Alimentarnos sin petróleo

En 2019, el director general de Justicia Alimentaria, Javier Guzmán, se preguntaba cómo podremos alimentarnos sin petróleo. Apuntaba que el futuro de nuestra seguridad alimentaria depende de la evolución del crecimiento demográfico, del cambio climático y de la escasez de los combustibles fósiles. Nos planteaba tres posibles escenarios según la velocidad de descenso de las reservas de petróleo: si fuese lento podríamos implementar medidas de adaptación; pero si fuera rápido y abrupto nos llevaría directamente a una subida en el precio de los alimentos, que conllevaría una falta de disponibilidad y accesibilidad para una buena parte de la población, aumentando la inseguridad alimentaria mundial (el Banco Mundial calcula que una subida del 35% del precio de los alimentos generaría unos 80 millones de nuevos hambrientos). Guzmán nos avisa de que, aunque nos quedemos en un escenario intermedio, vamos a necesitar un cambio total y radical en las políticas agrícolas actuales.

Por Esther Oliver

 
El sistema alimentario actual es absolutamente insostenible

El colapsólogo francés Pablo Servigne realizó en 2014 un informe titulado Nourrir l’Europe en temps de crise (Alimentar Europa en tiempos de crisis) para el partido de Les Verts del Parlamento Europeo. En él nos explica, con una visión panorámica, cómo nos enfrentamos a un problema que no es solo de la agricultura sino de todo el sistema alimentario industrial. Estamos ante un marco inquietante, al ser este un sistema tóxico, que contribuye al calentamiento global, destruye los ecosistemas, condena a los agricultores, pone en peligro la salud de la población, genera un inmenso derroche… Por otro lado, es un sistema vulnerable a las crisis económicas, a la escasez de agua y minerales, a la inestabilidad del clima o al fin del petróleo barato. Para colmo, todas estas crisis están relacionadas y podrían reaccionar con un efecto dominó.

Servigne nos cuenta cómo este agroecosistema es un pozo voraz de energía. Es cierto que aumentó los rendimientos agrícolas, por lo que en unos 100 años se pasó de que un campesino alimentase a una media de 2,5 personas a alimentar a más de 20 (lo que nos llevó a pasar de 2.000 a 7.000 millones de habitantes en el planeta). Sin embargo, esto ocurrió gracias a un coste energético desorbitado. El fin del petróleo barato, las perturbaciones en la producción de otras energías, incluso las renovables, y la desestructuración del sistema económico mundial nos llevan a un sistema alimentario industrial en peligro de colapso. No obstante, solo nos referimos a los países que hemos pasado por una Revolución Verde y en los que el campesinado ha casi desaparecido; el resto, los que no dependan del petróleo están en ventaja.
Hemos entrado en el tiempo de la urgencia, ya que nos encontramos en ese punto de bifurcación en el que tenemos que decidir entre un colapso sistémico o una transición planificada. Si nos decantamos por esta última, Servigne en su informe Agriculture sans pétrole (2012a) nos adelanta unas cuantas tareas esenciales, en relación con la alimentación:
    ▪    Organizar una planificación a nivel nacional y desbloquear las instituciones.
    ▪    Relocalizar, diversificar y generalizar la agricultura urbana y comunitaria.
    ▪    Invertir en innovación y mejorar la eficiencia energética de las estructuras agrícolas existentes.
    ▪    Acelerar la conversión del modelo industrial hacia la agroecología.
    ▪    Implementar energías renovables (agricultura solar).
    ▪    Preservar la fertilidad del suelo sin ayudas externas (agricultura de reparación).
    ▪    Recuperar la agroforestería (reincorporar los árboles a los agroecosistemas).
    ▪    Cultivar cereales perennes y disminuir o suprimir la labranza.
    ▪    Introducir a gran escala el trabajo muscular (humano y animal) y formar campesinos y horticultores rápida y masivamente.
    ▪    Modificar nuestras costumbres alimenticias y reducir la producción y el consumo de carne.
Entre todas ellas, el autor nos dice que dos son las más urgentes:
1ª) Acelerar la conversión a la agroecología
Buscamos formas de alimentarnos que transformen profundamente el modelo alimentario actual, no que sustituyan al modelo industrial, ya que no conocemos ningún sustituto del petróleo. Ante la pregunta de cómo deberán ser esos sistemas alimentarios de mañana, nos encontramos con distintos nombres: agricultura biológica, agricultura campesina, agricultura regenerativa, agroecología, permacultura… Todas son válidas siempre que compartan la esencia, es decir (Agriculture biologique, agroécologie, permaculture. Quels sens donner à ces mots?, P. Servigne, 2012b):
    ▪    Que busquen un reconocimiento de las prácticas tradicionales (circuitos cortos, cierre de ciclos de nutrientes, protección de la biodiversidad, papel central del suelo…).
    ▪    Que preserven los vínculos sociales y de las estructuras campesinas (no depender del exterior, apostar por la soberanía alimentaria…).
    ▪    Que rechacen los productos de síntesis y que cultiven productos sanos y sabrosos.

¿Qué diferencia a la agroecología del resto? Esta propone un nuevo proyecto de sociedad. Es a la vez un movimiento social, un conjunto de prácticas ancestrales y una disciplina científica. Su punto central no es la simple producción de alimentos, sino que engloba el conjunto del sistema alimentario, desde la producción al consumo; colocando a las personas, en particular a los campesinos, en el centro del proyecto. Defender esta alternativa no significa oponerse al progreso sino, más bien, conlleva una innovación en los métodos de reciclado, eficiencia, resiliencia, cooperación, autonomía, austeridad, diversidad…
El área de agroecología y soberanía alimentaria de Ecologistas en Acción nos explica en su informe Agroecología para enfriar el planeta (2019) que el sistema agroindustrial ha conseguido convencernos de que solo este sistema puede alimentarnos. Sin embargo, la FAO (2018) nos dice que, a pesar de que la gran industria agroalimentaria posee un 80% de los recursos, a nivel mundial solo produce el 30% de los alimentos y esto lo hace a costa de calentar el planeta, destruir la naturaleza y expulsar de sus tierras a campesinas y campesinos.
También existe una gran diferencia entre el consumo energético de la agricultura industrial y el de los sistemas campesinos. La FAO calcula que los agricultores de los países industrializados gastan una media de cinco veces más energía para producir un kg de cereal que los campesinos africanos. Esta energía proviene en su mayor parte de los combustibles fósiles requeridos para producir fertilizantes, agroquímicos y para el uso de la maquinaria agrícola (sin hablar del transporte a largas distancias, el envasado o la transformación de alimentos). Además, aunque está probado que es suficientemente productiva a nivel local, el inminente descenso energético no nos va a dejar muchas más opciones.
Afortunadamente, no partimos desde cero, ya que aparte de la agricultura y ganadería campesina que aún perviven en algunas zonas del planeta, tenemos la experiencia previa de un país industrializado que perdió de repente su fuente de petróleo y tuvo que desarrollar velozmente una transición hacia un modelo agroecológico.
2ª) Recuperar el campesinado

En 1989, mientras que en Cuba seguía el embargo de EEUU, el bloque soviético colapsó, lo que desembocó en lo que los cubanos llaman «periodo especial», durante el cual la población pasó hambre. Esto conllevó una puesta en marcha de soluciones urgentes. En los primeros 4 años, un 25-30% de la población se pasó al sector primario. Braulio Machín y otros autores publicaron varios libros e informes, describiendo el modelo desarrollado en Cuba a finales del siglo pasado. El movimiento agroecológico de campesino a campesino (MACAC) surgió en la década de los 60 en Guatemala, se diseminó por Centroamérica y llegó a Cuba a través de un intercambio entre organizaciones de la Vía Campesina.
Este movimiento internacional participó en el prólogo del libro Revolución agroecológica (2010) declarando que el modelo de la agricultura campesina es el único que produce alimentos sanos y que desarrolla una política de soberanía alimentaria. Plantea que, para enfrentarnos al reto de alimentar a la población sin agredir el medioambiente, el movimiento campesino mundial debe buscar las respuestas en la sabiduría popular, organizando los saberes que la humanidad ha acumulado a lo largo de los siglos (…) Reconoce que [el campesinado cubano] es actualmente el sector más preparado, ideológica y científicamente, para ayudar a todas las campesinas y campesinos del mundo a enfrentar los retos impuestos por el capital.
En 2017, Machín publicó El MACAC en sus 20 años de implantación en Cuba. Realidades, realizaciones y retos. En él expone los objetivos de este movimiento de: aportar procedimientos y técnicas participativas para estimular los procesos de intercambio y aprendizaje, preparar a promotores y facilitadores, a la vez que se propician espacios de análisis críticos y de construcción colectiva del conocimiento.
En este informe se comentan los factores positivos como: el gran número de personas implicadas (de 3.100 familias en el año 2000 a más de 130.000 en 2017); el trabajo gradual por etapas; la ayuda de la Asociación Nacional de Pequeños Agricultores (ANAP) y del Estado; o bien, la posibilidad de introducir cambios tecnológicos por la sinergia entre la experiencia del campesinado, el aporte de científicos, docentes y técnicos, la cooperación internacional y las organizaciones campesinas y de indígenas. También reconocen dificultades, como la necesidad de priorizar las necesidades más urgentes (deterioro del suelo, contaminación, descenso energético…), mientras que tenían una escasa formación en problemas globales y las tecnologías y prácticas de entonces no daban respuesta a la urgente demanda de alimentos. Apuntan que una percepción más crítica de la realidad les ayudó a remover las bases de los paradigmas convencionales y a generar una nueva cosmovisión.
Además de estos testimonios directos, tenemos los de varias personas que visitaron el país, con la esperanza de que la experiencia cubana pudiese servir como reflexión sobre la mejor manera de sobrevivir al pico del petróleo. Por un lado, en 2006, la directora de cine Faith Morgan filmó el documental The power of community. How Cuba survived peak oil. En 2012, Pablo Servigne y Christian Araud presentaron el informe La transition inachevée. Cuba et l’après-pétrole (La transición inacabada. Cuba y el pospetróleo). En 2015, Emilio Santiago escribió su tesis doctoral sobre la transición sistémica a sociedades sostenibles a partir de la experiencia de la Cuba postsoviética y, posteriormente, la plasmó en su libro Opción cero. El reverdecimiento forzoso de la Revolución cubana.
Luces y sombras de la transición cubana inacabada
Servigne (2012a) resaltaba de la metodología MACAC que esta transferencia del conocimiento fuese por contagio horizontal, para resultar más rápida y efectiva, por ejemplo: que los agricultores compartiesen lo aprendido con sus vecinos y en las cooperativas y que algunos se convirtieran en difusores «profesionales» pagados por el sindicato. El autor francés menciona en sus diferentes textos la problemática actual del escaso número de agricultores y la falta de transmisión del conocimiento a las siguientes generaciones. Tenemos la necesidad de formar masiva y urgentemente a una buena parte de la población, que tendrá que trabajar en el sector primario. Dice que los próximos campesinos ya han nacido, aunque aún no saben que serán ellos quienes nos van a alimentar.

Pablo Servigne.

Araud y Servigne (2012c) nos cuentan cómo la transición cubana hacia un modelo agroecológico nos muestra, principalmente, la capacidad de adaptación a los cambios que mostró la población, incluso a cambiar de estructura cuando fue necesario (la famosa resiliencia). Por necesidad y con urgencia, Cuba se orientó hacia los métodos antiguos: agricultura biológica, tracción animal, abono natural del suelo, distribución de las tierras vacías a quienes quisieran cultivarlas…
Sin embargo, también hubo bastantes inconvenientes. Los autores mencionan que, aunque la agroecología se desarrolló bien, las grandes granjas del Estado se dedicaron a la exportación de tabaco y azúcar mediante el método industrial. Además, hubo escasez de mano de obra, sus costumbres alimentarias no cambiaron y, para rematar, las cubanas y cubanos veían a sus vecinos cómo disfrutaban de una abundancia material indecente. Por todo ello, los primeros en realizar una transición hacia un modelo sostenible, fueron los primeros en desear abandonarlo. No debemos olvidar que fue una transición forzada e inacabada (en cuanto pudieron, se volvió a la droga petrolífera, gracias al petróleo venezolano). El ejemplo cubano nos muestra que es mejor anticiparse al colapso y que una transición brutal y unilateral no funciona.

Ilustración de Antía Barba Mariño para la ‘Guía para el descenso energético’.

Por otro lado, Emilio Santiago escribió su tesis doctoral en 2015 y su libro dos años más tarde y nos contó cómo fue a Cuba buscando un oasis de sostenibilidad, que no encontró. Nos alerta de que hay que ser cautelosos a la hora de extrapolar desde el ejemplo cubano y que si en Cuba no llegaron a tener una política agroecológica fue porque tampoco poseían un modelo agrario único: favoreciendo el modelo industrial y delegando los proyectos agroecológicos a la ayuda internacional y al trabajo de las ONG extranjeras.
No obstante, también llegó a conclusiones esperanzadoras como que, si escalamos a experiencias locales, la agroecología puede alimentar a una nación con características similares a las de Cuba (aunque esta no es una solución alimentaria de masas y para implantarla primero es necesario cambiar patrones). También nos cuenta que no es difícil implementar un programa de agricultura urbana y periurbana, siempre que haya espacio físico, un enfoque ecológico integral y apoyo público.
Santiago apunta la importancia de que los movimientos sociales posdesarrollistas no pierdan de vista la cuestión del poder político, sin por ello abandonar su énfasis local y autogestionado. En Cuba hubo un pulso tenso entre el Estado (que se encargó de la salud, la educación, de un sistema de vigilancia alimentaria…) y la iniciativa popular (que se ocupó de los circuitos de reciprocidad, la agricultura urbana, los servicios de reparación y mantenimiento…) Santiago reconoce que el ideal sería que la política sirviese para dar cobertura legal y sistematización institucional a las transformaciones protagonizadas por la ciudadanía, de modo autónomo y libre (la «lujosa pobreza»). De la misma manera lo entendieron Araud y Servigne (2012c) al plantear que, a pesar de todo, el que Cuba pudiese reaccionar tan rápidamente, se entiende por una convergencia entre una dinámica que venía de abajo (impulsada por la ciudadanía) y otra desde arriba (desde el Estado).
Propuestas concretas de alternativas viables

Dominique Bourg y otros autores publicaron en junio de 2020, Retour sur terre, 35 propositions, en el que nos presentan 35 propuestas, cuyo objetivo es contribuir a los cambios estructurales de nuestras instituciones democráticas y económicas. Más allá de una parada brutal y de organizar una ralentización general, nos llaman a, en vez de volver al crecimiento, decrecer drásticamente y a largo plazo en nuestro consumo de materia y energía, en la pérdida de biodiversidad y en la emisión de gases de efecto invernadero. Nos recuerdan que la pandemia nos ha mostrado que es posible ralentizar globalmente; aunque el esfuerzo de ralentización, mas que una parada momentánea de las actividades, deberá ser estructural. Nos señalan tres propuestas concretas relacionadas con la alimentación:
    ▪    A12: Una agricultura que vaya hacia un modelo agroecológico descarbonizado, es decir, sin energía fósil. Es urgente poner en marcha un modelo agrícola con una mayor productividad por unidad de superficie y escasa productividad por unidad de trabajo. Una agricultura así exigiría:
    ▪    Abandonar cualquier insumo que dependa de los combustibles fósiles y, casi por completo, la motorización con energía fósil, volviendo masivamente a la energía muscular.
    ▪    Volver a integrar los árboles y la ganadería en los agroecosistemas.
    ▪    Movilizar al 15-30% de la población activa (aunque proponen una movilización total, especialmente en los periodos en los que la necesidad de mano de obra es mayor, bajo la forma de una actividad agrícola a tiempo parcial).
    ▪    A13: Una agricultura hacia una liberalización de las semillas y de la diversificación genética, como elemento principal de la autonomía y de la seguridad alimentaria. Plantean la necesidad de acabar con las patentes sobre las semillas.
    ▪    A14: Una agricultura hacia una «reconquista campesina» de la tierra. La preservación y el reparto de las tierras agrícolas es un desafío esencial para la sostenibilidad de nuestra sociedad.
En su libro Nosotros, los detritívoros Manuel Casal Lodeiro también nos hace propuestas factibles a nivel personal como, por ejemplo: dejar de devorar petróleo, consumir solo alimentos naturales, reducir drástica y masivamente nuestros hábitos de consumo, o bien, no temer el colapso de esta civilización industrial, sino asumirlo como una salida y dedicar las materias primas y la energía que nos restan para construir las condiciones adecuadas para una nueva forma de vida.

Referencias bibliográficas y audiovisuales
    ▪    Bourg, D., Desbrosses, P., Chapelle, G. et al. (2020): Resumen del libro Retour sur terre. 35 propositions. Goodplanet.
    ▪    Casal, M. (2017): Nosotros, los detritívoros. Ed. Queimada.
    ▪    Ecologistas en Acción. Área de agroecología y soberanía alimentaria (2019):Agroecología para enfriar el planeta. Libros en Acción Ed.
    ▪    Food and Agriculture Organization of the United Nations (FAO): (2018) The state of food security and nutrition in the world.
    ▪    Guzmán, J. (2019): “¿Alimentarnos sin petróleo?“, La Marea.
    ▪    Machín, B. et al. (2010): Revolución agroecológica. El Movimiento de Campesino a Campesino de la ANAP en Cuba. Prólogos de la Vía Campesina y de Oxfam.
    ▪    Machín, B. (2017): El movimiento agroecológico de Campesino a Campesino en sus 20 años de implantación en Cuba. Realidades, realizaciones y retos. RevistaAgroecología, 12, p.99-105.
    ▪    Morgan, F. (2006): Documental The power of community. How Cuba survived peak oil.
    ▪    Santiago, E. (2015): Opción cero. Sostenibilidad y socialismo en la Cuba postsoviética: estudio de una transición sistémica ante el declive energético del siglo XXI. Tesis doctoral. Departamento de antropología social y pensamiento filosófico español. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Autónoma de Madrid. Capítulo 10. pp. 811-827.
    ▪    Santiago, E. (2017): Opción cero. El reverdecimiento forzoso de la Revolución cubana. Introducción: «Cuba, un rayo de luz ecologista». Editorial Catarata.
    ▪    Servigne P. (2012a): Une agriculture sans pétrole. Barricade.
    ▪    Servigne P. (2012b): Agriculture biologique, agroécologie, permaculture, quel sens donner à ces mots? Barricade.
    ▪    Servigne, P. y Christian Araud. (2012c): La transition inachevée. Cuba et l’après-pétrole. Barricade.
    ▪    Servigne P. (2017): Nourrir l’Europe en temps de crise. Vers des systèmes alimentaires résilients. Ed. Babel. (1ª edición en 2014, Nature et Progrès Belgique).
    ▪    Servigne, P. (2020): “Reconquête paysanne“. Entrevista en Les podcats de Zoein.
    ▪    Vía Campesina (2017): “Fundador histórico de “Campesino a Campesino” en el cierre del evento internacional de Agroecología en Cuba”,ViaCampesina.org.
Imagen de portada: Casdeiro, after Clker-Free-Vector-Images.
Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2021/09/13/alimentarnos-sin-petroleo/



 

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