«Olvídense de la transición energética: nunca ha habido y nunca habrá»
A primera vista, nadie está esperando a un historiador francés que reste importancia a la idea de una transición energética, menos en un momento de crisis medioambiental. Pero Fressoz quiere, sobre todo, corregir falsedades históricas y revelar verdades incómodas. “A pesar de todas las innovaciones tecnológicas del siglo XX, el uso de todas las materias primas ha aumentado. El mundo quema ahora más madera y carbón que nunca.”
Por Bart Grugeon Plana, Jorrit Smit
En su último libro, Sans Transition (More and more and more en inglés), el historiador de ciencia, tecnología y medio ambiente describe el mundo moderno en toda su voraz realidad y explica por qué nunca ha habido una transición energética. El término «transición» que ha entrado en circulación tiene poco que ver con la rápida y radical conversión de la economía fósil que es necesaria para cumplir los objetivos climáticos.
En Francia, Jean-Baptiste Fressoz lleva tiempo provocando el debate sobre la energía y el clima. Denuncia la obsesión por las soluciones tecnológicas al cambio climático y aboga por una reducción del uso de materias primas y energía.
En la portada de la edición francesa se lee en mayúsculas «la transición energética no se va a producir». ¿Por qué se opone con tanta firmeza a esta narrativa?
Estamos reduciendo la intensidad de carbono de la economía, pero eso no es una transición. Se oye muy a menudo que sólo tenemos que organizar «una nueva revolución industrial», como ha dicho recientemente el enviado estadounidense para el clima, John Kerry. No se puede tomar en serio este tipo de analogía histórica, es realmente estúpido.
La idea de una transición energética es en realidad una forma muy extraña de pensar en el futuro, como si fuéramos a transformar de un sistema energético a otro en un periodo de 30 años, dejando de emitir CO2. Si parece creíble, es porque no entendemos la historia de la energía.
Pero, ¿no ha ocurrido esto en el pasado? ¿No pasamos de una economía rural que funcionaba con madera a una sociedad industrial con el carbón como gran motor?
Este es un ejemplo de los muchos conceptos erróneos de la historia de la energía. En el siglo XIX, Gran Bretaña utilizaba anualmente más madera sólo para apuntalar los pozos de las minas de carbón que lo que la economía británica consumía como combustible durante el siglo XVIII.
Por supuesto, es cierto que el carbón era muy importante para la nueva economía industrial de 1900, pero no se puede imaginar eso como si una fuente de energía sustituyera a otra. Sin madera, no habría carbón y, por tanto, tampoco acero ni ferrocarril. Así que las distintas fuentes de energía, materiales y tecnologías son muy interdependientes y todo se expande conjuntamente.
Así que la afirmación de que el petróleo sustituyó al carbón en el siglo pasado, ¿tampoco la comparte?
Una vez más, el petróleo adquirió mucha importancia, pero no se trata de una transición. ¿Para qué se usa el petróleo? Para conducir un coche. Fíjate en el primer coche de Ford de los años treinta. Aunque funcionaba con combustible, estaba hecho de acero, y eso requería siete toneladas de carbón. ¡Eso es más de lo que el coche consumiría en petróleo a lo largo de su vida útil! Hoy no es diferente: si compras un coche de la China, sigue necesitando unas tres toneladas de carbón.
También hay que tener en cuenta la infraestructura de autopistas y puentes, los mayores consumidores de acero y cemento del mundo, que depende igualmente del carbón. Las plataformas petrolíferas y los oleoductos también utilizan grandes cantidades de acero. Así que detrás de la tecnología de un coche hay tanto petróleo como carbón.
Usted propone abordar la energía y el problema climático sin la idea de «transición». ¿Cómo hacerlo?
Centrándose en los flujos de materiales. Entonces se ve que, a pesar de toda la innovación tecnológica del siglo XX, el uso de todas las materias primas ha aumentado (excluyendo la lana y el amianto). Así pues, la modernización no consiste en que «lo nuevo» sustituya a «lo viejo», ni en la competencia entre fuentes de energía, sino en su crecimiento continuo y su entrelazamiento. Yo lo llamo «expansión simbiótica».
¿Qué significa esta idea de expansión simbiótica de todos los materias primas para el actual debate sobre la transición energética?
La transición energética es un eslogan que deriva su legitimidad de una falsa representación de la historia. Las revoluciones industriales no son en absoluto transiciones energéticas, sino una expansión masiva de todo tipo de materias primas y fuentes de energía.
Además, la palabra transición energética tiene su principal origen en los debates políticos de los años setenta tras la crisis del petróleo. Pero en ellos no se hablaba de medio ambiente ni de clima, sino sólo de autonomía energética o de independencia de otros países. Científicamente, es un escándalo aplicar luego este concepto al problema climático, mucho más complejo.
Así que cuando buscamos soluciones a la crisis climática y queremos reducir las emisiones de CO2, es mejor no hablar de transición. Es mejor fijarse en el desarrollo de las materias primas en términos absolutos y en sus interacciones e interdependencias. Esto también nos evitará sobrestimar la importancia de la tecnología y la innovación .
¿ La innovación no ha permitido grandes avances tecnológicos? ¿ No puede tener un papel clave para adaptarnos a la crisis climática?
Sí, han aparecido numerosas tecnologías nuevas que a veces han dejado obsoletas a las anteriores, pero eso es independiente de la evolución de las materias primas. Tomemos como ejemplo la iluminación. Las lámparas de petróleo se utilizaban masivamente hacia 1900, antes de ser sustituidas por bombillas eléctricas. Sin embargo, hoy utilizamos mucho más petróleo para la iluminación artificial que entonces: para encender los faros de los muchos millones de coches.
Así que, a pesar de los impresionantes avances tecnológicos, la cuestión central de los problemas ecológicos sigue siendo: las materias primas, que nunca quedan obsoletas. Hablamos con ligereza de soluciones tecnológicas a los problemas climáticos, y eso también pasa en los informes del Grupo de Trabajo 3 del IPCC.
¿No confía entonces en el IPCC como máxima autoridad científica en materia climática?
Permítame ser claro, ciertamente confío en los científicos del clima de los grupos 1 y 2 del IPCC, pero soy muy crítico con el tercer grupo de trabajo que se pronuncia sobre las soluciones a la crisis climática. Están obsesionados con la tecnología. También hay buenos elementos en su trabajo, pero en su último informe se refieren constantemente a nuevas tecnologías que aún no existen o que están sobrevaloradas, como el hidrógeno, la captura y almacenamiento de carbono y la bioenergía (BECCS).
También llama la atención la influencia de la industria fósil. Todo esto es problemático y se remonta a la historia de esta institución. Estados Unidos ha estado presionando para «jugar la carta de la tecnología» desde el principio, en 1992. En esencia, se trata de una táctica dilatoria que aleja la atención de cuestiones como la disminución del consumo energético, que no interesa a los grandes emisores como Estados Unidos.
¿Qué escenarios elaborados existen que no se centren en la tecnología?
Solo en 2022, el informe del Grupo de Trabajo 3 del IPCC hablaba de «suficiencia», el concepto de reducir las emisiones simplemente consumiendo menos. Me asombra que haya tan poca investigación al respecto. Sin embargo, es una de las cuestiones centrales que deberíamos plantearnos, en lugar de esperar que una tecnología lejana lo resuelva todo en el futuro.
Los economistas dicen lo que es aceptable para los que están en el poder porque es la única manera de ser escuchados e influyentes, así de simple. Por eso el debate en los principales medios de comunicación se limita a: «la transición energética está en marcha, pero debe ir más rápido».
La narrativa de la transición es la ideología del capitalismo del siglo XXI. Les viene muy bien a las grandes empresas y a los inversores. Les convierte en parte de la solución e incluso en un faro de esperanza, aunque sean corresponsables de la crisis climática. Sin embargo, es sorprendente que los expertos y los científicos no sean más críticos con este lavado de imágen verde.
¿Le dan esperanza los litigios contra gigantes fósiles como Shell y Exxon?
Creo que es demasiado simplista considerarlos como los únicos malos. Por supuesto que Exxon y otras petroleras tienen una gran responsabilidad y que han sido deshonestos en el pasado. Pero esas empresas satisfacen al mismo tiempo la demanda de muchas otras industrias que necesitan el petróleo y de ellos hablamos mucho menos, desde la industria cárnica hasta la aviación.
Al final, es inevitable tomar en serio una reducción absoluta del uso de materias primas y energía, y esto significa hablar de decrecimiento y economía circular. Es una conclusión lógica de mi investigación, sin ser yo el experto en ello.
El decrecimiento aún no es un mensaje fácil políticamente. ¿Cómo puede cambiar?
No ofrezco “soluciones” en mi libro, ya que no creo en utopías verdes. Tenemos que reconocer que muchas tecnologías no pueden prescindir en la práctica de las emisiones de CO2 de aquí a 2050, como el cemento, el acero, los plásticos y también la agricultura. Sencillamente, no vamos a cumplir los objetivos climáticos.
Pero una vez asumido esto, la cuestión a resolver más bien es: ¿qué hacer entonces con el CO2 que todavía vamos a emitir? ¿Qué emisiones son realmente necesarias y preferibles a nivel social? Si los economistas investigan estas preguntas, podemos abrir un debate democrático al respecto, y tomar decisiones políticas. ¿Otro rascacielos en Nueva York o una red de abastecimiento de agua en una ciudad del Sur Global?
Fuente: Fuentes: Rebelión
Jean-Baptiste Fressoz es profesor de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París (EHESS), fue profesor en el Imperial College de Londres. Colaborador habitual de Le Monde, es autor de ·L’Apocalypse joyeuse : Une histoire du risque technologique”, (Seuil)es y “Sans Transition. Une Nouvelle Histoire de L’énergie”.
Bart Grugeon Plana, periodista Climate Arena
Jorrit Smit, investigador. Universidad de Leiden