El lobo en el futuro pospetróleo: ¿Es posible la convivencia o, simplemente, indispensable? ¿Qué futuro compartido nos espera?

Cuando tenía tres años, yo tuve un lobito como compañero de juegos. Mi padre me contaba que hasta dormíamos juntos, pero que jamás me hizo daño. El lobezno creció más rápido que yo, y un día nos tuvimos que despedir para siempre. Así que el lobo es un animal estimado, respetado y reverenciado en mi casa, forma parte de mi infancia y forma parte de la intrahistoria de mi familia. He ahí el porqué. Hoy, soy ecologista, profundamente preocupada y consciente de los enormes desafíos que supondrán para nuestra humanidad el peak oil y el cambio climático; y consciente de lo trascendente que es la biodiversidad en nuestro planeta y lo amenazada que está. Así pues, me gustaría reflexionar sobre el lobo proyectando su conservación hacia delante, en un entorno socioeconómico y ambiental hostil, el más hostil al que jamás se haya podido enfrentar. Y quiero reflexionar sobre esto para introducir en esta discusión —que tiene poco de novedosa— esa proyección de futuro que creo necesaria y que pocos hacen. He ahí el para qué.

Por: Elena Krause

Así que dividiré este trabajo en cuatro grandes bloques. En el primero reflexionaré brevemente sobre el maravilloso papel de los grandes carnívoros en los ecosistemas, después abordaré la situación y las amenazas a las que se enfrentan los lobos en España. Pasaré a continuación a acometer la cuestión del conflicto con la ganadería extensiva y, finalmente, reflexionaré sobre el lobo en un mundo posfosilista. He ahí el cómo.

 
Del puma a las mariposas
Al comienzo del año, el informe Planeta Vivo nos advertía que un 68% de la vida silvestre ha disminuido. Estamos siendo testigos y causantes de un proceso acelerado de extinción de especies, un proceso irreversible. Y precisamente los grandes carnívoros, por su condición de raros, porque necesitan grandes territorios en un hábitat cada vez más fragmentado y por su continuo conflicto con los intereses socioeconómicos humanos, son de las especies más amenazadas.
He mencionado antes que los grandes carnívoros son raros, lo son por su posición superior en la cadena trófica. En este planeta la energía disponible para los seres vivos entra a través de la fotosíntesis, parte de esa energía accede al mundo animal a través del herbívoro que se come la planta y, así, sucesivamente. Es decir, la alimentación es el proceso que permite que fluya la energía solar desde las plantas al mundo animal. Pero la termodinámica nos dice que este proceso es mucho más ineficiente para los grandes carnívoros que para el resto, por eso son menos y por eso suelen ser más grandes y requerir amplios espacios naturales.

No obstante, nuestro planeta está profundamente interrelacionado y ahora sabemos que tienen un papel central en la regulación de los ecosistemas. En 2014 la prensa se hizo eco de un importante estudio publicado en la revista Science donde analizaban y documentaban el papel de 7 de los 31 grandes carnívoros en sus cascadas tróficas y donde se constataba que propician de manera directa e indirecta la abundancia o riqueza de mamíferos, aves, invertebrados y herpetofauna. Y que, además, afectan a otros procesos de los ecosistemas, como apoyar a los carroñeros, contener las enfermedades, fijar el carbono, y trazar las corrientes de los ríos y arroyos, e incluso repercuten en la producción de cultivos (Ripple et al., 2014).
Pondré un ejemplo para ilustrarlo, pero no recurriré al famoso caso del Parque de Yellowstone (USA) cuyo estudio puede abordarse en el trabajo Trophic cascades in Yellowstone: the first 15 years after wolf reintroduction (Ripple y Beschta, 2012). Me basaré en otro caso centrado en el Parque Nacional Zion en Estados Unidos. Debido al creciente turismo en este parque, durante una década decreció el número de pumas, lo que a su vez trajo un consiguiente aumento de ciervos que, debido al intenso ramoneo, impidieron que los álamos jóvenes crecieran, propiciando que las orillas de los arroyos se erosionaran, alterando y empobreciendo así la biodiversidad de las riberas. El estudio, a su vez, comparaba estos indicadores con una cuenca limítrofe, North Creek, donde no accedía el turismo. Allí los pumas permanecieron y en el transcurso de esa misma década la población de ciervos se mantuvo estable y, como resultado, crecieron 892 álamos frente a los 23 álamos que crecieron en el Cañón de Zion. Pero no solo eso, en los arroyos de North Creek la vegetación ribereña fructificó, arraigaron algunas especies de salces y otras flores silvestres que atrajeron numerosas y abundantes especies de mariposas, anfibios, lagartijas y muchos más peces. Y es que la pérdida de la vegetación de la ribera puede tener graves consecuencias ya que disminuye la sombra de la superficie del agua, subiendo las temperaturas en verano, lo que afecta a la biodiversidad acuática. Y, además, sin plantas que retengan la tierra entre sus raíces, las orillas se erosionan eliminando el aluvión fértil que permite la misma vegetación ribereña.

¿Quién lo diría? El esforzado trabajo del puma resplandece en las alas de las mariposas cuando vuelan sobre las flores de la ribera. Así lo decía Aldo Leopold: “Ahora sospecho que tal como la manada de ciervos vive con el temor mortal de los lobos, la montaña vive con el temor mortal de la presencia de los ciervos. Y tal vez con mayor razón, puesto que para sustituir a un ciervo macho eliminado por los lobos se necesitan de dos a tres años, pero para recuperar una pradera eliminada por el exceso de ciervos se necesitan muchas décadas”. Los grandes carnívoros tienen un papel central en la conservación de ecosistemas ricos, complejos y diversos. La depredación influye en el resto de los seres vivos que conforman las cascadas tróficas no solo de manera directa sino también indirecta cuando controlan las poblaciones de mesodepredadores y a través de los cambios en el comportamiento de los grandes ungulados en lo que se llama la ecología del miedo. Además, la depredación configura el paisaje y produce cambios ambientales abióticos (Ripple y Beschta, 2006).
Cinco lobitos tiene la loba
Según WWF se estima que hay 17000 lobos en Europa y, en el último censo nacional (2010-2014), se contabilizaron en la Península Ibérica 297 manadas. Así mismo, según el borrador sobre la Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo publicado este noviembre (2020), “Se ha constatado la expansión reciente de la especie, fundamentalmente hacia el sur peninsular (Sistema Central, provincias de Ávila, Segovia, Guadalajara y Comunidad de Madrid) y su dispersión demográfica en el noreste, así como en zonas de llanura de la submeseta norte. Al margen de los trabajos del censo nacional se constató la presencia esporádica de lobos sin reproducción (1 o 2 ejemplares) en el Pirineo catalán y en Aragón. Por el contrario, parece claro que el lobo está extinguido en Sierra Morena.” Y es que, aunque el lobo parece estar en expansión y nos ha revelado que es sumamente adaptable a vivir en entornos humanizados y aunque en la prensa se suele afirmar que la especie goza de buena salud en España, sin embargo, hay serios trabajos que cuestionan aspectos muy importantes y ponen en entredicho la supuesta viabilidad de esta especie a largo plazo. De hecho, en un último informe, el comité científico del MITECO recomendaba un estudio genético de toda la población del lobo en España para conocer en tiempo real y de manera exacta el estado de conservación de la especie y, además, proponía su inclusión en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESRPE), en Castilla y León, Cantabria y Galicia, donde todavía es considerada especie cinegética.

El borrador de la Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo, se hace eco de la recomendación de este dictamen y propone su inclusión en el LESRPE , homogeneizando su estatus en todas las Comunidades Autónomas, y también plantea la elaboración de un nuevo censo Nacional 2021–2022 que recomienda actualizar cada seis años. Este informe incide en algunas de las amenazas a las que se enfrenta, como la hibridación con perros asilvestrados que ponen al lobo en una situación de introgresión, el abandono de la práctica de dejar la carroña de ganado en el medio natural o el aumento de las barreras como autovías o vías de ferrocarril, que provocan mortalidad por atropello y una menor conectividad de las poblaciones, etc.
Ahora bien, de entre todas las amenazas que afectan al lobo, su variabilidad genética es la más preocupante, puesto que será la que asegure su supervivencia a largo plazo. Cuanto menor es la variabilidad genética, más susceptible es el individuo a enfermedades infecciosas. Las diferencias genéticas entre los individuos suponen una mejor respuesta ante los cambios ambientales y, por lo tanto, mayor probabilidad de sobrevivir. Por eso se ha estimado una población mínima de unos 50 ejemplares para que los individuos no tengan problemas derivados de la endogamia a corto plazo, y una población mínima establecida en 500 individuos para la supervivencia de la especie a largo plazo. Así, a priori, sabiendo que actualmente en la Península Ibérica hay unos 2.000 lobos, se puede concluir que la especie no está en riesgo, pero como indica Carlos Vila en su documento “Viabilidad de las poblaciones ibéricas de lobos. Enseñanzas de la genética para la conservación” (2010), es una conclusión apresurada porque para saberlo habría que determinar cuál es la población efectiva y, según se indica en este mismo trabajo, podría ser tan solo un 11% de la población real, es decir, solo 165 lobos (con potencial reproductor), cifra que está muy por debajo de los 500 que aseguran la viabilidad del lobo ibérico a largo plazo. Eso sin tener en cuenta las enormes dificultades físicas que tienen los lobos para cruzar los distintos territorios sin correr el riesgo de morir atropellados, porque si tuviéramos en cuenta este dato, podría llegarse a la conclusión que algunas subpoblaciones de lobo ibérico son verdaderas islas poblacionales (Alaiz, 2011), lo que significa que podrían estar perdiendo variabilidad genética a un ritmo del 1% en cada generación (Vila, 2010).
El autor de este trabajo nos sugiere que “Para reducir la velocidad de pérdida de variabilidad genética sería necesario permitir el continuado crecimiento de la población, así como la eliminación de potenciales barreras que incrementen la fragmentación. Solo así, la población ibérica de lobos retendrá el potencial adaptativo que le permite sobrevivir en un ambiente cambiante.” (Vila, 2010, p 170).
Aun así, el lobo es susceptible de ausentarse de nuestros montes mucho antes de que la pérdida de su variabilidad genética le ponga en peligro. Los desafíos medio ambientales, la privación de su hábitat y, sobre todo, el continuo choque frontal con los intereses socioeconómicos ganaderos pueden abocarle una vez más a la desaparición.
¡Qué viene el lobo!

Sanabria es la tierra de mis mayores y el sitio al que siempre vuelvo. Un lugar del que el lobo nunca se marchó. Allí no es difícil verlos en invierno y los vecinos suelen contártelo con algo de orgullo y vanidad. Una mañana de agosto, hace dos veranos, pasando en bicicleta por Calabor, en plena Sierra de la Culebra, tuve la ocurrencia de preguntarle a una mujer a caballo por algún bonito lugar en el que descansar. La mujer me acompañó mientras me contaba que venía de la sierra de dar de comer a su mastín, que estaba con sus vacas, que el animal nunca se separaba de ellas. Entonces aproveché y le pregunté si el lobo no atacaba, ella me contestó muy tranquila que mientras estuviera el mastín, el lobo no se acercaría y que básicamente tenían que tener cuidado con las vacas parturientas en el establo, porque es cuando el lobo aprovechaba para llevarse a los terneros.
Si buceamos en la hemeroteca de los dos últimos meses, veremos que todas las semanas se publica algún artículo sobre el lobo ibérico. La propuesta del Ministerio de homogeneizar el régimen legal de la especie y pasar a incluirla en el LESRPE en todas las Comunidades, despierta posiciones encontradas. En un lado, ganaderos y cazadores que defienden su control poblacional a fuerza de rifle. En el otro, diversas organizaciones ecologistas y animalistas. Y, por si fuera poco, varias comunidades —justamente aquellas donde el lobo se puede cazar— además de Asturias, se oponen a que pase a ser una especie estrictamente protegida. Lo que significa que no se podría cazar ni en el ámbito deportivo y tampoco de forma institucional para controlar sus poblaciones. El debate está en su máxima ebullición.
Antes de entrar en la cuestión de la ganadería, creo que es importante volver a remarcar que, al norte del Duero, en todos los territorios loberos —Castilla y León, Galicia y Cantabria— exceptuando en Asturias, el lobo tiene la consideración de especie cinegética. Así que hay fuertes intereses socioeconómicos que se entremezclan con los intereses ganaderos en torno a la consideración legal de la especie. Pero —como más adelante argumentaré— la caza del lobo dista de ser un método eficaz para evitar el conflicto, más bien es una actividad anacrónica, muestra y ostentación de trasnochados privilegios. Algo que no tiene cabida en este siglo XXI. El siglo en el que, si no hacemos nada por evitarlo, seremos los tristes promotores de la Sexta Extinción de las especies. Los cazadores de trofeos no son, aunque lo pretendan, los grandes reguladores de los ecosistemas. Las interacciones en las cascadas tróficas son infinitamente más poliédricas y prolíficas.
Los lobos son, como todos los carnívoros, oportunistas. Pero, además, son especialmente gregarios y con una fuerte cohesión social, especialmente en las épocas invernales y especialmente en aquellos lugares donde principalmente se alimentan de la caza y no de la carroña (Fernández-Gil A., et al., 2010). Son animales —como nosotros mismos— en los que el proceso de aprendizaje de sus mayores es esencial.
Así pues, contraintuitivamente, abatir a tiros a un lobo no suele tener como resultado que al año siguiente haya menos ataques al ganado, más bien lo contrario, suelen aumentar (Wielgus & Peebles, 2014; Fernandez Gil, 2013). Y esto es debido a que matar a uno de los miembros reproductores de la manada es perder la experiencia en estrategia de caza de los mayores e interrumpir la transmisión de esa experiencia a lo más jóvenes. Por lo tanto, como se ha documentado estadísticamente, suele suceder tanto en la península como en otros lugares del mundo que, después de perder a uno de los lobos más experimentados de la manada, los ataques al ganado se multiplican. Y creo que en este punto es pertinente citar a Alberto Fernandez Gil en su tesis doctoral cuando escribe:
“Y esto ocurre probablemente a causa de las complejas relaciones no lineales entre comportamiento, abundancia y tasas de depredación (Treves 2009), mediatizado por efectos en la estructura social de los grupos de lobo y en la población objeto de controles. A medida que la investigación sobre la evolución de los comportamientos sociales avanza más allá de los límites estereotipados del antropocentrismo, incluso en el campo de la evolución, se hace evidente que precisamos de actitudes más humildes hacia los animales no humanos y muy especialmente hacia aquellos que cuestionan nuestro pensamiento, nuestras emociones, incluso nuestra moralidad” (Fernández Gil, A., 2013, p.239).

No es buena idea controlar los daños al ganado organizando batidas para matar a un lobo, y mucho menos se puede argumentar que es el único camino para la convivencia. Puesto que para que existiese una convivencia real, primero tendríamos que intentar entenderlo, conocerlo y respetarlo. Pero, además, retomando mi argumentación, hay dos razones de peso por las que no es una buena idea. Las volveré a recordar. La primera de ellas es que suele no dar el resultado esperado, es contraproducente. Pero la segunda razón es mucho más poderosa: si mermamos la población de lobo ibérico, podemos romper el débil hilo de su variabilidad genética, robándole su capacidad de adaptación futura y poniendo en peligro la supervivencia de la especie en la península.   
No cabe duda de que no son los ganaderos quienes tienen que costear los daños del lobo de su bolsillo, es el conjunto de la sociedad quien debe hacerlo. Pero hay buenas prácticas, algunas ancestrales y otras actuales, que evitan los ataques. Solo hay que ponérselo difícil: mastines, pastores eléctricos, acompañar al ganado con asnos y no dejarlo solo en el monte, son prácticas que dan resultado. Tanto Ecologistas en Acción como WWF las han documentado extensamente. Ni los ganaderos ni la sociedad se enfrentan a una disyuntiva económica. El foco de este problema es que, si le devolvemos sus lobos a la montaña, recuperaremos la salud de los ecosistemas, esa salud de la que todos dependemos.
El lobo en un mundo posfosilista
Estamos en medio del cenit de los combustibles fósiles y, por consiguiente, estamos descendiendo por la Espiral de la energía (Duran y Reyes, 2014). Así que, del mismo modo que a mitad del siglo XX se inició un imparable proceso de trasvase demográfico del campo a las grandes urbes, abandonándose en muchos lugares de España las fincas y las pequeñas explotaciones ganaderas, en el transcurso de este siglo, a medida que la disposición de energía sea menor, presenciaremos el fenómeno contrario. Paulatinamente el sector primario ocupará a sectores más amplios de la sociedad. Esto es un mundo deseable, un mundo local, soberano y capaz de satisfacer las necesidades esenciales a través de redes de circuito corto. Pero ¿qué será del lobo ibérico? Hasta hoy muchos de los lugares donde se ha atrincherado con éxito, son zonas del interior, al norte del Duero, muy poco pobladas y donde se ha abandonado prácticamente casi toda la actividad agroganadera. Volveremos al campo, rescataremos los viejos pastos y cultivaremos la tierra (en el mejor de los mundos soñados). Pero ¿qué será del lobo ibérico?

En 1900 España tenía una población de 18 millones de personas y según los datos del único censo agrario que se conserva (año 1865) había 22 millones de ovejas. En 1960 éramos 30.528.539 españoles y había 16 millones de ovejas, claramente en consonancia con el éxodo rural antes descrito. Actualmente, somos 47 millones y, aun a pesar de que la ganadería industrial ha desplazado a la ganadería extensiva, según el último censo agrario hay contabilizadas aproximadamente 15 millones de ovejas. Sin embargo, la ganadería industrial es obscenamente dependiente de los combustibles fósiles y con una sombra ecológica y moral insoportable y, por lo tanto, es insostenible. Es un modelo que en un mundo sin petróleo no tiene viabilidad y se abandonará. Pero hoy somos mucho más numerosos que hace un siglo y si pretendemos llenar los montes de ganado para cubrir las necesidades de carne, lana y leche con las mismas lógicas del pasado, inevitablemente el conflicto con el lobo estará servido.
Según el último informe Planeta Vivo los cambios del uso suelo están detrás de la extinción acelerada de las especies. Este proceso podría estar subestimado ya que la extinción de numerosas poblaciones de grandes vertebrados por todo el planeta y la reducción de su hábitat territorial es el paso previo a la desaparición de una especie (Ceballos, et al., 2017). Pero como los autores de este mismo informe nos recuerdan, o como nos recordaba Lovelock en las Edades de Gaia (1993), la vida se sustenta en la propia vida. Y estos procesos de erosión acelerada pueden desencadenar una cascada de extinciones irreversibles hasta el punto de que —ecodependientes como somos— nuestra propia supervivencia como especie quede comprometida.
La gran aceleración nos ha colocado en una casilla de salida radicalmente diferente a la que estábamos a principios del siglo XX. Nuestro planeta está degradado, el cambio climático, el proceso vertiginoso de desertización y pérdida de suelos fértiles y la Sexta Gran Extinción de las especies, deberían estar en el centro de las preocupaciones de la humanidad. Deberíamos aligerar nuestras huellas, contener nuestra desmesura y redimensionar nuestras maneras de estar el mundo. Deberíamos reinventar nuestra forma de concebir a los animales no humanos.
Llegados a este punto y a luz de todos los trabajos que he intentado condensar, es fácil colegir que el lobo no es nuestro rival, es nuestro compañero de viaje en ese periplo de la evolución que venimos recorriendo desde el Holoceno. Su conservación y su protección representa un paso en la dirección correcta, antes de que sea demasiado tarde, antes de traspasar la frontera de lo irreversible.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/medioambiente/el-lobo-en-el-futuro-pospetroleo   - Imagen: Michael Larosa. Unsplash.
[Este estudio está adscrito a la asignatura de Conservación de ecosistemas, incluida dentro del MHESTE, curso 2020/2021]

 

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