Otras 5 hipótesis para unas humanidades en transición

El otro día resumía una conferencia de Marina Garcés sobre las humanidades en transición mediante 5 hipótesis.

Hoy hago lo propio con Jorge Riechmann, otro de los filósofos que está tratando de proporcionar una respuesta a los desafíos de nuestro tiempo mediante una alianza de saberes. Su libro Autoconstrucción nos proporciona cinco claves para una nueva cultura de la transición.

1. Superar la fase de negación.  
A finales del siglo XX, nos dice Riechmann, el movimiento ecologista sufrió una derrota sin paliativos: ha fracasado en su intento de cambiar el rumbo de las sociedades industriales y estas siguen creciendo descontroladamente aunque el mundo esté lleno y hayamos entrado, como dice, en el Siglo de la Gran Prueba. En él, una combinación de efectos del cambio climático, el hambre, las enfermedades infecciosas, las grandes migraciones y otros fracasos de la política, junto a la escasez de recursos naturales y la destrucción de diversidad biológica, nos pueden colocar en un escenario real de colapso social a gran escala.
¿Podemos evitarlo? Técnicamente es posible, políticamente casi todo indica que no: Riechmann es consciente de que la “contracción de emergencia” necesaria para detener el cambio climático no es asumible por ningún gobierno al uso, porque las reglas del juego político sólo atienden al corto plazo de una sociedad infantilizada por un circo mediático que el ecologismo tiene culturalmente perdido. El actual conflicto en Siria también tiene causas ambientales y esta sería sólo la primera de una lista de posibles guerras climáticas con sus consiguientes movimientos de refugiados. Puede que, adaptándose, la humanidad sobreviva a cualquier catástrofe, pero el colapso traerá millones de víctimas que podrían haberse evitado.
¿Perder toda esperanza? No, porque todavía podemos atenuar el sufrimiento, razonando y actuando más en términos de resiliencia que de sostenibilidad en pos de lo que Riechmann llama la Estrategia Dual: intentar maniobrar con alguna habilidad este Titanic que inexorablemente va a hundirse; pero no con la expectativa de evitar el naufragio, sino solo de crear mejores condiciones para el salvamento del pasaje. El primer paso, pues, es ser realistas y afrontar la pérdida, valorar y contener los daños, salvar lo que aún se puede salvar autoconstruyendo formas de cooperación que puedan reducir el coste humano del colapso.

2. Impulsar culturalmente una transición hacia sociedades más resilientes. 
Los humanos somos naturalmente culturales: nuestro mundo está construido o al menos mediado por la cultura, entendida como ideas, creencias, normas y valores transmitidas por aprendizaje social, y sólo incidiendo en ella podemos transformarlo. Como la crisis es humana y social, para superarla es necesario comprender los sistemas éticos y utilizar esa comprensión para reformarlos. Esa sería la tarea cabal de las humanidades y las ciencias sociales, desde la literatura a la antropología y la filosofía, porque nunca hay vacío moral ni crisis de valores. A juicio de Riechmann, lo que ocurre es que los valores rampantes en las sociedades industriales son falsos y peligrosos: lo que nos ha llevado hasta aquí es precisamente la creencia de que el desarrollo de la tecnociencia, impulsada por el mercado libre, producirá un crecimiento ilimitado de la economía mediante la innovación constante, y que esto redundará de alguna forma en una vida mejor para los seres humanos. Sin poner en cuestión esa historia fundacional, de nada sirve invocar retóricamente los valores de la ética ecológica. Es posible modelar nuestro carácter de acuerdo con designios conscientes, pero para ello no basta con el esfuerzo individual; son los grupos humanos quienes, actuando sobre su cultura, orientan la sociedad hacia nuevos valores (en el caso español, Riechmann recuerda los precedentes del krauso-institucionismo burgués y el naturismo obrero de signo anarquista). Ese trabajo consta de procesos complejos que caminan de forma paralela a procesos de socialización que llevan décadas y en él no hay atajos.

3. Reinterpretar el individualismo y la igualdad. 
El moderno proceso de individuación proporciona mayores cotas de libertad, pero también puede desembocar en patologías sociales en las que se elimina la autonomía, individual y colectiva, convertidas ambas en la mera elección entre ofertas de consumo. El triunfo cultural del capitalismo estriba, según Riechmann, en conseguir hacer creer que la libertad es la libertad de consumo, en vez de la libertad política de los ciudadanos y ciudadanas capaces de autogobernarse. Somos libres, se nos dice, porque podemos acumular ilimitadamente bienes materiales y experiencias placenteras, pero ese mito fomenta la dominación y no hay posibilidad de sostenibilidad para la enorme población humana actual sin una estrategia de reducción de las desigualdades sociales. Frente a esa idea de la libertad liberticida, Riechmann propone otro mito: el de una igualibertad cooperativa, entendida como una construcción de autonomía personal y colectiva que no reniegue de la dependencia ni cierre los ojos ante los límites del mundo concreto, social y natural, en el que vivimos. Este programa no está reñido con el hedonismo o la lucidez --Riechmann se esfuerza en librarse de las etiquetas de buenismo o neopuritanismo--, sólo con el sadismo de quien compra su placer a costa del sufrimiento de otros.

4. Transformar identidades mediante una ética crítica. 
¿Qué perspectivas de futuro abren esas claves? Riechmann es consciente de que los seres humanos no podemos dejar de autoconstruirnos mediante el lenguaje y la cultura; la cuestión es la clase de identidad que emerja del proceso. La economía neoliberal refleja una ética y una cultura que coloniza el mundo y la mente de millones de personas a día de hoy. Frente a ella, lo que Riechmann propone es una autoconstrucción crítica que casa bien con varias escuelas y corrientes en el pensamiento occidental desde sus orígenes. No tanto la filosofía como conjunto de sistemas teóricos, sino más bien como forma de vida, tal como la entendieron Marco Aurelio, Thoreau o Alain Badiou. Apelando a estos y otros pensadores, Riechmann traduce a términos laicos o aptos para legos la antigua noción de conversión o cambio de mentalidad (metanoia) y propone una cultura de la frugalidad no represiva. Su programa es sincrético y ecuménico, conservador e innovador a la vez: anclar la cultura en los valores de cuidado en colaboración con el feminismo; autolimitarnos para dejar existir al otro, en clave ecologista; recuperar o conservar las formas de socialidad erosionadas por la modernidad, en clave antropológica, especialmente aquellas que movilizan la palabra en público; promover la moral de larga distancia, conectando con las éticas de la compasión desarrolladas desde las religiones universalistas, así como con las éticas laicas de la solidaridad.
El programa de Riechmann conlleva una transformación profunda de las concepciones vigentes acerca del placer, la satisfacción, la felicidad o la vida buena. Esto no supone una vuelta a la religión sino que, renunciando al autoengaño, trata de mantenerse dentro de los límites de una espiritualidad trágica que también es patrimonio, por supuesto, de muchas religiones. Aunque implantarlo no sea fácil, es un programa sencillo o minimalista porque orienta toda la ética en torno a dos grandes valores: florecimiento de la vida y pacificación de la existencia. Pero también porque conlleva renunciar a la ilusión del control, ensalzar la humildad epistémica y confiar en el poder de adaptación y autoorganización de las culturas vernáculas vivas.
5. Para ser positivos y realistas, atender a la cultura contemporánea.  
Riechmann no es un filósofo apocalíptico o milenarista; plantea problemas ya conocidos pero desde un ángulo nuevo, prestando atención al Gran Motivador de la conducta humana: La Cultura, un factor al que quizá el movimiento ecologista no haya prestado toda la atención que debiera. Pues no se trata sólo de percatarse del límite, sino también de transformarnos a partir de ese conocimiento. Aún no me queda claro cómo piensa Riechmann tomar lo mejor de las religiones (motivación personal, solidaridad comunitaria y compromiso intergeneracional más allá del cortoplacismo) sin llevarse también el sustrato metafísico, su búsqueda de la inmortalidad y su potencial para el sectarismo. Pero no olvidemos que Thoreau también se autoconstruyó su cabaña en Walden a partir de los residuos reciclados de otras construcciones. Otro punto el que disiento ligeramente con Riechmann es su aparente escepticismo hacia los usos emancipadores de las TIC. Si la cultura juvenil se alimenta de videojuegos, ¿no deberíamos incidir ahí ante todo? Las herramientas nos han acompañado siempre en el largo camino de la hominización; la cuestión es, como escribió Thoreau, no convertirnos en herramientas de nuestras herramientas, poner la tecnología al servicio de la resiliencia social.

Fuente: decrecimiento.info - ACdR -  LAGUNA & other words with double entendre - Imagenes: ‪iVoox‬ - pinterest - ‪El escéptico de Jalisco - blogger‬

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