El coste humano de las armas nucleares

Mucho más que una preocupación “de las mujeres”: El mundo de las armas nucleares está lleno de una misoginia muy sutil y no tan sutil, y aquí hablo de primera mano. Tras pelear por participar en un panel solo de hombres, me recortaron mi tiempo para hablar. Cuando conocí a un compañero de trabajo por primera vez, lo primero que me dijo fue que le gustaba el vestido rojo de mi perfil de Facebook y que vistiera más así. O mi superior, que no veía ningún problema en el panel que estaba organizando, compuesto exclusivamente por hombres blancos. Burlándose de que existiera ningún “problema de género”.

Lilly Adams
Asesora independiente de la Union of Concerned Scientists

Sería fácil vivir con la frustración de experiencias así, como les ha pasado a compañeras mías. Sin embargo, seguir adelante con todo en contra es una motivación muy poderosa. Es más, agradezco estas experiencias, porque me condujeron a replantearme por primera vez la supuesta sabiduría nuclear y adoptar perspectivas diferentes. Como por ejemplo, examinar la energía nuclear desde la justicia social, como cada vez pasa más a menudo. Como con otras problemáticas de justicia social, son las mujeres, poblaciones indígenas, comunidades de color, pobres y rurales las que más sufren con la manufactura y pruebas de armas nucleares.
El alcance de personas así que sufren, víctimas directas del complejo militar estadounidense, es alarmante. Un estudio reciente ha estimado que las pruebas nucleares atmosféricas condujeron a entre 340.000 y 460.000 muertes prematuras entre 1951 y 1973. El gobierno de los EEUU ha estimado que se movilizaron 200.000 trabajadores para sus ensayos, aunque otros suben la cifra hasta los 400.000. Las 67 pruebas nucleares conducidas en las Islas Marshall tuvieron, en total, el poder equivalente a 1,6 bombas de Hiroshima explotando a diario durante 12 años.
A lo largo de todo esto, las mujeres han sufrido de una forma única. Aquellas expuestas a la radiación han padecido de una probabilidad de aborto, muerte del bebé al nacer y defectos congénitos muy superior a la media. En las zonas más expuestas de las Marshall, las mujeres se acostumbraron a dar a luz a “bebés medusa” — bebés nacidos sin huesos y con piel transparente.
La tasa de cáncer de mama en las Marshall es inusualmente alta, y sin embargo hay una seria escasez de atención oncológica para las personas marshalesas. En los Estados Unidos, las madres que han estado expuestas a la radiación de las pruebas pasaron yodo-131 a sus bebés al amamantarles.
Un estudio reciente de la Universidad de Nuevo México mostró que en la Nación Navaja, el 26% de mujeres tienen “concentraciones de uranio superiores a los niveles propios del 5% más alto de la población estadounidense”.
En Japón, las mujeres que sobrevivieron las bombas de Hiroshima y Nagasaki, además de los problemas físicos de salud, fueron estigmatizadas y no se casaron por miedo a traspasar enfermedades y defectos congénitos a las generaciones siguientes.
Sobrevolando todo esto, y por razones aún no conocidas del todo, las mujeres de todas las edades son más vulnerables a la radiación del yodo y tienen más probabilidad a desarrollar cánceres como consecuencia de la exposición a la radiación, y a morir por ellos, que los hombres. El sexo biológico implica una gran diferencia cuando hablamos de los efectos de las armas nucleares, se hable o no de ello.
En un esudio sobre mujeres y seguridad nacional, me sorprendí al leer que “se suele desestimar la consideración de los efectos sobre distintos grupos poblacionales al no considerarse importante o útil”. Al leerlo, me preguntaba: ¿importante o útil para quién? Puede que los políticos no les importemos, pero eso solo será por su cinismo. Sin duda, a las personas que sufren y mueren por estos efectos les importa mucho.
En su clásico “Sex and Death in the Rational World of Defense Intellectuals,” Carol Cohn describe las maneras en que se desarrollan las discusiones sobre armas nucleares está repleta de normas de género tóxicas, que además ayudan a perpetuar. Vivimos en un mundo en el que la destrucción, la fuerza, la racionalidad, son todas de los hombres, incluyendo el diseño de armas, la estrategia nuclear y los ataques. La debilidad, la emoción, la paz y el coste humano de las armas nucleares son propias de las mujeres. Cohn argumenta que los políticos no mencionan las muertes humanas cuando discuten acerca de las armas nucleares. Como si no hubiera. Si te incomoda abordar el posible uso de armas que matarían a decenas de millones, eres “débil”. Igual no tienes los “huevos” que hacen falta.
El mundo del control de las armas tampoco ha sabido sacudirse esta mentalidad. En una reunión sobre cómo alcanzar a una nueva audiencia, una mujer sugirió utilizar más emoción y recurrir a historias personales. En seguida la respondieron que ese no era nuestro trabajo, que no teníamos tiempo para llanteras. Pero yo pienso que centrarse en estrategia, presupuestos y diseños armamentísticos es ir a lo fácil y aceptable en un mundo de hombres.
Por esto, a veces siento como si debiera trabajar el doble solo para ganarme cierta credibilidad y que me escuchen. No solo soy una mujer, un punto ya en contra, sino que también quiero abordar el coste humano de las armas nucleares, al parecer un tema muy emocional y bastane irrelevante. En una conferencia de 9 días para profesionales nucleares en ciernes, atendí 33 charlas que abordaban temas desde el manejo de arsenales hasta la doctrina nuclear rusa pasando por la defensa de misiles balísticos. Nadie habló sobre las consecuencias para las personas.
Ya es hora de que los y las activistas antiproliferación trabajen con las comunidades afectadas y se centren en apoyarlas. Seremos un mundillo pequeño, pero tenemos recurso, acceso y en muchos casos ”experiencia“ y ”credibilidad". Todo esto se le ha negado a las comunidades afectadas por la creación y pruebas de armas nucleares, como parte de una historia más larga de marginalización. Cuando también les negamos desde nuestro mundillo esa credibilidad y ese acceso, cuando dejamos de lado sus experiencias e ignoramos sus demandas, estamos perpetuando los sistemas de opresión que les llevó a su sufrimiento actual. La gente en estas comunidades se muere y lo estamos ignorando.
Aquí reside mi motivación para mi nuevo proyecto de trazar alianzas con las comunidades nucleares (Sharing the Stage with Nuclear Frontline Communities), con financiación de grupos feministas como Ploughshares Fund Women's Initiative. Queremos colocar las voces de estas comunidades en el frente y el centro de todo, compartir las experiencias y estrategias de grupos locales y encontrar oportunidades para la colaboración con grupos antiproliferación más tradicionales.
Como primer paso, crearé una base de datos para las personas que luchen por el control de armas y contra su proliferación. Espero encontrar formas de colaboración genuinas y enriquecedoras. Colapsar las oficinas de figuras políticas con las demandas de veteranos atómicos de una mejor compensación del gobierno. Intercambiar información con grupos locales cercanos a laboratorios nucleares. Coordinar los esfuerzos de las comunidades en lucha con la labor del poder legislativo.
La base de datos incluirá también apartados de organizaciones con objetivos parecidos. A quienes les interese este proyecto podrán aportar los datos de las suyas. Una manera aún mejor de involucrarse es ponerse en contacto con las comunidades que sufren de primera mano para saber cómo ayudarles. Les corresponde determinarlo.
A lo largo de los años, se ha diseñado una agenda nuclear militar sin considerar a las personas que la sufren de primera mano. Aunque queda mucho trabajo por delante para desfacer todos los entuertos causados, un buen primer paso sería que escuchásemos sus historias, que construyamos relaciones de solidaridad y la manera más eficiente de trabajar juntas.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/desconexion-nuclear/el-coste-humano-de-las-armas-nucleares - Traducción de Raúl Sánchez Saura. Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.Imagen de portada: Examen médico en las Islas Marshall tras las pruebas atómicas de 1954. Fuente: Beyond Nuclear International BEYOND NUCLEAR

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