modelo industrial-empresario instalado en al década de 1960, impulsado por grandes empresas y fundaciones de Estados Unidos, que es el origen de los transgénicos y venenos— fue tan fuerte que lo llamado «convencional» en el agro refiere al uso de organismo genéticamente modificados (OGM) y agrotóxicos. Aunque no tiene más de sesenta años, frente a los 10.000 años de historia de la agricultura. La foto le ganó a la película, al menos por ahora. El agronegocio se instaló como lo «convencional».
Salir de ahí lleva distintas denominaciones: agroecología, biodinámica, orgánica o, al decir del agricultor mapuche Jeremías Chauque, de la organización Desvío a la Raíz, agricultura ancestral.
La agroecología es una bandera histórica de la Vía Campesina (movimiento internacional de los sectores populares del campo), es también es una ciencia pero, ante todo, es una práctica cultural, colectiva, histórica y productiva que implica, entre otros aspectos: el cuidado del ambiente, de la salud, trabajo digno, comercio justo, solidaridad y desarrollo local. Es lo que hacen, no sin dificultades, en la Colonia Agroecológica 20 de Abril.
El motor de la historia: la acción directa
«Cuando llegamos estaba todo hecho un desastre. No podíamos sembrar nada. Era yuyal, todo abandonado», explica Rosalía Castillo, 58 años, integrante de la Colonia desde el inicio.
Está sentada en el patio de atrás del edificio principal y frente a la capilla (construcción también original del ex Instituto Ramayón). Se presta a la entrevista junto a su compañero, Miguel Reyes, 61 años, de menos palabras pero atento a los dichos de ella.
Vivían en la zona de Parque Pereyra, cerca de La Plata. Allí conocieron a Nahuel Levaggi, del grupo fundador de UTT, que los invitó a sumarse a la organización. Y así comenzaron, afirman, a conocer de derechos y pudieron ponerle nombre a eso que vivían (alquileres de tierra impagables, largas horas de trabajo, maltratos, ganancias mínimas): injusticia. También conocieron de asambleas, debates, talleres de formación, trabajar junto a otras familias productoras. Y, destacan, aprendieron a organizarse para luchar.
Todos remarcan que el punto de quiebre fue la movilización y acampe de 2013, en la Autopista Buenos Aires-La Plata. Las familias productoras venían de años de reclamar políticas públicos de apoyo y obtenían migajas. Durante meses pensaron, debatieron y planificaron la acción. Cientos de hombres y mujeres acamparon a la vera de la autopista «hasta recibir respuestas concretas» a la larga lista de demandas: desde herramientas e insumos hasta, lo más preciado, tierra para trabajar.
No era (no es) común una manifestación en ese lugar. Les fue estratégico no cortar el tránsito y la cobertura mediática. El mismo día llegaron funcionarios nacionales y bonaerenses. Las promesas de siempre pero nada concreto. Al día siguiente hubo un acta acuerdo, donde sobresalía la propuesta oficial de proponer, en un plazo de 90 días, posibles predios para entregar en comodato e iniciar una «colonia agroecológica». Las dos palabras figuraban en el documento refrendado por funcionarios del Ministerio de Desarrollo Social de Nación.
Comenzó un largo camino de reuniones y más reuniones para ver qué predio en desuso podría ser parte del acuerdo. Las semanas se hicieron meses y también años. Y, una vez más, el abc de la política quedó a la vista: la acción directa da sus frutos. En abril de 2015, la UTT rumbeó desde La Plata con un micro y un camión con herramientas (y hasta un tractor) a uno de los lugares que habían visitado: Jáuregui.
Yuyal y discriminación
Ya en el lugar, comenzaron variados trabajos. Dejar habitable el lugar (el edificio principal y las construcciones periféricas que serían las viviendas de las familias), presionar a funcionarios para el acuerdo por el inmueble y, al mismo tiempo, prepararse por cualquier intento de desalojo. En paralelo, intentar poner en condiciones la tierra para cultivar, aunque sea en pequeñas parcelas. A eso se sumó la desconfianza de los vecinos, que los tildaban de varias cosas («ocupas» era quizá la más suave).
A fuerza de organización y trabajo, lograron condiciones mínimas para vivir e iniciar los primeros cultivos. En media hectárea asignada a Rosalía y Miguel iniciaron los primeros ensayos. Además de autoconsumo, comenzaron a comercializar en la zona. Y la mirada de los vecinos comenzó a cambiar. Notaron que las verduras eran de muy buena calidad y a precios menores que de los supermercados.
El documento formal del Gobierno, que da cuenta del comodato del predio en comodato, llegó cinco años después.
Colonia agroecológica: de lo familiar a la política pública
Hoy viven 51 familias en la Colonia 20 de Abril. «La UTT viene proponiendo un sueño: disponer de tierras, plantar sin agrotóxicos, en consonancia ancestral con la Madre Tierra, cosechar con los tiempos naturales, cuidar la salud del suelo y humana, vender a precio justo, soberano y cerca de tu casa. ¿Utopía? No. Realidad palpable. Son las colonias agroecológicas», explica la organización desde su propio sitio de internet.
El funcionamiento es simple. Grupos de familias productoras desarrollan un proyecto conjunto de vida en un mismo predio, donde se generan alimentos sanos, se abaratan costos, se cooperativizan factores de producción (maquinarias, galpones de empaque, procesos de industrialización, capacitaciones y comercialización) y, en conjunto, resuelven las necesidades colectivas (acceso a servicios, educación, salud).
La UTT propone que el Estado (municipal, provincia y nacional) brinde tierras para generar las colonias agrícolas, donde puedan vivir familias productoras, cultivar alimentos sanos (sin agrotóxicos) y abastecer a las localidades cercanas. «Se resuelven problemáticas habitacionales, se genera trabajo digno, se mejoran las condiciones de producción del alimento y se garantiza comida saludable y barata. Se trata de un círculo virtuoso que precisa del acompañamiento de una política pública estatal que se puede replicar en todo el país», afirman.
Como parte de esta propuesta, la Mesa Agroalimentaria Nacional —donde confluyen UTT y otras cuatro organizaciones— redactó cinco proyectos de ley donde contempla políticas activas para el sector. Uno de ellos, central, es el acceso a la tierra para las colonias agroecológicas. Fue presentado cuatro veces en el Poder Legislativo. Diputados y Senadores nunca lo trataron en el recinto.
La tierra o la esclavitud
La tierra fue (y es) un factor de acumulación de dinero y de poder. Y, también, un reflejo de la injusticia. La muestra más clara es la mal llamada Conquista del Desierto, donde medio centenar de acaudalados se repartieron millones de hectáreas patagónicas obtenidas a sangre y fuego. En una continuidad histórica: los que trabajan la tierra con sus manos, que producen alimentos para el pueblo, padecen el despojo de territorios.
Los datos del último censo agropecuario marcan que el uno por ciento de las explotaciones agropecuarias controla el 36 por ciento de la tierra, mientras que el 55 por ciento de las chacras (las más pequeñas) tiene solo el dos por ciento de la tierra. Otra muestra de los impactos del extractivismo implementado en Argentina: en treinta años desapareció el 41 por ciento de las explotaciones agropecuarias.
La gran mayoría de los trabajadores y trabajadoras de la tierra repiten el circulo de injusticia: no tienen tierras propias. O trabajan para un patrón, con jornadas muy extensas, de hasta catorce horas diarias, y una paga mínima. O deben alquilar predios con contratos usurarios, muchas veces anuales (que le impiden hacer cualquier mejora, incluso viven en casillas muy precarias). Los altos precios de insumos (químicos y semillas) los lleva a endeudarse y autoexplotarse para mantener niveles de producción que les permitan pagar las cuentas.
«Estuvimos quince años alquilando. No podíamos plantar ni un árbol y apenas ganábamos para sobrevivir, éramos esclavos. Entre el dueño del campo y el intermediario se nos iba toda la plata. Recién acá comenzamos a progresar, tener nuestro dinero, pudimos alzar la cabeza», afirma Miguel Reyes.
Todos los entrevistados (media docena) remarcan la diferencia enorme entre trabajar para un patrón o alquilar la tierra y, en la vereda de enfrente, ser parte de la Colonia Agroecológica. Todos también señalan que no quieren que les regalen nada, desean pagar la tierra y, al mismo tiempo, reconocen que aún trabajan muchas horas. No tantas como años atrás, pero aún lejos de las ocho horas deseables y a las que aspiran llegar pronto.
La agroecología como bandera
Entre los pilares de la UTT figuran la lucha por la tierra y la agroecología. Toda persona que se acerca a la organización sabe que, como mínimo, debe realizar una transición hacia la producción de alimentos sanos. Según difunde la propia UTT, son unas 22.000 familias con presencia en veinte provincias.
Ser parte de una colonia es un proceso, que incluye participación activa en la organización y proponerse a ser parte de ese tipo de experiencia. Allí comienza un camino interno donde influyen distintos factores, desde conocimientos productivos, estructura familiar (ejemplo, si es un lugar donde hay escuelas cerca) y, claro, nivel de involucramiento con la construcción colectiva.
Tiene sus complejidades. Se trata de algo poco común en estos tiempos: vivir en comunidad, con acuerdos y reglas por consensuar y respetar. Con asambleas para construir reglas y también para superar diferencias de la convivencia. Desde un animal que comió algún cultivo, a un perro que mordió a alguien hasta otro que no respeto un acuerdo de vida comunitaria.
Todos los que llegaron hasta las tierras de Jáuregui sabían que ahí no se podían usar venenos ni transgénicos. Y, casi todos, en sus producciones de antaño eran agricultores «convencionales», donde al agrotóxicos se le llama «remedio» y al fumigar se le dice «curar».
«Cuando producíamos en La Plata nos pedían los cajones de lechuga y había que sacarla en veinte días. Y bue… hay que curarla para que salga, no se respeta el tiempo de carencia (de no aplicación)», recuerda Franz Ramos. Y aporta un dato personal: su esposa falleció de cáncer. Tenía solo 44 años. No duda de que tiene relación con el crecer rodeados de venenos. Y, otra coincidencia entre los entrevistados, todos conocen productores jóvenes que han fallecido por cáncer.
No faltará el negacionista que diga que no hay pruebas de las consecuencias de los agrotóxicos, aunque haya más de mil estudios científicos que dan cuenta del desastre y, sobre todo, hay millones de hectáreas que son, al decir de Andrés Carrasco, un experimento masivo a cielo abierto.
En Jáuregui el cambio en rotundo. Con procesos de transición, con capacitaciones, talleres y trabajos entre muchos y muchas. Y, clave de la agroecología, con prueba y error para cosechar alimentos sanos. «Se suele producir un poco menos que en convencional, pero hay mucho menos gasto de semillas y químicos. Así que siempre ganás más. Con agroecología es todo ganancia, también para la salud. Y, a diferencia de La Plata, acá tenemos libertad, nadie nos manda. Nosotros decidimos», resume Franz Ortega, actual delegado de la colonia.
Agustín Suárez, histórico de UTT y uno de sus voceros nacionales, reconoce que una faltante que tienen es poder sistematizar las producciones. El famoso «cuantificar». Saben que cuentan con rentabilidad —de otra forma no tendrían cada vez más almacenes y hectáreas sembradas— pero no pueden aún poner números precisos. Al menos para difundir hacia afuera de la organización. También saben que las experiencias como las de Jáuregui, o las de Misiones, Mendoza, Córdoba o las bonaerenses Maipú y Tapalqué, son replicables en todos el país. Y lo que falta es decisión política: nacional, provincial y municipal.
Tierra Viva pregunta por qué los gobiernos no apoyan este tipo de iniciativas, experiencias que generan arraigo rural, trabajo y producción de alimentos. Saturnino Gutiérrez, otro de los productores de la colonia, esboza una sonrisa y dispara: «Creo que atienden más a los multinacionales que a los obreros. Los ministerios están para los de dinero, para los sojeros. A nosotros nos tienen olvidados, aunque somos los que cosechamos los alimentos para el pueblo». Señala que, en parte, también es porque el campesinado no tiene representación en el Estado.
Una de las críticas que suele recaer, malintencionada, es que la agroecología no puede abarcar grandes extensiones. Franz Ortega desafía: «Algunos decían que no podíamos con 50 hectáreas y acá pueden ver que pudimos. Que nos den 500 hectáreas y les mostraremos que podemos». Hace un pausa, mira al suelo, levanta la vista y retruca: «Si los políticos no quieren que haya hambre, que den la tierras a los campesinos, que apoyen a las colonias agroecológicas y verán como se logra el hambre cero».
*Este artículo es parte de un proyecto realizado con el apoyo de Fundación Friedrich Ebert. - Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/colonias-agroecologicas-poblar-el-campo-producir-alimentos-y-vida-digna/ - Imagen de portada: Foto: Nicolás Pousthomis