Cómo el liberalismo actual ha devenido en una distopía

Uno de los aspectos que más me sorprende en la actualidad es el carácter psicopático y las propuestas distópicas de los que se autodenominan liberales. No muestran el más mínimo atisbo de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, y mucho menos una compasión ante los más débiles. Su individualismo extremo y la ausencia en sus postulados del bien común los han convertido en una ideología tremendamente perniciosa. Se refleja en su visión de los salarios, del acceso a la vivienda, de las pensiones, de lo que está sucediendo con los precios de la luz, de la energía, de los alimentos... Lo peor es que aún no se han dado cuenta de que sus propuestas y sus recomendaciones nos han traído un nuevo feudalismo, aderezado con una ineficiencia económica creciente. Su actitud haría sonrojar a los liberales del siglo XIX.

Juan Laborda

Los actuales defensores del liberalismo, aquellos que se alzan contra el papel del Estado en la economía, no solo no han manifestado especial interés hacia el bienestar de las clases trabajadoras, ni deseo de elevar sus salarios, sino que han negado toda justicia al empleo de los poderes gubernamentales con ese propósito. La doctrina liberal dominante se ha entremezclado con las teorías que arrojan sobre las leyes de la naturaleza la responsabilidad de la miseria de las clases trabajadoras, y fomentan una profunda indiferencia y culpabilidad hacia sus padecimientos. Por ello los liberales condenan la intervención gubernamental respecto de las horas de trabajo, del tipo de los salarios, del empleo de las mujeres, de la acción de los sindicatos, proclamando que la ley de la oferta y la demanda es el único regulador verdadero y justo. Han ignorado de manera sistemática la monstruosa injusticia de la distribución actual de la renta y la riqueza. Pero además nos han traído uno de los períodos históricos de mayor ineficiencia económica.
Los extractores de rentas, esos nuevos señores feudales
Disiento profundamente de quienes dicen que al Estado no le incumbe ocuparse del nivel de los salarios, ni del salario mínimo o máximo, ni de la jornada laboral, ni del salario de las mujeres. Todo lo contrario, el aumento de los salarios es un fin legítimo de la política económica. Elevar y mantener los salarios es el objetivo que deben buscar todos aquellos que viven de los mismos, y los trabajadores tienen el derecho de defender toda medida que conduzca a este resultado. En realidad el liberalismo que emergió con la llegada de Margaret Thatcher y Ronald Reagan al poder tenía como objetivo último debilitar al factor trabajo y reducir los salarios. En ese contexto el único elemento de mejora social fue la deuda, diseminada además por un sistema bancario que fue desregulado y abandonado a la suerte de la autorregulación, toda una infamia económica.
“El capitalismo está bajo una seria amenaza porque ha dejado de proveer para las masas. Y, cuando eso sucede, las masas se rebelan contra el capitalismo”. Esta advertencia no la realizó ningún marxista irredento. Fue un aviso en toda regla del que fuera economista del Fondo Monetario Internacional y exgobernador del Banco Central de la India, Raghuram Rajan. En el trasfondo, la falta de oportunidades, la desigualdad extrema, y cómo los mercados y los gobiernos, guiados por esa broma pesada de gobernanza económica llamada neoliberalismo, han dejado a la mayoría de la ciudadanía colgada de un hilo muy fino.
El capitalismo en su fase actual está en una fase de degeneración. La financiarización de la economía global ha propagado una clase de rentistas que nada tienen que envidiar a los del medievo. Las sociedades, incluso las aparentemente democráticas, vuelven a estar regidas por una red de relaciones señoriales, donde un estamento privilegiado, conectado e imbricado en los gobiernos de turno, se dedica a extraer las rentas y riquezas del resto de la ciudadanía. Y esa superclase controla casi todos los tentáculos del poder, incluidos los medios de desinformación masiva.
Los nuevos extractores de renta ya no solo se quedan con las plusvalías de los trabajadores. Es mucho peor de lo que incluso Marx podía intuir. Van más allá de lo inimaginable. Se están apropiando también de las rentas generadas por quienes producen. Trabajadores y empresarios se están convirtiendo en los esclavos de los nuevos señores feudales, aquellos que extraen las rentas del suelo, de la vivienda, del espacio radioeléctrico, del ciberespacio, del medio ambiente, del trabajo, de todo. Y de esto va el capitalismo actual. La confrontación entre rentistas y el resto. El problema es la actitud de complacencia de los gobiernos de turno, controlados desde la sombra por esa superclase de rentistas que rige el planeta, y cuyas actividades no están sujetas a ningún control democrático.
Los buscadores de rentas han actuado a sus anchas, con el consentimiento o aquiescencia del poder político. Durante esta fase, los salarios de los trabajadores han perdido poder adquisitivo, mientras se cerraban empresas bajo el pretexto de buscar mayores ganancias a través de la explotación de mano de obra barata en el extranjero. Durante este período, los grandes evasores de impuestos se frotaban las manos observando cómo no se hacía nada contra los paraísos fiscales -Luxemburgo, Suiza, Singapur…-. Durante ese tiempo, excluyendo la tierra y la vivienda, el capital se estancó. Durante esos años, el principal motor de la actividad económica fueron actividades especulativas financiadas con deuda.
En este contexto, si aquellos que rigen nuestro devenir quieren realmente que el sistema capitalista no acabe colapsando, como advierte Raghuram Rajan, deben empezar por plantar cara a rentistas de distinto pelaje. El sistema actual no proporciona igualdad de oportunidades. Es urgente mejorar las oportunidades de la gente, y ello pasa sin duda por una reactivación del control democrático del poder y un fortalecimiento del Estado. Parafraseando a Frank Delano Roosvelt, ello requiere luchar contra los viejos enemigos de la paz: los monopolios empresariales y financieros, la especulación, la banca insensible, los antagonismos de clase, el sectarismo, y los intereses bélicos.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/analisis/juan-laborda-como-liberalismo-actual-ha-devenido-distopia

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