“Debe haber límites para lo que queremos tener”. Entrevista a Ingrid Robeyns
Se dice que el mundo puede ser distinto después de la pandemia. Aquí la economista y filósofa belga Ingrid Robeyns propone un mundo donde la acumulación de la riqueza tenga un límite y donde los súper ricos sean vistos como un problema. No quiere construirlo a punta de impuestos, sino poniendo en discusión cuál es la diferencia aceptable entre el sueldo del gerente y el cajero. Es decir, no busca emparejar la cancha al final del proceso productivo -como hacen los impuestos-, sino hacer que el proceso entero sea parejo. Eso es importante para Robeyns porque una de las cosas que quiere proteger al limitar la acumulación es la democracia: no es posible que esta funcione bien si algunos ganan un millón de veces lo que gana una persona común, explica. Eso pasa en Chile, dicen algunos estudios.
Ingrid Robeyns
La entre vista la realizó Marcela Ramos.
Durante décadas ha dominado la idea de que los súper ricos triunfan porque trabajan duro y son inteligentes. El economista de la Universidad de Harvard Gregory Mankiw lo sintetizó en un artículo de 2013, titulado En defensa del uno por ciento: “el grupo más rico ha hecho una contribución significativa a la economía y en consecuencia se ha llevado una parte importante de las ganancias”. De esa mirada se derivan dos ideas que están muy presentes en la discusión pública: que la riqueza es un premio justo al esfuerzo (de lo que se sigue que el rico se merece su riqueza y los pobres tienen responsabilidad por su situación); y que el rico es un actor valioso para nuestra sociedad, porque estos “altamente educados y excepcionalmente talentosos individuos”, como los describe Mankiw, generan su propio bienestar y el del resto.
Tras la crisis financiera de 2008 esas ideas han sido puestas en duda. Investigaciones en el área de la educación han mostrado que los ricos no son excepcionalmente inteligentes sino, más bien, personas normales que por el azar de nacer en familias adineradas, accedieron a una educación que les garantizó pertenecer al 10% de más altos ingresos;otros autores no solo cuestionan el “excepcional” talento del rico, sino también la calidad de la educación que reciben, afirmando que lo que realmente aprenden en la escuelas de elite es a comportarse como privilegiados: interiorizan los gustos, las maneras y los contactos que permiten ser reconocidos como parte de un club. Es decir, aprenden a “encarnar” el privilegio (ver entrevista al sociólogo de Columbia Shamus Khan, en CIPER). En otras palabras, no serían personas de inteligencia sobresaliente o muy bien preparadas, sino seres normales con una excepcionalmente buena red de contactos.
Otra importante fuente de cuestionamiento viene de las investigaciones que examinan la forma en que se genera esa riqueza que termina en sus manos en forma creciente. La economista Mariana Mazzucato ha mostrado que incluso en las áreas tecnológicas, donde domina la idea del ingeniero genio haciendo maravillas en su garaje, el financiamiento del Estado ha sido el actor central (Apple, dice Mazzucato, le puso diseño “cool” a tecnología que se generó en programas financiados por el Estado norteamericano para ganar la Guerra Fría).
En el caso chileno, la idea de que estas fortunas se han construido a partir de una dura competencia, fue puesta en duda por Ben Ross Schneider, que describe un capitalismo jerárquico manejado por pocas familias. El descubrimiento de cuán frecuente han sido las colusiones (ver columna de Claudio Fuentes), ha hecho que la idea del rico como el triunfador de una competencia justa sea cada vez más difícil de aceptar. Paralelamente, una serie de trabajos han mostrado cómo los más ricos usan su dinero para que la democracia funcione de acuerdo a sus intereses y les dé más dinero: cómo usan el lobby y los contactos para pagar pocos impuestos (ver Tasha Fairield, Carlos Scartascini y Martín Ardanaz, o Francisco Saffie); como financian ilegalmente la política y consiguen leyes hechas a la medida de sus intereses. En una entrevista con CIPER, la economista Andrea Repetto destaca también cómo los más ricos logra manejar el debate público, fijando los estándares de qué es razonable y qué es inaceptable: “Si tienes mucho dinero puedes comprar muchas cosas, entre otras, thinks tanks, medios y académicos”, dijo.
Para enfrentar algunos de estos problemas las sociedades modernas intentan generan regulaciones que ponen cortafuegos entre la política y la riqueza y aumentan la fiscalización. La economista y filósofa belga Ingrid Robeyns dice que esos cortafuegos no han funcionado ni funcionarán porque las grandes fortunas son un poder demasiado grande para las democracias. Sostiene que la extrema riqueza no genera problemas, sino que “es” el problema.
Antes de seguir hay que aclarar que Robeyns no es marxista. Tampoco envidia a los ricos. Si hay que ubicarla en algún lugar, tal vez el más adecuado sea la economía del bienestar, una propuesta de nuevo sistema económico que plantea que el modelo actual es insostenible ecológicamente e injusto; y que propone nuevos indicadores para evaluar y pensar el desarrollo. En lugar de poner el énfasis en el crecimiento económico, sus principales preocupaciones son el bienestar de las personas y el desarrollo sustentable.
Robeyns es doctora en Economía en la Universidad de Cambridge y hoy hace investigación en el área de la Filosofía. Trabaja en el instituto de Ética de la Universidad de Ultrecht, Holanda. Es la investigadora principal de “The Fair Limits project” (Límites Justos), un proyecto financiado por el Consejo Europeo de Investigación con 2 millones de Euros para problematizar las formas actuales de distribución de recursos económicos y ecológicos.
Un paper de 2017 titulado “Tener demasiado” resume bien sus ideas. Su planteamiento central es que, en el mundo real, el cielo no puede ser el límite. En el mundo real con democracias que requieren equilibrios de poder y con recursos naturales sobreexplotados, el límite tiene que estar mucho antes. Así como hay una línea de la pobreza bajo la cual nadie debiera estar, Robeyns propone una línea máxima de riqueza.
La teoría de Robeyns se denomina “limitarianismo” y arranca de un esfuerzo por pensar cómo repartir los recursos escasos de una manera ética y justa, para proteger la igualdad en política y enfrentar los desafíos que impone el cambio climático y la pobreza. No entiende la riqueza como algo negativo; pero sí su acumulación excesiva, es decir la codicia. Robeyns no es la primera que dispara contra la acumulación sin límite. Pero probablemente es una de las que más ha avanzado en desarrollar estas ideas en el contexto actual.
En Chile, los economistas Ramón López y Gino Sturla, usando datos de CreditSuisse y el Boston ConsultingGroup, identificaron 140 súper ricos (que suman un patrimonio total US$150.000 millones) y 5.700 ricos, cada uno con un patrimonio de entre US$ 5 y US$ 100 millones.
-¿Cuál debiese ser el límite de la riqueza?
-El límite debe definirlo cada sociedad a través de sus procesos políticos. Pero la idea es preguntarse qué necesitamos para alcanzar una vida plena en términos de acceso a salud, educación, transporte, alimentación. En el caso de Holanda, en conjunto con sociólogos económicos, evaluamos si la idea de establecer un límite a la riqueza le hacía sentido a las personas, si la entendían. En una encuesta representativa de la población total, encontramos que un 96,5% de los holandeses piensa que debe haber un límite a la cantidad de dinero que una persona debe tener. Esa cantidad está vincula con un determinado estándar de vida. Las personas piensan que pasado ese nivel, el dinero no contribuye a la prosperidad [1] a la calidad de vida. El cálculo que hicimos para Holanda fijó la línea de la riqueza entre 2 y 3 millones de euros para las familias (entre $1.700 y $ 2.700 millones). Actualmente un equipo liderado por Tania Burchard de la London School of Economics está investigando una línea de riqueza para Inglaterra.
Sin embargo, me parece que más importante que fijar un límite ahora, es avanzar en contestar la pregunta: ¿debe el cielo ser el límite? Lo que me interesa es promover una discusión sobre las razones por las cuales el cielo no debe seguir siendo el límite, y por qué debemos imponernos límites más bajos.
-¿Por qué es un problema “tener demasiado”?
-Cuando vives dentro del marco ideológico del Neoliberalismo parece equivocado pensar que algunos tienen demasiado. Ello más bien puede significar que eres envidioso. El limitarianismo cuestiona esa mirada y considera que tener demasiado es problemático por distintas razones. En primer lugar, la investigación académica sobre concentración de riqueza en Estados Unidos y también en economías mixtas como Holanda, muestra que los súper ricos manipulan o influyen en el sistema político para que las reglas los favorezcan. Su fortuna entonces puede ser resultado de la elusión tributaria o de que contrataron lobistas para tener leyes favorables y por lo tanto tener muchas más ganancias que la mayoría de las personas. Esto es lo que hemos visto.
Frente a esto la gente contra-argumenta que súper ricos como Bill Gates hacen donaciones y filantropía. Pero esa es una forma equivocada de analizar las cosas, porque la pregunta debiera ser ¿cómo llegaron a tener tanto? En un mundo justo, todos aquellos que son súper millonarios no podrían serlo. Si llegaron a acumular tal nivel de riqueza es porque torcieron la ley, o porque esa riqueza fue resultado de procesos de colonialismo, explotación de mano de obra u otras razones.
-¿No es posible una extrema riqueza bien obtenida?
El caso más complejo para discutir es el de aquella persona que se vuelve rica en un contexto de mercado, pero que lo hace, por ejemplo, produciendo música y bajando sus costos de distribución y difusión casi a cero. En ese caso, me podrías decir que no hay problema, pues esta persona está acumulando riqueza no como consecuencia de su poder sino de su talento y no explota a sus trabajadores, sino que está siendo muy eficiente y obteniendo todas las ganancias posibles. Esta persona entonces se hace rica en un proceso que es política y moralmente correcto. No podemos objetar su riqueza a nivel de procesos, pero desde una perspectiva de resultados podemos argumentar contra su nivel de acumulación. Es decir, aún en los casos en que se trata de una gran fortuna acumulada de manera limpia, igualmente tener mucho dinero permite influir en la política de diversas formas: puedes financiar un partido, influir en la agenda política, contratar lobistas. Políticamente entonces es un problema. Y esa es otra razón por la cual no debiésemos permitir que las desigualdades sean tan grandes en contextos democráticos.
-Una desigualdad muy visible hoy es la diferencia de salarios. La economía ha justificado por años esas diferencias en razón de la productividad ¿Es esa una explicación plausible?
-Los modelos económicos asumen que los salarios reflejan la productividad. Pero eso es un supuesto. En las grandes empresas los salarios altos no son definidos sobre la base de la relación oferta/demanda en el mercado laboral, sino que los definen los directorios. Es decir, son definidos por amigos para otros miembros de la elite. La idea de que los sueldos reflejan la productividad marginal es un supuesto que funciona como un dato empírico hasta cierto nivel. Pasado cierto límite, lo que muestran esos salarios es colusión entre los individuos. Por supuesto podemos encontrar ejemplos donde las diferencias salariales se justifican por las diferentes características y tipos de empleos. Pero eso es sobre todo un supuesto teórico. Y tenemos muchos casos para mostrar que eso no es verdad. La crisis financiera de 2008, por ejemplo, mostró que algunos bancos hacían un trabajo de muy mala calidad. Si fuese verdad que el salario está de acuerdo al nivel de productividad, algunos de los gerentes de esos bancos no debieron haber recibido más sus pagos, pero aún están en el grupo de los mejor pagados.
-¿Cuál es la explicación entonces para estas enormes brechas salariales? En Chile un estudio del economista Ramón López mostró que cada uno de los cinco hombres más ricos de Chile en 2011 ganaba lo mismo que un millón de chilenos. Uno se pregunta cómo se puede trabajar más duro o ser más productivo que un millón de personas.
-Una de las características del Neoliberalismo es que pone mucha presión sobre las responsabilidades individuales. Las personas deben felicitarse por sus triunfos pero también son los responsables de sus fracasos. Pero hay otras perspectivas que hemos empezado a discutir en la filosofía política contemporánea, y que plantean que un componente central del éxito es resultado de la suerte. Entonces tus talentos, la salud que tienes, la familia y el país en que naciste, todo eso es resultado de la suerte, y eso significa que tenemos que ser mucho más modestos a la hora de felicitarnos por nuestros éxitos. Esto por supuesto cuestiona la posición de aquellos que se consideran con el derecho moral de tener salarios altos y fortunas. Estas personas dicen ‘yo me merezco esto’, pero la perspectiva correcta sobre lo que nos merecemos es más bien que buena parte de nuestro éxito económico es suerte o es resultado de un contexto construido por otros y sobre el cual podemos sacar algunas ventajas. Si tomamos en cuenta que buena parte de lo que somos es resultado del azar, del lugar donde nacimos, de nuestra salud, no debiese ser tan simple mirarse al espejo y decir ‘bueno, está muy bien que yo gane lo mismo que un millón de mis conciudadanos”.
Robeyns empezó a pensar en el limitarianismo en 2012, cuando la discusión sobre desigualdad en economía se alimentaba de investigación sobre la pobreza, buscando entender en lo que hacían y no hacían los pobres, las causas de su situación.
“Insistentemente me preguntaba por que no estábamos estudiando a los ricos. Al comenzar las discusiones sobre el limitarianismo, recuerdo que en las primeras conversaciones con mis colegas del instituto de Filosofía y Economía en Amsterdam, la reacción de ellos era reírse. Me preguntaban, “¿qué quieres hacer? ¿quieres disparar a los ricos?” Para ellos era muy difícil pensar que este tema podía investigarse. La gran diferencia la hizo la publicación del libro “El capital en el siglo XXI” de Thomas Pyketty, porque allí mostró que estábamos volviendo a una época de aumento sostenido de la desigualdad. Hasta entonces, teníamos la idea de que las tasas de desigualdad del siglo XIX, las más altas en la historia, eran una cosa del pasado, y que vivíamos en un contexto de igualdad de oportunidades. Pero Piketty mostró que eso no era verdad. Ese libro vino a cambiar el juego, a patear el tablero”.
Robeyns dejó la economía porque la forma dominante de entender el mundo en esa disciplina –matemática y estilizada- no le permitía hacer preguntas sobre el poder.
-Y en el mundo real, si actúas como si el poder no existiese, no puedes entender lo que está pasando. Lo que no considera la economía es que en el mundo real las personas poderosas tienen los números celulares de los Presidentes. Si quieren algo, simplemente llaman por teléfono y ejercen presión. En el caso de los ciudadanos comunes y corrientes, podemos pedir una reunión con el Primer Ministro, pero no tenemos su número de teléfono. En Holanda, un país que lo ha hecho bastante bien en temas de corrupción y transparencia, puedes encontrar ejemplos recientes sobre cómo las grandes empresas influyen en la política a través de formas que las personas comunes y corrientes no pueden. Eso es porque son poderosos, porque el dinero da poder. Además hay que tomar en cuenta que la economía, que es la que prepara gente para implementar políticas neoliberales, es una disciplina fundamentalmente tecnocrática. Les gusta pensar que el conocimiento está libre de valores e ideología. Esa es la razón por la cual yo dejé la economía como disciplina de estudio, porque no reconocen el punto de vista normativo que adoptan frente a este tipo de problemas.
-¿Cree que esta falta de consideración y problematización de la concentración de la riqueza es responsabilidad de los economistas y el tipo de modelo que han sustentado?
-En este tema creo que hay cosas que nos deben preocupar y otras que nos deben hacer sentir optimistas. El lado preocupante es cuando ocurren cosas como las siguientes. Cuando Tomas Piketty publicó su primer libro, El Capital en el Siglo XXI, muchos economistas dijeron ‘bueno, esto es historia económica’. De hecho, Debra Satz, entonces directora del Centro de Ética para la Sociedad de la Universidad de Stanford, me contó que, cuando ellos lo invitaron a Piketty a presentar su libro, los economistas no asistieron. Piensan que el libro es muy político y eso los pone nerviosos; porque lo que Pikkety muestra es que el emperador está desnudo, lo que es algo muy desestabilizador para los economistas. Esto da cuenta lo profundamente problemática que la disciplina económica puede ser. En el lado optimista, hay que reconocer que hay muchos economistas en posiciones de poder, como Dani Rodrik y Paul Krugman, que han comenzado a cuestionar las ideas dominantes. Hace unas semanas Rodrik publicó una columna donde decía que la opción por la globalización era eso, una opción; y que podemos elegir otro tipo de acuerdos de comercio internacional que pongan la salud y el cambio climático en el centro de las preocupaciones. Esto muestra que un economista que es respetado por sus pares, reconoce que hay opciones y que éstas no están libres de valores. Lo que es frustrante para los filósofos de las ciencias, los filósofos políticos y quienes nos dedicamos a la ética, es que por muchos años hemos mostrado en detalle que la economía no puede estar libre de valores y que el razonamiento económico tiene incorporadas decisiones éticas e ideológicas. Pero la economía se pone un escudo frente a otras disciplinas. Yo creo que un tema importante, pensando en el futuro, es que la economía no sea enseñada solo por economistas, sino por historiadores, filósofos políticos, sociólogos. No hay que dejar la economía a los economistas, eso es crucial. Una vez que ésta disciplina se abra, vamos a poder tener conversaciones nuevas, diferentes.
Si hemos crecido en un contexto en el que tener dinero significa éxito y poder, y nos felicitamos por nuestros resultados, ¿de qué manera podemos movernos a otras formas de pensar y a otros valores?
-Yo creo que tenemos que elaborar contra-narrativas. El limitarianismo es una de ellas. Está la red de economistas por el bienestar y el Centro para el Estudio de la Prosperidad Sustentable, que propone dar una mirada ecológica al desarrollo y cuyo modelo plantea también que la economía debe estar al servicio de las personas. La economista Mariana Mazucatto de UCL también ha desarrollado una contra-narrativa, al plantear que buena parte de la innovación más determinante ha sido resultado de la inversión estatal. Entonces si pones sobre la mesa todas estas contra-narrativas puedes ver que está emergiendo una perspectiva alternativa al Neoliberalismo. También creo que hay cada vez más voces que se dan cuenta de que el Neoliberalismo nos falló. Antes que el coronavirus, la crisis climática es el ejemplo más claro de que, aún cuando estamos ganando mucha plata, eso es a costa de destruir nuestro planeta. O sea, no es un modelo económico bueno.
-¿Tiene usted ejemplos donde se estén efectivamente impulsando otro tipo de políticas y no sea solo teoría?
-Tengo dos ejemplos. Hay una ley en Holanda que establece un límite a los ingresos de los directivos de las instituciones públicas. Entonces, si eres el rector de una universidad, no puedes ganar más que el salario que recibe el Primer Ministro. Ese es un ejemplo de una política limitarianista, aunque tiene la limitación que solo se aplica al sector público. Otro ejemplo ocurrió recientemente, cuando comenzó la crisis del coronavirus: la primera compañía que pidió apoyo gubernamental en Holanda fue la aerolínea KLM. Pocas semanas después, se publicó que los directores de esta empresa habían pedido un aumento en el monto de los bonos que iban a recibir, los cuales constituyen una parte importante de sus ingresos. Se generó una crítica pública muy fuerte contra KLM, por lo que la empresa negó la solicitud hecha por los directores. En 2008, a propósito de la crisis financiera, vivimos una situación similar. Entonces nos enteramos por la prensa que, un año después de recibir un salvataje gubernamental, el dueño de un banco estaba solicitando aumentar el monto de compensación que le iba a pagar a uno de sus directivos. Esto generó mucha rabia, por lo que el banco retiró la propuesta y su máximo directivo reconoció en una entrevista que no se había dado cuenta lo sensible que eran estos temas para la sociedad. Estos ejemplos dan cuenta también de otro problema: que en general los ricos y las elites viven en un mundo aparte, en su burbuja; y lo que les tiene que quedar claro es que, aun cuando crean que se merecen esos sueldos y paquetes de compensación, desde una perspectiva de bien común e interés público, no es justificable.
Hay cada vez más voces en esta línea. Por ejemplo en Estados Unidos hay un grupo que se denomina millonarios patrióticos y su líder, que es una de las dueñas de Disney, plantea que deben pagar más impuestos. Estos ejemplos muestran que hay voces entre los super ricos que se dan cuenta que esto es ridículo. Me parece que hay mucho debate sobre hasta qué punto pueden aumentar las desigualdades. Y estos llamados tienen en común el buscar establecer límites.
-¿El limitarianismo implica aumentar la tasa de impuestos a los súper ricos?
-En Filosofía pero también en otras disciplinas dividimos el espacio posible de aplicación de estas políticas en dos áreas: pre-distribución y redistribución. El primero se refiere al diseño y características de instituciones económicas del mercado laboral, como el salario mínimo o el salario máximo, si es que hay; el poder de negociación que tienen los trabajadores al interior de una empresa. Es posible tratar de limitar la desigualdad en este espacio, poniendo en marcha medidas para adecuar el mercado laboral; o puedes optar por dejar al mercado en su estado salvaje y usar, entonces, en el espacio de la redistribución, instrumentos fiscales como los impuestos. Creo que es mejor adaptar las instituciones del mercado en el espacio productivo, pre-distributivo, por dos razones. Primero, porque allí puedes tener discusiones fundamentales para la sociedad. Por ejemplo, cómo divides entre directivos y trabajadores los resultados productivos de una compañía. O la fijación del salario mínimo; o cuán democrática es la relación entre trabajadores y dueños. Segundo, porque al aplicar impuestos lo que se busca es corregir las desigualdades en la fase económica de la post-producción. Y los capitales globales son fluidos, se mueven por el mundo, lo que hace más fácil para los súper ricos eludir impuestos. Además existen razones sicológicas. Hay más resistencia a pagar impuestos si tuviste la plata y por lo tanto sientes que es tuya. La idea entonces es usar las instituciones económicas para evitar que las brechas aumenten antes de las etapas de producción, lo que puede ayudar a poner el foco en un espacio concreto de medidas.
-En este espacio de medidas pre-distribución ¿podría situarse también la implementación de un ingreso básico universal?
-Ciertamente es una medida que dialoga con estas narrativas alternativas en relación a la economía y el contrato social, entendiendo esto último como el conjunto de reglas a través de las cuales decidimos organizar nuestra sociedad. Pero hay una gran diferencia: el ingreso básico es un ingreso incondicional que se da a todas las personas mensualmente. El monto depende de decisiones a nivel nacional, algunos dicen que debe ser el monto de la línea de pobreza, pero hay literatura académica que muestra que esto no es sostenible, por lo que debiese ser más bajo. Pero lo que es importante es que el ingreso básico universal puede ser financiado de múltiples maneras. Puedes financiarlo aplicando impuestos a los ingresos, a los altos sueldos, impuestos ecológicos. A la perspectiva limitarianista lo que le preocupa es de dónde pueden salir los recursos para financiar ese tipo de medidas; pues el eje está puesto en reducir las desigualdades aplicando medidas en la parte alta de la distribución.
La acumulación sin límites es un asunto que ningún tipo de gobierno parece haber resuelto en la historia. Así lo sugiere el cientista político Jeffrey Winters en su libro Oligarquía, quien nota que desde la antigüedad la enorme riqueza personal “ha logrado construirse ideológicamente como algo injusto de corregir, a pesar de los significativos avances que han hecho retroceder otras fuentes de injusticia en los recientes siglos”. Winters argumenta que dictaduras, monarquías, sociedades agrarias y sociedades postindustriales, coinciden en que es un error forzar una radical distribución de la riqueza. “No ha ocurrido lo mismo con la forma en que se juzga la esclavitud, la exclusión racial o el dominio de género”, afirma.
Winters explica que la democracia tampoco ha logrado enfrentar ese problema, pese a que “la riqueza extrema en manos de una pequeña minoría crea ventajas de poder significativas en el terreno político, incluso en las democracias. Sostener lo contrario es ignorar siglos de análisis político explorando la íntima relación entre riqueza y poder”, concluye.
Robeyns cree que para avanzar en este problema hay que revisar los supuestos que ponen la libertad económica de los individuos en el centro de la economía. Para ella, la pregunta que hay que hacer es ¿por qué tenemos que dar por sentado que las personas tienen el derecho a acumular riqueza?
-Es la ideología del Neoliberalismo la que nos ha convencido que hay un derecho infinito a acumular. Hace mucho tiempo también se aceptaba como derecho el tener esclavos y en un momento de la historia la mayoría de los norteamericanos no cuestionaron el ser dueños de otras personas. Visto desde hoy, sin embargo, pensamos que esto es moralmente repulsivo. Desde una perspectiva económica, pienso que la línea de la riqueza no debe ser muy baja, para no poner límites a la actividad empresarial; pero también considero que las personas deben imponerse a sí mismas estos límites para vivir una vida más virtuosa y tener menos desigualdad global. Está muy bien que las personas quieran tener más, pero rechazo de base la idea de que tenemos un derecho infinito a acumular riqueza.
Creo que el tema central hoy es clarificar la relación entre los individuos y la economía. La ideología neoliberal tiene como valor central la libertad económica de los individuos y su foco es que las personas puedan ejercer esa libertad. Pero hay otros modelos.
-¿Cuáles?
-Por ejemplo, el de la economía del bienestar, que no pone en el centro la libertad económica sino a las personas y los valores públicos. Hoy este modelo está presente en Nueva Zelanda, Escocia, Costa Rica, Islandia y hay gente investigándolo y dirigentes políticos que lo apoyan. Yo diría que el país que más ha avanzado es Nueva Zelanda, que identificó el bienestar de los individuos como una meta central de sus políticas y diseñó su presupuesto económico en función de nuevos indicadores. En la economía del bienestar se pone al centro la equidad, el desarrollo ecológico sustentable, la justicia económica. En ese contexto, medidas limitarianistas como poner un límite a la riqueza son justificables, porque no se trata de la libertad económica individual sino de la calidad de vida y otros valores. Entonces la discusión de fondo es sobre el objetivo de la economía. En un modelo neoliberal las personas sirven a la economía. En el modelo de la economía del bienestar, es la economía la que está al servicio de las personas.
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/debe-haber-limites-para-lo-que-queremos-tener-entrevista-a-ingrid-robeyns