No hay que reiniciar la política climática, simplemente hay que mejorarla
"Decir que tenemos que optar por un reinicio climático pragmático transmite la idea de que vamos demasiado deprisa cuando la realidad es exactamente la contraria", señala el experto en energía Pedro Fresco en respuesta a unos artículos del analista estadounidense Michael Liebreich uno de los grandes gurús de la transición energética a nivel mundial. Es el fundador de lo que hoy es Bloomberg New Energy Finance (BNEF), probablemente la empresa de prospectiva en transición energética más prestigiosa del mundo. Estas últimas semanas ha escrito dos artículos interesantes, uno a finales de julio y otro publicado el 11 de septiembre, en los que pide un «reinicio climático pragmático«. En el primer texto, critica las peticiones de «reinicio climático» de Tony Blair y muestra una visión relativamente optimista sobre la transición energética. En el segundo, y después de relatar lo que identifica como el discurso climático actual, acaba pidiendo un reinicio climático bajo su personal visión que llama «pragmática».
Pedro Fresco
Creo que Liebreich dice muchas cosas acertadas en estos artículos, pero también se equivoca en otras y, sobre todo, erra en el enfoque y la dialéctica. No soy muy amigo de las peleas semánticas, pero está claro que el uso de determinados términos y conceptos no es neutral, define formas de pensar, antagonismos que se quieren destacar y tiene efectos en la opinión pública y en los debates sociales actuales. Michael se equivoca en algunas cosas en el fondo y en bastantes en la forma, y por eso escribo esta réplica.
Liebreich es una persona de ideología más bien conservadora y de convicciones marcadamente promercado, por lo que representa una parte del espectro político que necesariamente debe estar dentro del bloque que defienda la acción climática si queremos tener éxito. Permítanme que insista en este punto: si alguien piensa que la acción climática se ganará sin centristas o conservadores en sus filas, se equivoca. De hecho, Michael lo indica en su segundo artículo y es una de las muchas cosas que dice que son certeras.
No solo acierta en eso, también en muchas otras, como que la descarbonización completa del planeta no se va a dar para 2050, los combustibles sintéticos para coches son una absurdez, la electricidad debe ser barata para poder electrificar, mezclar hidrógeno en las redes de gas es una estupidez y no hay que obsesionarse con el 100% renovable en la red eléctrica. Hay más cosas que comparto, pero creo que vale como ejemplo de que mi réplica no va destinada al grueso de medidas listadas.
¿Dónde está el problema? En la idea y en la narrativa. Cuando Michael habla de «reiniciar» ataca a determinados discursos y políticas que no le gustan y, con ello, parece querer provocar una ruptura de consensos o estrategias que no solo no es necesario romper para plantear los cambios que él plantea, sino que resulta muy peligroso romper.
Voy a destacar algunas cuestiones que considero muy problemáticas. La primera es su crítica frontal al objetivo de 1,5 ºC y, en esencia, el querer sustituirlo por los 2 ºC. Michael tira de relato histórico, atacando a grupos activistas y deslizando peligros que, sencillamente, no están sucediendo de forma relevante. Cuando escribí mi libro El Nuevo Orden Verde (en 2019) ya indiqué que el objetivo de 1,5 ºC iba a ser muy difícil de cumplir. A mi no me tiene que convencer nadie de que el camino a 1,5 ºC no es viable, pero de ahí a dar un salto a los 2ºC hay un trecho.
El Acuerdo de París fue conscientemente ambiguo en su objetivo (muy por debajo de los 2 ºC respecto a niveles preindustrialesW) porque necesitaba imprimir urgencia a lo que allí se estaba tratando. Si se hubiese acordado simplemente «por debajo 2ºC» se hubiese corrido el riesgo de que se viese como algo lejano para lo que ya se tomarían medidas en el futuro. Parte del éxito de París es que el objetivo deseado de 1,5 ºC nos ponía delante de los ojos cosas que no podíamos cumplir, pero que nos hacían entender la urgencia de avanzar rápidamente para no perder también el tren de los 2ºC.
Entre 1,5 y 2 ºC hay mucha diferencia y, sin querer abusar de tópicos, cada décima de grado cuenta. Esa horquilla es importante porque si nos quedamos en 1,8 ºC será sustancialmente mejor que 1,99ºC. Y, en este momento, 2 ºC no es el objetivo mas ambicioso que podemos permitirnos. Esto no es fácil de explicar a la opinión pública, pero por esa misma razón es bastante razonable que se mantenga la estructura original de París con ese «muy por debajo de 2 ºC». Aspiremos a 1,7, o a 1,8 ºC, pero no tiremos medio grado a la basura de antemano porque la proyección nos sea más cómoda.
Una de las justificaciones de Liebreich para plantear los 2 ºC es que, debido al objetivo deseado de 1,5 ºC, hubo un «retiro prematuro de gran parte de los activos energéticos existentes y (se impulsó) invertir en cualquier cosa con la más mínima posibilidad de reducir las emisiones». ¿Perdón? ¿Dónde se han retirado «gran parte» de los activos energéticos porque no eran compatibles con 1,5 ºC? Porque el mundo sigue lleno de centrales de carbón, fábricas antiquísimas e infraestructuras absolutamente obsoletas a nivel energético. Y nadie jamás ha planteado ni remotamente cosas como los 6.000 $/tonelada de dióxido de carbono emitido que indica Liebreich como política necesaria para tal cumplimiento.
De hecho, lo que sucede es exactamente lo contrario. No se retiran infraestructuras ni se instalan nuevas a un ritmo compatible con los 2 ºC, sino con escenarios muy por encima de esa temperatura. Las políticas aprobadas, aun suponiendo su cumplimiento, son claramente insuficientes. ¿Por qué se pone el foco en las implicaciones teóricas de hacer medidas coherentes con el grado y medio y no en que lo que decimos que vamos a hacer (y que no tenemos garantías de que se haga) no llega ni remotamente a los 2 ºC? Yo, francamente, no lo entiendo.
Liebreich indica que este escenario poco realista provoca que la gente identifique la política climática como un despilfarro de fondos públicos. Pero resulta que el mayor despilfarro de fondos públicos que estamos viendo en los últimos años a nivel de generación eléctrica es la pretensión de construir nuevas centrales nucleares en Occidente, una política que, por cierto, tiene mucho más de artefacto de batalla cultural de la derecha radical y los conservadores que de política climática, y que es defendida por negacionistas climáticos de todo el mundo. No parece, pues, que el problema esté ahí.
Respecto a las prioridades energéticas que plantea puedo estar más o menos de acuerdo, pero nos encontramos con una sorprendente declaración: defender el gas natural como energía de transición… ¿cuándo hemos retrocedido en el tiempo una década? Yo creo que aquí, una vez más, Liebreich explica cosas que no son incorrectas pero con la dialéctica equivocada.
Considero que Liebreich tiene razón cuando dice que no debemos obsesionarnos con conseguir sistemas eléctricos 100% renovables, ya que más allá del 90% el coste de descarbonizar se dispara y no es costo-efectivo. Los números avalan esta visión. Un sistema eléctrico 90% renovable y con un 10% de gas emitiría 0,038 gCO2/kWh. Eso quiere decir que un coche eléctrico emitiría, a los 100 km, 600 gCO2. Un coche de gasolina emite más de 12 kgCO2 para hacer la misma distancia. Estamos hablando, por tanto, de una reducción de emisiones de más del 95%. Lo mismo pasaría con una bomba de calor. Esto es una descarbonización muy profunda.
Por tanto, tener sistemas eléctricos con un 90% renovable y un 10% de gas estaría bastante bien, y si conseguimos que su electricidad sea económica sustituirá a consumos térmicos y comenzaremos a eliminar el 95% de las emisiones por cada sustitución en áreas como la movilidad o la climatización. Una generación eléctrica barata que permita electrificar es prioritaria, y ese 10% que queda ya lo iremos arreglando poco a poco. Podremos usar biogás o biomasa; en países con determinadas características hidráulicas o poca estacionalidad de la generación solar, seguramente se podrá superar en bastantes puntos ese 90% sin sobrecostes relevantes, o eventualmente podremos usar hidrógeno en centrales de ciclo combinado cuando haya mercados reales de hidrógeno verde. Mientras tanto, usaremos gas porque no tenemos otra opción mejor, ya que la nuclear no nos sirve para complementar renovables a un precio asumible.
Pero esto, este pragmatismo de que podemos usar pequeñas cantidades de gas y no obsesionarnos con esos últimos consumos, no implica que el gas sea considerado un combustible de transición. La calificación del gas como combustible de transición es una idea antigua que era popular cuando se consideraba a las energías renovables inmaduras. Mientras las energías renovables maduraban se proponía usar el gas por tiempo indefinido al ser menos contaminante que el carbón o el fuel. Es importante entender que los defensores del gas como combustible de transición no lo querían para el 5 o el 10% del sistema eléctrico, sino que que proponían usarlo ampliamente en generación eléctrica, en la industria, la climatización e incluso en vehículos. El gas era considerado una energía de transición cuando no había alternativas renovables viables, pero hoy en día el 70% de los consumos de gas pueden ser fácilmente eliminados con tecnologías maduras, quizá más. Actualmente, el gas natural es climáticamente inaceptable donde hay alternativas, y no solo por el factor de emisión, sino también por las fugas de metano.
Si Liebreich quiere indicar que no debemos obsesionarnos por quemar pequeñas cantidades de gas y que podemos aceptarlo para dedicar los esfuerzos climáticos a otras áreas que tengan más efecto, estoy de acuerdo. Pero eso no es lo mismo que ser un «combustible de transición», que hace referencia a otra pretensión muy distinta. Creo que Michael debería buscar un término mejor.
Relacionado con esto, en su segundo artículo, Liebreich muestra preocupación por las políticas que buscan restringir la inversión en combustibles fósiles, y las tilda de inflacionistas y potencialmente destructivas de la transición energética al poder crear oposición social. Este es un tema sensible y no menor, pero creo que también se equivoca, por varias razones.
La primera es que no restringir (entendido como seguir apoyando) las políticas de inversión en combustibles fósiles crea un problema político de primer orden, en tanto en cuanto no estás dando señales honestas y realistas al sector privado. Las compañías petroleras no son hermanitas de la caridad, son compañías muy poderosas y con mucha influencia política (miren si no quién es el secretario de Estado de Energía de EE. UU.) y tienen capacidad de presionar gobiernos para influir en la regulación. Si se les incita a que sigan invirtiendo y crean nuevas explotaciones e infraestructuras fósiles, luego no van a aceptar pasivamente que se les ha acabado el negocio porque ha llegado una nueva tecnología que los desplaza. Presionarán hasta la extenuación para influir en la regulación y para exigir una rentabilidad a sus inversiones.
La segunda razón es que probablemente los problemas que ve Liebreich pasarán igualmente. Si el mundo avanza rápidamente hacia la movilidad eléctrica, si cada año que pasa la venta de vehículos eléctricos crece en varios millones, representando el transporte por carretera la mitad del consumo de petróleo mundial, las propias empresas restringirán su inversión de forma natural. Eso provocará ajustes en la propia oferta, cierre de pozos y, por tanto, aumento de los precios. El futuro que nos espera es muy probablemente de volatilidad, da igual que busquemos restringir la inversión o se restrinja ella sola. ¿Cuál es la solución, entonces? Que la transición energética vaya más rápido que la desinversión fósil. Ese es el único camino seguro y la única manera de que la desinversión o las políticas cartelistas de la OPEP+ no deriven en nuevas dificultades energéticas para los países dependientes.
Creo que, en el fondo, lo que pretende Michael con estos artículos es hacer un recopilatorio de sus planteamientos, una especie de manifiesto de convicciones propias, y lo ha titulado «reinicio pragmático». El problema de fondo es que usando esos términos está fortaleciendo el imaginario de una transición energética frustrada y de una política climática existente perjudicial y dañina.
Vivimos en un momento histórico donde el auge del trumpismo está dañando las políticas climáticas, atacando el desarrollo de las renovables, el coche eléctrico y la descarbonización. Este ataque es producto esencialmente de la batalla cultural en la que basa su discurso la derecha radical y en los intereses fósiles que comparten intereses comunes con esa familia política. Esto no solo está pasando en EE. UU., muchos grupos de derecha radical en Europa usan la misma dialéctica y tienen intenciones similares. La fuerza de esta familia política en Europa ha derechizado el Parlamento Europeo y muchos moderados parecen tentados a revertir ciertas políticas de transición energética.
En este contexto, ceder discursivamente frente a esas posiciones es un error. Hablar de reinicio deja la sensación de que lo hecho hasta ahora era incorrecto. Hablar de pragmatismo desliza la idea de que lo que se hizo se basó en el idealismo o el fanatismo. Tomar como ejemplo de esto posiciones de algunos activistas o algunas políticas climáticas equivocadas es tomar la parte por el todo, y eso es precisamente lo que hace la propaganda: crear grandes amenazas donde solo hay anécdotas o cuestiones menores.
Me gustaría entender qué piensa Michael qué ganamos con esta narrativa. Quizá, como conservador, observa que en esos sectores ha calado la imagen de una política climática dirigida por integristas y fanáticos, y quiere presentarles un nuevo relato para volver a reengancharlos. Si es así, me temo que se equivoca. Es la estrategia del apaciguamiento, de intentar adoptar algunos principios de quien pretendes combatir para retener a la gente entre tus filas. Eso siempre sale mal y no hay más que ver qué les está pasando a tantos partidos conservadores (y no solo conservadores) que están asumiendo parte del discurso de la derecha radical.
Lo más probable es que Liebreich no ha pensado en esos términos. Simplemente, ha aprovechado sus discrepancias con determinadas políticas y, a colación de un informe, ha aprovechado para recopilar sus posiciones y ponerles un bonito nombre comercial. Pero vuelo al mismo punto: el uso de las palabras, el contexto donde se pronuncian, importa. Los seres humanos tenemos la tendencia natural de aprovechar los acontecimientos para intentar fortalecer nuestros relatos y nuestras posiciones, pero hay situaciones donde no se debe hacer eso, sino que hay que confrontar.
Yo soy el primero que discrepo de muchas cosas de las que se están diciendo o haciendo. Aborrezco el colapsismo, el nimbysmo o el infantilismo político. Discrepo profundamente de los viejos razonamientos ecologistas sobre el consumo eléctrico o su rechazo a los vehículos eléctricos. Creo que hay que replantear el marginalismo eléctrico sacralizado en Europa y determinadas políticas impositivas y de subvenciones. Creo que los criterios EGS están produciendo demasiada burocracia, pero también demasiado greenwashing. Tengo posiciones discrepantes en muchos temas, pero no voy a aprovechar las realidades que provoca el auge del trumpismo para fortalecer mi tesis respecto a lo equivocados que están los demás. El trumpismo y sus imitadores representan la destrucción de las políticas climáticas, el odio a las energías renovables, el rechazo a la gobernanza global y el intento de resurrección del mundo fósil. Con el trumpismo no quiero, como dijo un expresidente español, coincidir ni en el acierto. Y, por supuesto, no pienso regalarles ni una sola batalla terminológica.
Las políticas climáticas necesitan, por supuesto, ajustes y cambios. Nunca nadie ha hecho una transición de este tipo antes y, por tanto, nos vamos a equivocar. Pero cuando identifiquemos el error tendremos que rectificar y, aun así, habrá veces que nos volveremos a equivocar con la corrección. Tenemos que ser flexibles e identificar pronto cuando nos equivocamos, para así corregir y mejorar. Michael Liebreich nos indica algunos de estos errores.
Pero no tenemos que reiniciar nada ni hacer políticas más «pragmáticas» en general, porque la realidad es que estamos fallando por defecto, no por exceso. La transición energética va lenta, no electrificamos lo suficiente, no instalamos suficientes renovables en la mayoría de los países y, excepto en un pequeño número de países, no estamos sabiendo reducir las emisiones lo suficientemente deprisa. Da igual que pongamos el objetivo en 1,5 ºC o en 2 ºC, el ritmo no llega. Decir que tenemos que optar por un reinicio climático pragmático transmite la idea de que vamos demasiado deprisa cuando la realidad es exactamente la contraria.
La transición energética necesita corregir y mejorar sus políticas concretas, no reiniciar nada, porque el camino es el correcto. En algunos casos es posible que haya que dar un paso atrás. En otros, habrá que dar dos hacia adelante. Esto no es un drama, es parte normal de la política. Dos tercios de las emisiones de la sociedad humana se pueden eliminar con tecnologías que hoy ya son competitivas. No hay que hacer magia, que hay hacer los marcos regulatorios y fiscales adecuados para que esto suceda a la máxima velocidad posible. Podemos y debemos ir más rápido.
Más allá de estas discrepancias, les recomiendo que lean siempre a Michael Liebreich. Creo que se equivoca en su percepción sobre por qué mucha gente se opone a la transición energética, que le tiene demasiada manía al hidrógeno verde o que erra peligrosamente apuntando a los científicos climáticos y al IPCC. Aun así, es una de las voces más cualificadas en transición energética. Siempre aprenderán cosas leyéndole, incluso cuando pretende provocar sin valorar bien el contexto en que lo hace.
Fuente: https://climatica.coop/no-reiniciar-politica-climatica-simplemente-mejorarla/ - Imagen de portada: Foto: Ivan Radic.