El propósito de Davos: un golpe transnacional que indique a las claras que el móvil del lucro siempre triunfará.

El beneficio ya no es, al parecer, la meta de las corporaciones; ahora es ‘el propósito’. El Foro Económico Mundial, cuyo liderato lo ostentan las corporaciones, publicó con orgullo su Manifiesto de Davos, reivindicando una visión del ‘propósito universal de las empresas’. El fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, dijo que el manifiesto ofrece “la mejor respuesta a los desafíos ambientales y sociales de hoy”. Sin embargo, la pregunta que cabe plantearse es: ¿a quién sirve dicho propósito? ¿Implicará una transformación de la corporación como la conocemos o representa, más bien, una estrategia para conseguir un mayor control corporativo de las políticas públicas y la vida política?

Nick Buxton

En apariencia, el Manifiesto de Davos parece algo loable. Insta a que las corporaciones traten a los clientes con dignidad y respeto, que respeten los derechos humanos a lo largo de sus cadenas de suministro, que actúen como guardianas del medio ambiente para las generaciones futuras y, lo que es más relevante, que midan el rendimiento “no solo por el dividendo de los accionistas, sino también por cómo consiguen sus objetivos sociales, ambientales y de buena gobernanza”. 
En este sentido, el Manifiesto de Davos constituye un adelanto de la Declaración sobre el Propósito de una Corporación, publicada el pasado agosto por 181 directores generales de la asociación Business Roundtable de los Estados Unidos, que se comprometieron, de forma todavía más imprecisa, a generar ‘un valor a largo plazo’ y actuar de manera ética y sostenible.El truco está en que en ningún lugar de las dos declaraciones se habla de mecanismos de cumplimiento, legislación o regulación que aseguren que las compañías se atengan a sus propios compromisos. Se trata de un proceso estrictamente voluntario y totalmente dependiente de la autorregulación, que no cuestiona el propósito primordial de lucro de las corporaciones. Desde este punto de vista, representa una ampliación de la tendencia a la responsabilidad social corporativa, por la que cada compañía de las 500 listadas por Fortune emite informes elogiosos en los que la propaganda es mejor que las prácticas.
Una y otra vez, el móvil del lucro triunfa cuando entra en conflicto con cualquier aspiración ambiental y social. Así se constató cuando Volkswagen lanzó la campaña ‘Piensa en azul’ para “fomentar la ecomovilidad” mientras, al mismo tiempo, pagaba a sus ingenieros para trucar deliberadamente el sistema de pruebas de las emisiones en el estado de California. O cuando Apple afirma que le “preocupan mucho las personas que fabrican sus productos y el planeta que todos compartimos”, mientras que, durante años, ha luchado para no pagar impuestos en Europa y fabrica móviles que es bien sabido que son difíciles de reparar.
Sin embargo, sería erróneo ignorar estas declaraciones como otro ejemplo de la propaganda corporativa hipócrita, ya que el Manifiesto de Davos propone también una fuerte contrapartida para las compañías que se comprometen con la responsabilidad social, afirmando que estas deben convertirse en “partes interesadas, junto con los Gobiernos y la sociedad civil, de nuestro futuro global”. En otras palabras, se argumenta que a las corporaciones, como parte de la ‘ciudadanía global’, se les debe conceder un papel mayor en la gobernanza mundial y en la toma de decisiones que antes era competencia de los Gobiernos y los pueblos.
No se trata de una conjetura. En 2010, el Foro Económico Mundial finalizó un ambicioso proyecto, la Iniciativa de Rediseño Global (GRI), que proponía una transición desde un sistema de toma de decisiones intergubernamental hacia un sistema de gobernanza por parte de múltiples partes interesadas. La idea es que los temas de importancia global deben ser resueltos por los Gobiernos en asociación con las corporaciones y algunos representantes cuidadosamente seleccionados de la sociedad civil. Como señala el profesor emérito de la Universidad de Massachusetts Harris Gleckman, la propuesta resulta atractiva para las corporaciones porque amplía los escenarios en los que no solo ejercen su influencia, sino que desarrollan directamente las políticas.
El enfoque se basa por completo en la adhesión voluntaria, evitando cualquier norma o regulación internacional vinculante que pudiera limitar los beneficios. Y lo que es más importante: permite a las corporaciones fijar los parámetros del debate y eludir los riesgos de las políticas reguladoras propuestas por políticos como Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Jeremy Corbyn.
El modelo de las múltiples partes interesadas ya está penetrando en varios escenarios de la gobernanza global, como el Movimiento SUN para el Fomento de la Nutrición y la Alianza Mundial para el Fomento de la Vacunación. Sin embargo, en agosto de 2019 este modelo recibió un fuerte impulso como consecuencia de un acuerdo de asociación poco conocido firmado entre el Secretario General de las Naciones Unidas y el Foro Económico Mundial, que permite un acceso sin precedentes del personal del Foro Económico Mundial a los programas, fondos y organismos de las Naciones Unidas, que, a su vez, se comprometen a participar en las reuniones del Foro Económico Mundial.
El modelo también distorsiona los objetivos negociados y acordados entre Gobiernos para ajustarse a los intereses comerciales de los miembros del Foro Económico Mundial. De manera que, bajo el epígrafe de la financiación, el acuerdo pide solo que “se construya un entendimiento compartido de la inversión sostenible”, pero no que se reduzcan las inestabilidades causadas porla banca ni la elusión fiscal. Lo que es peor, la asociación ni se discutió ni se acordó con los Estados miembros de las Naciones Unidas. Tampoco ha recibido contestación una carta de protesta contra esta asociación por parte de 500 grupos de la sociedad civil. Mientras tanto, Klaus Schwab, al presentar el Manifiesto de Davos antes de la cumbre de 2020, apunta que las corporaciones deben “aprovechar este momento para asegurar que el capitalismo de las partes interesadas siga siendo el nuevo modelo dominante”.
En un momento en el que los políticos reaccionarios promueven medidas reaccionarias y nacionalistas aislacionistas, cualquier declaración que habla de cooperación global y una conducta corporativa más ética puede sonar atractiva. Sin embargo, si se consolida un modelo en el que las corporaciones hacen uso de su poder e influencia, socavando todavía más la democracia popular, no se resolverán las crisis ambientales y sociales de hoy, sino que se exacerbarán. El poder corporativo —ya sea de las empresas petrolíferas que impulsan la crisis climática, las tecnológicas que se apropian de nuestros datos o los bancos que alimentan la crisis financiera— es la causa de los ‘desafíos ambientales y sociales’ de la actualidad. Acudir a las corporaciones para su solución solo serviría para sostener su deseo constante de lucro.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/capitalismo/nick-buxton-proposito-davos-golpe-transnacional
Imagen del Foro de Davos de 2019. Foto de GCIS.
Nick Buxton Es experto en comunicación y editor de Cambio Climatico S.A. Traducido por Christine Lewis.

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